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Sunday 9 de November de 2008, 10:41:32
08-11-08:subida al Matagalls desde Collformic
Tipo de Entrada: RELATO | 2745 visitas

Un mes después de haber acometido la ascensión de Les Agudes, afrontamos la sencilla subida al Matagalls desde Collformic, esta vez rodeados de paisajes de aspecto más otoñal, bajo un cielo cubierto de nubes en un día que las previsiones meteorológicas apuntan que será soleado.

 

 

 

Dada la proximidad del macizo del Montseny y la corta duración de la excursión, uno es reticente a la hora de salir de la cálida cama, esperando con el paso del tiempoque la temperatura exterior vaya en aumento. Después de dar alimento a un obeso gato que frecuenta el jardín de Alba con la única intención de solicitar comida, partimos hacia Santa María de Palautordera, desde donde una sinuosa carrereta se adentra en los otoñales bosques del Montseny. Las finas gotas de una tímida lluvia impactan contra el parabrisas como proyectiles que no logran atravesarlo. En el aparcamiento de Collformic, dos jóvenes guardas forestales nos advierten de que está al completo, y nos indican que bajemos unos cien metros hasta otro aparcamiento. Gratos recuerdos me invaden, pues es donde tiene lugar la salida de la Matagalls – Montserrat, única vez en que he estado en este descampado. El destino me ha cruzado con Jeza y Miguel, compañeros en otras excursiones que ahora han venido a saludarme. Van a ascender al Matagalls en un grupo de diez o doce personas, mientras que nosotros de momento esperamos en el interior del coche pues comienzan a caer unas gotas. En el interior del coche me lamento por haber escogido un mal día, a la vez que voy comiendo una mezcla de ganchitos, cortezas y ruedas de patata que venden en el Día.

A Alba ya le va bien estar leyendo Agatha Christie en el coche, porque no es que tenga un gran interés en subir al Matagalls. Dice que el mundo está lleno de locos, en referencia a la gente que anda por las inmediaciones para acometer la subida, ya que “lo normal” es tener otro tipo de aficiones, no subir a una montaña. Cuando dejan de caer gotas preparo la mochila, me cambio los tejanos por un pantalón Quechua y partimos al mismo tiempo que un grupo en el que hay cuatro o cinco niños.

 

Aunque he subido muchísimas veces al Matagalls, dichas ascensiones son fruto de una época pasada en la que me iniciaba en el excursionismo, hace unos pocos años. Por ese motivo, la excursión de hoy es una especie de reencuentro, con un gran componente nostálgico donde se confunden recuerdos y realidad. El primer encuentro con el pasado es una cruz monumental en recuerdo a las víctimas de las guerras carlinas que hubo en Collformic. Soy fotografiado junto a ella, como así fue hace un tiempo, pero por aquel entonces con mayor entusiasmo por acometer la ascensión, y más feliz. Ahora, después de haber visto cosas mejores como pueden ser Pedraforca, Carlit, Monte Perdido o Aneto, no es lo mismo subir al Matagalls que antes, cuando mis excursiones tenían lugar casi exclusivamente aquí. Iniciamos la moderada cuesta inicial, por terreno arbustivo, boscoso y rocoso, dejando a nuestras espaldas el puerto de la carretera que se dirige a Seva, abrigado por numerosos árboles de ricas tonalidades, desde el verde al marrón pasando por el rojo. Los niños nos siguen de cerca, siguiendo unas señales indicativas de la ruta que antes no existían, puestas por personal del parque natural. En terreno rocoso, una vez dejado atrás el pequeño bosque, se abren la vistas pues desde aquí hasta la cumbre no hay más bosques. Arriba tenemos el turó d´ en Bessa, fácil de reconocer por la existencia de una caseta vallada que debe tener un uso de telecomunicaciones. A la derecha, algo más abajo, la masía habitada en el Montseny situada a mayor altitud, llamada Sant Andreu de la Castanya. En pretéritas excursiones subíamos por su pista para evitar este tramo inicial de cuesta, pero por lo visto ahora está prohibido acceder a ella, quizá por eso hayan señalizado el itinerario por aquí los de la diputación. Numerosas vacas pacen junto a un monumental árbol, donde parece ser que ya nunca más nos podremos fotografiar junto a él con la masa del Turó Gros como telón de fondo. Aunque el cielo sigue cubierto, no parece que vaya a ponerse a llover de nuevo. Al menos eso esperamos, pues no tenemos ningún chubasquero y significaría tentar a la suerte en el sorteo de un resfriado, en el cual tendríamos gran parte de los boletos para ser agraciados.

