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Saturday 11 de June de 2011, 15:35:40
17-04-11: Nájera – Belorado (43,2km)
Tipo de Entrada: RELATO | 1397 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Son las ocho menos cuarto cuando abandono el albergue. He estado hablando con la hospitalera de Barcelona acerca del Camino de Santiago y, a cada pega que he puesto, me ha debatido con un suspuesto positivo que la refutaba, por lo que me he marchado derrotado intelectualmente hablando. Mis pasos se han dirigido hacia una típica pista forestal, que por esta zona cuenta con bastante tierra a ambos lados. Los vehículos de unos madrugadores cazadores reposan junto a un establo en cuya pared alguien ha escrito “Cultura y respeto por nuestra tierra” y “Nájera, esto es España”. El cantar de los pájaros contrasta con el cadáver de una menuda oveja cuyas entrañas han sido devoradas por los carroñeros. En ese sentido, unas sospechosas aves de gran envergadura planean en el cielo cual acróbatas del aire, derrochando libertad a los ojos del insulso admirador. Varias agrupaciones de árboles, reducto de los bosques que cubrían gran parte de España en el pasado, se levantan a ambos lados del Camino, cercanos pero inalcanzables. De pronto me encuentro con una carretera asfaltada; hay que seguirla para adentrarse en Azofra. A su entrada, un pajarillo posado sobre una rama me remite con su canto al origen de Todo.

 

En Azofra los diferentes bares parecen haber pactado precios: desayuno por dos euros, un bocadillo a dos y medio; el zumo natural, por su parte, se cotiza a uno con cincuenta. Alguna de estas cafeterías tiene un nombre tan adecuado como El descanso del peregrino. Nunca una palabra dijo tanto: “Azofra significa obligación de los vasallos de trabajar las tierras del amo por una corta cantidad de capital” reza un cartel. En cuanto a monumentos, nos remite a la iglesia, las construcciones de adobe, el rollo y la Fuente de los Romeros. También refleja que “la villa acoge amablemente al viajero con la naturalidad que da lo habitual de su presencia”. Por último, una frase lapidaria: “El patrimonio expresa la estima que la sociedad tiene sobre el pasado, su mantenimiento es una garantía de futuro”. Además de al completo cartel, también le tomo una foto a un tractor que hay estacionado entre varios coches como si de un vehículo más se tratara. Igual sí lo es, pero por las latitudes de Badalona no suelen verse y de ahí que me llame la atención en grado sumo.

 

Una vez dejada atrás Azofra, el camino continúa alejado de la carretera, cosa que se agradece y que le hace ganar en belleza. Los campos están dedicados al cultivo del cereal y en esta época del año se muestran de un verde intenso. En una cuesta arriba converso con Pablo y Pedro, los ciclistas de Toledo. Resulta extraño que yendo ellos en bicicleta y yo a pie, sean las personas con las que más voy a coincidir en esta Semana Santa. Como cada día voy a recorrer bastantes kilómetros, los peregrinos a pie con los que voy a ir coincidiendo van a ir variando de un día para otro, pues lo normal es no llegar a la treintena de kilómetros diarios. Hablamos sobre las vías verdes. También sobre Port Aventura: Pablo me avasalla a preguntas porque está interesado en ir algún día. Cuando especulamos en torno a nuestra velocidad de crucero, le comento que la mía es de exactamente seis kilómetros por hora. Él, aparentemente asombrado, me dice que sí, que el velocímetro del cuentakilómetros le marca eso. ¡Qué ya son muchos kilómetros caminados!

 

En Cirueña el peregrino se topa con, entre otros, un club de golf y una piscina que te echa más para atrás que la macromochila que portan algunos coreanos. Es decir, que toca seguir adelante con la esperanza de salir de aquí cuanto antes. No sé si por la citada prisa, pero el caso es que me adelantan dos bicigrinos que circulan con una celeridad cercana a la del sonido. ¡A esa velocidad no se puede pensar! Pronto el contacto entre el azul del cielo y el verde de los campos vuelve a ser la nota dominante. Tienden a fusionarse a lo lejos, y cuando el caminante cree haber llegado a tal punto de unión entre la tierra y el cielo, ¡menitra!, se ha desplazado de nuevo y sigue siendo inalcanzable. Más bonito es aún cuando, como ahora, llegas a un terreno ondulado sobre el que ves que la pista sube y baja acotada por los cereales. En una charca las ranas croan. ¿De qué me avisan? Pues de que me encuentro a las puertas del lugar donde la gallina cantó después de asada. Santo Domingo de la Calzada me recibe engalanado.

