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Friday 17 de July de 2009, 17:40:20
16-07-09 : A Sant Jeroni por la Teresina
Tipo de Entrada: RELATO | 2224 visitas

Ascensión con Anto a Sant Jeroni, la montaña más alta de Montserrat, a través de la vía ferrata Teresina, un itinerario sombrío que representa una buena opción para una calurosa mañana de verano. El descenso lo realizamos por la ruta normal, con unos mil doscientos escalones, hasta el monasterio de Montserrat, bajo el sol y ante la presencia de numerosos excursionistas extranjeros.

 

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Hacia las ocho y media de la mañana Anto y yo dejamos atrás su coche, en el aparcamiento de la iglesia románica Santa Cecília, junto a un refugio de montaña. En primer lugar tomamos un sendero equivocado, regresamos a la carretera y continuamos hasta unas escaleras que tomamos para dirigirnos hasta una cercana fuente. El hecho de ser jueves ayuda a que en toda la ascensión no nos topemos con nadie, gozando así de una gran soledad que aumenta si cabe la belleza de la vía ferrata. El día va a ser soleado, lo que no implica que no haya una especie de neblina en las alturas, una especie de cortina de finas nubes que en la cumbre nos introducirá en un mundo cercano al fantasmagórico, nada ideal para tomar buenas fotografías de las agujas más altas, como el provocativo Montcau.

 

El sendero por el que vamos ganando altura serpentea a lo largo de una canal de aspecto lunar, con gran presencia de rocas dispuestas aleatoriamente que deben de haber venido arrastradas por el agua durante periodos de lluvias torrenciales. La pendiente es fuerte, lo que implica emplear un gran esfuerzo y realizar continuas paradas si no queremos pagar más tarde un ritmo excesivo de subida. Unos cien o discientos metros más arriba aparece un gran muro que divide la canal en dos partes; es el momento de girar hacia la derecha, entrando en la canal del Mejillón, cuyo nombre estricto no recuerdo (este nombre viene dado por el tipo de basura que alberga, lo que no parece muy romántico en el campo de la toponimia). Así, las marcas de pintura amarillas y las marcas de pintura rojas van por la izquierda, para quien quiera ascender a pie, mientras que las marcas de pintura azules nos llevan a la derecha, hacia la vía ferrata. Su inicio tiene lugar a mano derecha en el momento en que ya no es posible progresar por la canal del Mejillón, la cual se vuelve encajonada y suele ser utilizada para descensos en rápel.

 

A las nueve y cuarto, después de cuarenta y cinco minutos de aproximación, nos equipamos con el casco, el arnés y el disipador al pie de la vía ferrata, preparándonos para un seguro progreso a través de las diferentes paredes que nos llevarán a la aguja de Santa Cecília, para más tarde acomoter la segunda y más reciente mitad de la vía ferrata, hasta la cumbre más alta del macizo, Sant Jeroni, de 1236 metros de altitud. Otro utensilio importante, imprecindible para inmortalizar la esencia del momento, es la cámara de fotos, que quedan bien a mano, tanto la mía como la de Anto. Lo curioso, e incluso ciertas veces traumático, es que cuando llegas a casa y te bajas las fotos al ordenador, no sueles aparecer en ninguna, así que no hay más remedio que esperar a que la otra alma caritativa encuentre tiempo y te envíe las suyas. Suerte que de momento no hay que abonar ningún canon por intercambiar fotografías propias con el compañero de excursión, aunque el futuro es siempre imprevisible.

 

Pasada una roca que lleva por nombre puente de piedra llegamos a las primeras grapas, que son además uno de los momentos en que tienes más patio. Anto va en primer lugar, por lo que siempre aparezco fotografiado desde arriba, mientras que yo le voy tomando fotos desde abajo. Como ha hecho escalada desde hace muchísimos años, la progresión por la vía ferrata, que es la primera que realiza, no le supone ninguna dificultad que no sea la del propio esfuerzo físico que requiere. Hacemos una breve parada para descansar y observar el paisaje, escuchando el silencio de la soledad que dos montañeros pueden sentir cuando son los únicos en la zona. Cuando llegamos a la aguja de Santa Cecília nos tenemos que enfrentar al tramo más duro, que no es otro que el único descenso equipado. Las grapas son de tamaño pequeño, de unos seis centímetros, por lo que la destrepada la acometemos extremando las precauciones. En las dos veces anteriores que he hecho esto superamos el tramo rapelando. Una vez abajo no nos vuelve a dar el sol hasta llegar a la cumbre por el hecho de estar en la cara norte. Un sendero nos guía hasta la última y encajonada canal, pero no todo es aburrimiento; hay subidas y bajadas con cable de vida, cuerdas e incluso han equipado algún tramo nuevo con esas diminutescas grapas.

 

Estamos al pie de la canal final cuando Anto propone que nos zampemos los bocadillos. Es una buena idea para recuperar fuerzas en una zona por donde circula un fresco aire, totalmente a la sombra, con la tierra aún húmeda de la noche. En la primera cadena han puesto dos grapas de las pequeñas que ayudan mucho a superar el paso. Pasadas las cadenas viene la chimenea final, una especie de diedro donde al comienzo cuesta un poco avanzar y tienes que ir poniendo los pies en los dos lados de la pared. También se puede apoyar la cadera con los pies en la pared opuesta y así descansar un poco, que el esfuerzo hasta llegar aquí ya ha sido considerable. Parece mentira que haya que subir tanto siendo una cumbre de tan sólo 1236 metros de altitud. Pero tres horas y media después de partir el coche, a las doce del mediodía, llegamos al mirador de la cumbre. Ni hay nadie, ni se ve a nadie aproximarse por el sendero de escaleras que viene del monasterio. Al cabo de poco sí se verá un grupo, pero se dará media vuelta en vez de llegar hasta aquí arriba. Tomamos unas fotos. Nos atraviesan unas finas nubes a gran velocidad, las mismas que medio esconden al cercano Montcau y a la antena blanca y roja en lo alto de la pared del aéreo.

 

Sin demorarnos mucho iniciamos el descenso disfrutando del vientecito en este día de julio que sin la sombra de la cara norte o la amalgama de nubecillas y viento sería todo más sufrido. Al avanzar al grupo que se ha dado media vuelta de camino a la cima, un señor que lleva la cámara de fotos en la mano se lamenta de que no está el día para tomar otras fotos, pero al ser autóctono siempre podrá venir otro día. En cambio, nos cruzamos con turistas extranjeros que se aventuran hacia la cima, algunos curiosamente equipados, como la que lleva por equipo una botella de 0,33cL de agua en la mano medio vacía. Otros no llevan ni agua, pero dudo que pasen más allá de la Plaça de Santa Anna. En el citado punto hay dos turistas hablando en inglés que no tienen mucha pista de querer continuar, tras los ochocientos escalones que ya han tenido que subir hasta aquí. Hacia la una y cuarto llegamos a Montserrat, donde el sol y el calor sí aprietan. Bendita sea la idea de Anto de que dejase yo aquí el coche, pues nos ahorramos unos kilómetros (quizá dos o tres) de caminar por la carretera hasta Santa Cecília, que era la idea original. Ya sólo queda llegar a casa y proceder al intercambio de fotografías, aquello donde intentamos plasmar lo que no se puede. Por eso tiempre tendremos que ir a las montañas, para sentirlo.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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