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Sunday 28 de August de 2011, 17:43:18
22-08-11 : Vías ferratas de Andorra I: Sant Vicenç d´Enclar (Santa Coloma)
Tipo de Entrada: RELATO | 1964 visitas

Realización de la vía ferrata Sant Vicenç d´Enclar, cuyo nombre proviene de la ermita románica en la que finaliza. Se trata de un itinerario catalogado con una dificultad media, cercano a la ruidosa civilización y, por tanto, de fácil acceso con el coche e incluso a pie desde la capital. Sus características –una gran variedad de pasos y un buen equipamiento– invitan a acercarse hasta ella y dejarse llevar por sus paredes, flanqueos, resaltes, pequeños desplomes y tramos aéreos hasta alcanzar la edificación medieval, asentada sobre una atalaya desde la que se contempla gran parte del valle, incluidas Santa Coloma, Andorra la Vella y Escaldes-Engordany. De regreso, si uno está acalorado, es posible remojarse en un pequeño abrevadero de madera o, directamente, en el riachuelo. Eso sí, poco después, habrá que tener cuidado con los posibles desprendimientos de piedras: la montaña está que se cae a trozos.

 

 

Bien temprano, hacia las cinco y media de la mñana, parto de Badalona y me dirijo a Granollers, donde recojo a Alba. Nuestra intención es pasar unos días de camping en el “País de los Pirineos”, lo que espero que me permita realizar todas las vías ferratas que pueda. Tras unos doscientos kilómetros atravesamos la frontera. Luego viene Sant Julià de Lòria y pasado esta, la carretera pronto se bifurca, pudiendo escoger entre dirección Francia o Andorra la Vella. Siguiendo esta última, en muy poco tiempo, se llega a la población de Santa Coloma. En ella hay una rotonda con una señal viaria que indica “Via ferrada Sant Vicenç d´Enclar”. Sin pensármelo y sin saber qué ferrata es, abandono la carretera general y estaciono donde puedo, cosa bastante difícil de lograr en este pequeño núcleo. Según me dicen, el pasado viernes inauguraron algo y pintaron la zona verde, que es de pago, pero como aún no han colocado las máquinas de cobro me va a salir gratis dejarlo estacionado en el único sitio que encuentro. Por descontado, en el aparcamiento óptimo, al inicio de la aproximación, no hay ninguna plaza libre. Además de ser pequeño, no sería la primera vez que un desprendimiento de rocas revienta a los vehículos estacionados –ya pasó, por ejemplo, en 2008–. Por otro lado, según leo a posteriori, en él se han producido algunos robos en el interior de vehículos, por lo que es recomendable no dejar ningún objeto de valor a la vista.

 

Junto a este aparcamiento, situado al final de la Calle “dels Barrers”, está el plafón informativo de la vía ferrata, al otro lado de una barrera blanca y roja. Lo primero que llama la atención es la gran cantidad de rocas de tamaño mediano que forman el pedregal. Por lo visto, la montaña está que se cae a trozos, y de hecho, al regreso multitud de tramos del sendero de vuelta están cortados por riesgo de desprendimientos y se han habilidado sendas alternativas que, como el original, serpetean por la pedrera para reducir la pendiente del camino. En el cartel aparece un seguido de informaciones que van desde advertencias y consejos hasta datos prácticos. De estos últimos destacan el desnivel, de 170 metros, la longitud del recorrido –270m– y la orientación de la vía, este. Esto último adquiere una importancia notoria con las calores del verano, pues indica que si uno no quiere tostarse a fuego lento, lo mejor que puede hacer es o madrugar, o bien dejarlo para la última hora de la tarde. En este último caso las paredes ya gozan de sombra pero cualquier imprevisto puede obligar a echar mano de la linterna. Ahora, a las 9:40, no es mala hora para acometerla, y en eso estamos.

 

Quince minutos de aproximación, una hora y media de recorrido y veinte minutos de regreso. Son los tiempos orientativos que marca el plafón informativo. Las guías que yo llevo, Vies ferrades a prop nostre y Vías ferratas y caminos equipados, marcan, respectivamente, cincuenta minutos y una hora de recorrido, lo que me parece más acertado para una persona sola y experimentada. El acercamiento a la vía, sin pérdida posible, consiste en subir por el sendero que luego se utilizará para el regreso, hasta la segunda lazada y entonces seguir las indicaciones que llevan a los pies del itinerario equipado. Es entonces cuando me coloco el casco –siempre primero, por si las crestas–, el arnés y el disipador y me ajusto bien la mochila. Las primeras grapas están ante mí, mezcladas con algunas encinas que adornan la roca, y unas ganas tremendas me empujan hacia arriba, quizá para huir de las ruidosa civilización. También ayuda el hecho de ser la primera vez que la realice, por lo que todo lo que vaya encontrando será nuevo para mí, una nueva sorpresa en cada pared, en cada recodo del recorrido. Menos mal que no he leído de qué va ni los obstáculos que intentarán frenar mi avance. Sólo sé que su dificultad es media, y su duración unas dos horas, y eso me basta. La verdad es que mi intención era hacer el Tossal Gran d´Aixovall, pero me he pasado de largo y luego me he encontrado señales viarias a esta; a ver si el inesperado cambio merece la pena.

