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Saturday 29 de August de 2009, 00:30:30
Metamorfosis en el Montseny (27-08-09)
Tipo de Entrada: RELATO | 4544 visitas

Relato de mi subida al Turó de l´Home y Les Agudes desde la Font de Passavets una tranquila mañana de jueves con un toque de imaginación surgida de la lectura del relato La Metamorfosis de Franz Kafka. Durante la excursión no me acompaña un monstruoso insecto, sino un lindo pajarillo libre y feliz.

 

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Cuando Fran despertó una mañana, tras una noche al raso sobre el follaje, se halló convertido en un petirrojo, un pájaro común en los bosques del Montseny. En un primer momento quedó atónito. No podía ser más que un sueño; tenía que serlo. Intentó dormirse de nuevo con la esperanza de despertar alejado de aquella transformación pero le fue imposible conciliar el sueño. Comprobó que en vez de ropa presentaba un plumaje grisáceo, que en el pecho – y en una parte de su cabeza – era de un naranja intenso. En vez de brazos, estaba provisto de alas que le permitirían volar libremente. En sus inicios como ave caminó con dificultad, dando pequeños saltitos, acomodándose a su nueva anatomía, sin otro remedio que adaptarse si no quería ser devorado por algún animalillo que no le representaba peligro alguno en su condición humana anterior.

 

Hacia las diez de la mañana llegó al lugar un joven en un Opel Kadett cuya carrocería evidenciaba el paso de los años. Se apeó, colocó algunas piedras junto a las ruedas y se dirigió hacia un cartel que informaba sobre una ruta señalizada del parque natural: Font de Passavets – Turó de l´Home. Fran recordó que era la excursión que se disponía a realizar en el presente día, y decidió que el ser un pájaro no sería un inconveniente para acometer su objetivo. Emprendió tímidamente el vuelo sin estar muy seguro de si sería capaz de mantener el equilibrio en el aire. No se le dio nada mal. Pudo comprovar que, pese a ser un petirrojo, aún conservaba ciertas cualidades humanas. En el cartel podía leer: “desnivel: 511m ; longitud: 3850m ; duración aproximada: 1h45min”. También podía pensar y racionar al nivel de una persona.

 

El joven, llamado David, inició la marcha a través de un precioso bosque de hayas. Un incauto sin un calendario a mano pudiera haber dicho que, como en el Corte Inglés, ya había llegado el otoño, pese a ser finales de agosto. El hayedo mostraba un amplio mosaico de colores, predominando el amarillo, marrón, verde y rojo. El suelo estaba cubierto por el citado manto de hojas sobre el que tan bien había dormido Fran durante la noche anterior a su metamorfosis. Aún estaba pendiente valorar si ésta era clasificable como un agradable sueño o como una pesadilla. Había que dejar pasar el tiempo, mirar los pros y los contras, antes de dictar el veredicto. Mientras tanto, disfrutaba con su vuelo a una moderada distancia de David, de camino al Turó de l´Home. Fruto del miedo a lo desconocido, pese a no ser justificable, no se acercaba a él para que no se percatara de su presencia.

 

Iban siguiendo unas señales verticales metálicas verdes. El personal del parque natural había señalizado la ruta, algo que por sí solo incrementaba el número de usuarios. Con el auge del ocio al aire libre y el turismo rural, la presión sobre el Montseny iba en aumento y ya era el tercer parque natural más visitado de España. Multitud de personas dejaban atrás la cercana metópoli de Barcelona u otros municipios en busca de la soledad, del contacto con la naturaleza, del aire puro o de la libertad. La estampida se producía básicamente los días del fin de semana, puentes y vacaciones. En el Turó de l´Home habría que añadir las nevadas, que cuando se producían reunían hasta seiscientos coches en sus alrededores, algo a lo que Fran tendría que hacer frente en su nueva vida de petirrojo; o no. La cuestión es que botellas vacías y demás artilugios de origen humano hacían daño a la vista en el bosque, y David pensó que la próxima vez se llevaría una bolsa de basura para hacer limpieza en el bosque. Lo que más impresión plástica producía eran los blancos pañuelos que parecían proliferar donde dentro de unas semanas lo harían las setas.