 

Al atento lector se le puede informar de que Domingo García (1019-1109) dedicó su vida a construir puentes y a acondicionar la calzada, de ahí que lo santificaran y desde 1930 sea el Patrono del Cuerpo de Ingerios de Caminos, Canales y Puertos. Pero lo que más incide en mi mente es la presencia de un autolavado en las afueras de la ciudad: nunca un euro dio para tanto. Aún inmerso en las fantasías que me sitúan bajo la manguera y dibujando una sonrisa postiza de anuncio de televisión, me adentro en el casco antiguo de la localidad. Junto a la torre de la catedral, que con sus setenta metros es la más alta de La Rioja, me encuentro a Pablo y a Pedro descansando a la sombra. No saben si quedarse aquí a dormir o si continuar. Les comento que yo iré hasta Belorado, que es el final de la etapa teórica que comienza aquí. El albergue está a punto de abrir; es mediodía. Saliendo del casco antiguo me encuentro a mucha gente congregada junto al Convento de San Francisco. Resulta que a las doce y media comienza la Procesión del Domingo de Ramos, que tras hablar con varios vecinos diría que aquí la llaman La Borriquita. Tras una breve espera a la sombra, la procesión comienza y me uno a ella con mi atuendo de peregrino, es decir, con la mochila a la espalda. Me rodean familias cuyos pequeñuelos portan ramas de las que cuelgan piruletas, paraguas de chocolate y gominolas. ¡Quién Fuera niño! 

 

Una vez acabada la procesión abandono la catedral, que de otra manera habría que pagar para entrar –no era así en 2007–, e inicio la segunda etapa del día a una hora que me va a hacer sudar la gota gorda: son las 13:15. A la salida de la ciudad el puente de Santo Domingo se antoja como una buena ayuda para superar el lecho de un río. A un lado, una ermita ve pasar el tiempo ajena a los desvaríos humanos. Al otro, varios peregrinos comen en un merendero conscientes de la barbarie del hombre. Yo los dejo atrás, a huesos y a piedras, insatisfecho por mi condición de mortal: quisiera fluir como el agua en libertad. Una mirada atrás me permite comprobar como la torre de la catedral asoma por encima de la ITV. Pasado versus presente, valores frente al dinero, dignidad contra el poder. “You don´ t have to pay to smile. It´s free” (no tienes que pagar para sonreir, es gratis) reza una inscripción a rotulador. Pues eso.

 

A las tres menos cuarto llego a Grañón, localidad en la que se encuentra un albergue bastante interesante que se halla emplazado en el interior de la iglesia. Decido enfilarme por sus empinadas escaleras con la excusa de que me sellen la credencial, pero la verdad es que lo que quiero es desentrañar su esencia. Nada más llegar al comedor sé que quien me lo recomendó no erraba: muebles antiguos, una gran mesa compartida, una chimenea, zona de lectura… la pega, que casi siempre te toca dormir sobre una esterilla en el suelo. Se mantiene gracias a los donativos, como puede deducirse del texto “deja lo que puedas, coge lo que necesites”. Como aún tengo ganas de caminar, me lo anoto en la mente para cuando pase por tercera vez por aquí, si es que algún día puede ser. El hospitalero, que es extranjero y no domina mucho el castellano, me remite al bar, que es donde sellan la credencial. En estos pueblecitos es allí donde se concentra la vida social. Repleto de ancianos, uno de ellos me espeta “llevas buen combustible”, en referencia al vino que porto en el bolsillo exterior de la mochila. “Calimocho” apunta; “vino” puntualizo.

