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Sunday 12 de June de 2011, 12:23:40
19-04-11: Burgos – Castrojeriz (38,7km)
Tipo de Entrada: RELATO | 1774 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Son las siete menos cinco cuando me levanto. Parece ser que en la planta seis estamos los que más tarde llegamos y, según intuyo, también los más gandules. ¿A qué hora piensa despertarse esta gente? En el comedor, entre peregrinos de las otras cinco plantas, me como un “croissant bañado sabor chocolate” que he adquirido en la máquina por setenta y cinco céntimos de euro. Me pregunto si la palabra sabor excluye al chocolate de la lista de sus ingredientes. Otra cuestión que me formulo es si hoy me adelantarán los dos ciclistas de Toledo, que al ir en bicicleta deberían llevar una velocidad superior a la mía, pero no va a ser así. Lo harán a la entrada de León. Una vez cambiadas las chanclas por las bambas y habiendo situado la mochila sobre la espalda, me despido de las hospitaleras e inicio la marcha con destino a Castrojeriz, la etapa teórica más larga de todo el Camino de Santiago Francés. Paradójicamente, para mí va a ser una distancia corta comparada con las dos últimas jornadas o con las próximas.

 

La salida de la capital es bastante tranquila, se trata de ir siguiendo el río. Más tarde, los campos comienzan a aparecer pero no con una belleza destacable. A mano derecha queda un cárcel y, al frente, un bosquecillo junto al río Arlanzón. Los kilómetros se suceden y a las afueras de Tardajos sucede la primera cosa interesante del día: una conversación con un vecino del pueblo. Su edad es 81 y según me dice trabajó durante treinta y dos años en la Casa de Papel Moneda. Le comento que en el pueblo debe de vivirse más tranquilo que en la ciudad y me responde que en la capital le ofrecían un piso bien barato pero que lo rechazó. Eso sí, aquí hace más frío, recalca. Ha viajado en cinco ocasiones a Santiago de Compostela, pero todas ellas en coche. Le pregunto acerca de lo que se cultiva por aquí: trigo para hacer pan, cebada para cerveza y alfalfa para pienso. El trigo y la cebada los veo exactamente iguales, pero la alfalfa sí que es fácilmente reconocible. Luego están los campos de patata, que ahora se muestran simplemente como tierra arada de un color marrón oscuro que contrasta con el verde del cereal de las parcelas contiguas. Le agradezco la información que me ha dado –la he ido anotando como si fuera un periodista– y me despido de él deseando que si vuelvo a pasar por aquí coincidamos en su paseo matutino.

 

Una vez dejado atrás Tardajos el peregrino de dirige a Ravé de la Calzada. No lo he contado, pero atravesando el primero de ellos he visto a través de la ventana a una señora mayor que desayunaba mirando hacia el exterior y me ha hecho sentir algo que no puedo plasmar sobre el papel –en el disco duro del portátil–. En este segundo pueblo se me ha metido en la cabeza un capricho: las pipas Tijuana. Anoto que “pagaría varias veces su precio de mercado por unas pipas Tijuana”. Debe de ser por tanto hablar de agricultura. En una fuente hay unas esculturas de una especie de monstruitos que tienen cierta similitud con el que hizo célebre la frase de “mi casa, teléfono”. Las fotografío con el campanario de la iglesia al fondo y por último, antes de abandonar el pueblo, observo como un hombre trabaja la madera en el taller de su garaje.

 

Hasta Hornillos del Camino, pueblo con un elocuente nombre, hay una distancia considerable que debe superarse a través de campos totalmente alejados de cualquier carretera, lo que propicia que sea un tramo por el que disfrute caminando. Por detrás se acercan tres bicicletas con un remolque. Sí, son los del perro. En primer lugar se asombran de verme tan adelantado. Les comento que estoy recorriendo muchos kilómetros al día para poder enlazar unas catorce etapas teóricas en ocho jornadas, cosa que lograré. Posteriormente me revelan su procedencia: el País Vasco. Acto seguido, me informo del tramo que están recorriendo: Irache – Santiago. Como la pista es cuesta arriba, más o menos les sigo el ritmo a pie. Aunque la conversación es agradable, los invito a continuar: no me gusta demorar a nadie, y menos si aún tienen que llegar hasta Frómista, unos sesenta kilómetros en total. Yo ni me lo planteo. Llegar, llegaría, pero mañana tendría que ir con muletas…

