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Thursday 23 de December de 2010, 18:19:36
19-12-10 : ¡De nuevo para Centelles!
Tipo de Entrada: RELATO | 2681 visitas

Con Julio (Olot) me acerco a Centelles para pasar una entretenida mañana en la famosa vía ferrata, que lleva por nombre Baumes Corcades. Como no hay nadie, hacemos y deshacemos el puente tibetano y luego estrenamos su cuerda montando un rápel en el lugar habilitado para quien en el último momento no se decide a atravesar el citado puente. También, aprovechando la ausencia de gente, rapelamos la primera pared de la vía ferrata y, por otro lado, montamos unos rápeles en la variante de la Tosquera, en dos paredes preparadas para ello que se encuentran ubicadas entre el tramo fácil y el muy difícil, que diría que son unos cuarenta metros en total. Finalmente, abordamos el tramo complicado, y el último, el de los extraplomos, con la mente puesta en nuestro futuro objetivo, Les Agulles Rodones, que, según me ha dicho su creador, Albert Gironès, es la vía ferrata más larga y dura de España. Quizá para dicha ocasión contemos con su presencia, lo cual sería un grandísimo honor.

 

 

Lo que a priori podría ser un día malo para realizar una vía ferrata, resulta ser todo lo contrario. Lejos del insoportable frío, la maldita humedad y la molesta niebla que en días anteriores reinaban en la zona, nos encontramos con un sol radiante que ha espantado al frío, e incluso la visibilidad es magnífica, pudiéndose distinguir perfectamente en el horizonte el Canigó, el Bastiments, el Puigsacalm e incluso el Taga, y más cerca el Matagalls, Les Agudes, el Pla de la Calma y el Tagamanent, estos últimos, parajes por los que he tenido la suerte de discurrir últimamente tras el parón de algo más de un año sin salir al monte que espero no se vuelva a repetir, aunque por otro lado, como eso no depende de mí, siguiendo la doctrina del filósofo estoico no debería de preocuparme.

 

Contentos por el buen día y por la ausencia de coches en el aparcamiento –sólo hay una furgoneta y un coche medio furgoneta– nos dirigimos con nuestros bártulos al pie del primer espolón rocoso, de unos ochenta metros de altitud. Aunque no se ve a nadie, auditivamente percibimos la presencia de un pequeño grupo mientras nos equipamos con el arnés, el disipador (kit de vía ferrata) y el casco. En esta ocasión hemos traído la nueva cuerda de Julio, diría que de cincuenta metros, para practicar la técnica del rápel, actividad que apenas hemos realizado unas pocas veces y de la que poco recuerdo. Así, nos hemos traído también el ocho y, como novedad, ambos nos hemos comprado una cinta exprés que puede ser utilizada como unión cercana a un escalón o grapa y así descansar colgado de él, algo especialmente práctico en un extraplomo. Otra posible utilidad que pondré hoy en práctica mientras Julio atraviese el puente tanto de ida como de vuelta es colgar la mochila y dar un pequeño descanso a la espalda. Quizá en el futuro le descubra algún uso más, de momento he aprendido esos, no por autodidacta, sino por consejos recibidos.

 

Si algo sé de Julio, al que conocí en junio en Roncesvalles, es que cuando tiene un terreno escarpado por delante tira para arriba con la felicidad propia de un niño y la agilidad característica de la cabra, o del rebeco. Sorprende que sólo haya realizado esta, La Teresina y les Gorges de Salenys, pues a primera vista, para la mirada del extraño, se muestra como todo un experto capaz de dejar atrás a cualquiera, por ejemplo a mí, aunque algo de batalla le doy. Otra cosa serán el puente tibetano o los rápeles, en los que mi miedo a la altura me deja en una mala posición y me impide estar a su nivel. De todas formas, quien no se consuela es porque no quiere y, a decir por lo que se oye habitualmente, lo importante es pasar un buen rato y regresar a casa sano e íntegro, y hasta el momento en ese sentido la suerte no me ha abandonado.