 

Tres bancos, una mesa y una fuente. Eso es lo que el peregrino se encuentra al borde del pueblo justo antes de abandonarlo. Abajo, los campos se extienden como una postal que alegra la vista y te provee de las energías que poco a poco vas consumiendo para exasperación de músculos y pulmones. Aprovecho para refrescarme mojándome la cara. Si hasta aquí, desde Santo Domingo, a un lado quedaba la carretera y al otro los campos, ahora me alejo definitivamente de la carrereta. Aunque aún no lo he citado, antes de llegar al pueblo me he vuelto a encontrar a Pablo y a Pedro, esta vez parados: habían roto una cadena. Como no pretendo explayarme con descripciones del paisaje –invito a todo aquel interesado a contemplarlo en persona– pasaré directamente a Redecilla del Camino, simulando haber ido de oca a oca como en el juego, saltándome las casillas situadas entre ambas. Así, en el nuevo pueblo vuelvo a sellar la credencial y a remojarme en una fuente. Unos peces anaranjados y negros habitan en unos pocos metros cúbicos de agua que coartan su libertad espacial. En la báscula pública llama la atención un cartel que avisa de que hacen caja diaria. Por lo visto, los cacos están presentes hasta en los lugares más insospechados y no se concentran solo en el Metro de Barcelona.

 

Algo después de atravesar el río Relachigo, que hace cuatro años me dificultó el paso, me planto en Castildelgado, donde otro cartel indica que el agua de la fuente no es potable. Un pez blanco y varios anaranjados que surcan las aguas del abrevadero indican que habitable sí es. El peregrino experto debe estar curado en salud y a estas alturas ha de sospechar de tales potabilidades, a menudo relacionadas con el número de metros que separan el caño del bar más cercano. De todas formas, como ya tuve problemas de vómitos en la tercera estancia en el Camino y el médico que comentó que podía estar relacionado con el agua, no ingiero aguas señalizadas con tal advertencia por muy sediendo que ande –esto es literal–. En el siguente pueblo, Viloria de Rioja, nació Santo Domingo de la Calzada, por entonces aún humilde Sr García. Llama la atención que en el siglo XI alcanzara la loable edad de noventa años. Mis pensamientos me llevan a encontrar un punto en común entre los años vividos y los kilómetros recorridos, a saber: conforme pasan, las dolencias se multiplican. Se puede decir más alto pero no más claro: comienzo a sufrir molestias.

 

Al pasar por Villamayor del Río me encuentro a una gata descansando sobre un banco. En el suelo, un perro duerme a salvo de toda ansiedad e irritabilidad. El agua tampoco es potable. Continuando por la carretera me encuentro al otro lado un club. Por descontado, este no es de golf. Más adelante, pasadas las seis, uno ya solo piensa en llegar. “Por dios, queremos reposo”. A la entrada de Belorado una especie de albergue con banderas de diferentes estados y un trenecito me recuerda a los campings de Blanes, a Lloret y en general a la Costa Brava, así que continúo caminando hacia el pueblo en sí. En él se emplazan varios albergues, siendo el de Cuatro Cantones el que más me suena. Ignoro si es el que me han recomendado, pues no me han dado nombre, pero son las 18:10 y es momento de descansar tras más de diez horas de etapa. Una guía alemana lo cataloga como el mejor. Tras abonar seis euros tomo posesión de una litera y me dirijo a la ducha. Luego, con más calma, vuelvo a conversar con Pablo y Pedro, mas al poco me acuesto para descansar; estoy realmente agotado. En el exterior, un jardín que cuenta con una pequeña piscina y con un gallinero alberga a unos cuantos peregrinos que reposan al aire libre. Estos se hallan en el cesped, no en el gallinero…

 

Con mucho sueño me levanto de la cama. Deben de ser las nueve. La morriña sólo la logro vencer a sabiendas de que una cena me espera. Resulta que el dueño organiza cenas a un precio que en principio es la voluntad pero que a la práctica es cercano a lo que se paga fuera, es decir, que lo suyo es dejarle unos diez euros, cosa que hacemos tanto yo como Troy y Pilar. ¿Qué quiénes son ellos? Las dos personas con las que me han colocado en la mesa. Es lo que tiene venir solo al camino. Resultan ser dos montañeros madrileños, por lo que hablamos de ascensiones, básicamente pirenaicas. La conversación está acompañada de unos macarrones, de pollo, de ensalada y de un flamante flan con nata junto al que me fotografían. A dos meses vista –cuando estoy escribiendo esto– no recuerdo mucho más por lo que debo dejarlo aquí. Eso sí, me anoto el correo electrónico de Pablo para poder estar en contacto en un futuro con los dos toledanos. Parece mentira que hace dos días, antes de ayer, estuviera trabajando. Diríase que ha pasado toda una vida desde entonces. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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