ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeRExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR
 Zodiaco Zodiaco
Estas en » ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR » Archivo de Relatos » October 2011 » 01-10-11 : La Teresina, El Moro Y La Albarda Castellana
Sunday 2 de October de 2011, 14:30:47
01-10-11 : La Teresina, el Moro y la Albarda Castellana
Tipo de Entrada: RELATO | 2346 visitas

Realización de la vía ferrata Teresina con unas dieciséis personas más entre las que sólo conozco previamente a José, conocido como Japallas o Esgarrapacrestes. A la bajada, me desvío para intentar el ascenso al Moro (III+) con Mar y Marc, pero ellos abortan la ascensión ante la precariedad de algunas rocas de conglomerado que se te quedan en la mano. Tras despedirme de ambos, asciendo a la Albarda Castellana, techo comarcal del Baix Llobregat, y finalmente me dirijo hacia el Cavall Bernat para descender por la canal equipada homónima y acabar llegando al coche tras una bonita y completa ruta circular.

 

 

Son las ocho de la mañana cuando llego al aparcamiento de Santa Cecilia, ermita románica situada a media montaña, a pie de la carretera que une Monistrol de Montserrat con Can Maçana. Multitud de gente se equipa junto a diversos coches estacionados mientras otros toman el café sobre sus esterillas y sacos en una plaza de aparcamiento que esta noche han utilizado como hotel de las mil estrellas. Como no me ha parecido conocer a nadie, comienzo a equiparme junto al Kadett, y en eso estoy cuando aparece José, que viene a saludarme. Tras regalarle un ejemplar dedicado de mi novela, continúo equipándome y, una vez listo, me dirijo hacia donde está. Le acompañan gentes de nombres que desconozco, como Josep Maria Xandri (Xarli, autor del blog Natura 100), la Bruixa Blanca (autora de un blog de vías ferratas), un tocayo mío, algún Luis y no sé quién más, pues los nombres se me olvidan fácilmente, si es que en algún momento he logrado retenerlos. Japallas (José) está convencido de que nos conocimos hace unos diez años –hace unos cuatro que no nos vemos– pero le digo que no, que yo comencé a hacer montaña y a entrar en MadTeam hace siete años, en 2004. Por aquella época nos enseñó a rapelar a gente como yo, Pratenc (Javier) o Alicuécano (Sergio) con unas cintas de persiana a modo de arnés por la canal equipada Joc de l´Oca. A Javier aún le duelen los riñones…

 

Dado que me temo que con tanta gente el avance va a ser lento y se van a crear grandes aglomeraciones, hábilmente me sitúo en las posiciones traseras del batallón, cosa que me permite ir “a mi rollo”, es decir, tranquilo, sabiendo que más pronto que tarde tendré que hacer cola. En esas posiciones, durante el ascenso por la lunar Canal de Sant Jeroni, me acompañan la Bruixa Blanca, que viene de Tarragona, y Raúl y Brian, dos chicos de Barcelona que tampoco conocen al resto y que se han unido porque, a pesar de que ya han realizado tres vías ferratas, han considerado más oportuno ir bien acompañados para realizar La Teresina con mayor garantías, vía ferrata que quieren hacer desde hace tiempo. Me comentan que de momento no tienen mucho fondo físico, por lo que la pronunciada cuesta de aproximación merma sus energías de una manera temprana y acelerada. Esta aproximación incluye unos tramos de subida equipados con cadenas que son evitables por un sendero que José, a diferencia de los otros catorce, toma. Mar y Marc llegarán más tarde y nos acabarán alcanzando en lo alto de la aguja de Santa Cecilia.

 

Cuando llegamos al pie de la vía ferrata, aprovecho la espera para acercarme al inicio de la Canal del Pou de Glaç, en cuyo interior se halla el itinerario equipado que lleva por nombre El Mejillón –algunos, erróneamente, la llaman Canal del Mejillón–. A través de un tronco inclinado que se apoya en una gran roca accedo a la base del primer tramo vertical equipado con cadenas, que debe de hacer unos quince metros de altura. Para superarlo, o bien se dispone de una increíble fuerza de brazos, o debe hacerse uso de la maña y del ingenio al más puro estilo Vickie el Vikingo. En ese sentido, Japallas me ha comentado la posibilidad de ir avanzando enganchando la cinta exprés en los eslabones de la cadena y así avanzar de manera lenta pero descansada. Tal proceder no me parece muy atractivo, e ingenio otro: poner la bota en el final de cada segmento de cadena, en el punto en el que esta se sujeta a la roca, de manera que cada dos o tres metros de subir a pulso, puedes descansar de pie un rato.

