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Estas en » ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR » Archivo de Relatos » August 2011 » 06-08-11 : Entre Canales Y Basura (montserrat)
Sunday 7 de August de 2011, 22:51:22
06-08-11 : Entre canales y basura (Montserrat)
Tipo de Entrada: RELATO | 1 Comentarios | 2215 visitas

Con el único objetivo de intentar de nuevo la ascensión al Moro o Montcau (1206m) y de recoger basura por los alrededores de la ermita de Sant Jeroni, me dirijo a Montserrat invitado por la nubosidad de un día de este cálido agosto. Allí el destino me lleva a la Canal del Pou del Gat, a la Canal Plana y a seguir un torrente sin salida, así como a encontrarme botellas de cava, de cerveza, de Coca Cola antigua, latas de conservas con sistemas de apertura anteriores a mi nacimiento, cristales lilas, verdes e incoloros, entre otros. Engullido el Moro por la densa niebla lo dejo estar por enésima vez, siendo la única montaña que hasta la fecha se ma ha resistido. Recién llegado al punto culminante del macizo, la lluvia se empeña en hacerme perder altura para al poco desvanecerse. Multitud de turistas con zapatos de lacito naranja, chanclas, minifalda, discotequeros y Coca Cola en mano se me cruzan en su intento de superar los mil doscientos escalones hasta la cumbre, con el mérito de lograrlo sin ir provistos de agua y sin fuentes al alcance. Una vez depositada una bolsa repleta de basura en la papelera y haber dejado a buen recaudo y junto a una nota varias más en la zona del helipuerto, dejo atrás el macizo con buen sabor de boca por el simple hecho de haber salido indemne en un día lleno de malas vibraciones y múltiples resbalones y rasguños, eso sí, con el Moro aún riéndose de mí y cada vez más cerca de conseguir que me convierta, de nuevo, en polvo de estrellas sin haberme posado sobre su esquiva cumbre.

 

 

Aunque a mí me gusta madrugar cuando voy a salir al monte, lo de hoy es un caso aparte. Resulta que entre tantos días de calor extrema y sol radiante, al mirar a través de la ventana de mi habitación me percato de que las nubes, por el momento, están ganándole la batalla al astro rey. Sin pensármelo mucho comienzo a preparar el material por si me voy de excursión, lo que no parece tener mucho sentido: lo suyo sería primero tomar la decisión y luego, si acaso, comenzar a introducir el material necesario en la mochila. No deja de ser, aunque aún no lo sé, una rareza más en un día extraño y con una excursión de sensaciones inquietantes. Una cuerda, el kit de vías ferratas, el casco, una cinta exprés y un ocho, además de cuatro botellas de agua de medio litro, proveen al macuto de unas bellas curvas que incitan a salir con él no de fiesta ni de parranda, sino a la naturaleza, lejos de este amenazante mundo que nuestra fecha de nacimiento nos ha otorgado. El destino es lo de menos; eso sí, puesto que tengo el material de trepadas, lo suyo es dirigir los pasos –vale, sí, el coche– hacia las Baumes Corcades de Centelles o el macizo de Montserrat. Respecto a la primera opción, recuerdo muy bien que es un lugar para tostarse a fuego lento en esta época, así que me hago con el mapa de Montserrat de Editorial Alpina y tomo rumbo a la montaña de las innumerables canales, agujas y parajes. Algo encontraré para hacer.

 

Medio centenar de kilómetros separan la costera ciudad de Badalona de la virgen morena más célebre de Cataluña. De camino, me planteo dónde demonios dejar el coche y comenzar la marcha: hay tantas posibilidades que uno no sabe qué hacer, como cuando se llega a un aparcamiento y se ven muchas plazas libres. Decido tomar rumbo al monasterio e intentar aparcar en el primer aparcamiento de la carretera que se dirije a Santa Cecilia, pero dada su proximidad al peaje del aparcamiento oficial, está repleto. La hora también ayuda. Dos curvas después hay un pequeño lugar en el que caben unos cuatro coches, y de momento solo hay uno estacionado, así que para qué buscar más… Al salir al exterior, ¡oh, milagro!, se nota frescura; adiós verano, ahí te pudras por hoy. El conductor del otro coche tiene el maletero abierto y está durmiendo a rienda suelta en su interior.

