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Monday 20 de February de 2012, 12:06:45
19-02-12 : La Badalona Running, una carrera magnífica
Tipo de Entrada: RELATO | 1 Comentarios | 3225 visitas

Participación en la primera edición de una nueva carrera, la Badalona Running, de diez kilómetros de recorrido por los puntos más emblemáticos de la ciudad, incluido el paseo marítimo y La Rambla. Con una estupenda organización, unos voluntarios excelentes y una bolsa del corredor generosa, se antoja como una de las grandes pruebas del presente y, sobre todo, del futuro.

 

 

Cuando alguien que no está acostumbrado a correr –vamos, que no corre– se inscribe en una prueba atlética, varias cosas le vienen a la mente. Una de ellas es el tipo de obsequios que va a recibir en la bolsa del corredor, duda que suele resolverse el día anterior a la carrera. Así, una fría tarde de sábado me dirijo a un edificio del Ayuntamiento, El Viver, en el que podré comenzar a vivir el ambiente de la prueba. En el exterior, en un tinglado, media decena de voluntarios reparten impertérritos a la baja temperatura unas bolsas de Caldo Aneto cuyo contenido, aparentemente voluminoso, queda oculto a los ojos del inquieto corredor ocasional. Uno de ellos, provisto de un peto de color amarillo, me indica que los dorsales los entregan en el interior del edificio, cuya fachada de cristal recuerda realmente a un vivero. Pero, ¿para qué quiero yo el dorsal? ¿Acaso soy corredor? ¡Nos hemos inscrito por los regalos! Sí, sí, por los obsequios. Con patrocinadores de la talla de Coca Cola, Henkel, Damm, Pharmaton CorActive, Lizis, Ikea, Mc Donalds, Llet Nostra, Aneto, Lays, Ice Power, Marc Martí, TMB, Wala y un largo etcétera, alguna cosa interesante habrá, ¿no? Ni que sean unas patatas fritas…

 

Bromas aparte, una vez pasado el arco de seguridad y dejado atrás al guarda jurado, dos fotógrafas me escrutan con la mirada. No hacen gesto alguno de querer retratarme, por lo que rápidamente deduzco que su tarea consiste en reconocer a las personalidades inscritas y fotografiarlas para la memoria colectiva. Sé que hay un extenso número de celebridades, locales y no tanto, que han mostrado su apoyo a la carrera y que aparecen en sendos vídeos colgados en el Facebook oficial, pero como no los recuerdo ni soy de los que sitúa a unas personas por encima de otras en cuanto a un supuesto grado de importancia –quizá por ello no caiga en sus nombres–, no puedo dejar constancia de ello. Sí valoro, en cambio, el apoyo del tenor Josep Carreras, pues dos mil euros del dinero recaudado con el importe de nuestras inscripciones irán destinados a su fundación para la lucha contra la leucemia y a la Fundación Badalona contra el Cáncer. No es gran cosa, pero se trata de aportar un grano de arena en la lucha contra una enfermedad tan dura como es la leucemia y para que en un futuro no muy lejano todo aquel que caiga atrapado en su maraña pueda dejarla atrás con éxito y pase a ser un mero obstáculo de otros tantos que conlleva nuestro caminar por la vida.

 

Dos son los voluntarios que me reciben. El destino –o más bien quien me ha asignado el dorsal número 973 y a ellos la franja que lo contiene– propicia que sea atendido por una joven pareja de sonrisa perenne que no tarda en comprobar mi identidad y la autorización que me ha hecho Julio, de Olot, para que le recoja el dorsal –1009–. Una vez obtenidos los dos dorsales, que curiosamente no suelen colocarse en el dorso como su nombre indica sino sobre el pecho, me dejan descolocado con una pregunta: ¿la talla de las camisetas? Ni idea; veamos cómo son. Parecen más bien pequeñas, así que opto por una M para mí y una L para Julio. Para mayor seguridad, me retiro el abrigo y me pruebo la de talla mediana sobre el jersey; diría que me queda bien, pero me percato de algo que los voluntarios no han percibido: las medianas tienen un azul más descolorido –claro– que las de talla L, cuya tonalidad es más intensa y agradable a la vista. No es que sea motivo de orgullo precisamente, pero mi vertiente emocional puede con el raciocinio y acabo llevándome no la que se amolda mejor a mi cuerpo, sino la más bella. Al fin y al cabo, ¿qué animal no acaba dejándose llevar por sus impulsos?

