Donde se constata que me encuentro enfermo, y no puede sino avanzar nada más que dieciséis kilómetros en una interminable jornada.
Los dos “sin techo” gallegos ya se han ido cuando me levanto; son las nueve y cuarto. El de Hospitalet me avisa de que se va, por lo que me quedo solo. No almuerzo ni pretendo comer nada pues ni tengo hambre ni quiero volver a vomitar, de lo que ya tengo ganas. Me encuentro mal, me siento cansado, falto de energía y de empuje. No sé que va a ser de mi Camino, lo de llegar hasta Santiago si no me recupero pronto quizá no sea posible pues, además de que he partido con menos tiempo del necesario, hay que añadir el imprevisto de mi falta de buena salud. Impulsado por la gran capacidad de sacrificio, aumentada y reforzada en montañas catalanas, me pongo en marcha hacia Astorga, situada a unos dieciséis lejanos kilómetros. En tan pequeño recorrido sólo figuran dos pueblos: Villares de Órbigo y Santibáñez de Valdeiglesias. Estoy cansado y tengo ganas de vomitar. No me apetece caminar pero lo hago por la obligación moral de seguir adelante. A la salida de uno de los pueblos me encuentro con una especie de espantapájaros peregrino junto a algunas cosillas. En ese lugar llamo a Alba para contarle mis penurias y frágil estado de salud. Le explico el frío que hace, con quién he dormido, que no he visto aún peregrinos en el Camino, que no hay nadie y que me planteo la posibilidad de regresar a casa sumamente derrotado.
Desde el crucero de Santo Toribio, de gran tamaño, veo por primera vez Astorga. Descanso en unas mesas que hay junto a él a modo de merendero rupestre. Tras una fuerte subida a la entrada de la ciudad observo un albergue junto a una iglesia, aún no sé que dormiré ahí. Son las dos menos cuarto. Observo unos yacimientos romanos cercanos, la plaza Mayor, el Palacio Episcopal de Gaudí y la Catedral. Me hallo en la necesidad de que me visite un médico por lo que voy al ambulatorio, donde me indican que vaya a urgencias que está enfrente. En la sala de espera nos encontramos un abuelo y yo. Esperamos a que sean las tres, cuando comienzan a visitar después del cambio de guardia. Primero va él y luego me llega a mí el turno. Le comento al médico que tengo ganas de vomitar, que vomité varias veces y que no me apetece comer ni hacer nada. Me comenta que debo de estar mal del estómago, que puede ser por muchas cosas entre ellas haber bebido agua no potable. Varias personas me informarán de que en esta región hay muchas aguas no tratadas y que son fuertes si no se está acostumbrado. Acabo en la farmacia comprando el “Primperan” que me ha recetado el facultativo para que pueda comer sin vomitar. En el albergue descanso y llamo a mis padres para informarles de que estoy enfermo. Según como pinte el asunto mañana, si no lo veo claro me voy para casa. En la estación de autobuses me han dicho que sí hay billetes para Barcelona. Sobre las seis de la tarde me voy a dormir tras tomar el jarabe y sin haber comido nada en el día de hoy. Espero que dormir más de doce horas me siente bien y mañana pueda volver a la acción, pues el haber recorrido hoy tan sólo dieciséis kilómetros me complica el poder llegar a Santiago, aún a más de doscientos cincuenta kilómetros, dentro de ocho días. Como siempre, el tiempo dirá…
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