 

Realmente es precioso caminar por aquí. Se trata de una especie de altiplano donde el contacto con el cielo es casi superior al que estableces con la tierra sobre la que caminas. Inclinando un poco la cabeza hacia arriba, haciendo que la mirada forme con la vertical un ángulo superior a los noventa grados, lo que ves es cielo y más cielo, y si fantaseas un poco te sientes una de esas nubecillas graciosas de los anuncios de Vueling. Casi da lástima que de repente se acabe y, a tus pies, se presente una fuerte pendiente que te permite descender hasta Hornillos del Camino. Con ese nombre, uno se alegra de que aún no sea verano.

 

A la entrada del pueblo me meto en una tienda de comestibles llamada “Área km469”. Su nombre lo dice todo. Me proveo de un paquete de galletas de chocolate Príncipe de Beukelaer (1,20 euros) y de una bolsa de gominolas (1,20 euros). Al dueño le consulto, una vez sellada la credencial, si en este pueblo vive un señor que hace cuatro años repartía unas tarjetas conforme era “amigo del peregrino”. Por lo visto no le suena de nada y me dice que me debo de haber confundido de pueblo. Me extraña porque suelo tener buena memoria para los lugares, y este sitio encaja perfectamente con mis recuerdos. En mi mente aparece como si fuera ayer aquel señor, de unos 85 años de edad, que se lamentaba porque la noche anterior había conocido a una peregrina brasileña que hacía el Camino para “encontrar a un hombre” –textualmente– y no se había atrevido a invitarla a dormir a su casa. Quizá el señor ya no esté y la ocasión no se le volvió a presentar. Cada cual que extraiga su moraleja.

 

A la salida de la tienda conozco a otra joven extranjera, pero esta vez no se trata de una turca, sino de una alemana. Su nombre es María y habla perfectamente el castellano. Al igual que Pelin, su paso es decidido, de zancadas largas. También es alta, delgada y está llena de energías. Me comenta que estudió economía y que actualmente trabaja en una consultoría de Suiza, de lo que deduzco que se diferencia de los jóvenes españoles en que su sueldo no es mileurista precisamente. Sin motivos para estar indignada, se dirige desde Burgos hasta Santiago de Compostela a un ritmo que muchos varones ibéricos no podrían seguir. El paisaje sigue siendo espectacular, sólo que esta vez no avanzo solo sino que hago vida social. En ese sentido, en las proximidades del místico abergue de Arroyo Sambol, nos cruzamos con un señor bien moreno que acarrea un carro tirado por su cintura. Su nombre es “Pedro Portugués del Camino” y, según dice, es un conocido personaje presente, entre otros, en los foros de “mundicamino”. Me cuenta que lleva tres o cuatro años haciendo el Camino, yendo de un lado para otro. Aunque no lo he dicho, nos lo hemos encontrado de frente, es decir, que lo está haciendo a la inversa. Explica que prontó trabajará en el campo en Francia. Por tres semanas le pagan unos mil quinientos euros y ya lo ha hecho en más de una temporada. María me fotografía junto a él, le damos una aportación de dos euros porque anda escaso de efectivo, y vemos como su banderita de Portugal se aleja para quizá no volver a verlo nunca más.

 

Cuando uno llega a Hontanas ya lleva en los pies veintinueve kilómetros. Si a eso le unimos que está tronando, el cielo está negro y ha comenzado a chispear, todo razonamiento lógico lleva a lo mismo: toca dormir aquí mismo. Pero atendiendo al sabio Eduard Punset, nosotros nos movemos básicamente por los instintos y por la intuición y no tanto por razones. Sí, así es; vamos a continuar hasta Castrojeriz. Pero antes nos metemos en el bar, donde coincidimos con otro alemán, este aún más fuerte que María o que yo. Su nombre es Ludwig, mide casi dos metros, no entiende ni flauta de castellano y ríe a raudales. Se pide una tapa y cuando la señora que atiende el establecimiento, que también es albergue, le dice el precio, el peregrino le lanza a la mesa unas treinta monedas a discreción, casi todo calderilla, para que la señora se autocobre lo adecuado –o lo que crea conveniente–. Cual supervisor de la ONU, compruebo que sí, que le retira lo que le ha dicho oralmente. María se pide un bocadillo y yo también. El mío es de tortilla de patatas, cuesta dos euros, y su tamaño es tal que de ninguna manera me puede entrar eso en la boca, por lo que opto por descomponerlo en pequeñas fracciones cual matemático improvisado. Como me demoro en demasía –no sé por dónde abordarlo–, Ludwig y María inician la marcha con la idea de que les atrape pues saben que ando bastante rápido. Y eso haré.

