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Monday 29 de December de 2008, 21:13:38
22-12-08: De camino a los Encantes de les Glòries
Tipo de Entrada: RELATO | 2713 visitas

Hoy, día 22 de diciembre de 2008, aprovecho el primer día efectivo de vacaciones para ir desde casa, caminando, hasta los encantes de les Glòries, un lugar en la capital donde se pueden comprar peculiares objetos, antigüedades, productos de segunda mano y los artículos presentes en unos encantes comunes, como prendas de vestir. Así, va a ser una caminata urbana, sin necesidad de coger el coche y emitir a la atmosfera cantidad alguna de dióxido de carbono y otros gases perjudiciales para el clima o los ciudadanos.

Pasan veinte minutos de las once cuando abandono el hogar, signo inequívoco de que hoy se me han pegado las sábanas, nada extraño para ser el primer día de inactividad voluntaria. Aunque es muy cómodo ir hasta el Metro o el Tranvía, ambos con parada en Les Glories, el reto es llegar a pie hasta uno de los mercados más antiguos de Europa, documentado al menos desde el siglo XIV.  Son unos encantes con encanto llamados popularmente Encants, pero su nombre correcto es Fira de Bellcaire. A escasos cincuenta metros de casa está la N-II, que a su paso por Badalona es simplemente una calle, por mi zona llamada Alfonso XIII. En la acera está el punto kilométrico 626 de la peculiar N-II, que pasado Badalona es un auténtico punto negro en todo el Maresme, con multitud de víctimas mortales, en 2008 alcalde inclusive. A través de ella llego hasta la anexa población de Sant Adrià del Besòs, desde donde a través de un puente cruzo al otro lado del río Besòs, donde está Barcelona. Un centenar de aves de coloración blanca y gris, quizá gaviotas o golondrinas, acechan a los peces que pueden haber quedado atrapados en una bajada del nivel del agua. A lo lejos contemplo el Turó de Montcada – aún pendiente - , el Puig Castellar – donde hay un poblado ibérico – y la Mola. Me pregunto si el hecho de caminar entre coches – inhalando contaminación – compensa los beneficios del ejercicio físico, o lo que es lo mismo, si a raíz de la caminata mi esperanza de vida va a aumentar o disminuir. Espero que el balance global sea positivo, aún habiendo leído hace poco que en la ciudad no es bueno hacer ejercicio porque aumenta en gran medida los contaminantes asimilados por el cuerpo al ser mayor la necesidad de aire.

Al otro lado del puente, al llegar a las primeras viviendas barcelonesas, me encuentro en la Rambla de Guipúzcoa, una bonita y larga calle con una zona central peatonal arbolada y un carril bici en cada sentido junto a los coches, no en la amplia acera. Voy a tener que ir andando por esta calle pasando por cuatro paradas de Metro de la misma línea, la cual avanza bajo la calle: La Pau, Sant Martí, Bac de Roda y el Clot. En total son siete paradas de Metro desde mi casa, aproximadamente una hora de caminata rápida. Aprovecho el viaje para anota diferentes cosas que me van pasando por la cabeza, papel y bolígrafo en mano, e incluso sentándome en un banco si es preciso. Junto a una gasolinera he anotado la matrícula de una furgoneta que se ha llevado por delante un cartel de tráfico sin detenerse, aunque sin ningún fin, pues el pobre conductor bastante tendrá con la crisis como para que le busquen las cosquillas; de todas formas, su comportamiento ha sido bastante incívico. También anoto lo que un vendedor le dijo a una niña que le regaló un juguete que miraba: “ya me lo pagarás cuando seas mayor”. Y es que muchos artículos puestos a la venta provienen de los contenedores, por lo que su coste es de cero euros si el que lo ha encontrado es el que lo vende. Otro aspecto que me parece interesante es que, debido a que abunda el regateo, el precio inicial de un artículo depende en gran medida de tu aspecto físico, por lo que conviene ir mal vestido para obtener precios menores. Por otro lado, hay que preguntar el precio mostrando cierto desinterés, porque como mires y remires el objeto y luego preguntes qué precio tiene…