 

Con facilidad dejamos atrás el primer tramo, es decir, el espolón rocoso, bien visible desde la C-17. Lo hemos realizado con tranquilidad, conversando e intentando atorgar a cada pico del horizonte un nombre, como el Balandrau, el Torreneules, el Taga, el Bastiments, el Costabona y el Canigó. Los que no otorgan duda alguna son el Puigsacalm, el Taga, el Matagalls, Les Agudes y el Tagamanent, más próximos en el espacio, en el tiempo y en la memoria. Respecto al tema horario, nos ha llevado desde las 9:15 hasta las 9:36, de manera que haciendo tiempo con los quehaceres descritos no vamos a tener que esperar minuto alguno para iniciar el puente, a diferencia del pasado octubre, cuando ajenos a lo que se nos venía encima no tuvimos en cuenta llevar un ajedrez o algún otro juego de mesa que amenizara la larga espera. Un trío de chicos jóvenes acaba de atravesarlo y no vamos a coincidir con casi nadie más hoy. ¡Menuda suerte!

 

El primero en atravesar el puente tibetano soy yo. Le he propuesto a Julio que si no vemos aparecer a nadie del espolón rocoso, cuyo prado de salida es bien visible desde aquí, podemos hacer el puente dos veces seguidas, de ida y de vuelta, y montar un rápel al inicio del puente, en el lugar habilitado especialmente para quien dude en el último momento llevar la empresa adelante y enfrentarse a sus miedos, en especial el del pavor a la altura. Como comprobamos hace dos meses, dado que el cable de agarrarse está hacia delante, la mejor forma de proceder es echarse para atrás y así situar nuestro centro de masas en la vertical del cable que pisamos. No sé por qué extraño motivo el sentido común suele equivocarse aquí, y te induce a inclinarte hacia el cable pasamanos, lo que aleja tu centro de masas del puente y este comienza a balancear, ¡y de qué manera!

 

Parece ser que esto va a días, y hoy paso un miedo más normalito, a diferencia del pasado octubre, cuando me soprendió la sangre fría que tuve y lo poco mal que lo pasé. Dentro de lo malo, en mi caso, lo peor es la primera mitad, quizá por estar más abierta, más separada de la pared. En total tardo ocho minutos cronometrados en superar los cuarenta metros, lo que arroja la friolera cifra de cinco metros por minuto, sólo por detrás de entes vivos tales como la tortuga, el perezoso y similares, nada acostumbrados a huir de sus depredadores gracias a la velocidad. Pero aquí está, es Julio; las cifras del cronómetro varían, los minutos se suceden, paro el tiempo: cuatro minutos. ¡Eres mi héroe! Pobre Jesús Calleja, es lo que tiene pasarse al “prime time” y al “reality show”.

 

Como todo va sobre ruedas y en el prado aún no ha aparecido nadie, deshacemos el puente tibetano en sentido contrario, pues es imposible que nadie se plante en su inicio antes que nosotros. De nuevo el primero soy yo, y picado por el tiempo de Julio, que intento batir, me planto en mitad del puente en un minuto y medio. Hasta el menos avezado matemático sería capaz de calcular que el tiempo total, haciendo una simple extrapolación, será de tres minutos, pero el común de los mortales sabe que ni en el montañismo, ni en el cerebro humano, uno más uno son dos; quizá sean siete, como canta Fran Perea. Lo cierto es que la segunda mitad es la que en el sentido habitual se realiza primero, y por tanto la que a mí me cuesta más. Como comenté antes, debe de ser por estar más abierta al cielo, más alejada de la seguridad aparente –y real si te anclas– que proporciona la pared. Total, que me planto en el inicio del puente en cinco minutos y medio tras haber pasado un montón de miedo. He “perdido” por minuto y medio.