 

Con el paso de los minutos, La Teresina va engullendo a los ferrateros que la acometen, de manera que cada vez somos menos los que aquí abajo esperamos viendo como el devenir del tiempo nos envejece y nos acerca a una muerte a veces no lejana. Vale, nadie piensa eso, pero no deja de ser cierto. Uno piensa en si darse media vuelta: es el caso de Raúl. Le digo a él y a su amigo que el avance será lento, cosa que parece animarlo. De hecho, no va a tener ningún problema, sólo el cansancio que arrastra de la aproximación. Les comento a ambos que si salen de excursión varias semanas seguidas, enseguida cogerán fondo, aunque también les advierto de que si dejan de hacerlo, de la misma forma lo perderán rápidamente. Parece que están comenzando por las sendas montañiles y que dentro de poco serán expertos en ferratas, descensos de barrancos, escalada y ascensiones. Yo, en cambio, pienso en las múltiples paradas que me esperan –van a ser menos de lo imaginado, cosa que concuerda con mi pesimismo habitual–. De hecho, entre los doce primeros y nosotros tres se va a abrir una brecha en los primeros compases, supongo que a causa de no querer hacer esperas ni dejarlos muy atrás. A Japallas sólo lo volveré a ver en lo alto de la aguja y en la cima.

 

El primer tramo de la vía ferrata aproxima al ferratero a un puente natural llamado Puente de Piedra y que pasa por ser uno de los puntos emblemáticos del itinerario, a cuya salida hay que hacer frente a unas grapas algo retiradas y con el cable de vida cruzando su interior, todo ello en el punto más expuesto al vacío de todo el recorrido. La laboriosidad y vértigo de este paso puede ser pronto cosa del pasado ante lo que mis ojos ven: un puente tibetano idéntico al de las Baumes Corcades de Centelles pero de una longitud modesta, unos cinco o seis metros. Está completamente construido pero carece de acceso, y a su salida hay unas grapas que de momento acaban en la nada de una pared. Desconozco el objetivo del equipador con esa modificación del itinerario, pero tratándose de la primera vía ferrata de Cataluña y la primera “moderna” de España, lo que es seguro es que dará qué hablar y que en cuanto se inaugure, mucha gente vendrá a experimentarlo en sus propias carnes y así poder decir la suya a conocidos y desconocidos, que para algo tenemos los blogs y las redes sociales. Ahora, por el momento, el Puente de Piedra sigue siendo obligatorio y una vez pasado me reafirmo en mi convencimiento: a mí me supone el paso más complicado de toda la vía ferrata. ¡Maldito miedo a las alturas!

 

Tras la zona del Puente de Piedra la vía gana altura a través de algunas grapas, pero sobre todo gracias a cadenas y a un sendero que te lleva hasta un pequeño flanqueo bastante fotogénico. Mi imaginación me lleva a pensar que el puente forma parte de una nueva variante de entidad que enlazará con el trazado original en este punto tras superar algunas nuevas paredes que ahora no forman parte de la vía –el raciocinio, en cambio, me dice que no, que será una simple alternativa al Puente de Piedra–. Yo, Brian y Raúl cerramos el grupo, y por delante nuestro ahora avanzan dos hombres cuyo nombre desconozco. Ellos han quedado descolgados de los demás, por lo que ahora formamos dos subgrupos: el delantero, formado por diez miembros, y con algunos de ellos ya desayunando en la aguja de Santa Cecilia, y el retrasado, o de avance más distendido, que consta de media decena de integrantes entre los que me encuentro. De una manera cómoda, con alguna cadena y muchas grapas, llegamos por terreno ahora soleado a lo alto de la citada aguja, en la que corre un aire fresco que pone los pelos de punta al incauto que se detiene en ella a habituarse con bocadillos de jamón, de queso o frutos secos varios, así como a hidratarse con bebidas de diversa índole. Como no quiero quemarme, me retiro el casco y me coloco mi amplio sombrero, a la vez que opto por sentarme de espaldas al sol, lo que me ofrece unas grandes vistas de la zona de Agulles; qué envidia que me dan: ¡están a la sombra!