 

A la salida del edificio, ya casi anocheciendo –el horario de recogida es generoso, de 10 a 20h–, viene el momento cumbre de la participación en la Badalona Running –vale, quizá sea algo exagerado–. No es otro que la recogida de la bolsa del corredor. Más que defraudar, su contenido es espectacular. Multitud de comentarios en las redes sociales dejan constancia de que es el mejor de los vistos últimamente en el mundillo de las carreras populares –lo desconozco, pues no pertenezco a él–. Hay quien comenta que más que una bolsa se trata de una maleta. Lo primero que llama la atención es su peso, que debe rondar los cuatro kilos, lo que multiplicado por dos bolsas dificulta en exceso su transporte hasta la otra punta de la ciudad, a saber, donde resido. Lo segundo que llama la atención es lo que asoma de su repleto interior: una bolsa de patatas fritas Lays con sabor a bravas. Curioseando por dentro, empiezan a aparecer otras cosas: un tetrabrik de un litro y medio de caldo de pescado Aneto, una lata de cerveza Damm sin alcohol sabor limón, varios sobres de Cola Cao, un batido de cacao de la marca “Llet Nostra”, un envase de casi litro y medio de detergente Micolor Fresh –de la Henkel–, un bote de “mascarilla gel nutri rizos” de Schwarzkopf –¡cómo mola!, para nutrir y reparar mis rizos–, un gel de nombre Ice Power, una caja con sesenta cápsulas de Pharmaton CorActive, un paquete de Lizis –vitamina C, miel y própoli–, un bolígrafo de Anís del Mono –de botella nada, eh–, un portamóviles para el brazo, una revista Runner´s, varios caramelos y vales de descuento… ¿Me dejo algo? Ah, sí, una mochila de Cola Cao con un altavoz incorporado al que puede conectarse un dispositivo de audio, y un altavoz Jack Jones para el ordenador. ¡Nunca doce euros habían dado para tanto!

 

Ejercitando cuerpo –menudo peso– y mente –pedazo enumeración de obsequios varios– pero sin alas procedentes del consumo de bebida alguna rica en taurina y cafeína, me alejo del centro de la ciudad con un caminar literalmente pesado y con la alegría del inicio de un sueño: batir mi mejor marca de los diez kilómetros, y única que conozco, 46:09, lograda en la última edición de la Cursa del Dimoni en las pasadas fiestas de mayo. La noche, en principio, se recomienda que sea tranquila, pues muchas horas de sueño deben ayudar a un resultado óptimo al día siguiente, el día D, el del desafío. Sin cumplir mucho con tal regla me planto en la mañana del domingo y a primerísima hora –las 7:10– recojo mi chip y el de Julio en el lugar de la salida, donde dentro de algo más de dos horas comenzará la prueba. Se trata de las inmediaciones de la parada de Metro y Tranvía que lleva por nombre Gorg, a escasos cien metros de donde resido. El termómetro que se alza sobre un anuncio publicitario marca seis grados, lo que no es una temperatura demasiado baja visto lo visto las últimas semanas de este hasta hace poco poco riguroso invierno –menudo acoplamiento de pocos más poco elegante–. Mi padre me acompaña, hoy sin peluca –ayer fue Carnaval–, y dice ser mi “personal trainer”, lo que no deja de ser curioso, primero porque él no domina el inglés, y segundo porque yo no entreno a nada. Un señor de 76 años de Mataró acaba de llegar en tren al lugar y nos cuenta que ha sido campeón veterano de Cataluña. Dice entrenar cada día cuatro kilómetros sobre la arena de la playa, pero hace unos meses sufrió una caída y ahora no anda al cien por cien. Para hacer tiempo, él y mi padre se van a tomar un café a un bar cercano, mientras que yo regreso a casa con ambos dorsales y paso el rato hojeando un periódico gratuito atrasado. Sí, habéis adivinado, es el “20 minutos”. ¡Quién tuviera suficiente con ellos para completar los primeros cinco kilómetros!