 

Para tomar la decisión de qué hacer, examino el mapa topográfico. Sobre él trazo una ascensión por la Canal del Pou del Gat con conexión con la Canal Plana o, tomando un desvío a mano derecha por el Camí de l´Arrel, con la Canal del Cavall. Cualquiera de ambas opciones me planta en la zona alta del macizo por lugares por los que nunca he estado, cosa que las hace realmente interesantes. Como las dos pasan por acometer la Canal del Pou del Gat (“Canal del Pozo del Gato”), me dirijo a ella y luego ya veré por dónde prosigo. Gracias a la precisión del mapa, cuya escala es 1:5000, una vez orientado sé exactamente en qué curva tomar las escaleras que llevan tanto a la Baixada dels Geperuts y el Camí dels Degotalls como a la canal que me interesa. En cierto modo, haber venido en este plan, de improviso, tiene cierto encanto: no me he documentado sobre la canal y no tengo ni idea de lo que me puedo encontrar; de vez en cuando van bien las sorpresas y descubrir nuevos lugares…

 

Para quien no esté provisto del mapa, ¡qué no cunda el pánico! Está muy bien señalizado el acceso. Un poste indica que en treinta minutos se accede al Monasterio de Montserrat a través del Camí dels Degotalls, salpicado de pequeñas obras artísticas. A través de la carretera por la que vengo, y deshaciendo mis pasos, se halla el Monasterio de Santa Cecilia a una distancia de veinticinco minutos. También es posible saber que este cruce forma parte de cuatro itinerarios señalizados, además del Camino de Santiago, que en Cataluña recibe el nombre de Camí de Sant Jaume. Un gran cartel lo sitúa a través de tales tierras, a saber: con entrada por Figueres y continuación por Gerona, Vic y Manresa hasta llegar a aquí y continuar hacia Igualada, Tárrega y Lleida, entre otras ciudades. Parece ser que lo están potenciando desde las administraciones, o al menos eso me hizo pensar una reciente visita a la oficina de turismo de Badalona: en ella me proveí de numerosos trípticos, cada uno de ellos dedicado a una sola etapa del camino.

 

Curioso parece, pero verdad es: allí donde tres cruces dibujadas con pintura blanca y roja, blanca y amarilla y blanca y azul te hacen pensar que vale, que por ahí no hay que pasar, es precisamente por donde se accede a la Canal del Pou del Gat. A eso lo llamo yo tomar un camino diferente al del resto. Al que opta por este otro camino diferente al que sigue la manada le aguarda un paraje sombrío, húmedo, parecido a lo que el mundo sería sin nosotros, con una península repleta de bosques donde los rayos solares se las verían con la arboleda para lograr alcanzar el suelo de Castilla. Helechos, encinas y bojes se combinan con algunas rocas para darle un aspecto virginal al lugar, alejado del mundanal ruido. Sé que por aquí poca gente pasa y que no me voy a encontrar con nadie, por lo que más vale no desnucarse si no se quiere ser encontrado en estado de descomposición y medio devorado por las alimañas. Así, como en toda excursión solitaria, la precaución ha de ser máxima, sobre todo por la poca dificultad que presenta el recorrido: es el candidato perfecto para confiarse y acabar lastimado.

 

Una de las características típicas de las canales es que a través de ellas se gana altura con bastante rapidez. La presencia de rocas aquí es puntual, no es para nada un terreno rocoso; aún así, lo anterior se cumple. La senda, que está marcada con pintura amarilla, se abre paso por el bosque en fuerte pendiente, y en ocasiones es necesario utilizar las manos para trepar algún pequeño tramo rocoso en el cauce de un torrente seco, el eje que vertebra este elemento orográfico. La roca, como el suelo y la vegetación, está completamente mojada, no sé si a causa de haber llovido o de la alta humedad. Resbala muchísimo y me incomoda trepar algún sencillo paso con una mano ocupada. Tras un pequeño susto opto por guardar el mapa en la mochila, mientras que hoja y bolígrafo van a parar al interior del bolsillo. Sí, es un palo tener que estar sacándolos para anotar lo que se me ocurre, o tener que sacarse la mochila para consultar el mapa, pero peor sería dejarse los dientes aquí. Hay que ser pragmático…