 

La vuelta de Julio es tranquila. Primero, porque sigue sin aparecer nadie en el prado en el que acaba el primer tramo de la ferrata –a la vuelta sólo hay dos coches en el aparcamiento también–. Y segundo, porque aprovechando que le tomo unos vídeos, saluda a la cámara, sonríe y hace esas cosas que uno hace cuando sabe que está siendo filmado y que esos instantes fugaces pasarán a la posteridad. Una vez reunidos tiramos ambos extremos de cuerda para abajo con la intención de rapelar con la cuerda doble. Dado que carecemos de mucha experiencia nos pasamos un buen rato con el ocho y con la manera de unirlo la cuerda y de cómo sujetarla con ambas manos: la del equilibrio y la de ir soltando cuerda para bajar. Yo recuerdo que antaño atrás llevaba la mano izquierda, que nunca había que soltar –a no ser que te guste eso del “Huracán Cóndor”, las caídas libres y ya no tengas ningún asunto pendiente en esta vida– y con la derecha la sujetaba por arriba, pero él me dice que es al contrario. Total, que tardamos un montón en tomar confianza y, por descontado, él rapela con la mano derecha abajo y yo colocando en dicho emplazamiento la mano izquierda. Supongo que ambas formas son válidas y que depende de la preferencia personal o de si se es zurdo o diestro.

 

El rápel es corto pero tiene un trozo aéreo, o colgado, no recuerdo como se llama cuando te alejas de la pared y bajas en el aire cual araña suspendida de su tela. En dicha bajada pasamos por la variante sencilla –la que evita el puente tibetano–, pero en vez de detenernos en ella seguimos unos pocos metros más hasta llegar a “tierra firme”. Ahora sí que vienen tres chicos hacia el puente que nos ven rapelar. Le comento a Julio que seguro que se han pensado que no hemos hecho el puente por miedo y que por eso rapelamos. No parece de sentido común que lo hayas realizado dos veces hasta situarte de nuevo en su inicio para luego rapelar. En ocasiones así uno se alegra de no se previsible, de ser diferente a la muchedumbre, para bien o para mal.

 

Con los tres chicos, que parecen ser escaladores y realizan la vía ferrata sin casco, coincidimos en el otro lado del puente tibetano, cuando nosotros, siguiendo la variante sin puente, nos metemos en el largo flanqueo del segundo tramo y nos detenemos a desayunar a la sombra. Parece mentira que en esta época se tenga que rehuir del sol, cuando quizá debería de ser al contrario, pero como he comentado antes hoy el día es estupendo. He traído unas patatas fritas con “sabor jamón presunto” del Aldi que sé que le gustan a Julio, pero no saben a jamón, de ahí supongo que viene eso de “presunto”. Él extrae de su mochila el bocadillo y… ¡una bolsa de chocobolas! Quizá la vida no sea tan cruel como la pintan, al menos en esos momentos puntuales en los que uno puede explayarse ajeno a su malvad.

 

Con el estómago saciado reemprendemos el largo flanqueo que constituye el segundo tramo de la ferrata y salimos por la variante antigua con la idea de bajar por la variante fácil de la Tosquera y subir por la muy difícil. La sopresa viene cuando nos encontramos con tres hombres entre ambas variantes montando un rápel: nos damos cuenta de que hay dos paredes que encadenando dós rápeles te dejan al pie de ambas variantes. El primero está equipado con una “reunión” para montar el rápel, y en el segundo hay una anilla y un parabolt ya que ahí acaba una vía de escalada. Así, menos miedosos que antes volvemos a tirar ambos extremos para abajo, y detrás vamos nosotros, primero Julio y luego yo. Tras los dos rápeles recogemos la cuerda y nos preparamos para afrontar el tramo más difícil de la vía ferrata, el catalogado como “muy difícil” de la relativamente reciente variante de la Tosquera (2007 o 2008, no lo recuerdo).

