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Monday 13 de June de 2011, 13:21:38
21-04-11: Carrión de los Condes – Sahagún (40,5km)
Tipo de Entrada: RELATO | 1640 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Una de las ventajas de acostarse temprano es que luego puedes madrugar sin tener que estar bostezando toda la mañana. En ese sentido, son las seis y cuarenta y cinco cuando abandono el albergue. Me acerco a la entrada de la iglesia y, efectivamente, Denis duerme bajo la arcada en el interior de un grueso saco de dormir. A la salida de la ciudad me alejo de ella por una pista forestal atestada de caracoles que la cruzan de izquierda a derecha la mayoría de ellos. Si no hubiera ningún motivo, el cincuenta por ciento deberían dirigirse hacia la izquierda y la otra mitad hacia la derecha. La relación de nueve a uno a favor de la derecha algo debe de indicar, a no ser que la muestra no sea representativa de la población de caracoles que habitan la zona. En todo momento camino mirando al suelo, pues evito un caminar despistado que causaría la muerte a muchos de estos moluscos que están en su hábitat siendo yo el forastero que los incomoda. Mé pregunto qué pensarán cuando ven a un gigante como nosotros acercarse hacia ellos como una alud humana que se los puede llevar por delante con su casa incluida. Cuando me anoto que he de comentar que mi tía tuvo un caracol en casa sigo sin dejar de mirar al suelo. Se lo encontró una mañana y lo alimentó en la ventana, donde pasó su vida entre las macetas. Un día lo mató sin querer y se entristeció mucho, cosa que también le sucedió a Alba pero de pequeña y con una hormiga.

 

A las ocho menos diez llego a la “Via Aquitania: Burdeos – Astorga”. El camino sigue ahora doce kilómetros por su trazado original. Como casi siempre, se trata de una larga recta en la que si no entretienes a la mente puede hacerse demasiado pesado. Sigo meditando acerca de los caracoles; quizá tienen inquietud por saber qué hay al otro lado. Si lo hacen por eso, menudo chasco se van a llevar: hay más de lo mismo. Escribo que mientras lleve encima el dinero, las fotos y el relato, todo lo demás es reemplazable gracias a lo primero. Lo segundo y lo tercero son únicos, por lo que los coloco al mismo nivel de importancia y nunca me separo de ninguna de las tres cosas. Todos ellos pueblan diferentes bolsillos de manera que me podría olvidar sin problema de la mochila o me puedo ir a duchar tranquilamente. Otra anotación que hago es que parece que todo viene hacia mí, pero en realidad está todo quieto y somos nosotros los que vamos. Aún así, me pregunto que cuándo llegará el pueblo, el mismo de camino al cual casi me cuezo hace cuatro años: Calzadilla de la Cueza. En aquella ocasión pernocté en él y recuerdo que fui a cenar a un restaurante con los dos riojanos y con la chica del ejército.

 

Quien se dirija a Calzadilla debe de saber algo que le puede sofocar un poco la desesperación: el pueblo aparece de repente tras una cuesta. Así, puedes creer que aún no se ve nada, que quizá falten muchos kilómetros, pero en cinco minutos ya te has librado del peso de la mochila. El indicio clave lo recuerdo bien: se trata del cementerio del pueblo, que sí es visible y está junto antes de llegar, concretamente a mano derecha en pleno campo. De él llama la atención una torre que le da un aspecto de iglesia, no de camposanto. Pero vamos a hacerlo más literario y dejemos paso a mis anotaciones: “Si te abandonas a tus pensamientos los kilómetros pasan en un plis plas y cuando te enteras ya no te reconoces, algo ha cambiado en ti; el siguiente pueblo está ahí y dilapida tu conversación interior”. Son las diez menos cinco y sí, ahí está la corta bajada con el pueblo a sus pies.

 

En primer lugar me detengo junto a una fuente, me retiro los calcetines y me mojo los pies. Si no los mimas a menudo pueden traicionarte y comenzarte a aparecer ampollas. Al atravesar el pueblo me encuentro con la furgoneta del panadero. Me hace gracia comprarle el pan así que me espero a que acabe de atender a una vecina y entonces le pregunto por el producto que vende. Me recomienda una barra de pan que dura más y que es mejor para hacer bocadillos –semejante a la de las ciudades– pero yo opto por la extraña, más gruesa y gorda, que es precisamente la que se ha llevado la señora. Me imagino que me cobrará lo que quiera pero no, sólo noventa céntimos de euro. Rápidamente me dirijo a una acera con sombra, me siento en el bordillo y me como media barra con atún y acto seguido tres “petit croissants”. El pan también alimenta a unos gorriones que vienen a por su parte del pastel. Comienzo tirándoles migas a una distancia razonable, pero poco a poco la acorto para averiguar hasta qué punto se me acercan, y realmente son muy osados –o confiados– por aquí estos pajarillos.

