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Saturday 11 de June de 2011, 10:38:10
16-04-11: Logroño – Nájera (29,1km)
Tipo de Entrada: RELATO | 1317 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Tras mis anteriores experiencias en fechas otoñales, primaverales, invernales y estivales, la quinta llamada del Camino ha de ser a la fuerza una repetición en cuanto a estación del año se refiere. Siendo los meses anteriores y posteriores al verano los más recomendables para recorrer la milenaria ruta, la presencia de las vacaciones de Semana Santa acaba por decantar la balanza hacia el periodo de las alteraciones hormonales, de la vida y del florecimiento, en detrimento de los suelos cubiertos por hojas caídas y de los cielos llorosos a raudales. Como viene siendo habitual, acudo a la citada llamada sin ninguna compañía, lo que siempre viene bien de cara a experimentar con mayor intensidad todo lo que el Camino de Santiago significa.

 

El final de la jornada laboral del viernes 15 de abril no es una más. Viene seguida de un ritual del que depende en gran medida el éxito de la peregrinación: la preparación de la mochila. Con cuatro experiencias en mi haber, sé perfectamente que no hay lugar para nada que no sea estrictamente imprescindible. De hecho, en el Camino, como en la vida, lo mejor que uno puedo hacer para avanzar ligero de equipaje y llegar a buen puerto es desprenderse de las cosas inútiles que puedan suponer un lastre, así que prohibido incluir nada que forme parte del grupo del “por si acaso”. Además, esta vez voy a ir en plan experimental con una pequeña mochila del Lidl que incluye uno de esos sacos de dormir diminutos –ultralight los llaman–y en total, agua incluida, no va a superar los cuatro kilos de masa y va a ser motivo de sorpresa y envidia por parte de peregrinos venidos de distantes y de no tan distantes lugares del mundo.

 

Siguiendo lo que ya se ha convertido en un ritual, abandono las fauces de la tierra a través de la boca de metro de Tetuán y camino hasta la estación de autobuses Barcelona Nord, a la que sólo he ido en cuatro ocasiones, una por cada partida hacia tierras jacobeas. Esta es la quinta. El autocar de la Alsa está al completo y parte puntualmente, es decir, a las once de la noche. Viajar bajo el cielo estrellado me permite ganar una jornada –el sábado ya puedo estar caminando– y además tiene la ventaja de hacer que el trayecto se me antoje menos duradero, supongo que por los momentos en los que me debo de quedar medio dormido y el tiempo para sacar las alas y echar a volar. Eso sí, todo tiene un precio: la nocturnidad y la alevosía traen consigo un inicio de ruta sin apenas haber dormido, lo que en términos de energía puede resultar un “handicap” importante, pero qué se le va a hacer…

                      

Y pasaron las once y las doce, y luego la una, las dos y las tres… ¡vale, y las cuatro también! En verdad son las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana cuando me apeo en la estación de autobuses de Logroño preguntándome qué sorpresas me deparará el Camino en esta ocasión. Y la primera no tarda en llegar. Pelin, una joven estudiante universitaria turca que lleva unos meses asistiendo a las clases en Barcelona gracias al proyecto Erasmus pregunta que a dónde se puede dirigir hasta que amanezca. Le comento que a estas horas está todo cerrado, incluido el albergue, y que lo mejor que puede hacer es iniciar la etapa, a no ser que tenga un especial interés en pasar frío sentada en un banco. Como no tiene otra opción, me acompaña hacia el albergue de peregrinos de la Rúa Vieja, situado en el trazado del Camino, en las proximidades de un puente sobre el río Ebro por el que se accede al núcleo histórico cuando se viene de Viana y habiendo dejado atrás a María, la hija de Felisa, cuyo sello sigue estampando en las credenciales del cansado peregrino con la frase “agua, amor e higos”. Tras comprobar que el albergue está más que cerrado, somos los primeros del día en iniciar la etapa entre Logroño y Nájera.