 

Seguido del gracioso pajarillo de anaranjado pecho, David se desvió de las marcas llevado por su instinto de explorador y siguió una senda de piedras que se abría paso por el bosque de abetos más meridional de Europa. Algunos árboles, por su tamaño, podrían ser considerados por gentes sin escrúpulos ecológicos como árboles de Navidad en bruto. En cambio, otros eran de unas dimensiones enormes, como si llevaran allí cientos de años, un aspecto que llevó a David a contemplar reflexivo a uno especialmente prominente: “cuando yo muera, seguirás aquí prácticamente igual” pensó. Por su parte, Fran estaba cada vez más encantado con su nueva condición de ave. Dominaba el vuelo; emitía unos cantos maravillosos, como si hubiese ensayado toda una vida; Prefería las bayas y frutos pequeños a los invertebrados; quizá en un breve futuro se acostumbrara a los insectos y los gusanos, pero de momento la gastronomía asiática no le llamaba la atención. El futuro amoroso lo veía con optimismo: el petirrojo hembra es el que suele acudir al macho, así que no tendría que hacer grandes esfuerzos para tener descendencia. Con lo bien que se le daban los cantos no tendría escasez en el tema de pretendientas. El éxito amoroso estaba garantizado.

 

Cuando el sendero que había tomado el joven terminó, ascendíó bosque arriba cruzando una tras otra tres pistas forestales hasta encontrar el camino señalizado. En el sombrío bosque aún estaban los pozos de hielo que guardaban el agua en estado sólido en el pasado; evocaban una época en la que no existían las neveras, los televisores o la telefonía móvil. Los bosques, en cambio, no debían presentar un aspecto muy diferente en el pasado. Era como si permaneciesen inmutables con el inexorable paso del tiempo. David aprovechó para dejar constancia en su folio de anotaciones de que “un abeto fulminado por un rayo me barra el paso” y la presencia de “unos excrementos circulares de un negro resplandeciente”. Le gustaba anotar todo tipo de minucias, pensamientos o tiempos como ayuda para el posterior relato que escribía en casa, que le servía para revivir la experiencia y recordarla en el futuro.

 

El petirrojo comprobó que volar por el interior del bosque no tenía comparación con hacerlo en paisajes abiertos, tales como el cordal formado por las montañas Turó Gros (1651m), Puig Sesolles (1689m), Turó de l´Home (1712m) y Les Agudes (1706m), cumbres que se disponenían a coronar el joven y el pajarillo. La sensación de libertad para el ahora petirrojo Fran es indescriptible; aunque quisiera, con su peculiar canto la comunicación con los humanos no sería fácil; o sí. Sin la cubierta forestal, David se percató rápidamente de la presencia del pajarillo. Lo observó y, fiel a las costumbres del siglo XXI, lo convirtió en el objetivo de su cámara fotográfica digital. La gama de colores del petirrojo y su forma se convirtieron rápidamente en bytes de información, pero por suerte no quedó registrada sensación o pensamiento alguno; al menos hasta el momento no era posible hacerlo. Parecía que hubiesen forjado una gran amistad en cuestión de segundos.

 

El joven tenía anotada una información acerca de una cruz metálica que lleva instalada desde el año 1959 en el punto exacto donde hubo un accidente aéreo. Fallecieron 32 personas entre tripulación (3) y pasajeros (29) en un vuelo Barcelona – Londres. No hubo supervivientes. Las fuentes citan que se tuvo que subir el agua en mochilas y que el aparato estuvo ardiendo 24 horas, hasta que se consumió todo el combustible. Los habitantes del observatorio meteorológico situado en la cumbre del Turó de l´Home, a trescientos metros del impacto, no pudieron ni acercarse debido a las llamas, según comentaron. Los familiares de una víctima acababan de añadir una nueva placa unos días antes, el 19/08/09, conmemorando que la Tierra había dado ciencuenta vueltas alrededor del Sol desde entonces. Le costó un poco encontrar la cruz. Estaba en la vertiente vallesana del collado entre el Turó de l´Home y el Puig Sesolles, en plena pendiente, por lo que si no se sabía que estaba allí y no se escrutaba el terreno expresamente, permanecía invisible a los visitantes. Tomó una foto con la cruz en primer plano y el pajarillo posado en ella; la vida y la muerte siempre tan inseparables; la una no existiría sin la otra. Como telón de fondo, los llanos del Pla de la Calma y la cumbre del Sui, bellos parajes dignos para ser recorridos a pie, en compañía o no de un pajarillo.

