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Sunday 12 de June de 2011, 12:13:17
18-04-11: Belorado – Burgos (51,6km)
Tipo de Entrada: RELATO | 1766 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Las siete no es mala hora para abandonar el saco de dormir, sobre todo si es para asistir a un desayuno compuesto por tostadas, galletas, magdalenas, leche, cacao y demás. Nicolás, el hospitalero, me comentó ayer si me interesaba apuntarme por tres euros y le dije que sí. En la mesa no cabe ni un alma más; para hacerse con un sitio es preciso esperar a que alguien se levante. Un cartel en el que aparece la fotografía de unas gallinas advierte de que aquí no se desaprovecha nada: “Por favor, no desperdicie la comida, las sobras nos las comeremos alegremente. Kikirikiiii”. A las siete y media, en el momento de salir al exterior, me percato de que aquí son especialistas en el pollo al horno, supongo que de ahí la cena de anoche. También leo la conocida frase de “el turista exige, el peregrino agradece”. Aunque el camino no pasa por la plaza Mayor, me desvío para verla: incluye una glorieta, una iglesia, unos arcos y bastantes árboles. A estas horas todavía está desierta.

 

El camino, como de costumbre, es una pista forestal que se abre paso entre verdes campos de cereal. La novedad ahora es que hay grandes extensiones que albergan unas flores de un amarillo muy chillón y tallo alto junto a las cuales me retratan los dos madrileños con los que anoche cené y que me acaban de alcanzar. Una vez los dejo atrás mi cabeza comienza a pensar de nuevo a pesar de lo pronto que es aún. En esta ocasión le toca el turno al sistema establecido, que según pienso en este momento, se basa en querer algo mejor, más rápido, más potente, más inútil, por lo que se sostiene a costa de una insatisfacción permanente de la gente. Así llego a Tosantos, pequeño pueblo en el que unos escuálidos perros campan a sus anchas. Al otro lado, una ermita se muestra encastada en la roca.

 

En Villambistia unos peces blancos y naranjas viven apaciblemente en la fuente sin ningún sobresalto. Luego viene –o más bien voy yo– Espinosa del Camino. En él, un señor mayor trabaja la tierra con una azada. Le consulto por los campos verdes que me acompañan desde hace decenas de kilómetros y me contesta que son de trigo. Las flores amarillas dice que son colza. Según explica, se utilizan para hacer pienso para los animales –esto último es del todo redundante–. El hombre está “aquí pasando el tiempo” con sus ajos y sus cebollas. Alegre por haber mantenido una conversación con un habitante del lugar, abandono la diminuta localidad para adentrarme de nuevo en los campos, esta vez con una menor ignorancia agrícola aunque todavía de gran envergadura.

 

A las diez menos cinco alcanzo la población de Villafranca Montes de Oca. Una señal viaria llama mi atención: “2,5km precaución, tramo de concentración de accidentes”. Si en Cataluña tuvieran dignidad de ponerlas, veríamos repletas de estas señales vías tales como la N-II o la N-340, donde cada mes se mata la gente tras evitar pagar el peaje de las vías paralelas mejor acondicionadas y de menor peligrosidad. El tráfico rodado aquí presenta un alto porcentaje de camiones y el indefenso peregrino, cercano a tan enormes monstruos, no puede pensar sino en salir de tal atolladero, aunque para ello haya que remontar los mismísimos Montes de Oca. Un hilo musical parece batallar contra la contaminación acústica. ¿De dónde proviene? Pues del Bibliobús. Sí, con su musicalidad atrae a algunas personas mayores que portan un libro en la mano. Se dirigen a los caballeros y al Cid Campeador representados en la biblioteca con ruedas. Me asomo por curiosidad pero no oso meterme, soy demasiado vergonzoso. De todas formas, hace no mucho estuve en el del Montnegre y no creo que diste mucho.