 

La guindilla de la citada variante, lo que echa hacia la “fácil” a los que no lo pueden superar, es un paso carente de una grapa a propósito y seguido de un extraplomo. La presencia de un muelle en el cable de vida nos da una idea de la facilidad con que uno puede caer aquí hasta ser parado por los dos mosquetones del kit de vía ferrata. Si bien en octubre a Julio le costó tres intentos superarlo –era su primera vía ferrata– hoy salva el obstáculo bastante bien, al igual que yo. Hace dos meses me dejé los mosquetones atrás y me costó un montón hacerme con ellos adoptando una acrobática posición con tal de no tener que deshacer el extraplomo para poder acometer el cambio de mosquetones al siguiente tramo del cable de vida. Tras este tramo vertical viene uno horizontal en el que hay que hacer fuerza de brazos porque progresas algo echado hacia atrás. En este punto aprovecho para filmar un vídeo en el que aparecemos colgados en la pared, con el patio abajo y los cultivos del entorno de Centelles como telón de fondo. Por último, viene otro tramo vertical que me da bastante miedo por la altura, ya que hay que hacer una especie de cambio de pared, es la misma pero gira unos grados y abajo ves el patio bajo tu pie y un pequeño extraplomo te hace verte más abajo –despeñado– que arriba. ¡Ufff, qué sensación al volver a poner los pies sobre la arena! ¡Salvado!

 

De camino a los extraplomos cercanos a la cumbre del Puigsagordi, con una escalera metálica aparentemente voladora incluida, el calor es sofocante, de manera que me quito una camiseta de manga larga y el polar y me quedo con la camiseta interior de franela de manga corta, que menudo juego hace con los guantes de lana. Como no hay nadie en los alrededores, no existe el problema del qué pensarán, aunque Julio siempre me podrá hacer chantaje con la foto que me toma tras mi sugerencia. ¡Y la semana que viene es Navidad! Al llegar al primer extraplomo aprovecho para probar la cinta exprés y para coger confianza de los bártulos, arnés incluido, pues normalmente no me fío un pelo y progreso por las ferratas de principio a fin agarrado a las grapas o a lo que sea, como si no llevase el kit ni el arnés. En la tienda donde lo compré ayer (Illa Sports, Granollers) el chico que me atendió me dijo que no era hacer trampa usarlo en un extraplomo, aunque a mí sí me parece que cierta trampilla hago, aunque claro, siendo riguroso hasta las grapas son una ayuda, pero sin ellas sería imposible el avance, mientras que la cinta exprés me parece prescindible, algo que te da comodidad en el extraplomo, que siempre está bien, pero que falsea un poco la dificultad del paso.

 

Luego de dejar atrás la escalera, el extraplomo y los últimos peldaños nos plantamos arriba, en el Puigsagordi, rozando los mil metros de altitud. Son las 13:20, han pasado cuatro horas. Mientras las dos únicas personas que hay en el lugar observan el paisaje, Julio y yo nos fotografiamos e iniciamos el descenso, que parece haber sido reequipado hace poco con cuerdas nuevas, además de haber señales de pintura más recientes. Al atravesar el espolón rocoso del primer tramo montamos un rápel para descender la primera pared de la ferrata ya que, para variar, no hay nadie. Al principio da un poco de miedo porque te separas un poco de la pared, pero lo que más me preocupa es el cansancio acumulado, que siempre puede ser causa de un accidente, sobre todo de bajada.

 

Sin sufrir ningún percance terminamos nuestro rápel, recogemos la cuerda y nos plantamos en el aparcamiento contentos, esta vez no por el buen día que hace, como cuando partimos, sino por el buen día que ha hecho. El matiz es pequeño, pero su implicación grande. Lo que era un proyecto ahora es una realidad y, por tanto, es hora de empezar a meditar un nuevo proyecto. Y así hasta que el cuerpo aguante o el destino nos lo impida. Si es que ya lo decía Hemingway: “París era una fiesta”. Quizá la montaña también lo sea.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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