 

Cargado con mis armas emprendo el ascenso. En el bolsillo izquierdo, la cámara; en el derecho, papel y boli, y en el exterior de la mochila una pequeña botella de agua que pronto voy a perder. ¡A quién se le ocurre colocarla ahí! Se trata de subir de una manera sencilla a través de diferentes paredes verticales mediante un excesivo número de escalones metálicos –grapas– que no dejan mucho lugar a la imaginación ni a la improvisación. Tal simplicidad del recorrido te planta de manera inmediata en el siguiente tramo de cable de vía, de manera que es un no parar de hacer los cambios de mosquetones pertinentes, pasando uno y luego el otro para tener siempre algún punto de unión al cable que te ha de hacer renacer de nuevo tras una hipotética caída. La facilidad del itinerario da pie a la aparición de tentaciones no narrables que agilizan el avance a costa de comprometerse más con el cuidado del avance; cuando la altura vuelve a ser considerable, los diablillos que incitan a hacer el mal desaparecen, son engullidos por el miedo de verlo todo más pequeño de lo normal, más distante. Como bípedo de pura cepa, mi cerebro no está preparado para las vistas de pájaro...

 

Esta incomodiad psicológica frente al vacío se acentúa al llegar a un pequeño arbusto en el que se abandonan las primeras paredes verticales. Abajo, un desguace y mucho ruido; delante, una diagonal ascendente hacia la izquierda. No tarda en llegar un resalte en la roca, cuyo techo te invita a alejarte de la cavidad para superarla. Aunque no es difícil, al menos hay que pensar un poco, y no es tan mecánico como ir subiendo en línea recta escalón tras escalón. La clave, si se tiene la pierna suficientemente larga, es estirar tal extremidad hasta una anilla metálica de esas que en esta ferrata sirven para apoyar el pie; eso sí, te quedas espatarrado hasta que no das el siguiente paso, pero evitas superar el resalte a fuerza de brazos. Superado el obstáculo, es cuestión de seguir subiendo por las grapas hasta que se llega, ¡oh, sorpresa!, a una especie de diedro o placa encastada en la pared de unos veinte metros que me recuerda a una canal equipada de Montserrat. Se trata de un tramo carente de grapas, por lo que es necesario avanzar con las botas sobre la roca, algo que no es difícil a causa de su moderada inclinación. Además, unas cadenas ayudan a tomar impulso hacia arriba y vencer así a la gravedad.

 

En un flanqueo que incluye un pequeño descenso pierdo la botella de agua. Me lamento de no haber bebido más, pues está prácticamente llena, pero quién se iba a imaginar que la acabaría perdiendo. Lo bueno es que tengo agua suficiente en el interior dela mochila y que el percance me puede servir de aprendizaje y así no cometer de nuevo el mismo error, quizá en un día en el que fuesen mis últimos centilitros del preciado líquido. Más ligero de equipaje afronto un extraplomo suave y sostenido que dura bastantes grapas. En él me percato de que se me ha olvidado ponerme los guantes, pero ahora ya es tarde. Conforme subo, el miedo a la altura se acrecenta pues el vacío aumenta, aunque por suerte la inclinación no echa mucho hacia atrás, es realmente sencillo de superar comparado con otros. Una vez arriba la vía ferrata prácticamente ha terminado. Por el interior del bosque aún cuento hasta doce escalones, pero ya no hay cable de vida, por lo que en principio no es propiamente parte de la ferrata, sino una transición hacia una nueva forma de avanzar, el caminar, que se establece en las inmediaciones de la ermita de Sant Vicenç d´Enclar, románica del siglo XII. Son las 10:35.

 

Cincuenta y cinco minutos después de haber partido del aparcamiento inspecciono el templo. Su puerta está abierta, y ello me permite introducirme en él y refrescarme en su oscuridad, protegido de los incipientes rayos solares. A través de una de esas pequeñas ventanas que se estrechan y luego vuelven a abrirse para maximizar la iluminación del templo, contemplo –menuda rima– el valle y la urbanización que todo lo cubre. No es casualidad que su orientación sea esta: las iglesias románicas tomaban la orientación este-oeste para estar mejor iluminadas: tener el ábside con su ventanita orientada al este permitía que durante la misa de la mañana tras el cura hubiera un halo de luz sin duda de origen celestial. Apoyándome en una piedra logro alcanzar el orificio y tomo una fotografía en la que aparece parte de la oscura pared, lugar de recato y meditación, y la civilización y la luz de ahí fuera, tiempos de poco raciocinio y elevado consumo. Con un pequeño salto vuelvo a pisar tierra firme, lo mismo que mi revoltosa cámara, que se deja caer desde el bolsillo en un intento desesperado de no tener que trabajar los dos próximos días en las cinco vías ferratas que me esperan por los alrededores.

 

Tomando el sendero que, conforme se llega a la ermita, se abre a mano izquierda, inicio el regreso. En un primer momento pierdo altura hasta aparecer en un claro con un abrevadero de madera; en él se percibe el sonido de un riachuelo juguetón cercano. Como aún no hace mucha calor, no me detengo a refrescarme e inicio el corto ascenso hasta conectar con el camino que sube a Enclar. Tomándolo en el sentido contrario, en apenas un minuto, meplanto en un pequeño collado desde el que se ve el pedregal, el aparcamiento y el pueblo. Siguiendo la señalización, lo que incluye evitar los tramos cortados por riesgo de desprendimientos, se pierde rápidamente altura gracias a numerosas lazadas cortas, hasta que finalmente a mano derecha aparece el desvío al inicio de la vía ferrata y, poco después, se alcanza el plafón informativo, que da constancia de que desde el verano del año 2000 los que vienen por aquí pueden disfrutar de esta asequible, variada, cercana y completa vía ferrata. ¡Y que sean muchos más!

 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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