 

Al pie de la primera cuesta meto la cabeza bajo el chorro de una fuente. De esa índole acometo los primeros y fuertes desniveles que a más de un ciclista –y de dos– debe de hacerle bajar de la bicicleta. Algunas distancias que leo en un cartel son: San Juan de Ortega 12km, Agés 15,6km, Atapuerca 18,95km. Si me dijeran que voy a tirar hasta Burgos no me lo creería. Las señales blancas y rojas, como siempre, indican que me hallo recorriendo un sendero de gran recorrido, en este caso el GR-82, que por aquí parece llamarse Sendero de la Demanda (Prado Luengo – Ibeas de Juarro). A lo lejos se ven varias montañas que dominan el horizonte, como San Lorenzo (2262m) y San Millán (2132m). En cuanto a fauna, por aquí se encuentran jabalíes, corzos, lobos, gatos monteses, tejones, garduñas, zorros, ginetas y nutrias, y si de árboles hemos de hablar, entonces habría que mencionar a las hayas, los arces, los enebros, los tilos, los fresnos o los avellanos. Todo esto, claro está, lo leo de un panel informativo, pues de animalillos no veo ninguno y, en cuanto a árboles, nunca he tenido un don especial para diferenciarlos.

 

En el área de descanso Fuente Mojapán una señal sitúa a Burgos a 34,8km. Si bien sería raro que me planteara alcanzar la capital hoy, más extraño me parece algo que es de las pocas cosas que me faltaban por ver en el Camino: el “decálogo de consumo del peregrino”. Examino un ejemplar del folleto y lo vuelvo a dejar junto a sus compañeros. Como toda elucubración al respecto sería insustancial, opto por unos pensamientos paralelos que quizá conduzcan a la existencia del folleto: “Si cada vez hay más gente que lo prueba, y el que lo prueba no lo deja (el Camino se empieza pero no se acaba), cada vez habrá un mayor número de peregrinos” escribo en mi hoja de anotaciones. A esto que pasan tres bicicletas, una de ellas con un remolque para un perro. Sí, tras cinco veces en el Camino, es la primera vez que me encuentro con un can peregrinando. Y lo curioso es que no acompaña a un caminante, sino a dos padres y un hijo bicigrinos. Al ver al perro correr alegremente juntos a las bicicletas, le comento al dueño que está llevando el remolque para nada pero me dice que no, que luego se cansa y se mete en su caseta-vivienda. El cartel de la fauna no mencionaba nada de perros peregrinos…

 

En el Monte de la Pedraja unas trescientas personas fueron afusiladas durante los primeros meses de la Guerra Civil. Hoy, un monumento realizado por sus familiares los recuerda. En él me anoto algunos versos de Miguel Hernández:

 

                                           Temprano levantó la muerte el velo,

                                           temprano madrugó la madrugada,

                                           temprano estás rodando por el suelo.

 

                                           Quiero escarbar la tierra con los dientes,

                                           quiero apartar la tierra parte a parte,

                                           a dentelladas secas y calientes.

 

También me apunto unas frases de Virgilio Soria: “Duélenme aquellos que el silencio esconde. No fue inútil su muerte, fue inútil su fusilamiento”.

 

Entre las doce y cinco y las doce y cuarto me siento a la sombra de los pinos –a estos sí llego a identificarlos– a comerme un pedazo de pan con atún y a beber agua. Con los calcetines quitados los pies cogen algo de fresco, de tal manera que parece que al salir del pequeño oasis soy otro. Una vez reincorporado, cuatro ciclistas que visten maillot me adelantan a gran velocidad. Si se les cruza una idea, sin duda la arrollarán sin tener tiempo a sopesarla…

 

La llegada a San Juan de Ortega no es tan apurada como la de hace cuatro años, cuando venía desde Santo Domingo de la Calzada y mis piernas acumulaban unos cincuenta kilómetros de marcha. Lo que ignoro es que hoy me pasará lo mismo pero en Burgos. Como hace mucha calor, aunque veo a Pedro en un banco sentado al sol, simplemente lo saludo con un gesto en la distancia y me introduzco en el monasterio, el lugar más fresco a muchos kilómetros a la redonda –excluyendo el frigorífico del bar–. La tempertura es buenísima y eso me reconforta y me devuelve parte de las energías robadas por el todopoderoso astro rey. En el interior del templo está el sepulcro de San Juan, discípulo de Santo Domingo. En los años sesenta del pasado siglo fue abierto y se estudiaron sus restos junto a una tela románica, el cáliz y la patena que le pertenecieron. Me llama la atención un triple capitel con varias escenas de la Navidad que no dudo en fotografiar. También hay una talla de Santo Domingo: “Representa a un hombre maduro, con larga barba gris de ermitaño, hábito negro de monje, cayado y pies descalzos, simbolizando su pobreza y dedicación al camino y a los peregrinos” reza un texto explicativo. Respecto a San Juan, comentar que también tuvo una vida longeva: 83 años en el siglo XII. Menudo contraste con la esperanza de vida de algunos países de África, que en pleno siglo XXI no llega a los cuarenta años de edad.

