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Monday 13 de June de 2011, 13:31:46
24-04-11: Villadangos del Páramo – Astorga (26km)
Tipo de Entrada: RELATO | 2348 visitas

16al24-04-11 : Logroño – Burgos – León – Astorga (Camino de Santiago) A lo largo de nueve jornadas recorro unos 350km de la ruta francesa del Camino de Santiago, la más concurrida. Así, gracias a una media diaria cercana a los cuarenta kilómetros, logro plantarme durante las vacaciones de Semana Santa algo más cerca de lo previsto a la catedral de Santiago, concretamente en Astorga en vez de en León, como me sucediera en la Semana Santa del 2007. Quizá esos cincuenta kilómetros de más me permitan hacer un último tirón hasta Finisterre en un futuro, pero de momento eso queda aún muy lejos.

 

 

Todo tiene un principio y un fin. Un montón de cosas me han sucedido durante estos últimos ocho días pero ha llegado el momento de comenzar a despedirse. Consciente de ello, abandono el albergue a las ocho y diez de la mañana tras haberme zampado ocho magdalenas sabor a limón que compré ayer en la panadería. Enfrente, multitud de pájaros negros vuelan alrededor de unos altos árboles sobre los cuales tienen asentados los nidos. Dos ciclistas me piden que los fotografíe en el exterior junto al albergue y cuando lo hago se despiden de mí con un “buen camino amigo”. Mi mente, que es muy madrugadora y funciona mejor a primera hora que más tarde, clasifica tal frase en el apartado de rimas asonantes, y de un modo menos académico, en el grupo de frases que me han gustado. Se me ocurren varias oraciones análogas para decirle a un desconocido: “buen camino palomino” y “buen camino peregrino”, esta última más adecuada. Inmerso en tales formulaciones alcanzo a varias chicas que visten chubasqueros de Port Aventura, incluido el pájaro loco que allí llaman Woody –supongo que porque se trata de un pájaro carpintero y “wood” es madera en inglés–. Las saludo diciéndoles que parece que estén en la cola del Tutuki Splash. Me cuentan que son de Tarragona pero que no suelen ir al parque temático porque al tenerlo cerca no lo valoran –Pablo, de Toledo, suspira por ir algún día–. Una de ellas me pregunta que cómo diantres viajo con una mochila tan pequeña. “Es la quinta vez y estoy en plan experimental” le respondo.

 

Hacia las diez y media alcanzo Hospital de Órbigo y Puente de Órbigo, ambos pueblos separados por un largo puente en el que el señor Quiñones tuvo multitud de enfrentamientos hace ya muchos siglos. Le pregunto a dos vecinos por Paca, una señora de aquí que da clases en Barcelona –en realidad es en Badalona, pero lo omito–. No la conocen, de lo que deducen que debe de ser de un pueblo cercano, y así es: San Feliz de Órbigo. Dando por imposible coincidir con ella abandono ambas localidades y a las afueras de la segunda una sencilla elección se le presenta al peregrino: siguiento recto se llega a Astorga en 15km por la carretera, mientras que a mano derecha se va por un camino en 16km. Opto por la opción ligeramente más larga y felizmente me alejo de la carretera por una zona de León que me gusta. A las afueras de Villares de Órbigo converso con un anciano vecino del pueblo que tiene una pequeña parcela de cereal. Me explica que el trigo se siembra en noviembre y se recoge en julio, cuando la fiesta de Villares; que en el pueblo nadie tiene cosechadora, que es una máquina de cinco metros de envergadura, por lo que tienen que pagar en función del tiempo que dedique a su parcela, en su caso unos diez minutos para sus dos mil metros cuadrados de terreno. Calcula que a él le van a salir unos mil kilos de trigo, pero un segundo señor mayor que también llega en bicicleta –muy antigua–, cuando el primero se marcha, me dice “que va, aquí a lo sumo cuatrocientos kilos”. Dado que el kilo se lo pagan en la cooperativa de Villarejo de Órbigo a unas treinta pesetas, da un total de doce mil pesetas –72 euros– para un trabajo de siete meses, habiéndole de quitar lo que se paga por la cosechadora, por los nitratos, por los sulfatos y por el agua. Vamos, que sale más barato ir al Lidl…

