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Estas en ExCuRSiONiSmO RoMáNTiCo FoReVeR Archivo de Relatos October 2011 09-10-11 : Apuntes De Un Naturalista
Friday 14 de October de 2011, 19:52:12
09-10-11 : Apuntes de un naturalista
Tipo de Entrada: RELATO | 3332 visitas

Conjunto de apuntes que tomo durante una salida naturalista guiada enmarcada dentro de las “Segundas Jornadas Naturalistas en La Roca del Vallès”. Consiste en un paseo por las afueras del pueblo para conocer mejor la flora y la fauna de un bosque mediterráneo típico en el que, previa reserva, el guía, Carles Llebària, te conduce a la masía Can Planes y a los alrededores de la Font de la Mansa con múltiples paradas para conocer más acerca de los pájaros que escuchas, los líquenes que ves, los excrementos que aparecen junto al camino y, por último, una sorpresa: desvelar qué ha filmado los últimos siete días una cámara amagada entre la vegetación junto a un reclamo alimenticio que atrae a múltiples “visitantes”, como varios gatos y jabalíes e incluso una “gineta” (garduña).

 

 

Ávido de conocimientos, como siempre, partimos Alba y yo de Granollers hacia la vecina población de La Roca del Vallès, por muchos conocida por albergar un centro comercial formado por tiendas “outlets” de marcas de prestigio llamado “La Roca Village”. Nuestras intenciones no son consumistas, sino naturalísticas, pues la idea es acudir a un paseo por el bosque en el que en principio vamos a ver a diferentes animales –ya le digo a Alba que dudo que sea así, sobre todo por el hecho de ir en grupo–. Algo antes de las 8:30, la hora de encuentro, llegamos a la plaza del Ayuntamiento y aguardamos en un banco. La temperatura es más bien baja, y yo aprovecho para dormitar; aún arrastro el sueño de haberme levantado ayer a las cuatro para ascender al Canigó. Poco a poco, por una calle o por otra, van apareciendo parejas, con o sin niños, y algún padre con su hijo. Al momento me percato de que vamos a ser los únicos foráneos en asistir a esta actividad, organizada por el Área de Medio Ambiente del Ayuntamiento. Como cito en la introducción, se enmarca en las “Segones Jornades Naturalistes de La Roca del Vallès”, que incluyen también una exposición fotográfica de pájaros del “Parc Serralada Litoral”, una sesión de anillamiento científico en la que los pequeños pueden ver de cerca al “pitroig” (petirrojo), el “blauet” (martín pescador) y el “tallarol” (curruca), entre otros, y una sesión nocturna de observación, captura y anillamiento de búhos que tuvo lugar anoche y en la que, por lo visto, no pudo darse caza a ningún ejemplar, todo ello rematado por un concurso fotográfico bajo el lema “La Naturaleza en La Roca del Vallès”.

 

A la llegada de Carles Llebària, el biólogo que va a dirigir la actividad, abandonamos nuestro cómodo asiento y acudimos a su llamada. Nos explica a unos treinta o cuarenta asistentes que, según parece, “nos pasamos en uno o dos” de los veinte previstos, por lo que será una dificultad que habrá que acarrear durante la actividad. Nos advierte también de que ha estado subiendo al bosque toda la semana y no ha encontrado setas, por lo que será difícil que nos las pueda presentar. Tras sus pasos iniciamos el ascenso hacia las afueras, recorriendo calles formadas por viviendas unifamiliares, lo que comúnmente llamo torres. Seguimos las marcas blancas y amarillas del PR-C36 y unos postes de madera que indican que se trata de la “Ruta prehistórica II”, y que nos dirigimos hacia Can Planes y Sant Bartomeu, lugares que desconozco pues por aquí nunca he estado. Lo bueno de asistir a caminatas que se realizan a las afuerzas de los pueblos es precisamente eso: conocer nuevos lugares, habitualmente poco conocidos, siendo llevado por alguien que se los conoce al dedillo.

 

Haciendo valer el dicho de que el origen de toda sabiduría es la pregunta, no la respuesta, le formulo una al guía: “¿Qué es el pájaro que hay posado sobre aquella rama?”. Ante tal cuestión, hace una llamada al grupo y, una vez congregados a su alrededor, nos indica que se trata de una tórtola turca (Streptotelia decaocto). Es una ave originaria de Asia que ha ido colonizando hábitats que no le son propios y en los años sesenta del pasado siglo alcanzó la Península Ibérica. Nos explica que suele vivir cerca de edificaciones, no en el bosque, y que se ha convertido en una plaga, en parte por nuestra culpa, ya que en su dieta se incluye toda la basura humana que se encuentra, como los restos de comida en patios de colegio e instituto. Alguien cita el caso de la cotorra argentina (Myiopsitta monachus), un pájaro parecido a un loro verde que cierto día se escapó del Zoo de Barcelona y que aparte de colonizar toda la ciudad, se ha ido expandiendo a poblaciones cercanas y no tanto. Respecto a la tórtola turca, su aspecto me recuerda al de una paloma pero bastante más estilizada y de un color gris tirando a blanco y lila. La que vemos acaba abandonando la rama ante nuestra presencia y se posa sobre una antena de televisión en lo alto del tejado de un chalet, desde donde observa como nos alejamos hacia el bosque.