 

Una vez en el exterior Pedro me cuenta que ha visto llegar en coche a una pareja de turistas y que le han hecho recordar la frase de la entrada del albergue Cuatro Cantones, aquella de que el turista exige y el peregrino, en cambio, agradece. Se ve que la mujer se ha indignado con los hospitaleros voluntarios porque en internet había visto que hoy estaba abierto el claustro pero no es así. Me cuenta que les ha estado dando la tabarra un buen rato y que finalmente, tras mucho insistir su marido, se han ido. Según me dice Pedro, ambos hospitaleros acaban de llegar hoy, por lo que habrán tenido un estreno nada idílico y quizá algo alejado de lo que preveían. Me cuenta que Pablo está haciendo la etapa a pie para evitar las cuestas con la bici, y se ve que lo está pasando mal. El peregrino a pie que hoy ha venido hasta aquí con la bici de Pablo se marcha en su búsqueda y su compañero, que tiene que continuar hacia el siguiente pueblo, le dice que conmigo no va. Le escucho decir acerca de mí: “Ese tira mucho”. Y así me voy, con mi ritmo ligero, en busca de nuevos lugares.

 

El primer rincón de mundo que me llama la atención en un árbol de grueso tronco que provee de una sombra espectacular a quien se sienta a sus pies. Y claro, tampoco es cuestión de dejar escapar una de las pocas oportunidades que al caluroso caminante se le presentan. Total, que entre las dos y diez y las dos y veiticinco me tiro al césped, me saco las bambas, me retiro los calcetines y a vivir, que son dos días. El sombrero me lo coloco sobre la cara cual mexicano de estampa y sólo el sonido de un tractor lejano rompe el pulcro silencio. Al cabo de un rato, un peregrino que pasa por la senda me espeta: “Eso alimenta más que el bocadillo que te vayas a comer”. Me siento sobrado de tiempo porque presiento que dormiré en Agés o en Atapuerca. Si supiera dónde acabaré hoy, para nada estaría aquí “perdiendo” el tiempo. Pero bueno, que me quiten lo bailado…

 

Al llegar a primero, Agés, lo que me llama la atención es la saturación de albergues y de bares. Como me recuerda a una zona turística y aún me veo con fuerzas, tiro hacia Atapuerca, municipio en el que se ha hallado el resto humano más antiguo de Europa. A este se accede caminando por la carretera, pero la circulación es inexistente. Asegurar el coche aquí debería ser más barato que en las grandes capitales dada la baja probabilidad de sufrir un accidente. En Atapuerca subo hasta la iglesia, situada en lo más alto del pueblo. Sé que desde allí hay buenas vistas porque lo recuerdo de la pasada vez. El que era único refugio del pueblo ahora compite con uno de nueva planta que, según parece, es donde pernocta la mayoría de personas. Me dirijo a él con la intención de llevarme por primera vez un sello de Atapuerca pero resulta que la hospitalera está fuera. Diría que se trata de un albergue público y que ella debe de ser una vecina del pueblo. La gran decisión es si quedarme a pernoctar aquí o continuar hasta Burgos, distante un buen puñado de kilómetros. Me incomoda tomar la decisión, no sé qué hacer. Primero parece que me voy a quedar. Luego que no. Conforme me marcho me detengo y miro para atrás. Sé que lo voy a pasar mal pero tiro para adelante. Debo de ser masoca.

 

Si bien ahora estoy bien de fuerzas, sé que rebasar la barrera de los cincuenta kilómetros me va a comportar un gran suplicio en los últimos albores del día. Diríase que el sufrimiento, cuando es futuro, se siente menos. Lo cierto es que tomo la determinación e inicio, bajo un sol de infarto y un calor agobiante, el ascenso a una montaña en la que se encuentran emplazados unos terrenos militares. Eso sí, nada de novatadas: me he provisto bien de agua en el pueblo. Forzando un poco en la cuesta para ganar algo de tiempo logro coronar el accidente geográfico sin que se me haya hecho muy pesado psicológicamente hablando. De ahora en adelante tendré que evitar toda demora posible. En el prado, junto a un banco de piedra blanco, un monumento metálico con unas letras inscritas le recuerda al caminante que “desde que el peregrino dominó en Burguete los montes de Navarra y vio los campos dilatados de España, no ha gozado de vista más hermosa que esta”. Lo que da gozo es ver a Burgos en la lejanía, pero aparentemente asequible. Lo malo es que el Camino no va directo, sino que te empiezan a mandar hacia sentidos opuestos y te obliga a dar un rodeo considerable, o al menos lo parece, lo que psicológicamente es terrible con tantos kilómetros y horas en el cuerpo.