 

A las doce menos cuarto alcanzo la población de Lédigos, que cuenta con una pista de frontón. Además, como todo pueblo por pequeño que sea, una iglesia se eleva para rasgar al cielo con su campanario. Cuando veo un cartel de “se vende”, pienso que debería indicar “se intenta vender”, pues con la hecatombe del sector inmobiliario en este primer trimestre del año el número de transacciones inmobiliarias ha sido el más bajo desde que el Instituto Nacional de Estadística registra los datos, cosa que espero que se mantenga hasta que su precio sea adecuado y los jóvenes tengamos acceso a una vivienda digna tal como menciona un papel mojado que dice llamarse Constitución. Al siguiente pueblo, Terradillo de los Templarios, llego a las doce y media. En él se halla emplazado el conocido albergue Jacques de Molay, regentado desde sus inicios por Marisa Pérez. En el interior le pido un “Mikolápiz”, un helado con forma de lápiz que no pruebo desde hace al menos una década. En la mesa está la irlandesa que ayer esperaba a ducharse junto a mí. Resulta que ha venido en autobús porque no se encontraba bien, y me dice que el helado no es un “pencil”, que en un “ice cream”. Le repito “pencil” y le enseño la forma del helado hasta que finalmente lo capta y se percata de que no es una confusión de términos mía. También hay una francesa –quizá sea ella la del bus– y un “canario de León”. Tal condición consiste en haber nacido en las Islas Canarias, residir en León y seguir sintiéndose canario.

 

Veinte minutos después reinicio la marcha. Entonces, cuando menos me lo espero, aparece el acontecimiento del día: en un pequeño pueblo llamado Moratinos, Celestino, un bilbaíno que tiene una segunda residencia aquí, me invita a entrar en su bodega-cueva. Resulta que me ha visto tomándo una foto al conjunto de bodegas cueva –alguna con antena de televisión sobre el césped del techo– y le he preguntado y me ha dicho que fuera, que podía entrar a verla. Me explica que la utilizan para comidas familiares pero que nadie ha entrado desde hace meses. Me muestra descontento como se ha pasado el chorizo y otros alimentos del interior a causa de la humedad. Le pregunto por la electricidad y me contesta que hay otras que sí, pero la suya no dispone de corriente eléctrica. Me lleva hasta el albergue de la ciudad, que ha sido abierto el pasado viernes por un italiano al que le gustó tanto el Camino que lo ha dejado todo para establecerse aquí. Me lo cuenta Bruno de su propia boca. Es el emprendedor que le ha dado albergue por primera vez al pueblo, algo que a los pocos vecinos intuyo que los llena de orgullo. Dos de ellos son Justidiano y Oliva, que viven en la calle Hontanón número 1. Me explican que el trigo es más oscuro que la cebada; que las flores amarillas son beza y que sirven para forraje destinado al ganado; que la cebada se cultiva de noviembre a julio y sirve para hacer biodiésel y para el pienso; que la casa les costó cuatro mil pesetas cuando se casaron; que la pensión que le ha quedado tras toda una vida de pastor –era autónomo– es irrisoria; que la Unión Europea aporta muy poco dinero y los cultivos no son económicamente rentables; que en el pueblo todos tienen tierras y que un joven debería gastarse más de sesenta mil euros para dedicarse a su cultivo aún teniéndolas en posesión; y por último, que la próxima vez que pase por aquí “igual no estamos” me dicen. Quizá quien no esté sea yo, aunque entonces no estaría pasando por aquí. Menudo cacao mental.

 

A las tres de la tarde atravieso San Nicolás del Real Camino. Desde aquí, paralelo a la carretera, me dirijo a Sahagún. Entonces adelanto a una pareja que en un carricoche triciclo llevan a dos hijas de corta edad. Cada día veo cosas más raras. Son las peregrinas más jóvenes con las que nunca he coincidido. El Jacobeo de 2021, tras once años de sequía y con once años más de degradación social, va a ser apoteósico en cuanto a extrañeces se refiere y concurrencia en el Camino. Al llegar a la ciudad me alojo en el albergue del Cluny. Una vez duchado me quedo en la cama reposando y a las siete y cuarto bajo a pagar los cuatro euros a las hospitaleras. Si bien hoy ha aguantado, ahora se produce una gran tormenta y el albergue se queda momentáneamente sin luz. Tras unos minutos las bombillas vuelven a funcionar y la calma me permite acercarme a la gran puerta y comprobar que llueve bastante. Cuando afloja un poco me escapo al cercano supermercado, donde me compro una hamburguesa en una máquina que vende comida caliente. También me hago con una lata de Pepsi y con una bolsa de patatas fritas, esto último para la francesa que suele abordarme con palabras. Según me dice, se le han antojado. En la mesa donde ceno también se encuentran la pareja del triciclo y el californiano del ukelele, que desde la cama continúo escuchando con su característica juerga hasta que en un momento dado, cerca de las nueve y cuarto, no se sabe por qué, dejo de escucharlo. ¿Acaso durmiendo se nos taponan los oídos? 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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