 

Entre unos matorrales muy verdes y gran cantidad de helechos secos de color marrón, vamos ganando altura poco a poco, mientras asemejo el paisaje al que en mi imaginación había cuando leía el recorrido a pie de Rick Ridgeway por la sabana arbustiba, en su recorrido entre la cumbre del Kilimanjaro y el oceáno Índico, descrito en su libro La Sombra del Kilimanjaro. La diferencia es que aquí, desde detrás de algún arbusto, no te puede aparecer de repente un gran depredador, ni vamos armados o acompañados de porteadores de armas. Con lo que sí nos topamos, para alegría nuestra, es con un rebaño de ovejas y cabras que comen hierba. Las primeras son prácticamente iguales, como si fueran ovejas Dolly fabricadas a partir de un único molde, mientras que de cabras las hay grandes, delgadas, marrones, negras, blanquinegras y otras diferentes combinaciones. Son el animal que más me llama la atención pues nunca me cruzo con él; tenía entendido que en el parque natural del Montseny están prohibidas porque arrancan la hierba de raíz y causan desertización. Aunque como tampoco soy hombre de campo, quizá sean un animal parecido a ellas pero distinto a las ovejas. Detenidos entre los despreocupados animalillos nos tomamos diversas fotos, contemplamos las diferentes morfologías y colores, escuchamos las campanillas y posteriomente observamos como se alejan de nosotros. Pasa por delante una cabra muy delgada, y Alba dice con malicia que se parece a mí, porque yo también soy así. Las ovejas, por otro lado, siguen en su sitio comiendo hierba, con alguna cabra en su grupo que no se ha desplazado con el resto.

 

Le dejo a Alba la mochila y me alejo por el prado hacia un lugar que me llama la atención, con la idea de ver que hay por la zona, algo alejado del sendero, mientras Alba se dirige a la base del Turó Gros, donde empieza la cuesta más pronunciada y dura de toda la excursión. Encuentro un cráter en el suelo con vegetación que quizá sea un antiguo pou de glaç (pozo de hielo); no me parece muy natural el accidente en el terreno. Hago un interesante hallazgo: una fuente “en recuerdo de Jaume Oliveras” llamada “dels garriguencs” según puedo leer en ella. No mana mucho agua, pero se halla en un lugar resguardado del paso de la gente y me parece un rincón evocador con un toque mágico. Regreso “a la civilización”, es decir, al transcitado sendero señalizado, donde me encuentro a Alba sentada sobre la hierba. Afrontamos el ascenso al Turó Gros, el cual siempre se hace más largo de lo que uno puede pensar escrutándolo desde abajo, cosa por otra parte normal en montañismo. Frecuentemente, lo que parece diez minutos de subida luego son dos o tres veces más, quizá porque seamos optimistas en exceso o simplemente debido a que las montañas no estén hechas para hombres, sino para gigantes. Una vez superada la dificultad es cuando podemos ver por primera vez la cruz del Matagalls, aun distante en espacio pero no en tiempo. Se trata de un mirador sobre el Pla de la Calma, que se encuentra unos doscientos o trescientos metros por debajo. La excursión entre el Pla de l´ Asse Mort y el Cucurull se adivina como una línea prácticamente horizontal, que contrasta con lo grato del recorrido y la enorme soledad que se puede llegar a sentir en dicho pico, a escasos metros del populoso Collformic.

 

La subida final no tiene nada a destacar, aunque quizá sea interesante comentar que como uno deja de ver la cruz, en el momento que ésta aparece, a tan sólo cien metros del sufrido caminante, puede sentir una gran sensación de júbilo si es de los que han sufrido en la ascensión, como algunos padres de los niños o gente poco avezada a la montaña. Como en otras ocasiones, la cruz es azotada por un viento gélido que te provoca frío por el hecho de estar parado, en vez de en movimiento. Nos sentamos a sotavento, de cara a Viladrau, donde nos comemos los bocadillos que hemos traído. El grupo de Miguel y Jeza ya debe de haber comenzado el descenso a Sant Segimon, por lo que no creo que nos volvamos a topar. Cuando desaparece la niebla de la vertiente oeste, Alba me toma unas fotografías sobre una piedra, con los bosques de aspecto otoñal mucho más abajo, como telón de fondo. Hay bastante gente en la cima, y además estamos cogiendo frío, por lo que optamos por iniciar el descenso después de la comida y las fotos. Hacia el norte van como tres brazos de montaña, de los cuales cogemos el central, contiguo al del Turó Gros. Pasamos junto a un cortavientos construido con pizarra, y una pequeña cruz metálica doblada seguramente en el transcurso de una tormenta eléctrica. Cuando llevamos aproximadamente la mitad del recorrido, en vez de continuar por la carena hacia Sant Segimon, bajamos haciendo atajo hacia la izquierda por terreno arbustivo hasta llegar a la pista forestal, donde coincidimos con Jeza y su grupo. Intercambiamos unas palabras y proseguimos hacia el coche, ahora resguardados del viento en la falda de la montaña. Son las tres de la tarde cuando llegamos al mismo, por lo que hemos estado cuatro horas de excursión. Precisamente ahora comienza a salir el sol, y me da lástima regresar ya a la ciudad por el coste de oportunidad que representa, pero Alba ya está cansada y el Cucurull va a tener que ser otro día. Lo veo delante, a través del parabrisas, al otro lado del valle. No parece un pico; es prácticamente una línea horizontal visto desde aquí. Pero sé que desde allí arriba es otra cosa. Alba me propone que vaya yo mientras ella se queda leyendo Agatha Crhistie. La pereza me impide ir. Otra vez será.

 

 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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