 

Nuestros pasos se encaminan por la citada Rúa Vieja y pronto se topan con un gran Juego de la Oca compuesto por casillas de temática jacobea. Hay quien dice que se trata de una metáfora del Camino y de la vida. Me dirijo a la casilla sesenta y tres, la de Santiago, y tomo la primera instantánea con mi nueva cámara de fotos, que es la sucesora de la que finalizó su largo servicio hace un par de meses tras caerse durante el descenso de una canal de Montserrat al anochecer –la canal del Mejillón–.No muy lejos se halla emplazado un monumento en el que dos jóvenes aparecen representados en pose caminante. Como ya los fotografié en otra ocasión, no me tomo la molestia de sacar la cámara, cosa que sí hace mi accidental compañera de viaje. Si bien no me gusta caminar acompañado en el Camino, por lo visto tiene bastantes dudas y, sobre todo, no se ha traído una linterna, algo imprescindible para abandonar la ciudad a estas horas. Pero tampoco me viene de un día: mañana volveré a estar solo.

 

Más o menos me acuerdo de la anterior vez de por dónde va el camino, mas no es suficiente para desviarnos a la derecha a su debido tiempo y nos pasamos de largo. Al ver que no aparecen flechas amarillas, deshacemos un rato lo recorrido, una acción que en el Camino es psicológicamente dura, y retomamos las marcas de nuevo, que atraviesan un parque que nos lleva hacia el exterior de la ciudad. Linterna solar en mano conversamos acerca de cosas varias, pues innato es al ser humano el querer saber cosas acerca del prójimo. En ese sentido ella parece ser más curiosa que yo, si bien lo que da más partido para hablar es su estancia en Barcelona, sus estudios de estadística y las varias excursiones que ha realizado por Cataluña. Le comento que a mí me gusta mucho subir a las montañas y que igual algún día podemos coincidir durante su estancia por aquellos lares que ahora veo tan distantes en la noche riojana. Peculiar, sí, pero noche al fin y al cabo. Atrás han quedado multitud de jóvenes bastante ebrios con los que nos hemos cruzado, sobre todo en una calle entre la estación y el albergue, supongo que por la presencia de alguna discoteca cercana. Delante, en cambio, tranquilidad, silencio, oscuridad. El parque de La Grajera nos espera.

 

Al pasar por un túnel peatonal Pelin tiene miedo. Al salir le pregunto si prefiere llevar ella la linterna y me dice que no, que sólo ha sido ahí dentro. Bromeo en referencia a su rápido paso, ya que anda bastante rápido: “si aparece alguien y echas a correr, seguro que no te alcanza”. Supongo que si yo fuese a mi velocidad habitual no me dejaría atrás, pero siendo de noche y con todo el día por delante, prefiero ir poco a poco a la espera de que amanezca. De hecho mi idea ha sido ir chino chano y que amaneciera a la salida de la ciudad, pero claro, falta bastante para que el sol de indicios de vida y Logroño no es tan grande como Badalona o Barcelona y, quieras que no, en poco tiempo te sales de la urbe. De todas formas no es muy traumático perderse el aspecto del parque de La Grajera gracias al hecho de haberlo recorrido con anterioridad. En aquella ocasión no había ningún pescador en la presa acompañado de su mujer y de los astros, ambos de origen marroquí –los humanos, claro– y todos ellos formados por la misma materia –somos polvo de estrellas, dicen–.

 

Una vez dejado atrás al pescador de truchas atravesamos una zona boscosa con multitud de aves que parecen no tener sueño e iniciamos un suave ascenso entre campos de cultivo de la vid, tan característicos en tierras riojanas. El sol comienza a despuntar, la luminosidad inicia su reinado, la noche agoniza. La linterna pasa a formar parte de los objetos a transportar en la mochila, como pronto lo serán el gorro de lana, el tapacuellos y los guantes. Mi compañera, que habla un buen castellano, supongo que se quita un peso de encima con la llegada de las primeras luces. Me cuenta cosas acerca de una excursión que realizó en el macizo de Montserrat y de su país, que pertenece tanto a Europa como a Asia. También me efectúa consultas, como si es necesario sellar dos veces al día la credencial –le comento que en ese punto la han engañado–.Así, los kilómetros van pasando y como quien no quiere la cosa pasamos junto a las ruinas de lo que queda del antiguo Hospital de San Juan de Acre, a las afueras de la primera población que nos recibe: Navarrete. Hay que decir que la portada románica del siglo XVII ha sido trasladada al cementerio municipal, por el que pasaremos al salir del pueblo.