 

Este segundo señor me da más información. Según él, el año pasado les pagaron a 32ptas/kg pero luego la cooperativa lo vende a un precio muy superior. Me explica que la patata se siembra en abril y se recoge entre septiembre y octubre. Me enseña parcelas de remolacha, de maíz y de luplo; esto último es la primera vez que lo escucho. Luego me enseña los ajos y la alpaca, que es eso con lo que luego se hacen balas de paja que te encuentras diseminadas por el campo. En un invernadero hay pimientos, lechugas, acelgas, espinacas y cebollas. Me dice que luego habrá que trasplantaras para que crezcan porque están muy juntas ahí dentro. Le comento que hace dos jornadas un hombre de campo me dijo que un joven que quiera dedicarse al cultivo de la tierra debe disponer para comenzar de más de diez millones de pesetas excluidas las tierras, y me dice que se quedó corto. Entre un montón de cosas que menciona, eleva el cálculo a los veinte. Se ve que el tractor ya cuesta muchos millones. ¿Quién demonios tiene esa cantidad de dinero, o teniéndolo, va a efectuar tal desembolso para luego cobrar treinta pesetas por kilo? Ahora comienzo a comprender la despoblación del campo español…

 

Acompañado del anciano de la bicicleta vieja, que bien podría venderse en la Fira de Bellcaire, llego al interior del pequeño pero bello pueblo, Villares de Órbigo. Me parece un bonito sitio para establecerse y no muy distante ni de León ni de Astorga. Lo último que me cuenta antes de separarnos es que la juventud prefiere vivir en Astorga para no tener que coger cada día el coche y poder levantarse más tarde. Yo, si fuera de aquí, seguramente optaría por lo segundo, pero como no es el caso tampoco gano nada dándole vueltas al asunto. Un tercer señor en bicicleta me comenta una sabia frase con la que siempre he estado de acuerdo y he defendido: “Hoy hace bueno, ni calor ni frío”. ¿Por qué la gente se empeña en llamar buen tiempo a un sol de infarto y a achicharrarte vivo? El día bueno es cuando está nublado y no es invierno, en aquel en el que las horas pasan y no sientes ni frío ni calor. De esos el peregrino no suele encontrar muchos, pero hoy estamos de despedida y el Camino habrá querido tener un pequeño detalle conmigo.

 

Como decía antes, soy consciente de que hoy se acaba todo, por lo que intento disfrutar de cada detalle, de cada contacto. La conversación con hombres sabios del campo me ha puesto feliz –cosa rara en mí– y desearía que esto no acabara nunca. Ante un cartel situado a las afueras me detengo y me siento en el suelo para descansar: “El pueblo de Villares de Órbigo tiene tradición hortícola y un profundo sentimiento religioso” leo. Una vez reiniciada la marcha, un grupo de más de una decena de ciclistas no peregrinos me adelanta y me van saludando uno por uno. Llegando a Santibáñez de Valdeiglesias hay unos columpios en el campo; me siento en uno de ellos y comienzo a darme impulso. La sensación de que la cabeza se te va cuando llegas al punto más elevado y comienzas a bajar me recuerda a mi infancia, y no puedo dejar de pegar un salto desde arriba en honor a ella. Para alcanzar la máxima distancia tienes que calcular bien y soltarte una vez el columpio a pasado por su mínimo y se dirige a uno de los dos máximos, concretamente el que queda delante tuyo. En mis apuntes dejo constancia de que “hoy mi camino tiene fecha de caducidad: las 18:55”.