 

A una hora más decente pero igual de fría –exactamente las 8:15 y un grado más de temperatura– volvemos a salir a la calle mi entrenador personal y progenitor –que ya ha regresado del bar– y un servidor, más dado a entrenar la lectura o la Play Station que el correr. Aún queda un rato para que la prueba comience y el ambiente se anima poco a poco –ahí van, como quien no quiere la cosa, dos pocos más–. Es una manera fina de decir que aún somos cuatro gatos los congregados que pasamos frío. Al poco –vaya, este es soltero– aparecen Julio y María. El primero es el que se ha dejado engañar y ahora tiene por delante una decena de kilómetros que recorrer. La segunda es su pareja, y ambos van acompañados de su inseparable perra, Duna, más dada al ladrido y a morder inofensivamente a otros canes que a desplazarse a una velocidad anormalmente alta. Tras saludarnos, nos dirigimos al coche y le entregamos a Julio su bolsa del corredor y la camiseta. Parece que le queda bien y, como yo, correrá con ella puesta. Dice haber entrenado bastante poco –incluso menos que yo– y que se conforma con llegar a meta. Le insto a lograrlo ni que sea caminando, recurso al que por fortuna no tendrá que recurrir; tan sólo lo hará unos metros tras el ascenso al Pont de Sant Lluc.

 

En las inmediaciones de la salida numerosos corredores calientan a baja velocidad o realizan estiramientos con los cuales parecen pretender derribar un árbol, una farola. Hay quien incluso pretende tumbar un banco. ¿Realmente es cierto eso de que “es cuando corro que veo claro”? Uno que intenta derribar un muro no deja lugar a dudas. Pero no todos necesitan calentar. Algunos, como nosotros, a los pocos metros de comenzar a correr ya estamos medio asfixiados y nos sobran las calores; aún así, como no queremos jugar más números de los justos en la ruleta rusa de las lesiones, hacemos pequeñas carreritas de pocos metros. Cualquiera que nos vea podría pensar erróneamente que somos del ramo, que corremos habitualmente, que nos gusta hacerlo, que tenemos un chip amarillo de propiedad o que pertenecemos a alguna entidad relacionada. Así que, para no dar pie a malentendidos, no calentamos más que un poco yendo poco a poco –vale, tenía ganas de hacer un trío de ases, perdón, de pocos–. A todo esto, la canción Danza Kuduro suena por megafonía y se nos informa de que quedan pocos minutos para que tenga lugar la salida, por lo que se ruega que nos dirijamos al arco hinchable de la Coca Cola. Parece que esto va en serio y no hay marcha atrás…

 

Cientos de corredores por delante nuestro –de un total superior al millar– comienzan a moverse. Acaban de dar la salida y por ella pasamos cuando el cronómetro ya marca casi medio minuto –28 segundos–. Los chips suenan delatadores, informan del inicio de un sueño. Como si de uno de ellos se tratara, nos dejamos llevar por la marabunda, una algarabía de colores de camisetas, pantalones, bambas y demás, muchos de ellos de tonalidades diríase que llamativas. No parece un ritmo rápido, pero el adelantamiento es una maniobra francamente difícil y altamente peligrosa, pues al mínimo encontronazo puedes acabar en el suelo y ser sepultado por una estampida de poseedores de mascarillas gel nutri rizos, mochilas musicales y pseudopatatas bravas envasadas. ¿Esto va demasiado rápido, no? Pregunta Julio sin esperar respuesta. Está claro que su ritmo no es el mío y cortésmente le hago saber que tiro para adelante y que ya coincidiremos más tarde; el pelotón se ha estirado y es el momento de abrirse paso entre la maraña de corredores.

 

Si hay algo que resulta feliz, es adelantar a otros participantes en alguna carrera, para lo cual es preferible partir de las posiciones traseras. En la Cursa de El Corte Inglés, por ejemplo, puede uno explayarse con tan sencillo placer durante la respetable distancia de doce kilómetros. Aquí, en cambio, el limitado número de participantes no lo hace posible y para prolongar el deleite lo mejor es tomárselo con calma al inicio, lo que vale también para no pasarse de la raya e ir al borde del agotamiento durante la parte final de la carrera. Nuestros pasos literalmente nos dirigen hacia Pep Ventura. La pancarta del primer kilómetro arroja un tiempo desastroso para batir mi única marca conocida, 46:09, pues el tiempo empleado supera los cinco minutos y preciso de una media cercana a los cuatro minutos y medio. El trayecto hasta el siguiente punto kilométrico es más ágil, pues no está la aglomeración propia de toda salida y ya corro en solitario. La verdad es que apenas adelanto a gente, más bien prefiero dejarme llevar por la marea. Le tengo mucho respeto a los últimos kilómetros –y al puente sobre las vías del tren, llamado de Sant Lluc– y prefiero reservar energías. Aún así, el corazón late con fuerza –desconozco el número de pulsaciones por minuto pues carezco de pulsómetro– y la respiración está acelerada, aunque no mucho. Todo va viento en popa y La Rambla nos recibe.