 

Con el calor que ha estado haciendo todos estos días, se agradece que la vegetación te vaya empapando a tu paso desprendiéndose así de parte de su preciado líquido, cual regalo de bienvenida y trampa a la vez. Hablando de emboscadas: no sé qué opinarán las arañas de las gotitas que atestan sus tejidos y anulan parte de su invisibilidad y eficacia a la hora de que incautos insectos queden amarrados mortalmente en sus telas; lo que sí sé es que le dan a la telaraña una apariencia fotogénica que queda desaprovechada ante mi ignorancia en cuanto a técnicas fotográficas se refiere. A mi paso, además de ir refrescándome, voy impregnándome de telarañas que atestiguan que soy el primero del día –y quizá el único– en pasar hoy por aquí. Así, entre representantes del reino vegetal e ingenios del animal voy ganando altura hasta plantarme en el único paso equipado de la canal. Se trata de un flanqueo sencillo de unos tres o cuatro metros con una cuerda atada en la base de dos arbustos y adherida a la pared en dos puntos con sendas chapas. Tal pasamanos es una cuestión de seguridad, nada más: el paso es sencillo y poco expuesto, es decir, se trata de otro candidato a romperse una pierna con una caída de unos pocos metros. Siendo precavido no considero necesario extraer de la mochila el arnés y la cinta exprés, porque como comento, es muy sencillo. Otra cosa es que no sea peligroso…

 

La canal, de repente, se ensancha y toda roca desaparece, a la vez que la pendiente se modera. Unos hitos de piedra me recuerdan a una fotografía que aparece en el libro que me estoy leyendo, Camino de las luciérnagas, de Daniel Paniagua, conjunto de dieciocho relatos de temática jacobea, algunos de ellos historias rebosantes de fantasía. Una vez pasado un par de ellos aparece de nuevo una marca amarilla, señal de que no he perdido el rumbo en el sombrío bosque. Me vuelvo a impresionar, una vez más, de los rincones que aguarda esta montaña de relativamente pequeñas dimensiones; vista de lejos diríase que no son más que agujas y paredes rocosas, ¿de dónde surgen estos bosques ocultos entre vertiginosos monolitos? Es la vida, que lucha por abrirse paso, como lo hacemos nosotros frente a vicisitudes varias. Aunque los pirómanos le prendieran fuego una y otra vez, todo esto volvería a resurgir literalmente de sus cenizas. Es el poder de lo animado, de lo supremo, de lo místico, y contra él nada hay que hacer. Mi papel en este decorado en más modesto: ¿Continúo canal a través o sigo el sendero, que toma rumbo a la izquierda para ir a salir tras varias lazadas al Camí de l´Arrel? En un primer momento sigo las señales, pero me da lástima: ¿Y si me estoy dejando algún obstáculo o paso en la canal? El remordimiento y la curiosidad me hacen retroceder y tomo la directa. Pronto me encuentro con una gran roca de unos diez o quince metros de altura y un nuevo dilema se presenta: ¿por la izquierda o por la derecha? Sin atenerme a cuestiones políticas, opto por lo segundo movido por un impulso a superar una brecha que la separa de una pared.

 