 

Mi ritmo no es el habitual de seis kilómetros por hora. Voy más lento para que no acabe lo acabable, pero es inevitable –esto sí es una rima consonante–. En esta segunda localidad vuelvo a comprobar que hasta los pequeños pueblos tienen iglesias excepcionales. A su salida observo como unas vacas de anuncio, de esas que tienen una piel de manchas blancas y negras, comen alpaca. Parece un milagro que tal vegetal se convierta en cientos de kilos de carne de vaca y en leche. A los pocos metros hay una especie de peregrino espantapájaros que recuerdo muy bien. Hace cuatro años, a mi paso por aquí, estaba recién llegado de Badalona y lo pasaba fatal a causa del cansancio y de los vómitos. Hoy, en cambio, estoy alegre, y eso que todo está a punto de acabar y no me dirijo como en aquella ocasión hacia Santiago. Eso sí, ayuda el hecho de que sea primavera y no invierno y de no tener problemas de salud. En ese sentido, los pies y las rodillas se han comportado durante estos trescientos cincuenta kilómetros, supongo que gracias a que estoy muy acostumbrado a caminar. Diría que es lo que más me gusta, y si es cuesta arriba hacia una cumbre mejor.

 

Antes de llegar a Astorga, en medio de los campos, donde Cristo perdió el gorro, me encuentro con una especie de chiringuito con corazones pintados, fruta, zumos y galletas. El culpable es un tocayo mío natal de Premià de Mar, provincia de Barcelona. Me cuenta que lleva dos años aquí y que tiene una campaña en Facebook para recaudar fondos y comprarle a su dueño la nave que hay junto a la “caseta de helados” y acondicionarla para el peregrino. Se trata de un proyecto que relaciona con una vida en harmonía con la naturaleza, con la agricultura biológica, con la ausencia de drogas y de alcohol –muchos no deberían entrar entonces– y con establecer un lugar en el que al peregrino se le valore por lo que es, no por lo que tiene. Todo esto recibe el nombre de “La casa de los dioses” y me explicita el porqué: “Tú eres un Dios, igual que todos. Aquí el peregrino ha de sentirse un Dios independientemente de si es pobre o rico. Todos somos iguales” me dice más o menos. Vamos, que todos deberíamos ser valorados no por lo que tenemos materialmente, sino por lo que alberga nuestro interior. Varias frases que aparecen escritas en la “casa” rezan “nuestra vida es la obra de nuestros pensamientos” o “La vida es un regalo. Disfrútalo”. Me tomo un vaso de zumo de naranja biológico y otro de mandarina y le dejo unas monedas en la hucha de aportaciones. Antes de marcharme, le digo que he escuchado que cuando nos morimos todos somos iguales, seamos ricos o no, a lo que me responde: “Hemos de igualarnos en vida, no en muerte”. Está claro que compartimos una filosofía parecida pero la diferencia radica en que él tiene el valor suficiente para ponerla en práctica. A eso lo llama “estar un poco loco, pero locura de la buena, no mala”. Qué envidia estar enfermo de eso…

 

Sintiendo la presencia de Astorga disfruto de los últimos campos. Hace ya kilómetros que percibo parcelas que aparentan estar abandonadas en vez de repletas de cereal, creo que es el páramo. Me anoto una frase estupenda que encuentro escrita a rotulador en una señal: “Good speed is your speed” , es decir, que la velocidad buena es la tuya, ni más ni menos; a veces la sabiduría está en lo simple. Cada vez más contento alcanzo una cruz a las dos y cinco desde la cual se ve Astorga, en la que apuntan hacia el cielo dos grandes torres. En un cuarto de hora me adentro en San Justo de la Vega y me introduzco en un bar que tiene situado en el exterior un cartel que publicita “bocadillos caseros deliciosos”. A veces el sentido común te puede traer más clientela que ser graduado en un máster de marketing. Me pido un bocata de tortilla de patatas que me cuesta tres euros y medio y que es aún más enorme que el de Hontanas. Como tengo dificultad para abordarlo, lo divido por el plato para vencerlo más fácilmente. El hilo musical me recuerda que la “vida normal” está al caer.