 

¿Qué decir de un paseo con palmeras y vistas al mar? Podría comenzar comentando que su belleza no exime del esfuerzo que el correr requiere, pero que al menos distrae y supongo que ello ayuda mentalmente. Y luego, para continuar, habría que hacer referencia al público congregado para animarnos. En una pancarta se puede leer “Corre Badalona, siempre adelante”, un lema que sin duda aporta fuerzas a aquel que las necesita para vencer una marca, lograr un reto, cumplir un sueño. De repente, un giro a la izquierda nos despoja de las vistas al Mediterráneo y el terreno, en ligero ascenso, nos dirige al parque de Can Soley y Ca l´Arnús. Por pequeña que sea una cuesta arriba, siempre requiere ir un poco más allá en cuanto a desgaste, y eso se percibe en la velocidad de crucero de la masa corredora formada por tantas personas que durante apenas una hora se olvidan de sus quehaceres diarios y problemas varios para sentirse libres de su ego y dar rienda suelta a su propio ser, a conectar con algo mágico que todos llevamos dentro –esto parece un libro de autoayuda–.

 

Una vez dejados atrás ambos parques, es momento de descender de nuevo hacia la playa, esta vez para afrontar un recorrido por la fachada marítima de al menos varios kilómetros. A escasos cien metros del romper de las olas el sonido de los chips delata el paso por el ecuador de la prueba, la distancia de los cinco kilómetros. En este punto mi chip –y mi reloj– recoge que llevo empleados 22:46 y que mi posición es la 300 –esto último no aparece en el reloj–. Si durante la segunda mitad de la prueba, presumiblemente más cansado y con menos energías disponibles, empleara el mismo tiempo, acabaría en los 45:32, superando así mi anterior marca –y única conocida– de 46:09, pero la ambición me hace plantear el reto de batir la barrera de los tres cuartos de hora –hola, Soy Epi; una hora tiene sesenta minutos, y tres cuartos, cuarenta y cinco–. Ello comportaría una mejoría en la segunda parte de la prueba, lo que no es descartable pues, aunque cansado esté, no me he empleado a fondo y a por mi récord iré –hemos pasado de Barrio Sésamo a la rima–.

 

Esta nueva prueba deportiva tiene un punto neurálgico, ni más ni menos que el punto kilométrico 5,6. En él está ubicado el restaurante El Pescador, pero claro está que en una carrera de esta distancia no hay margen para pararse a tomar unas sardinas. Lo que convierte en importante este lugar es el único avituallamiento que hay a excepción del situado en la meta. Se trata de un vaso de agua que, para el cansado deportista, puede suponer la diferencia entre acabar bien la carrera o deshidratarse y sucumbir ante el cansancio. Como voy justo de tiempo ni siquiera aminoro el ritmo, por lo que la mitad del preciado líquido cae al suelo y la otra mitad acaba impregnando mi ropa –hola, soy Blas; dos mitades son una unidad, y nada queda–. A lo lejos ya diviso el puente sobre las vía del tren o Pont de Sant Lluc, culpable de una pájara de cuidado en la Cursa del Dimoni del año pasado. Mientras me aproximo a él, aún perdiendo veinte segundos de cara a bajar de los cuarenta y cinco minutos, me digo mil y una veces que en él no he de perder la cabeza de nuevo, que cuando venga la cuesta no hay que subirla a saco. Sobre todo, me imagino saliendo de él hecho polvo y arrepentido de haberlo acometido con un exceso de derrochadora alegría –léase a una velocidad excesiva–. Tal visión del futuro me ayuda a acometerlo con parte de mi impulsividad corredora controlada y a salir de él con éxito.

 

Superado el arquitectónico obstáculo, poco más de dos kilómetros restan para la pancarta de meta. En la situada a los ocho kilómetros supero los treinta y seis minutos por veinte segundos, por lo que sigo pendiendo dos decenas de segundos –lo que hay que escribir para no repetir una palabra– de cara a bajar de los cuarenta y cinco minutos. Decido acelerar el ritmo a intervalos pequeños, de manera que adelanto a algunos corredores y cuando atisbo un aumento del cansancio me pego a alguno de ellos. Como viene siendo habitual durante toda la carrera, nadie me adelanta, pues los rápidos han partido en las primeras posiciones, pero yo en cambio voy ganando puestos. En esas estamos cuando me planto a un kilómetro de meta, el nueve, y mi cronómetro marca unos cuarenta minutos y medio aproximadamente. Es el momento de quemar los últimos cartuchos, aunque sin llegar a forzar del todo, a lo largo de una larga calle –Guifré– que te deja prácticamente en la meta. Multitud de naves industriales regentadas por empresarios procedentes de China a lado y lado son el escenario del cumplimiento –o no– de un sueño, el de superar la marca 46:09, y si puede ser, ya que está a tiro, bajar de la barrera de los tres cuartos de hora, tiempo que marca una de las cinco liebres disponibles –40, 45, 50, 55 y 60–. A ella no la voy a alcanzar –me saca unos cien metros–, pero he partido 28 segundos después y, por si fuera poco, va a cruzar la línea de meta en 44:31, así que tengo un margen de un minuto respecto a ella–esto ya es demasiado para Epi o Blas–. En cualquier caso, nunca una calle se había hecho tan larga. ¿Es que no tiene fin?