En ocasiones medito acerca de la veracidad de algo que defiende Eduardo Punset: que actuamos movidos por las emociones y no por la razón. En este caso le voy a tener que dar la razón, aunque él valore más la emoción. Lo ilógico me lleva a complicarme la vida, a encajonarme y a ponerme perdida la blanca camiseta que visto con el barro de ambas paredes. El pie patina sobre el musgo y tengo que esmerarme por lograr presas no resbaladizas para mi punta de la bota. Me percato de que haciendo presión con mi espalda en la pared de detrás, el agarre en la de delante es mayor; creo que es una técnica que recibe el nombre de avance por chimenea. A una cierta altura logro agarrarme a algunas ramas que escruto en busca de valorar su fiabilidad y poco a poco logro salir del atolladero en el que me he metido. Sorprendentemente, en varios minutos se termina todo: un sendero que se abre a ambos lados, mapa en mano, supone haber finalizado la canal y estar en el Camí de l´Arrel, que forma parte del GR-4, GR-172 y PR C-19. ¿Qué significa eso? Que en cinco minutos escasos en los que me paro para consultar el mapa y decidir mi futuro inmediato, tengo el primer contacto humano del día –y único hasta que llegue al Camí Vell de Sant Jeroni–. Se trata de un hombre que ronda la cincuentena y pese a su rápido caminar, su anaranjada y chillona camiseta lo delata: es un corredor que descansa. Rápidamente anoto el encuentro en mi papel, me hidrato y me pongo frente al mapa sin saber qué voy a hacer. Varias son las opciones: continuar por la Canal Plana o seguir este sendero hasta la Canal del Cavall y acometerla. No sé por qué, opto por la primera.

 

Movido de nuevo por la intuición y haciendo caso omiso al raciocinio, me desplazo por el sendero unos veinte metros en dirección al Pla de la Trinitat hasta encontrar el inicio de la Canal Plana, que siendo una canal no tiene nada de llana. Lo encuentro gracias a la citada precisión del mapa, de una sorprendente escala, 1:5000. Eso significa que un pedazo de centímetro son solo cinco minutos de marcha, que un milímetro es medio minuto, y que las curvas de nivel equidistan cinco metros, a saber: en todo momento puedes hacerte una idea de lo que vas a subir o bajar, incluso pocos metros, y si no es así es que has perdido el rumbo. Ojalá alguna editorial se interesara en hacer mapas así de otras montañas. El coste sería grande, supongo, pero la competencia sería nula, todos los preferiríamos frente a los de la competencia. Por el momento, es de agradecer que Editorial Alpina haya dado este gran paso y ofrezca material de esta calidad para quien por sí solo, en compañía del mapa, se aventura por lugares a los que nunca ha acudido. Respecto a la canal, se trata de un bosque de pendiente moderada por el que serpentea el sendero entre multitud de hitos de piedra. No contiene ningún paso sobre roca ni es necesario utilizar las manos. Así, de una manera técnicamente sencilla pero cansada por la subida, se accede al Coll de la Canal Plana, de 1018 metros de altitud. Una vez en el collado, ya libre de las telarañas que abundan por doquier, vuelvo a extender el mapa y pienso qué puedo hacer. Ahora sí que las opciones son casi infinitas.

 

El collado homónimo a la canal se encuentra en un sendero llamado “Camí de la Serra de les Lluernes”. Tomándolo a mano izquierda puedo plantarme en la zona de l´Elefant, Sant Salvador, Sant Benet, Plaça de Santa Anna y el monasterio, entre otros. A mano derecha, en cambio, se encuentra el Cavall Bernat; luego lo suceden el Serrat de les Onze, Els Patriarques y la zona más alta de la montaña, coronada por la Miranda de Sant Jeroni (1236m) y con un monolito entre sus cumbres: el Moro o Montcau (1206m). Basta su presencia para de nuevo, impulsado por las ganas de coronarlo que afloraron en mí hace años, tomar el sendero hacia allí. De hecho, voy bastante cargado con cuerda, casco, kit de vía ferrata y cinta exprés para intentar abordarlo de alguna manera. Lástima que todo esté tan mojado y sepa, sin querer saberlo, que las molestias en la espalda y el sobrepeso en las rodillas son en vano. De todas maneras, no es un ahora o nunca, como le pasó a George Mallory en 1924, así que más vale reservarse para una ocasión en la que tenga una mayor probabilidad de salir vencedor del encuentro.