 

Si bien desde aquí sorprende la presencia de algunos montañeros –y seguro que también turistas– en la Miranda de Sant Jeroni (1236m), punto culminante del macizo y final de esta vía ferrata, ver aquí abajo, en lo alto de una aguja rodeada de verticales paredes, a quince personas, debe de ser aún más sorprendente. Seguro que alguno estará pensando qué regalan aquí abajo. Le enseño nuestro objetivo a Brian y Raúl, que según me dicen sólo han rapelado una vez, aunque la próxima semana van a realizar el descenso de un barranco que incluye cuatro. Como algunos del grupo han comenzado a rapelar y otros bajan a través del equipamiento de la vía, les pregunto por qué van a optar ellos. Me dicen que van a descender por la ferrata pues no tienen material para rapelar, así que les ofrezco mi ocho y mi mosquetón con la excusa de que ya he realizado este rápel en alguna ocasión. Me contestan que les da igual, que en unos días ya realizarán cuatro. A mí también me da igual, y cómo hay mucha cola para el rápel, me voy con ellos por la ferrata, lo que es mucho más difícil y laborioso que dejarse deslizar por la pared con ayuda de la cuerda. De hecho, me parece el tramo de dificultad objetiva más grande, pues lo del Puente de Piedra incluye un factor muy subjetivo –el vértigo– mientras que la canal final nunca la he encontrado difícil –como muchos dicen–. Sí sé que antes lo era, pero fue sobreequipada posteriormente y se rebajó su dificultad.

 

El descenso de la aguja de Santa Cecilia tiene lugar por una canal muy fotogénica –sobre todo si te está pasando gente al lado rapelando– equipada con minigrapas que entretienen la bajada. Es preciso colocar bien la bota en tan minúsculos artificios y encontrar los siguientes separando la cabeza de la pared para escrutar cómo continuar. Sin duda un gran acierto de equipamiento. Una vez abajo, básicamente se trata de caminar hasta la base de la canal final, aunque hay un tramo con cadenas y cuerdas bastante peligroso en caso de caída, por lo que no hay que olvidar el asegurarse a la cadena o, si lo hay, al cable de vida. Esta subida vuelve a cansar a Raúl, que se detiene para sentarse y descansar. Yo me tomo este tramo con tranquilidad porque sé que la cola para acometer la canal final va a ser de órdago, y así es: me encuentro el undécimo de un total de diecinueve personas que esperamos. Alguno aprovecha para fumarse un cigarrillo y otros echan de menos haberse traído un libro. Yo, en cambio, me entretengo observando el avance de los primeros. En primera posición va Japallas, y desde arriba toma alguna foto de los dieciocho que estamos abajo en tan encajonado lugar. Pronto, mirando arriba, empiezas a ver a uno en la pared de la izquierda, a otro en la de la derecha, otro con una pierna en cada… lo que resulta bastante fotogénico. Eso sí, la luminosidad brilla –bonita combinación– por su ausencia, lo cual parece conceptualmente incoherente.

 

Cuando me llega el turno, acometo el primer y liso muro, de unos tres metros de altura. Antiguamente había que subirlo a pulso o apoyando la espalda o el culo en la pared posterior, cual chimenea, pero se equipó con dos minigrapas que lo hacen muy sencillo de subir siempre que lo abordes de lado, con el cuerpo en línea con la canal de manera que tu mochila da a ella y no topa con la pared; tal proceder implica colocar las botas de lado sobre las minigrapas, lo que además favorece el agarre. Una vez arriba más minigrapas y una inesperada “cuerda de vida” que reemplaza a un cable de vida desgarrado esperan al Papa Noel ocasional. Lo más difícil, el paso que incluye un cambio de pared, te deja ante unas grapas de tamaño estándar aunque curvadas, no rectangulares. Una vez alcanzadas se trata de subir cómodamente hasta llegar a la parte superior de la canal. En ella se camina sobre tierra, por lo que es importante hacerlo con delicadeza con el fin de no causar una verdadera lluvia de arena y piedrecitas sobre los que hay abajo, que sí o sí se la deberán comer, pues se trata de una canal muy estrecha y encajonada. Unas últimas cadenas por terreno rocoso te llevan a la famosa salida, la zona en la que turistas y autóctonos te ven por primera vez aparecer, cosa que hace que se pregunten, en voz alta o para ellos mismos, de dónde demonios sales con esas pintas. Hay alguno que incluso te pide hacerse una foto contigo.

