ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeRExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR
 Zodiaco Zodiaco
Estas en » ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR » Archivo de Relatos » July 2014 » 12-07-2014: De Paseo Por Sant Sadurní De Gallifa
Friday 18 de July de 2014, 19:12:18
12-07-2014: De paseo por Sant Sadurní de Gallifa
Tipo de Entrada: RELATO | 2167 visitas

Tranquila excursión matinal por los alrededores de un pequeño pueblo del Vallès Oriental, Gallifa, en compañía de Alba y de sus amigas Ester y Estela, así como de Dani, la pareja de esta última. Desde la carretera que va de Sant Feliu de Codines a Sant Llorenç Savall, subimos hasta la ermita románica de Sant Sadurní de Gallifa (s. XI), situada en lo alto de los riscos, a través de parajes boscosos que en esta época del año aíslan al caminante de un calor sofocante.

 

Pasan diez minutos de las once de la mañana. El cielo, por fortuna, se halla algo tapado; es lo que yo llamo, en esta época del año, hacer un buen día. Nos apeamos del Opel Kadett de mis padres, unos más inquietos que otros. ¿Ya es legal ir sin cinturón atrás? –pregunta Estela–. A la próxima venimos con nuestro coche… La intención es hacer una excursión en plan paseo hasta lo alto de los Cingles de Gallifa, donde se halla emplazada, desde el siglo X, la ermita de Sant Sadurní de Gallifa, con buenas vistas a muchos kilómetros a la redonda y en un paraje totalmente solitario. Para tal fin, he estacionado el vehículo en el punto kilométrico 12,4 de la BP-1241, a unos cuatro kilómetros de Sant Feliu de Codines y un par de kilómetros antes de llegar al pequeño pueblo de Gallifa, concretamente donde nace la pista forestal que conduce a una masía llamada La Roca, a través de la cual emprendemos la marcha.

 

A ambos lados de la pista, el bosque mediterráneo se extiende frondoso, virginal. A diferencia de en la ciudad, el aire parece penetrar con fuerza en nuestros alveolos pulmonares; diríase que nuestra capacidad pulmonar ha aumentado, así como nuestro bienestar. Necesitaba desconectar –confiesa Ester, que vive en pleno Raval de Barcelona, cerca de La Rambla–. Sin duda es un caminar despreocupado, alegre, en alguna ocasión con vistas al risco, aunque la ermita, no obstante, permanece oculta desde nuestro ángulo de vista. Hoy más que nunca disfrutar del camino es lo importante y, si bien alcanzar la meta constituye la guindilla, es con el resto del pastel con lo que nos podemos poner hasta el culo, saciarnos y alcanzar la satisfacción.

 

En unos ochocientos o novecientos metros nos llama la atención un gran orificio en el talud terroso de la pista forestal. Movidos por la curiosidad, nos introducimos en su interior y aparecemos en un espacio circular que nos produce cierta sensación de confinamiento, abierto al exterior por su parte superior. Se trata de un horno de cal –les informo mapa en mano–. Aquí se calentaba a altas temperaturas la roca calcárea, obteniéndose a partir de la descomposición térmica del carbonato de calcio el óxido de calcio –la cal– para la construcción, además de dióxido de carbono. A pocos metros, un poste indica que es necesario abandonar la pista forestal, que se dirige hacia La Roca, para tomar un sendero, provisto de las marcas blancas y amarillas de la Ronda Codinenca. Tres son los kilómetros que nos separan de la ermita.

 

En un primer momento, la senda se abre paso en las proximidades de una riera hoy seca. Sin duda, nos conduce valle arriba, aunque de momento la pendiente es apenas perceptible. Lo que sí es evidente es la frondosidad de la vegetación. Aprovechando el aspecto selvático los fotografío en fila india, envueltos por pequeños árboles y arbustos. ¡No siempre se capturan cuatro sonrisas de cuatro posibles! Además de contentos, están parlanchines; quién sabe si ambas cosas estarán relacionadas. Nada más pasar la riera, en cambio, la pendiente comienza a ser pronunciada y las voces de mis compañeros se van apagando, hasta el punto que mis oídos pueden deleitarse, de nuevo, con el trinar de los pájaros. A diferencia del parecer del fundador de la red social Twitter, creo que no sus sonidos no son redundantes, su función deben de tener; a saber qué se cuentan entre sí. Me gusta, sobre todo, el trinar del mirlo; es realmente bonito.

 

Para regocijo mío, el sendero, por aquello de ganar altura de forma suave, zigzaguea. Cuando unos van, otros vuelven –bromeo al girar y cruzármelos en a lazada siguiente–. Con la excusa de beber agua, realizan alguna parada. La subida tiene su miga para ser un simple paseo veraniego. También nos detenemos para tomar alguna fotografía. En este sentido, ante un tronco partido por la mitad que se nos antepone en la senda, cojo una rama del suelo, la agarro a modo de bate de béisbol y, cual dotado de una fuerza sobrehumana, Alba me retrata a modo de fragmentador de árboles sin escrupúlos –o de maderero amazónico–.