 

En lo alto del Turó de l´Home, a la sombra del vértice geodésico, David bebía abundante agua mientras contemplaba el dilatado paisaje. Reconoció como pintados en un lienzo los pueblos por los que había ido pasando en el coche: Granollers, Cardedeu, Llinars del Vallès y Sant Celoni. En el horizonte se dibujaba la irrepetible silueta de Montserrat, a donde una vez caminó desde el vecino Matagalls. La célebre marcha había completado el cupo de los tres mil inscritos el pasado julio, por lo que dos o tres semanas después seis mil pies, más algunos “sin papeles” irían desde el Matagalls hasta el horizonte y, si era necesario, más allá; y todo por cumplir un sueño; absurdo, banal, infructuoso; pero al fin y al cabo un sueño; y hay que luchar por ellos, aunque suponga regresar al hogar cojeando, con insomnio o arrepentido y balbuceando el típico “nunca más”, para luego regresar en la próxima edición. Lo último que hizo antes de emprender el camino a Les Agudes fue comerse un melocotón. Cortó unos pequeños pedazos para su nuevo amigo, quien se los tragó gustoso y con gracia como si hubiese comido a través del pico toda la vida.

 

Seguir la línea mágica que une las montañas por sus puntos culminantes era algo muy gratificante para el joven. Podía contemplar a ambos lados los diferentes valles. A la izquierda quedaban las minas de Sant Marçal, una herida del pasado grabada sobre la mole del Matagalls. La calcita, la fluorita y otras formaciones minerales habían dejado de extraerse hacía ya tiempo pero aún era posible hacerse con buenas muestras estacionando el coche junto a la iglesia románica y caminando unos quince minutos. A mano derecha, en cambio, eran visibles los hayedos y el abetal, el pantano de Santa Fe, e incluso el mar Mediterráneo, con su azul característico. En Les Agudes no había carretera como en el Turó de l´Home. Era una montaña con grandes paredes de roca, de un impacto visual más potente, en especial en la zona de cresta llamada los Castellets y alrededores. Fran, debido a su naturaleza de petirrojo, sabía volar muy bien, pero no estaba acostumbrado a las alturas y comenzó a sentir algo de miedo. Como aquellas personas que saben nadar pero se sienten inseguras si lo han de hacer donde les cubre. Prefería no alejarse de David y de un grupo de seis integrantes que acababan de llegar a la cumbre. Anotaban alguna cosa en la libreta que había dispuesta en un buzón metálico para que quienquiera que llegase al lugar dejara constancia de sus impresiones; se preguntaban si Hacienda los encontraría si dejaban su huella, o si desgravaba. Fran se congratuló al pensar en su nueva vida libre de impuestos; no todo iba a ser romanticismo o ideales libertarios.

 

Como el cielo se estaba encapotando decidieron iniciar el retorno. El pajarillo no estaba preocupado. Su condición de ave le eximía de la preocupación de verse envuelto en una tormenta; no llevaba ropas que mojarse, ni reminiscencias de influjo social en su actitud. Uno de los puntos fuertes de su peculiar metamorfosis era lo que con ella había ganado en libertad al haber dejado atrás la vida en sociedad, con las normas y leyes que ello comportaba. En su nueva especie primaba la individualidad a la colectividad. Además, se había librado de la jornada laboral de cuarenta horas por un sueldo irrisorio, por no hablar de lo deshipotecado que se había quedado. En el otro lado de la balanza estaba el hecho de que, según suponía, su esperanza de vida sería más reducida. Recordó las palabras del ingenioso hidalgo Don Quijote, a través del cual Cervantes escribió “por la libertad se puede y se debe aventurar la vida”. Quizá el precio, una parte de su esperanza de vida, no era demasiado elevado.