 

Con un nuevo sello en la credencial abandono el bar. Son las 14:05 y llueve bastante. Me pongo el poncho del todo a cien e inicio lo que parece una locura, pero si no las hago aquí, ¿dónde? Al poco ya tengo todo el pantalón mojado, las bambas inundadas y los calcetines empapados, por no comentar el estado pésimo de la senda, con barro y con grandes charcos que en ocasiones te obligan a meterte en el cultivo y bordearlos. Como son nueve kilómetros y vamos a tope, le echo una hora y media, es decir, que hacia las 15:35 llegaremos al siguiente pueblo. Dada la lluvia, no extraigo mi hoja de anotaciones para nada, así que a dos meses vista sólo puedo comentar que el calor desapareció de golpe, que resultó místico caminar bajo la lluvia con los alemanes, y que fue una buena experiencia. ¡Menos mal que no me quedé a dormir en Hontanas!

 

Cuando llegamos a Castrojeriz me percato de que María está muy cansada. Resulta que hoy es su primera etapa y no está acostumbrada a caminar, por lo que quizá ha sido demasiado para ella recorrer los casi cuarenta kilómetros que nos separan de Burgos. Como el albergue municipal está completo –la lluvia habrá abortado a la gente sus planes de continuar– nos metemos en el privado, cuyo nombre es Casa Nostra. El chico que lo regenta de es Mollet del Vallès, ciudad a la que le atorga, con una sonrisa dibujada en sus labios, la capitalidad del Vallès Oriental –en verdad es Granollers–. Se trata de un acogedor albergue de modestas dimensiones pues en verdad es una casa del pueblo acondicionada para su actual función. Una vez cogida la litera y recién duchado, me dirijo al albergue de San Esteban –el municipal– para darle al hospitalero recuerdos de Pedro Portugués del Camino, pero según me indican algunos peregrinos ha salido a comprar cervezas. Yo lo que compro son algunas cosas en el supermercado para no tener que volver a salir y ceno en la pequeña cocina junto a María y Ludwig a un horario centroeuropeo. No son ni las seis. Lo más característico del alemán es que me habla en su idioma todo el rato y se ríe a sabiendas de que no entiendo ni papa. Yo opto por lo mismo, y cuando me habla y me imagino lo que me quiere decir, le propino palabras en castellano y sigue riendo. Es un diálogo entre sordos, por lo que no difiere mucho de una conversación normal entre dos hablantes del mismo idioma. La única que nos entiende es María, que a veces tiene que hacer de traductora. Lo malo es que se hace un lío con los idiomas y en ocasiones me dice en inglés lo que Ludwig comenta en alemán y le tengo que recordar que lo mío es el castellano. De todas formas, lo importante es echar unas risas; tampoco los voy a ver nunca más…

 

Abajo, sentado en un sofá situado a la entrada, paso un buen rato hablando con un holandés que se expresa muy bien en mi idioma a raíz de haber residido cuatro años en Esplugues del Llobregat. Su aspecto difiere al de María y el de Ludweg, que tienen una pinta más corriente; se ve de lejos que su modo de vida es alternativo. Supongo que se entiende a lo que me refiero. También es de risa fácil. Lo que me cuenta tiene su logica: “trabajo para luego poder hacer cosas así”. Me explica que es autónomo y que reside en Amsterdam. Actualmente viaja con un alemán llamado Eric que tampoco me entiende cuando le hablo, y que se sorprende de que Ludwig se dirija a mí en alemán. Le explico al holandés tal punto y, tras estar un buen rato riendo, se lo cuenta a su compañero Eric, compatriota de Ludwig y de María. Entre tanto extranjero me siento un poco fuera de lugar, y quizá el día gris anima a que el estado de ánimo esté algo bajo. Como he recorrido más ciento setenta kilómetros en cuatro días –una maratón diaria–, lo mejor que puedo hacer es acostarme y mañana será otro día. Y sí, así será. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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