 

Realizamos una parada en el bar porque Pelin quiere tomarse un café. En la barra observo una especie de caña rellena de chocolate que pronto me es servida de manos de la dueña del pequeño bar, situado junto al albergue municipal. Le pregunto si allí me sellarán la credencial y resulta que entre los clientes están las dos hospitaleras, que acaban de llegar para iniciar su quincena de servicio en el albergue. Las acompañamos hasta las instalaciones, que como digo están contiguas al bar, y allí Pelin recibe su primer sello y yo pongo uno más en mi segunda credencial, que cuenta con sellos tan variopintos como el de una pulpería, uno enorme de O Cebreiro, el de “Felisa, higos, agua y amor” , el de Roncesvalles o el de la catedral de Santiago. Sólo me quedan siete huecos libres y, con el de Nájera a final del día, me temo que más pronto que tarde me voy a tener que comprar una tercera y comenzarla a rellenar, cosa que sucederá en el albergue municipal de Burgos dentro de dos días.

 

En el albergue municipal de Navarrete conozco al hospitalero Martín, asturiano y con experiencia en desarrollar tal función de ayuda al peregrino. Resulta que hoy ha finalizado su servicio y está dando el relevo a las dos señoras voluntarias que acaban de llegar. Me comenta que ahora van a ir a la ermita de Santa María de Jesús (s. XVI), situada a las afueras de la ciudad, así que los acompañamos como hacen algunos otros peregrinos. La verdad es que es una suerte poder entrar, ya que suele estar cerrada. Lo más interesante es recibir las explicaciones del afable hospitalero, con quien me fotografío en el exterior y anoto su correo electrónico para escribirle una vez llegue a casa, cosa que cumpliré. Pelin me pide que le tome una foto junto a un Santiago que hay en un banco. Martín dice que antes estaba en el albergue municipal de Logroño, pero tras el jaleo que hubo entre la asociación de amigos y el Ayuntamiento, estos tomaron la reproducción y la trajeron hasta aquí. Yo me fotografío junto a unos barriles de vino y también retrato unas pinturas que hay en el techo. Las mujeres me cuentan que una placa que hay en la pared la pusieron en recuerdo de dos peregrinos holandeses que murieron aquí arrollados por un camión en los años ochenta, cuando yo contaba con entre tres y cinco años de edad y nada sabía sobre el Camino. Benditos aquellos que pudieron conocer el auténtico camino antes de la llegada del negocio –business, lo llaman–.

 

El que muere arrollado hoy es un gorrión, al que voy a ver tras su brutal impacto contra un coche. El pobrecillo ha quedado tendido sobre el asfalto muerto, y lo aparto para que al menos no lo aplasten con las ruedas. Quizá a la larga la selección natural, aunque de natural tenga poco, haga que los gorriones más prudentes sean los que más sobrevivan y más descendientes tengan y, a la larga, los más osados acaben extinguiéndose bajo el chasis de los coches y ello lleve a que sólo sobrevivan sus depredadores más inteligentes, capaces de capturar a los comedidos gorriones esquivacoches y, por ende, esquivadepredadores. Este y otro pensamiento los llevo a cabo en nuestra huida del lugar, y es que a Pelin y a mí nos siguen unas quince o veinte niñas que avanzan en grupo cual batallón chismoso, joven y juguetón, pero sobre todo alvorotador y perturbador del silencio que uno viene a buscar. Hablando en plata: cuanto más atrás las dejemos mejor.

 

A través de una pista que se abre paso por el campo nos dirigimos a Ventosa, un pueblo al que no se entra. A las afueras hay un Santiago peregrino de piedra muy simple que me gusta mucho y que ya fotografié la anterior ocasión que uní Logroño y León, concretamente en la Semana Santa de hace cuatro años, la de 2007. Ante el fuego de una quema de rastrojos no puedo evitar tomar una fotografía. Diría que aquello que descubrimos hace cuatrocientos mil años y que nos permitió calentarnos, alejar a las fieras o matar a las bacterias de los alimentos, nos sigue despertando algo que tenemos albergado en nuestra esencia, como sucede con el hecho de caminar o de peregrinar. Esto último formaba parte del estilo de vida nómada que el bipedismo nos concedió en una época tan lejana a la telebasura y al sedentarismo de sofá que tanto practicamos cual involución o evolución inversa. Aunque claro, para evolucionar es preciso que medie la selección natural y en nuestros días, quien sobrevive no es el mejor adaptado, sino el que ha tenido la suerte de nacer en una región del planeta en la que no falte agua potable, ni comida, ni medicinas.