 

En lo alto de la Miranda de Sant Jeroni (1236m), el punto más alto en decenas de kilómetros a la redonda y, por tanto, de dilatadas vistas, vuelvo a ver a Japallas, y le pregunto por el lugar en el que hay una cadena para ascender al Moro o Montcau (1206m). Me indica que es la canal o brecha que se ve desde aquí, así que me despido de él y de alguno más, como Xarli –me comprometo a visitar su blog Natura100–, y me dirijo para allá, pero de camino me pongo a hablar con varios escaladores que andan algo desorientados con la localización de Los Ecos y el numeroso grupo acaba alcanzándome. Con ellos paso junto a la ermita de Sant Jeroni y finalmente me despido en el acceso a la Canal de Sant Jeroni, por la que van a bajar hasta los coches. Son las 12. Mar y Marc, los dos que han llegado más tarde procedentes de Sabadell y Manresa, al escuchar a Xarli explicándome cómo ascender El Moro y citando que es una trapada de grado III+, se animan a acompañarme. Les enseño el mirador que hay junto a las antenas de telecomunicaciones y el antiguo aéreo, donde aún se encuentra la bolsa de basura que dejé hace unas semanas con botellas de vidrio y otros enseres humanos que en tal ocasión recogí en los alrededores. También les indico la Albarda Castellana, una cima poco conocida por la mayoría de montañeros y que resulta ser un techo comarcal y un “Cent Cims”. Y finalmente, descendemos hasta el helipuerto, situado junto al Moro. ¿Será esta vez la definitiva tras tantos intentos y años?

 

Desde el helipuerto, rodeamos la mole rocosa del Moro hacia la derecha, metiéndonos en un terreno cada vez más expuesto en el que, si bien es sencillo, no hay margen para el fallo ni segundas oportunidades, pues te irías rodando para abajo unas decenas de metros y podría resultar, como mínimo, muy doloroso y magullador. Al llegar a unos diez o doce metros de la canal o brecha equipada con una cadena oxidada, el terreno se vuelve más vertical y expuesto. La roca es conglomerado y tiene la propiedad de que cualquiera de esos cantos rodados se te puede quedar en la mano. De ello se percatan Mar y Marc, que deciden dar media vuelta y retroceden hacia el helipuerto. Les comento que si me escuchan pegar un grito es que me he ido para abajo. Como el ascenso directo hasta la cadena lo veo demasiado vertical e imposible de destrepar, continúo flanqueando más hacia la derecha, donde claramente se ve menos vertical pero con el handicap de estar más expuesto. Siguiendo el proceder de estos casos –extremar la precaución al máximo y no fiarme de una presa que no clasifico como fiable–, avanzo poco a poco y hago una pequeña trepada de varios metros hasta un terreno menos inclinado por el que puedo llegar fácilmente hasta la cadena. Con su ayuda subo la canal, que es bastante vertical y corta. El viento que de golpe aparece y arremete contra mi cuerpo es una señal clara: ¡he alcanzado la cumbre del Moro!