 

Caminando hacia el Cavall Bernat sigo sorprendido por lo ampliado que está todo en el mapa. Interpreto que después de una curva subiré unos tres metros y los volveré a bajar, y así sucede. Cuanto detalle, ¡oh, Editorial Alpina, diosa actual, mi héroe de la vejez, no hay pedestal que te merezca! –vaya, estoy fatal–. Hay un momento en el que el sendero continúa unos cinco metros más arriba, ya que el actual se va a morir a la nada, lo que resulta, como poco, sorprendente. Abajo, por el fondo del cercano valle, se abre paso el Camí Vell de Sant Jeroni y de él provienen constantemente voces de gente que habla con tono elevado; es una alegría estar efectuando una ascensión tan tranquila, alejado de las masas, que si quisiera podría finalizar en el punto culminante del macizo habiendo estado durante casi todo el recorrido alejado de la marabunta. Respecto al agua, ando muy bien, me queda muchísima, y en cuanto al tiempo se refiere, es magnífico: continúa todo tapado, no hace calor e incluso corre un poquito de viento. ¡Qué maravilla!

 

Un pequeño desvío a mano derecha me deja ante el elegante Cavall Bernat, seguramente la aguja más célebre de Montserrat. La canal homónima finaliza aquí y veo tanto una marca de pintura rosa como una cuerda azul que baja ligada a un árbol. Vuelvo a sacar el mapa. Descendiéndola me quedaría una ruta circular con tres canales que nunca he hecho y un único encuentro humano, pero sería demasiado corto. Pienso que si acaso ya vendré luego, cosa que viene a ser dejarla para otra ocasión, aunque esto último queda oculto por el autoengaño. Continúo por el Camí de la Serra de les Lluernes hasta que muere –o nace, según se mire– en el Camí Vell de Sant Jeroni. Aquí, en vez de proseguir por la ruta que turistas y autóctonos comparten, opto por meterme en un evidente torrente seco que poco a poco va complicándose. No tardo mucho en lamentarme por no haber tomado el camino establecido, pero continúo ascendiendo con la esperanza de que pueda acceder a la zona del Moro a través de un terreno sin sendero alguno. Multitud de zarzas obstaculizan el paso y opto por ir aferrado a una pared, avanzando por el escueto espacio que hay entre ella y la vegetación. Al poco se vuelve impracticable y es preferible introducirse de nuevo en el bosque. Una maldita zarza se me engancha y al intentar sacarla toma impulso rajándome el índice de la mano izquierda, de cuyo corte comienza a salir sangre. Intento no mirar porque me disgusta la sangre y pienso en cubrirlo, pero opto por dejarlo al aire libre y que se seque. En lo que me queda de ascenso, que no es mucho, extremo aún más la precaución con tal especie vegetal, que se entremezcla con otras inofensivas ramitas. Llegado a un diminuto collado entre dos paredes de conglomerado observo enfrente una estrecha canal que cae vertical unos cientos de metros. Vuelvo a maldecirme por haberme metido en este berenjenal e intento varias veces comenzar la escalada de la aguja que me queda a mano izquierda. Aunque fácil, resulta impracticable porque la roca está mojada y la bota patina incluso en las presas gordas. Hago un simulacro de apoyo y me voy al suelo. Me apoyo en un tronco y vuelvo a probarlo. No hay manera. Lo que daría por poder subir ahí arriba y ver qué aguja corono y donde me encuentro y contrastarlo con el mapa. No son ni quince metros pero hoy no es mi día. Maldita agua.

 

Haría cualquier cosa por no tener que retroceder por la maleza y las zarzas, pero visto lo visto, me encuentro en un callejón sin salida. Esta vez me desvío con tendencia a la derecha y evito tener que ir junto a la pared y seguramente a la zarza que la tomó conmigo. Quizá lo ha hecho con intención de evitar que siga subiendo y haga alguna tontería ahí arriba. Sea como fuere, pierdo y pierdo desnivel y cuando intuyo que estoy junto al Camí Vell, donde he tomado la desafortunada decisión de explorar esta zona, cojo una de las bolsas que me he traído para recoger basura e inicio la recolecta. Parece ser que cuando llueve toda la suciedad de origen antropogénico es llevaba hacia abajo, cual mecanismo de limpieza natural de nuesta podredumbre. Así, no es difícil llenarla de plásticos, vasos y latas. Su liviandad no es motivo para hacer el tonto, por lo que la dejo escondida en el cruce entre el Camí Vell (“Camino Viejo”) y el Camí Nou (“Camino Nuevo”) a Sant Jeroni para retomarla luego a la vuelta. Como parece ser que no he tenido bastante –¿dónde se habrá metido hoy mi razón? – abandono de nuevo la senda, esta vez en una pendiente rocosa carente de vegetación –más zarzas no, por favor–. Sin pretenderlo me planto en lo alto de un montículo sin nombre y de 1142 metros de altitud según el mapa que porto. Por descontado, aquí no hay ni Cristo.