 

La situación comenzaba a degenerar con la presencia de cada vez más humanos en la zona, debido principalmente a la carretera que llevaba hasta el Turó de l´Home. Por otro lado, David había quedado con Alba que para las 15h, cuando ella salía de la oficina, habría comprado el pan y arroz tres delicias. Sin embargo, no quería dejarse en el tintero la única montaña del cordal que aún no había visitado: el cercano Turó Gros. Apresurado por la hora que marcaba el reloj –las 13:10– y ante los oscuros nubarrones, finalmente se decidió a hacer una ascensión relámpago, pasando por el camino junto a diferentes hitos de piedras y participando activamente en la construcción de uno. A Fran le hubiese gustado ser humano y ayudarlo a hacer más alta una de esas torres de piedras en precario equilibrio, como las que aparecen en los pastos de Pedro y Heidi. En el fondo su naturaleza, su forma de pensar, eran humanas. Estaba muy bien el poder volar libremente, el vivir en la montaña, e incluso la perspectiva de que en un futuro próximo las hembras petirrojo le viniesen a visitar, pero quizá era un cambio demasiado excesivo. Como se solía decir, que hubiera un pajarillo en el bosque llamado Fran con un pasado humano era una situación kafkiana. No sabía si había manera alguna de volver a su estado inicial; lo cierto era que si regresaba al hogar en su forma humana nadie creería su historia; tampoco le importaba lo más mínimo. Si no volvía a sus orígenes sus familiares se preocuparían y se iniciaría una extensa búsqueda en los alrededores.

 

Comenzaron el descenso a las 13:30; mala hora para estar en Granollers a las 15h con una barra de pan bajo el brazo. David se propuso emprender la bajada corriendo. Como no estaba habituado a ello, no logró mantenerse mucho tiempo a buen ritmo. En las cercanías de un profundo pozo de hielo construido en el bosque percibió un olor a putrefacción. Se acercó con intenciones tintinescas, como si quisiera dilucidar si en el lugar se había cometido algún crimen, y continuó con el buen ritmo. Por suerte no era lector de Agatha Christie y no precisó de más comprobaciones. Su novia Alba, en cambio, había leído la totalidad de su obra –unas noventa– , y amenazaba con dos obras inéditas que acababan de descubrir en la casa de veraneo de la escritora. Estaba leyendo su autobiografía, un tocho de mucho cuidado donde decía que lo bueno de tener un marido arqueólogo era que, con el paso de los años, la encontraría más interesante y bella.

 

Fran disfrutaba bajando a gran velocidad batiendo enérgicamente las alas, hasta el punto que sacó una gran ventaja a David. Gozaba como los amantes de la velocidad lo hacen en una sinuosa pista de esquí o al volante de un potente coche. Llegó hasta la Font de Passavets exhausto y, fruto del cansancio acumulado, viendo que el joven no llegaba cayó dormido. El chico seguía bajando hacia la fuente, donde había comenzado la excursión, pero lo hacía por unos atajos evidentes sobre el mar de hojas, una excelente forma de evitar las enormes lazadas del itinerario señalizado y ganar así tiempo. Fue entonces cuando se percató de que el pajarillo no le seguía, ignorando que el animalillo ya había llegado hasta abajo. Poco después, a las dos del mediodía, aparecía en la fuente. Había descendido en media hora. Un chico dormía apoyado en la pared de piedras de la fuente. No sabía por qué, pero sintió que lo conocía de algo. A las 15h llegó a Granollers con la compra hecha, cuando Alba salía del trabajo. Atrás quedaba la naturaleza, un pajarillo desaparecido y un joven haciendo la siesta sobre un mar de hojas junto a una fuente. Así comenzó la presente historia.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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