Thursday 31 de December de 2015, 22:48:36

En compañía de Juanma, peregrino venido de Madrid, y Julio, realizo la vía ferrata Cala del Molí, en Sant Feliu de Guíxols, una mañana cálida y tranquila en el festivo día de San Esteban, con poca concurrencia en la zona.

Son las nueve y media cuando llego junto al acceso de la vía ferrata. Es el primer viaje largo que realizo con mi nuevo coche, un Dacia Sandero con apenas 300km de kilometraje. Lo estaciono junto a otro también nuevo, diríase que son clones. La foto que tomo bien podría utilizarse para uno de esos famosos pasatiempos de agudeza visual: encuentra las siete diferencias. Dado que aún queda un rato para que sea la hora de encuentro, me dedico a limpiar un poco mi juguete nuevo. Este año los Reyes Magos, que en mi caso no son los padres sino yo, se han adelantado. El pobre Opel Kadett, tras veintiséis años de servicio, ya descansa en el cielo de los coches buenos.

Pasan algunos minutos de las diez, la hora acordada, cuando llegan Julio y Juanma, que han quedado en la gasolinera BP situada a la entrada de Sant Feliu de Guíxols. A ambos los conocí en junio de 2010 en la primera noche del Camino de Santiago, en un barracón de Roncesvalles –el albergue de peregrinos estaba lleno–, justo antes de ponernos en marcha. Seis etapas compartimos, hasta Logroño, con su sufrimiento, alegrías, visitas a los bares y comidas compartidas. La diferencia, claro está, es que Julio reside cerca de Olot y Juanma en cambio es de Madrid, por lo que con el primero he coincidido en multitud de excursiones –Vignemale, Vallibierna, etc.– mientras que a Juanma lo he visto un par de veces, la última hace dos Navidades.

Equipados con el material, nos dirigimos hasta el acceso de la vía ferrata y antes de meternos, desde lo alto del acantilado, contemplamos la vía, el mar, parte del pueblo y nos tomamos un par de fotos. Por desgracia, mañana morirá aquí una mujer de Esplugues al despeñarse justo antes de lo que iba a ser la realización de la vía ferrata bajo la luz de la luna llena. Multitud de gaviotas pueblan las rocas y emiten fuertes sonidos que nos recuerdan el ambiente litoral en el que estamos. Pocas vías ferratas debe de haber en el mundo parecidas a esta. ¡Qué gran idea la de Albert Gironès!, personaje, por cierto, que vemos por la vía ferrata tomando algunas medidas cinta métrica en mano. ¡Gracias de nuevo!

La primera parte de la vía ferrata es más bien una aproximación: consiste en descender por un sendero equipado con un cable de vida hasta el nivel del mar. Juanma, sorprendido por el paisaje, se coloca entre Julio, que abre la comitiva, y yo. ¡Qué bonito que es todo esto! –nos dice. Una vez alcanzada la orilla, emprendemos el rodeo a unas grandes rocas que penetran en el mar, pasando de unas a otras a través de varios puentes. Enfrente, tenemos la gran pared de la segunda mitad del itinerario, con algunas ferrateras luchando contra el ligero desplome. Un nuevo puente tibetano situado a mayor altura que el anterior llama nuestra atención.

Tras acabar todo el flanqueo de las rocas del mar, accedemos mediante una seria de grapas colocadas verticalmente al citado puente, que sustituye a uno que había más corto y situado más abajo que iba a parar a lo que siempre había sido la escapatoria. Ahora, en cambio, esta se sitúa aquí, justo antes de pasar al segundo sector de la vía ferrata, de manera que si se opta por abandonar, hay que retroceder por el mismo lugar por el que el resto de ferrateros progresan en sentido descendente hacia el nivel del mar. Eso sí, se trata de un cable de vida independiente paralelo al de siempre que está muy bien pensado.

Desconozco qué longitud puede tener el nuevo puente, quizá unos quince metros. Es largo y, sobre todo, está situado a gran altitud. Diría que es lo más alejado que se está del suelo –o del mar– de toda la vía ferrata. Como apenas hay gente y hasta ahora nadie nos ha alcanzado, desde abajo les tomo una foto mientras lo atraviesan. Llegado mi turno, es Juanma quien me inmortaliza desde la pared opuesta. En ella, se trata de ir descendiendo hacia el trazado antiguo, lo que llega a ser en algún punto un pelín entretenido. Con su nuevo trazado, la vía ferrata debe de haber ganado algo de dificultad.

Justo antes de empalmar con el trazado original, que sube ligeramente desplomado, me guardo el polar en la mochila. Para ser finales de diciembre hace bastante calor, más bien parece una jornada primaveral. A Juanma le cuesta un poco pero para la poca experiencia que tiene en vías ferratas –creo que esta es la tercera– no está nada mal. Un señor de Vilassar de Mar nos alcanza y pasada la zona comprometida le cedemos paso. La zona de “escalfer”, combinación entre escalada y vía ferrata, aparenta estar todavía sin inaugurar. Pasado un puente, accedemos a la zona final, a estas horas sombría –en verano se agradece–, un flanqueo a bastante altura sobre las azules aguas del Mediterráneo.

Antes de concluirla, nos asomamos desde lo alto del acantilado y contemplamos gran parte de la vía. En nuestra vertiente, en cambio, Albert Gironès está liado quién sabe en qué. Le saludo. “Hola. Cuanto tiempo”.  En la salida, le pido a una ferratera que nos fotografíe juntos. Es nuestro recuerdo de la visita de Juanma por tierras gerundenses, de donde es la familia de su mujer. Que nos vayamos viendo en Navidad es buena señal –le comento–. Eso es que seguimos aquí. Julio tiene prisa y se marcha para Sabadell. Nos deja en el paseo marítimo y con Juanma doy un paseo. En la orilla se baña hasta las rodillas. Aprovecha, que en Madrid no hay playa –bromeo. A través del GR-92, subimos de nuevo hasta nuestros coches y nos despedimos. En 2016, quizá, nos volvamos a ver. Y sí, sería bueno: significaría que aún estamos aquí dando guerra :-)

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