 

Enfrente, el Moro, a veces visible y a veces engullido por la niebla. A mi izquierda, algo lejana, la Miranda de Sant Jeroni. A mis espaldas, a un tiro de piedra, la Albarda Castellana, techo comarcal del Baix Llobregat. A mis pies, la mochila, y en mis manos y mi boca, las galletas Tosta Rica, con “nuevos dibujos de Tom y Jerry”. A mi lado, Bratis, un peluche de esos que es un perro cabezón, con más cabeza que cuerpo, y junto a él la botella de agua. ¿Para qué queremos más? Me cuenta que su primera excursión no es como se esperaba, que en menuda nos hemos metido. Le digo que no se preocupe y lo vuelvo a meter en la mochila. Sí, ya lo dije antes, estoy fatal. Una ventolera repentina se lleva mi hoja de anotaciones barranco abajo. “Houston, Houston, tenemos un problema”. Y de los serios. Hoy he tomado bastantes anotaciones y no quiero perderlas por nada del mundo –de ser así, no habrías leído lo anterior–. Me acerco al borde del promontorio y observo que milagrosamente ha quedado detenido por unos matorrales bajo una pequeña pared que no tardo en destrepar. Desde donde lo recojo diviso una pequeña canal que a primera vista parece viable, pero más de cerca compruebo que no, así que la dejo estar.

 

Junto a la cima sin nombre en la que estoy hay otra también rocosa de siete metros más de altitud. Desciendo hacia el collado que las separa y me acerco a una brecha con un árbol que da acceso a su punto superior, pero no logro iniciar la escalada a causa de que los primeros pasos son extraplomados. Aquí, al estar a cielo abierto, no está mojado por la humedad, y lo que me impide proseguir es su dificultad. Bien es cierto que si me meto en faena quizá la supere, pero hoy estoy conservador –sí, tomé el lado derecho en la Canal del Pou del Gat– y no quiero tomar riesgos innecesarios. Al bordear el promontorio por la izquierda descubro que se sube a él fácilmente caminando, pero claro, no es lo mismo que haberlo acometido por la brecha. Aquí me encuentro multitud de cristales, algunos semienterrados, como los mejillones en la Canal del Mejillón o Canal del Pou de Glaç, de lo que deduzco que llevan muchos años desperdigados por aquí. Hay incluso una botella de cava completa y una de Coca Cola antigua. Saco una nueva bolsa de las que he traído para recoger basura y me pongo manos a la obra, aunque la cantidad de cristales es inabarcable para solo dos manos. Si bien los recojo y coloco sobre la mano con suavidad para no cortarme, lo que da más miedo es tropezar y caerse al suelo con ellos, así que voy con cuidado. En un primer momento los voy recolectando con la bolsa en la otra mano, pero ya pesa mucho, así que me alejo de ella hasta llenar la mano y regreso, dejando la otra libre por si resbalo. La mayoría son de un verde oscuro, de algún gracioso que rompió su botella de cava, pero otros son transparentes –creo que de otras botellas de Coca Cola antiguas– y unos son lilas. Desconozco la procedencia de estos últimos.

 