 

En medio de las viñas Pelin quiere parar a comer, así que intento no aburrirme mientras come algo. Pronto retomamos la marcha y me detengo para conversar con un señor muy mayor que está trabajando en las vides, justo enfrente de unas bodegas. Según él ya hay uvas, pero ahora están muy pequeñas y hasta el verano no tendrán un tamaño agraciado. Más adelante, otro señor me desea que no nos haga mucho sol, cosa que estos primeros días no se va a cumplir. La tónica va a ser salir del albergue con frío y bien abrigado, comenzar a salir el sol, iniciar el despelote en cuanto a lanas se refiere, sacarse la chaqueta, y finalmente pasar calor y sentir todo el peso de la solana encima hasta plantarse en el próximo albergue. Y cuantos más kilómetros se recorran, más tardía será la hora de llegada y mayor la fuerza del sol. Además, al ir de este a oeste, conforme pasan las horas deja de pegarte por la espalda y pasa a darte de lado, y si caminas muchas horas acaba dándote de frente, lo que siempre resulta más molesto por mucho sombrero que se lleve. Hoy, como hemos partido a las 04:45, llegamos muy temprano, a las 12:30, tras haber recorrido apenas 29 kilómetros.

 

Nada más llegar a Nájera uno se encuentra con una casa en la que puede leerse “Peregrino: en Nájera, najerino”, frase que también aparece en una porcelana colgada en la pared del comedor del albergue municipal. A él se llega tomando a la izquierda nada más atravesar el puente sobre el río Najerilla, pero resulta que hasta las dos no abre, así que nos vamos al césped que hay junto al río a descansar. Pelin se tumba a dormir mientras que yo aprovecho para tomar notas de lo acontecido hasta el momento para poder escribir posteriormente el presente relato. Otra cosa que nos diferencia es que ella opta por el sol, mientras que yo me sitúo hábilmente tras el tronco de un grueso árbol que me asegura el aislamiento de la radiación directa del astro rey. Un vecino mayor de esos que buscan conversación me cuenta que le cantó una jota a un antiguo presidente del Barça, en concreto a Núñez, y algo de unos versos que envió y que confundieron con un paquete bomba en Barcelona. Mientras tanto, me tomo un Powerade que he portado desde casa hecho a base de agua y de unos polvos azules que me regalaron en la Expomaratón el mes pasado. Y es que con tal de ahorrar peso para mañana...

 

Cuando abren el albergue, a las dos del mediodía, una hospitalera voluntaria de Barcelona llamada Elena a la cual tomo por vecina del pueblo y un hospitalero voluntario italiano nos toman los datos, nos indican donde están las diferentes instalaciones –en especial los aseos y la cocina– y nos informan de que luego, cuando estemos instalados y duchados, nos podemos acercar a la hucha a realizar nuestra aportación, ya que el albergue es de los que piden un donativo en vez de tener establecido un precio fijo. Una malagueña que hay en la cola y que está bebiendo una cerveza en lata tiene aspecto de haberse tomado ya unas cuantas. Cuando le digo que es la quinta vez que vengo al Camino, al verme con Pelin, me suelta que “debes de haber venido con muchas mujeres” y le comento que he venido solo, que he coincidido con ella al apearme del autobús. Pronto llega una madrileña que, al ser su amiga, se sitúa junto a ella en la cola. Según explica, tiene las rodillas cascadas y ahora llega tras haber partido de Ventosa. Ella también bebe cerveza en lata. A ambas las volveré a ver luego en la cocina haciéndose una buena comida, pues por lo visto no se privan de nada. Me despido y me voy a estirar el saco sobre la litera para autoasignarme un colchón. Acto seguido me pego una buena ducha e inicio el reposo, más por no haber dormido que por los asequibles kilómetros recorridos.