Esperando en su semáforo a que la luz roja de peatones de paso al verde observo a un chico que come unos bastones, cosa que me recuerda a cuando los comía en mi infancia. En un plafón publicitario junto a la parada de metro, hay un anuncio sobre “El valiente Despereaux, 19 de diciembre en cines” en el que aparece un ratón empuñando una aguja a modo de espada. Anoto la siguiente frase del anuncio: “un pequeño héroe, un gran corazón”. Reinicio la marcha, esta vez anotando en mi folio algo que me pasa por la cabeza: el papel y el lápiz deberían llegar a todas las partes del globo, en especial en aquellas regiones en donde los niños van a la guerra en vez de a la escuela. Luego me viene a la mente la frase célebre de uno de esos filósofos griegos antiguos “educad a los niños y no tendréis que castigar a los adultos”, que yo traduzco a los tiempos modernos de esta forma: invertir en educación es ahorrar a medio plazo en instituciones penitenciarias. Ahora pasa junto a mí un señor jubilado, y me pregunto la de cosas que habrá vivido a lo largo de su vida aunque ahora esté en cierto modo inactivo, como en letargo, paseando por su barrio. Lo último que me llama la atención como para pararme a tomar anotaciones, es la presencia de tres inmobiliarias puerta con puerta. Me pregunto cómo elige a cual entrar aquella persona que quiera vender su piso, o si en vez de eso se irá a poner directamente un cirio a su santo predilecto.  Como todo en esta vida, la Rambla Guipúzcoa llega a su fin, ahora continúa una calle llamada Aragón, bastante peligrosa cuando he ido en bicicleta, pero hoy toca desviarse a la izquierda, hacia la cercana zona de les Glòries, dominada por una torre de AGuas de BARcelona (AGBAR) con forma de torpedo que parece estar a la espera de que llegue desde Houston la orden de lanzamiento para dejar atrás Barcelona y partir en busca de otros mundos.

Los Encants o Fira de Bellcaire son visitados por cien mil personas semanalmente, por lo que llega el momento de extremar las precauciones en cuanto a la cartera se refiere, pues estamos ante un paraíso de los carteristas. Aunque hay paradas normales con techo y el género como a un metro de altura – como es habitual en un mercadillo- aquí la mayoría de paradas tienen el género sobre el suelo sobre unas mantas, y son regentadas por hombres marroquíes que disfrutan con el regateo, no poniendo nunca escrito el precio de ningún artículo, además de que éstos son variables. A veces, cuando te dicen un precio y no te interesa, cuando haces amago de irte te preguntan: “¿cuánto pagas?” Los días de mercado son el lunes, el miércoles, el viernes y el sábado, mientras que un mercado de libros de segunda mano (y cromos antiguos, sellos, videojuegos) llamado Mercat de Sant Antoni sólo abre los domingos. En estos encantes hay artículos esotéricos, antigüedades, cosas sacadas de la basura –como muñecas sin cabeza-, herramientas, artículos de decoración, muebles y muchas cosas más, todo ello a precios asequibles (en principio). Como decía, los precios son muy variables: aún recuerdo cuando compré el primer volumen de La Vuelta al Mundo de un Novelista, de Blasco Ibáñez, por menos de un euro, cuando en una parada vecina me pedían ocho euros por ser considerado “antiguo”.

Es una sensación difícil de describir el estar mirando entre cosas increíbles en busca de algo que no sabes que es, porque lo que dentro de unos instantes te llame la atención ahora sería inimaginable que se cruzara en tu camino, dado la cantidad de cosas extravagantes que se puede encontrar. Una vez topé con una gran rosa del desierto, una especie de yeso que venía de Marruecos, y me la llevé por menos de dos euros. ¿Quién me iba a decir al venir a aquí que regresaría a casa con un ejemplar? Otro día fue el libro de La vuelta al mundo de un novelista, del cual desconocía la existencia, donde Blasco Ibáñez describe su vuelta al mundo en los años veinte, cinco años antes de que muriera. Sólo era el volumen I, pero Alba me consiguió el II y III en una librería y puse acabar de leer una vuelta al mundo que nada tiene que ver con lo que te encontrarías en esos países ochenta y cinco años después, con lo de la globalización y el turismo de masas.