 

El primero de estos pueblos por los que se pasa es Cardeñuela  Riopico. Son las cinco menos veinte. El siguiente tiene un nombre parecido: Orbaneja Riopico. En este ya son las cinco y diez y el paisaje no acompaña. Además, se trata de caminar por la carretera, sobre el asfalto, cosa nada buena para la planta de los pies y las rodillas. Intento mantener un equilibrio entre el sufrimiento físico y el psíquico. ¿Cómo se hace? Mesurando muy bien el ritmo. Forzándolo aumenta el físico pero llegaré antes, por lo que el psicológico disminuirá. Caminando más lento, en cambio, en principio el dolor de los pies es menor, pero la agonía se eterniza y se hace insufrible para la mente. Total, que sufriendo sí o sí, llego a una bifurcación con señales amarillas hacia ambos lados. Recuerdo que hace cuatro años tomé a mano izquierda y que entré a Burgos a través de un parque situado junto al río. Esta vez, en cambio, dos chavales en bicicleta me recomiendan que siga recto, así que prosigo caminando por la carretera dando un rodeo al aeropuerto. Menudo panorama. A las seis menos cuarto alcanzo la población de Villafría. Un cartel para peregrinos te indica “autobús, bar, iglesia, fuente”. Me lo apuntaré en mi lista de cosas inverosímiles del Camino. Si bien es cierto que la mayoría de gente te recomienda que aquí tomes el autobús, mis principios me hacen continuar –arrastrarme– a pie por la inacabable avenida del polígono industrial. Diría que las plantas de los pies me arden.

 

El calor es horrible. En la ancha calle no hay ni una mísera sombra, el sol cae a plomo. El remolque de un tráiler estacionado me sirve de cobijo frente a la radiación solar, pero no quiero detenerme mucho, pues sé que al reincorporarme puedo encontrarme cojeando o con el triple de dolor. Cuando alcanzo la periferia de la ciudad ya es otra cosa. Altos edificios me proveen de una gran sombra y una panadería, de “bizcochocos” de Dulcesol. Este euro está casi tan bien invertido como el hipotético euro del autolavado de Santo Domingo de la Calzada. Siguiendo las señales –al cruzar una calle me tienen que ayudar, se sigue enfrente a la derecha– llego al albergue municipal, que en Semana Santa de 2007 no existía. Por entonces recuerdo que dormí en unos barracones que había instalados en el río, en un gran parque saliendo de la ciudad. La hospitalera Julia me informa de que para ser hospitalero debe hacerse un curso de fin de semana y me da el teléfono de contacto de la persona que se encarga de ello. Le compro una credencial por dos euros y le pago también los cuatro euros de la pernoctación. Su compañera me acompaña a dejar las botas y la ayudo a retirar unas que han caído por un hueco e impiden que el armatoste que las almacena se cierre en su totalidad. Soy el número 127, he tardado unas doce horas en llegar. Menos mal que el albergue cuenta con seis plantas y dispone de 155 plazas…

 

Una vez acomodado y duchado salgo en busca de cena. Eso sí, sin ganas de caminar. Junto a la catedral hay una cervecería llamada Arcobello en la que tienen publicitado de oferta el bocadillo de jamón a dos euros, por lo que no es cuestión de gastar más energías en balde. Comienzo a comerme el bocata sentado en un banco junto al templo gótico pero de pronto comienza a chispear. Para sorpresa mía, aún me quedan energías para correr y rápidamente me planto en el cercano albergue. En él, en el amplio comedor, me compro una Kas Limón en la máquina de refrescos y acabo de comerme el bocadillo tranquilamente. Si bien lo mío es la Coca Cola, no es plan de tener dificultades para concicliar el sueño tras más de cincuenta kilómetros de marcha. Así, sin muchas ganas de nada, me paso por recepción para despedirme de Julia. “Buenas noches, cielo” me dice. Y acto seguido me dirijo a la cama 618 para quedarme dormido “ipso facto”. Y vamos que si lo hago…

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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