 

Una sensación de felicidad contenida me invade. He logrado un objetivo que, si bien es modesto, no deja de representar el cumplimiento de un sueño, algo que llevaba años esperando. Aquí sube poquísima gente por no decir casi nadie. No hay hito de piedras, ni bandera, ni buzón, ni belén, ni nada. No se percibe rastro humano alguno, tan solo roca, viento y luz solar. Hay buenas vistas sobre la masificada Miranda de Sant Jeroni, sobre la solitaria Albarda Castellana, sobre diferentes sectores de agujas de Montserrat, sobre Monistrol… pero sobre todo, hay buenas vistas hacia mi interior, hacia el regocijo de haberme quitado una espina clavada, como en su día lo fue el Pic de l´Infern. Les pregunto a Mar y María, que están abajo en el helipuerto tomando el sol, si tienen cámara, y me dicen que no, así que me tomo yo alguna foto para inmortalizar el momento. Cuando llegue a casa tengo pensado hacer un pase de fotografías con el tema de Aleluya de Haendel como fondo musical y enviárselo a personas tales como Javier (Pratenc), Avi Jordi o Japallas (José), todos conocedores de lo que me ha costado llegar hasta aquí –hace pocas semanas, por ejemplo, me quedé en la base a causa de la lluvia–. Si es que ya lo dicen: todo acaba llegando. Es cuestión de insistencia y esfuerzo. Y tiempo.

 

La bajada se antoja difícil. Xarli me ha dicho que destrepó sin cuerda hasta el helipuerto, y Japallas que por esa vertiente es por donde se rapela. Me acerco y veo la instalación de rápel, también oxidada, y escruto la pared. Para nada me veo capaz de destreparla, es demasiado peligroso. Lanzo mi cuerda de unos veinte metros para abajo y justo alcanza el resalte más dificultoso del destrepe. Con el ocho comienzo a rapelar para ver si desde donde me llega la cuerda veo factible el destrepe, y si no es así subiré ayudado por la cuerda e intentaré el descenso por donde he subido. Por fortuna, la cuerda me deja bajo el resalte. Me suelto de la cuerda y me acerco a ver si es viable el destrepe hasta el helipuerto. Parece que sí, pero no directamente, sino flanqueando hacia la derecha. Se trata de un avance por la pared más largo pero con mejores presas, que al fin y al cabo es lo importante. Así, estiro la cuerda de un extremo y acaba cayendo toda sobre mí. La recojo, la introduzco en la mochila y me dispongo a hacer el cabra un rato. De nuevo, con gran delicadeza, avanzo sobre el conglomerado dejando mi integridad física en manos de las rocas que considero mejores presas, que suelen ser las más grandes por poder adherir mejor la suela de la bota en ellas y permitir que mi mano las abarque mejor. Trazo una diagonal descendente hacia la derecha que en varios minutos me deja a salvo, en un terreno rocoso por el que bajar hasta el helipuerto a pie. ¡Misión cumplida!

 

Una vez abajo, les pregunto a Mar y Marc qué van a hacer y si quieren que los acompañe hasta la Albarda Castellana. Como no lo tienen muy claro, dejo la mochila junto a ellos y emprendo un ascenso directo y rápido desde el helipuerto, sin diagonales ni nada. Quiero probar si la trepada es posible, incluido el resalto que hay entre la segunda y la tercera y última franja de roca. Y sí, en pocos minutos corono por segunda vez El Moro. Ahora quiero comprobar si la bajada es factible por la vertiente de la canal equipada con una cadena. En principio sí lo es, pues al ir subiendo he ido pensando en todo momento que cada paso que diera tenía que ser posible realizarlo en sentido inverso, y así evitar quedarme aislado en lo alto de este castillo rocoso. La cadena me ayuda a bajar por un lugar bastante vertical y me sitúa en el terreno de poca inclinación que sigo hacia la izquierda, hacia un lugar bastante expuesto. Lo más difícil es destrepar ese punto hasta alguna posición desde la que poder flanquear con seguridad hasta el helipuerto. Aunque no es fácil, tampoco me parece difícil. Lo que sí es es peligroso, así que de nuevo me pienso cada movimiento dos veces, cual partida de ajedrez a vida o muerte. De nuevo vuelvo a ganar la partida y, sin poner en jaque mate a nadie, alcanzo de nuevo el helipuerto.