En una tienda de minerales “esotéricos”, máscaras africanas y figurillas varias, sus dependientas hablan del sorteo de Navidad, el cual se está celebrando y va a dejar muchos millones de euros en Las Ramblas, a media hora de aquí a pie. Una mujer que regenta una tienda de sombreros antiguos, como los que llevaban los ingleses de los años 20 al Everest o el de Indiana Jones,  dice: “En Angola muriéndose de hambre y tú con la lotería de Navidad”. La dependienta de una parada de cosméticos – de etnia gitana- grita repetidamente “tú lo vales”. Un joven extranjero del África que vende sartenes a cuatro euros le dice a una potencial clienta “mejor que el Corte Inglés”. En una parada de libros, una señora se hace por dos euros con el Quijote del cuarto centenario, justo la edición que leí yo, que tenía por eslogan “un Quijote, un euro”; a la señora le cuesta el doble usado que nuevo. El vendedor me dice que lo ha leído “tres mil veces”, y que “si todos leyéramos el Quijote seríamos mejores”. Un magrebí que grita “venga barato” repetidas veces vende únicamente puzles, y pregunto por el precio de uno de 1000 piezas de la Plaza de San Marcos de Venecia: “ocho euros”. Recuerdo que en esa torre, Galileo Galilei presentó su telescopio en sociedad en 1609, por lo que este año 2009 ha sido declarado por la Unesco el Año Internacional de la Astronomía, en conmemoración a los cuatrocientos años que llevamos conociendo los cuatro mayores satélites de Júpiter, las fases de Venus o los cráteres de la Luna, en principio descubrimientos de Galileo de 1609.

Pregunto por unos vetustos patines en línea del pleistoceno, y me dice que “trece euros”. Venden unos polares a seis euros que resultan algo tentadores. Una joven de cabello rubio pregunta por un álbum de fotos familiares en blanco y negro, más antiguas que ella: “diez euros”. Cuando me marcho continúa pasando páginas, quizá lo compre, y yo me pregunto: ¿para qué querrá un álbum de fotos familiares antiguas de gente que desconoce? Por otro lado, ¿se podría imaginar la familia que aún viva, que se está vendiendo la intimidad de sus pasados o quizá de ellos mismos en su infancia por diez euros? Cuestiones de tipo filosófico pueden aparecer en este mágico lugar, pero también cosas como la que dice un vendedor que grita: “tengo parkas para mujeres sin un duro pero que aparentan tener mucho dinero” Y razón no le falta, pues parecen extremadamente caros pero son realmente baratos, por lo que las apariencias engañan. En la zona de paradas con techo, observo una parada que hay de minerales, donde se pueden hallar piezas baratas aunque sin indicación del lugar de procedencia, el nombre o la cajita, aunque el vendedor seguro que conoce dicha información. Ojeo unos libros graciosísimos por su pequeño tamaño, de aspecto antiguo, sin intención de adquirirlos, pero menuda sorpresa cuando aparecen dos de temática astronómica. Pienso para mis adentros que, ahora que los he estado mirando, el señor me va a pedir una barbaridad, pero resulta que el dependiente es un señor mayor que no parece tener mucho afán recaudatorio: “normalmente están a un euro, pero hoy los vendo a medio euro”. No tardo en sacar un euro y llevarme dos libros amarillentos, de los años 60, diminutos, de una editorial llamada “enciclopedia pulga”, nombre que debe venir de su reducido tamaño. Por título llevan “Lo infinitamente maravilloso” y “Las proezas de los aficionados a la astronomía”, ambos de un tal Leandro Cuyas el cual quizá no siga vivo. Con mis dos tesoros en el bolsillo regreso caminando hasta casa. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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