Con la bolsa llena accedo a la segunda cumbre sin nombre, de 1149 metros de altitud. Lo bueno de esta es que tiene acceso directo al Moro a través de una loma rocosa. Lo malo, que la niebla lo ha vuelto a engullir. De todas formas, hace ya varias horas que he descartado acometerlo. Hoy es un día decididamente raro, muchas cosas me están saliendo mal y la roca debe de estar resbaladiza. Además, sigo sin saber a ciencia cierta por dónde acometerlo, y sin visibilidad no puedo hacer un nuevo reconocimiento. De camino a él me encuentro una botella de cava, una de vino –o quizá de cava también– y dos de cerveza. Las introduzco en una nueva bolsa junto a multitud de latas de conserva antiguas y muy oxidadas que me recuerdan a la lata de los años cincuenta que vi hace un mes y medio en la cumbre de La Torre d´en Xillèn. En algunas hay un mecanismo que es una especie de llave que fue girada y la tapa fue haciendo una especie de rollo cual papel higiénico metálico, seguramente anterior a mi nacimiento. Me llama mucho la atención que aquí, no siendo una zona de paso, haya tanta basura de comida, por lo que deduzco que o bien antes sí lo era, o que cerca se hallaba emplazado el restaurante que había en la zona y que llenó la canal citada anteriormente de los mejillones de las paellas que servían. Quizá buscando un poco se encuentre el bote de las propinas, eso sí, vacío.

 

Cargado como una mula accedo a la torre de comunicaciones que hay situada junto al helipuerto y al Moro. Como me es imposible llevar tanto peso hasta el monasterio, además de que abajo me aguarda otra bolsa escondida, las dejo en el exterior de las instalaciones con una nota escrita que introduzco en un paquete de pañuelos de papel para que no se moje si llueve. En ella hago constar que lo he recogido en los alrededores y que si les es posible, les agradecería que se lo llevaran para abajo en el helicóptero, así como les dejo mi correo electrónico de contacto. No es solo una cuestión de peso: resulta demasiado peligroso descender los mil doscientos escalones hasta el monasterio cargado con trozos de vidrio a ambos lados, algunos increíblemente puntiagudos y hambrientos de la yugular de un desafortunado bajador de escaleras. Bastantes rasguños me hecho ya hoy en ambas manos como para tentar más a la suerte…

 

Como no veo ni el helipuerto ni el moro, inicio el descenso. La niebla se ha vuelto más espesa y diría que pronto comenzará a llover. Al llegar a lo alto de la Canal de Sant Jeroni intento meditar sobre qué hacer: ¿Bajo hasta Santa Cecilia y camino por la carretera unos tres kilómetros hasta el coche, o doy un rodeo por el monasterio? Lo más directo es bajar por aquí, aunque sé que la pendiente es muy fuerte y el terreno hoy estará mucho más resbaladizo. No lo tengo nada claro e inicio el descenso sin saber qué hacer. A unos veinte metros, me detengo. Me sabe mal no recoger la bolsa de basura que he escondido. ¡Ya no me acordaba de ella! “¿Vas a dar toda la vuelta para recogerla en vez de tomarla en otra ocasión?” Parece ser que sí. No me hagas darte un motivo, me muevo por impulsos, por emociones, las mismas que me arrastran hacia la Miranda de Sant Jeroni. “¿Es que te has vuelto loco? Allí no se te ha perdido nada, la has coronado en muchas ocasiones y está comenzando a llover”. Vale, y qué quieres que le haga… la cima me llama, no puedo resistirme. ¿Es que no escuchas su llamada?

 

 

Sin motivo y sin ganas conscientes comienzo a subir escalones hacia Sant Jeroni bajo una lluvia que viene de la espesa niebla. Las gotas son balas que siguen trayectorias laterales, no vienen del cielo, o al menos lo parece. Un turista le señala a sus dos hijas un mirador; se creen que es la cima. Lo cierto es que no lo es pero nunca lo sabrán. Ya sólo me queda cruzarme con una mujer que baja con un bolso colgando del hombro, cual paseante por los departamentos comeciales del Corte Inglés. Surge de la espesura gris, y si estuviera en cualquier otra montaña, pensaría que estoy ante una aparición. También es extranjera. En la cumbre no hay nada que ver, ni siquiera intuir. Está todo gris, como el día y la excursión de hoy. Agachado junto a la mesa de orientación, protegido de una lluvia más intensa –ya he comentado que no llueve en vertical–, observo la desgracia que algún desgraciado ha hecho con un rotulador, que por descontado no voy a publicitar, cual cámara que enfoca para otro lado cuando un espontáneo salta al terreno de juego. Las inscripciones no solo están aquí, también las ha –o han– ido haciendo de subida en algunos escalones. Aprovecho que no me mojo para introducir en la última bolsa de plástico que me queda, la de las galletas, todo aquello que no quiero que se moje: la cámara, la cartera y el móvil. También va para allá el Bratis, que se muestra algo asustado pese a su aparente inmobilidad. ¡En menuda te he metido! Con lo tranquilo que estás en la habitación…