 

Tras despedirme de Mar y Marc, me alejo de ellos comiéndome una pastita de trufa del Dia. Para mi proyecto del “Aleluya de Haendel”, me tomo varias fotos con el Moro detrás. De bajada por unas rocas, de camino a la Albarda Castellana, le tomo más desde esa nueva perspectiva. Una vez atravesado el transitado sendero a Sant Jeroni, inicio el ascenso a la solitaria Albarda Castellana. Si bien el ascenso el sencillo, llegado a un fanqueo corto y rocoso a mano izquierda, quizá impulsado por la euforia, ataco directamente un pequeño resalte extraplomado de conglomerado que en alguna ocasión he intentado superar, y que yo recuerde no he podido. Son tres o cuatro metros los que por fortuna no he caído a pesar de quedarme con una roca en la mano. La otra, la de la mano derecha, en el momento de desprenderse la de la izquierda de la matriz del conglomerado, ha podido soportar mi escaso peso corporal, pero menudo susto me he llevado. Me habría lastimado en el lugar más tonto, habría caído víctima de lo que siempre he advertido como más peligroso: la confianza. Una vez superado el resalte, una corta cuerda ayuda a superar un pequeño muro y, en varios minutos, alcanzo el techo comarcal. En la libreta de la cumbre dejo algunas anotaciones y me dirijo a una cima secundaria con mejores vistas. Varias personas que suben a Sant Jeroni me saludan desde la lejanía, y les respondo agitando yo también el brazo; me deben de ver como una cabra.

 

Una vez abajo me encuentro con un lisiado que dada su indumentaria sin duda procede de La Teresina. Me lo confirma y junto a Carles, un hombre que se dedica a la reparación de parapentes y que tiene pensado equipar una vía ferrata en Organyà, le aconsejo que se olvide de bajar hasta el monasterio de Montserrat –hay unos mil escalones más– y que se dirija a la estación superior del Funicular de Sant Joan, que está a “sólo” tres cuartos de hora. El desnivel, además, es muy inferior. Parece que se le ha desencajado el hombro o algo parecido, y lleva el brazo apoyado en el disipador que hace las funciones de soporte. Diría que en la mano también tiene algún problema. Según cuenta, en el monasterio lo van a recoger en coche. Le comento a Carles que me dirijo a la Canal del Cavall Bernat para descenderla y regresar por allí a  Santa Cecilia, y resulta que él va a hacer lo mismo. Me cuenta que ha ascendido por El Mejillón y que tenía previsto descender por La Teresina pero había demasiada gente subiendo por ella. En el desvío al “Camí de la Serra de les Lluernas” le advierto de que es por ahí –ya seguía para abajo–, y lo mismo en el desvío a la canal equipada, en el que dejé un tronco sobre unas ramas hace unas semanas para encontrarlo y aún está –eso sí, aquella vez no acabé realizándola a causa de la lluvia, como El Moro–. Son las 13:55.

 

Tres largas cuerdas, una tras otra, y una cinta negra, ayudan a superar los primeros metros de descenso, cuya pendiente es bastante pronunciada. Le siguen multitud de cuerdas más, algunas muy largas y otras con aspecto de piezas museísticas. Un escalador está atacando al Cavall Bernat mientras que su compañero descansa en un agujero que hay en la roca. A este último no lo vemos pero Carles lo escucha. Nuestro avance es rápido a pesar de lo entretenido del terreno. Él es escalador y yo estoy habituado a las cuerdas anudadas. En cuanto dejo una y paso a la siguiente, lo aviso y emprende su descenso, de manera que no nos molestamos mutuamente. Llegado un momento, quizá tras unos doscientos metros de desnivel, finaliza la canal rocosa y abierta. Es el momento de meterse en una especie de riera que se abre paso entre la vegetación. Por ella, en cinco minutos, alcanzamos el sendero que a mano derecha nos llevaría a Sant Benet y al monasterio. A mano izquierda, en cambio, treinta y cinco minutos de marcha a buen ritmo nos separan de Santa Cecilia, donde los coches siguen aguardando nuestra llegada. Esta se produce a las 14:50. Pensando en ello, me percato de que al final han sido unas buenas horas de excursión, incluida una vía ferrata, un techo comarcal, una nueva canal equipada y una cima largamente ansiada y esperada. ¿Qué más se le puede pedir a una mañana de sábado?

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




Añadir nuevo comentario
Usuario de Madteam.net No usuario




Vista Previa



 

 
MadTeam.net | Suscribirte a este blog | Creative Commons License Blog bajo licencia de Creative Commons. | compartir este enlace en Facebook