 

Al salir del local coincido con tres mujeres que también han comido dentro y echo mano de mi libreta de cosas que me sorprenden en el Camino: hoy van sin mochila porque “al ser domingo se han dado un capricho” y las han mandado en taxi al siguiente albergue. Se sorprenden de mi pequeña mochila pero casi no les da tiempo a verla porque el ritmo que llevan no es nada acorde al mío. Para cruzar una vía de tren es preciso superar un puente peatonal bastante reciente cuyas rampas parecen no tener fin. Si hubiera existido cuatro años atrás lo recordaría, por lo que debe de ser nuevo. A una hora razonable, las cuatro menos veinte, alcanzo el albergue de peregrinos, donde me ponen el último sello en la credencial. Como aún quedan tres horas para que parta el autobús, me dirijo a un parque cercano con vistas. Las murallas de la ciudad hacen la función de balcón y abajo uno puede ver las tierras por las que llega a Astorga el peregrino que recorre la Vía de la Plata, antigua vía romana que unía Emerita Augusta (Mérida) con Asturica Augusta (Astorga) por mucho que ahora, con intereses turísticos, pretendan hacerle creer a la gente que unía Sevilla con Gijón. A tal trayecto lo han bautizado con el nombre de “Ruta Vía de la Plata”.

 

Como es una ruta que me gustaría hacer, me hace ilusión recorrer sus últimos metros, pero me dirijo al puente por el que accede a la ciudad y no encuentro señal alguna. Algo decepcionado, callejeo por el centro de la localidad y me meto en La Tienda del Peregrino, un llamativo comercio en el que todo lo que se vende está relacionado con el Camino –ni me imagino que dentro de un mes y algo se venderá aquí mi novela–. Adquiero varias postales del Camino de esas que acompañando a la foto tienen bonitas frases. En concreto son estas:

 

-Cada encuentro es una oportunidad para seguir tu camino.

-El camino es la meta.

-La vida es lo que te acontece mientras estás ocupado en hacer otros planes.

-No sueñes tu vida, vive tu sueño.

-Practica la serenidad.

-Camino de Santiago. Un viaje por sí mismo.

 

Converso con Pedro, el dueño, acerca de que un día regresaré hasta aquí pero viniendo desde Mérida. Ambas ciudades tienen más de dos mil años de antigüedad y unirlas atravesando gran parte de Extremadura y parte de otras regiones como Salamanca debe de ser extraordinario. Además, allí las etapas son más largas y eso es algo que me gusta. El señor me regala un imán de los que hace artesanamente en el que aparece dibujado un miliario y la inscripción “Vía de la Plata” y me dice que me lo quede para acordarme de que tengo un proyecto por cumplir. Le doy mil gracias y a día de hoy, dos meses después, cuelga de la medalla de la Maratón de Barcelona 2011 en mi habitación, pues pocas cosas metálicas tengo en mi cuarto –diría que ninguna más–. Es difícil que me olvide de que tengo un proyecto pendiente. Me despido de él y me dirijo a comprar las mantecadas y el hojaldre que me ha recomendado, que no son precisamente las más publicitadas y que venden de oferta en paquetes de tres. Cargado con seis cajas de dulces me dirijo a la estación, en la que dos vagabundos hacen el numerito. Como ya estoy curado en salud, no me escandalizo tanto como la señora de al lado cuando uno de ellos estira el saco de dormir y se pone a descansar en plena sala. Ella va acompañada de una niña de Badalona y de un chico, ambos nietos suyos que han pasado las vacaciones en el pueblo natal de la abuela. Mañana, dentro de unas doce horas, los volveré a ver en la estación de Sants. Para entonces toda una noche de viaje habrá pasado, y como si de un sueño se tratase, el Camino de Santiago se habrá esfumado. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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