 

A las 15:32 inicio el descenso aprovechando que la lluvia ha remitido bastante. En total no va a durar más de quince minutos, y supongo que solo habrá sido aquí arriba, pero me ha pillado en el peor momento. De bajada, mientras intento no rebalar en inguno de los mil doscientos escalones, pienso en todos los trozos de cristal que han quedado en la zona del Moro. Y creo recordar que más cerca de la ermita de Sant Jeroni, hace años, aún vi más basura. Ahí fue cuando me surgió la idea de venir un día y dedicarme a recogerla. Recuerdo que por entonces Javier (Pratenc) me comentó que era más productivo concienciar a la gente para que fuera más respetuosa que ir a recogerla, pero sus palabras no alteraron mi propósito, y hoy, después de estos años, al fin lo he cumplido, sin haber podido hollar aún la cima del Moro. Eso sí, lo que hace falta es una buena batida de gente inquieta que quiera colaborar. Multiplicando el número de manos se multiplicaría directamente el resultado, pero ardua tarea parece a priori reunir tal batallón (si te animas escríbeme a dmiraher@terra.es y quedamos).

 

Perdiendo altura comienza a hacer calor, la niebla desaparece por completo y la gente hace acto de presencia. Menudas horas para ascender… La mayoría son extranjeros y diría que casi ninguno porta ni siquiera una botella de agua. A ese respecto, como veo que me va a sobrar, comienzo a remojarme la cara y el cuello porque comienzo a notar el bochorno por primera vez hoy. La bolsa aguarda donde la he dejado y con ella continúo perdiendo altura. Al pasar por el Pla dels Ocells me llama la atención que alguien ha arrancado la parte de la pegatina que en el cartel indica el tiempo restante a la Miranda de Sant Jeroni. Quizá alguien haya tardado mucho más de lo especificado en alcanzarla y a su regreso la haya tomado con la señal poseso de su indignación. Pasada la Plaça de Santa Anna, desde la que solo quedan quince minutos hasta el monasterio pero ochocientos escalones, la gente que sube se multiplica. Uno de ellos le grita a su hijo: “seiscientos”. No cabe duda de que, como hice yo en su día, está contando uno a uno los escalones. No le he dicho que son 1200 por vergüenza, pero le habría ahorrado un buen trabajo, aunque seguro que lo está disfrutando: “Ayer subí y bajé 1200 escalones”, le dirá a sus amigotes. O a su amante.

 

En las últimas postrimerías de la bajada es cuando vienen las turistas con minifalda, con zapatos, los discotequeros de ropa ajustada y gafas de sol, los que suben con la lata de Coca Cola en la mano… La mayoría de ellos al llegar a la Plaça de Santa Anna darán media vuelta.

-Oye, Charli, ¿tú crees que por aquí se va a Lloret de Mar? ¿No nos habremos equivocado?

-Es verdad, tú, ¿has visto a las de delante? Ahí arriba está el Prontomoda.

-Que va, mira a su novio, estas deben de ser las escaleras de acceso a Pacha La Pineda.

-¿Pero dónde ves tú los pinos? Esto son encinas…

-¿Y ese pringado que baja con la camiseta toda sucia dónde se habrá metido?

-Pues vete a saber. Sin duda está fuera de lugar.

-Sí, no lo dudes…y por si fuera poco, lleva una bolsa llena de basura en la mano…

-Déjalo pasar, y si te dice algo dale la razón.

-¿Cómo a los locos?

-¿Es que tú le ves pinta de cuerdo?...

 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito


1 Comentarios
Enviado por Jorge el Thursday 28 de January de 2016

“He disfrutado leyendo tu relato, me parecía estar caminando en el corazón de ese increíble macizo, que yo también amo.Gracias por compartir tus notas de viaje, y por recoger la basura. Eso es verdadera conciencia ecológica.Un saludo!”


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