 

Llegados a un diminuto collado de nombre Collet de Pedra (830m) el terreno llanea e incluso comenzamos a perder algo de altura a nuestro pesar, pues como es sabido, todo lo que baja sube cuando uno se dirige a una cumbre, una especie de ley antigravitatoria que el buen montañero asimila ya desde el primer curso. El avance se aligera y pronto alcanzamos un afloramiento rocoso en el que los fotografío con los bosques del cordal vecino como telón de fondo. Ya sólo queda afrontar un pequeño ascenso que nos conduce, en poco tiempo, hasta un segundo collado, el Collet de Sant Sadurní (854m). A estas alturas mis compañeros ya andan algo cansados –esto encierra un doble doble sentido–.

 

Aun así, una última tortura les aguarda: Sant Sadurní, 400m por el atajo, 1km por pista forestal –reza un poste indicador–. Se trata del ascenso final. Alba, resignada, se gira y se despide de la cómoda y ancha pista forestal. Delante, el empinado sendero aguarda. En su interior debe de estar maldiciéndome. Bueno gente, el cómo también es importante –pienso, pues tampoco es plan de buscar la agresión física–. Paso a paso, vamos ganando la poca altura que nos resta. Por descontado, no son los 290m de desnivel que indica el poste, sino unos 90; está equivocado. Hacia la mitad, el atajo atraviesa la pista. Para no perder de dónde venimos para nuestro regreso, coloco una piña sobre una piedra, pero Alba, en un intento de propiciar que regresemos por la pista, la aleja con un puntapié.

 

Desde el bosque, un muro de piedras llama mi atención. Es Sant Sadurní de Gallifa (941m), a un tiro de piedra –o de piña–. El cielo se está destapando; el calor aprieta. ¡Pero ya es nuestra! Uno podría preguntarse cuerdamente nuestro proceder: ¿Contemplar el dilatado y vasto paisaje? ¿Disfrutar de una merecida cima? ¿Deleitarse con los pajarillos, cual música para los oídos? ¿Felicitarse mutuamente por el logro? ¿Comer algo e hidratarse bajo el azul del cielo? ¿Quizá una relajada siesta en un prado? Pero no, nada de eso. Estela coloca la cámara fotográfica en precario equilibrio sobre uno de los muros del templo románico y todos a saltar como locos para salir retratados en el aire; una y otra vez, pues, ley de Murphy mediante, siempre queda alguien retratado en el suelo. Oye, ¿es que vais sobrados de fuerzas? Menos mal que nadie nos conoce. O mejor: menos mal que no hay nadie. ¡Lástima que Sant Boi quede tan lejos!

 

Exhaustos –no por la subida, sino por la sesión fotográfica–, nos dirigimos hasta el borde del risco, al llamado Mirador de la Guilla (Zorra), donde practico la postura del cadáver antes de que lleguen –sí, estoy leyendo un manual de introducción al yoga–. Ahora sí, nos sentamos con los pies colgando en el vacío, frente a un amplio paisaje que incluye el Montseny, la llanura del Vallès Oriental, la Serralada Litoral, el Puiggraciós o Sant Feliu de Codines. Una bolsa de patatas fritas sin sal de Alba pasa de mano en mano. Abajo, se encuentra el valle por el que hemos subido, en el que se intuye la pista forestal, que en ocasiones asoma en el bosque. También se adivina, en una curva no visible de la carretera, el lugar donde hemos dejado estacionado el coche, es decir, lo que aún nos queda por recorrer.

 

Antes de abandonar la cumbre nos acercamos hacia otro mirador, también rocoso, este orientado hacia el castillo de Gallifa, el Parque Natural de Sant Llorenç de Munt i Serra de l´Obac y la llanura del Vallès Occidental. También son visibles, más a lo lejos, la Serra de Collserola y Barcelona; incluso se atisban las dos torres Mapfre de la Villa Olímpica y la Torre Agbar de las Glòries, a pesar de que se hallan a unas decenas de kilómetros, y como telón de fondo, el mar. Son la una y cuarto y hacia las dos y cuarenta hemos quedado con otra gente en Sant Feliu de Codines, así que no nos demoramos más y emprendemos un rápido descenso deshaciendo lo recorrido hasta aquí.

 

De camino al coche, si bien el ritmo es ágil, hacemos alguna parada. Así, fotografiamos algunas florecillas; hay unas lilas muy bonitas, y la hierba de San Juan, amarilla, también es digna de ser contemplada. En ocasiones, incluso se encuentra algún huésped en ellas que también queda retratado y, al verlo ampliado en el ordenador, te sorprenden con vistosos colores que pasan desapercibidos a simple vista. También tengo tiempo para hacer acopio de un buen montón de pequeñas piñas, adelantarme al grupo y formar en el suelo un corazón con ellas, así como de esconderme en la densa vegetación y darles algún susto a su paso o, incluso, dejarles colgando de una rama la mochila con una nota de papel en el exterior: gracias por llevármela. En total, con el regreso incluido, tres horas y cuarto de tranquila y, sobre todo, solitaria excursión. ¡Por estas montañas no hay ni Cristo!

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




Añadir nuevo comentario
Usuario de Madteam.net No usuario




Vista Previa



 

 
MadTeam.net | Suscribirte a este blog | Creative Commons License Blog bajo licencia de Creative Commons. | compartir este enlace en Facebook