 

Mucha gente congregada; una curva de noventa grados a la izquierda; más y más gente animando; una pancarta hinchable de Coca Cola; una inscripción: “llegada”; un tiempo en el reloj oficial: 44:43; un tiempo real en el chip y en mi reloj: 44:15; una marca batida por casi dos minutos; 74 posiciones ganadas en la segunda mitad de la carrera: una posición final de 226; un chip blanco que sale de mi bamba y entra en un saco; una lata de Aquarius; un cruasán relleno de jamón dulce; un plátano; reencuentro con la familia; a la espera de la llegada de Julio; un cuarto de hora; corredores llegando a meta; Julio aparece por la curva; gritos de apoyo; un tiempo inferior a la hora; un nuevo reencuentro; un nuevo sueño cumplido; stop; o, ¿cambio y corto? Parece un anticlímax, pero así se va a quedar. Hay cosas que es mejor no intentar explicar mediante construcciones lingüísticas y que más vale citar para que el ávido lector se haga una idea de lo acontecido, que no es poco.

 

Satisfechos por nuestra actuación, nuestros caminos se separan y Julio y María abandonan el lugar. Una vez los hemos despedido junto a su furgoneta, regresamos a la Rambla del Gorg, donde ha comenzado y finalizado la carrera. En ella actúan unas animadoras de la Penya cuya alegría y ociosidad contrastan con la emotiva ceremonia de entrega de premios que las sucede. En primer lugar, se hace entrega de un cheque de 2000 euros a la fundación Josep Carreras contra la leucemia y la Fundación Badalona contra el cáncer. Tal cantidad sale del pago de nuestras inscripciones y de una aportación especial de la Obra Social La Caixa. A continuación, el padre de Luis Condon –recordemos la denominación oficial “Bdn Running Memorial Luis Condon”– , el alcalde y otras autoridades suben a la tarima. El primero de ellos, con lágrimas en los ojos, hace la entrega del trofeo al primer clasificado, Roger Roca Dalmau, actual campeón del mundo de Duathlon, cuyo tiempo ha sido de 31:14. Otras autoridades, como regidores, algún cargo de la Diputación y el Consejero de Sanidad de la Generalitat, entregan diferentes premios: a las féminas, a los veteranos, a los sénior, a las jóvenes promesas, a los corredores locales. También lo hacen la viuda y la hija de Luis, quien hasta hace poco corría en el grupo Mikakos y, si no me equivoco, iba a participar en la carrera.

 

Da lástima irse, pero la primera y exitosa edición de la Badalona Running ha concluido, y uno no puede sino esperar a que los próximos doce meses pasen rápido y tenga lugar una nueva edición –porque supongo que una misma carrera varias veces al año no es posible–. Esperemos para entonces estar aún aquí y en condiciones de afrontar sus diez kilómetros en las mejores condiciones, y si una nueva marca tiene lugar pues bienvenida será y, si no, nada pasará, pues el pasado pasado será y el futuro dirá, pero lo seguro es que la segunda edición un nuevo éxito será –menudo trabalenguas–. En todo caso, sólo queda agradecer a todos lo que la han hecho posible, su esfuerzo y dedicación.. Y recordad, los que la hemos corrido siempre podremos decir, presumir o gritarle al viento: ¡Yo participé en la primera Badalona Running Memorial Luis Condon!

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito


1 Comentarios
Enviado por Salva el Tuesday 21 de February de 2012

“Me ha gustado el relato,és como si lo hubiese corrido yo también.
Síguenos narrando todas tus proezas.
Estoy ya esperando el relato de la marathon que has de correr el próximo mes de marzo,y como siempre estaremos a tu lado para animarte.
FÉ DE ERRATAS : al final del relato pones que para la nueva edición del bdn running faltan 12 años,cuando has querído decír 12 meses.
Sigue así.
Gracias. ”


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