 

Y a decir por el reloj, el descanso ha sido largo. Son las 18:30 cuando salgo del albergue con algo de dolor en el estómago y con ganas de subir hasta la cruz que corona la colina cercana, que me atrae por las vistas que desde ella deben de contemplarse. Le pregunto a una mujer y, además de decirme que a las 19h hay misa, me envía hacia la carretera a Burgos. De camino a ella vuelvo a preguntar a un señor y me dice que no, que por allí es más largo. Me indica justo en la dirección contraria y me asegura que en trescientos metros encontraré el inicio de la senda que sube hasta arriba. Y así es. Nace del mismo Camino de Santiago y en el cartel puede leerse “Cruz de Malpica”. Pongo el cronómetro en marcha y en ocho minutos exactos de ascensión me planto en lo alto de la pequeña montaña, cuya cruz domina toda la población, incluyendo los nidos de las cigüeñas, algunos con huevos en su interior –en uno cuento tres–. Desde aquí arriba, en un lugar nuevo y lejano a casa, donde en princpio no tendría que estar, las sensaciones son diferentes a las de una cima más de una excursión cualquiera. Intento dejarme llevar por la magia del momento pero necesito tomar fotos y hacer algún vídeo, y tengo una extraña prisa por volver a bajar. Azotado por un molesto viento y con multitud de cigüeñas volando por aquí y por allá, tomo unas fotos de la ciudad y su río, de los bosques por los que he subido y de los campos en dirección oeste por los que mañana marcharé. Acto seguido filmo el vuelo de las cigüeñas e inmortalizo los tres huevos que supongo que pronto darán paso a tres nuevas aves. Me da lástima porque al subir, en el nido había una o dos cigüeñas y se han asustado, pero supongo que en cuanto desaparezca volverán para cuidar de los suyos.

 

 

En vez de regresar deshaciendo lo andando, me aventuro por un sendero que desciende la arista, que es precisamente la que va a parar a la carretera de Burgos. Como no me conozco la zona y no me gusta entrar en propiedades particulares –y a saber si tienen algún perro–, me tengo que buscar la vida para descender el talud de la carretera, que pueden ser unos cinco metros verticales. Flanqueándolo unos cincuenta metros encuentro un punto en el que lo veo salvable, en parte porque el cemento tiene buena adherencia y desde un promontorio de la pared puedo pegar un salto final hasta el asfalto. Y sí, lo supero y puedo volver a respirar tranquilo, menudo peso me he quitado de encima. De regreso a la ciudad intento buscar un supermercado. Resulta que veo a un chavalín con una cola DIA de dos litros y la pregunta es obvia: “¿Hay algún Dia por aquí?” Con su correctas indicaciones llego hasta él y me compro una barra de pan, tres latas de atún, una bolsa de fritos y dos copas de chocolate. Con tales provisiones regreso al albergue y le comento a Pelin que he subido a la cruz que se veía desde el río, cosa que en aquel momento le comenté que haría para asombro suyo. Con la compra citada es fácil de imaginar que la cena consiste en un bocadillo de atún picando unos fritos y dos yogures de chocolate como postre. Todo ello me lo como en una de las dos mesas del comedor, en las que peregrinos de diferentes procedencias comparten tiempo, espacio y conversación. Dos parecen muy entendidos en historia y hablan con Pelin sobre religión y política. Un joven ciclista de Toledo me dice que mañana irá hasta Belorado, que está a dos etapas de distancia. Lo veo lejos, pero resultado que allí acabaré coincidiendo con él. Su nombre es Pablo, y el de su padre Pedro. Según la tradición familiar, padres e hijos van alternándose ambos nombres, de manera que si él tiene algún día un hijo –o su hermana– este se llamará Pedro, como su abuelo, también bicigrino. Pero ellos van con la bici por el Camino, no por la carretera. Cuando acabo me doy un pequeño paseo nocturno por el pequeño pueblo. En la terraza de un bar hay una actuación de música en directo, concretamente del grupo de cante y bale “Sueño flamenco”, que se enmarca en la Feria de Abril a orillas del río Najerilla. En el momento en el que me voy a dormir un grupo va a salir con el hospitalero italiano para ver el encuentro de fútbol entre el Madrid y el Barça. Un chico que va a unirse a ellos me dice que está acostumbrado, porque para ir al instituto se acuesta a las doce y se levanta a las siete. A mí, como no me interesa el fútbol y la pasada noche la pasé en el autobús, lo que me tira más es acostarme, y a eso voy. Para ser un primer día no ha estado nada mal.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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