 

Antes de llegar, a mano izquierda, se abren unas vistas hacia los diferentes macizos que conforman el Montseny: La Calma, Matagalls y Turó de l´Home-Les Agudes. Tres globos aerostáticos surcan el cielo sobre el Tagamanent y apunto a uno de ellos con los prismáticos. No son pájaros, pero sin duda los que viajan en la diminuta cesta a merced de los caprichos del viento pueden observar el territorio como si lo fueran. Tal observación me aleja del grupo, así que acelero el ritmo hasta atraparlo. ¿Qué hacen callados? Escuchan el reclamo de un ejemplar de petirrojo hembra (Erhitacus rubecula). Carles diferencia entre el canto, que suena de una manera diferente, de los sonidos que está emitiendo, que son su manera de marcar el territorio. Se trata de una actividad propia de las hembras, pues según cuenta, los petirrojo machos suelen desplazarse de un territorio femenino a otro en busca de su amada –vale, no lo dice con esas palabras, pero es bello de imaginar–. Nos habla también del “picot verd”, conocido como pito real en castellano y Picus viridis en el ámbito científico. Resulta ser un pájaro carpientero fácilmente reconocible por el hecho de emitir un sonido característico cada vez que levanta el vuelo.

 

Un nuevo árbol alberga a otro habitante, el “pica-soques” (trepador azul, Sitta europaea), un pájaro que se alimenta de los invertebrados presentes en las ramas. Esta característica, unida a la ley de la selección natural, lo ha provisto de unas potentes uñas que le permiten ir a sus anchas por las ramas y troncos tanto boca arriba como boca abajo, lo cual resultaría curioso de ver, mas sólo se deja escuchar y permanece oculto. Su tamaño es parecido al de un gorrión, y un vientre anaranjado y un dorso azul le dan un bonito aspecto. La citada evolución también lo ha dotado de ingenio: utiliza los agujeros del pájaro carpintero, una vez adecuados con barro al tamaño que le interesa, como nido. Siempre está bien que los demás hagan el trabajo por ti, sobre todo si no tienes una ética que te cause cierto remordimiento, cosa que dudo que evolución alguna pueda otorgar a favor de la supervivencia propia.

 

También nos habla de otro pájaro que es capaz de desenvolverse bien por los troncos y ramas: el “raspinell” (agateador común, Certhia brachyactyla), cuya coloración le permite camuflarse con la corteza del árbol. Aunque no lo he comentado aún, varios sonidos de origen humano interfieren en nuestras observaciones auditivas, si es que ambas palabras no se contradicen. Por un lado, hoy ha comenzado la temporada de caza, y congéneres nuestros han venido al bosque no ha redescubrirlo y admirarlo como se merece, sino a batir a diferentes especies de aves, entre las que destaca el “tudó” (paloma torcaz, Columba palumbus). Por el otro, en el cercano “Circuit de Catalunya”, en Montmeló, se disputan las “World Series by Renault”, y el ruido que emiten los monoplazas, como cuando hay Fórmula 1, es bien audible a muchos kilómetros de distancia.

 

Atosigados por disparos de cazadores, motos de trial y carreras automovilísticas, llegamos a un árbol en el que contemplamos a un diminuto pájaro típico del encinar, el “bruel” (reyezuelo listado, Regulus ignicapilla), que da saltitos por las ramas y por el tronco. Se trata de la especie de ave más pequeña de la Península Ibérica, y uno que anillaron ayer tenía una masa de tres gramos y medio. Lo observo con los prismáticos de cerca, pero es tan inquieto, que es difícil de seguir. Tiene un aspecto normalito, es decir, de color marrón, sin nada llamativo, y una forma bastante esférica, como si a pesar de su pequeño peso fuera regordete. Aprovecho para anotar el título del libro que utiliza Carles para mostrarnos los dibujos de las especies que vemos u oímos, Ocells de Catalunya, País Valencià i Balears. Se trata de una guía imprescindible para los amantes de la ornitología, recomendada por el “Intitut Català d´Ornitologia”, en la que se recogen unas cuatrocientas especies. Su autor es Joan Estrada, y la editorial, “Linx Edicions”.

 

Como no todo en el bosque son pájaros, comienzan las lecciones sobre vegetación. Carles nos explica que, aunque existen unas 110 especies de pinos en el mundo, en esta zona hay tres: el pino piñonero (Pinus pinea), el pino blanco (Pinus strobus) y el “pinastre o pinassa” (pino rodeno, Pinus pinaster). Del primero no dice mucho pues todos lo conocemos: es aquel del que se extraen los caros piñones que dan sabor a algunos “panellets” o condimentan alimentos como el pollo, aunque en tiempos de crisis su precio resulta bastante prohibitivo. Es un fruto que tarda varios años en madurar. Del blanco, dado su tronco largo y recto, comenta que solía utilizarse para los postes telefónicos y como vigas en las masías y casas de pueblo. El pino rodeno, en cambio, es el que se solía utilizar, dado su rápido crecimiento, para la explotación de madera a pesar de su mala calidad, y también en las reforestaciones, aunque según dice, ahora se tiene más en cuenta la vegetación presente antes de producirse el incendio forestal. Con el cambio de combustible de nuestros hogares, que ha pasado de la leña a la electricidad o los hidrocarburos, parece que lo hemos dejado tranquilo, al menos mientras se siga teniendo dinero para pagar las facturas del gas natural, de la luz o para comprar bombonas de butano.

 

De las “alzines” (encinas), nos dice que es el árbol típico del bosque mediterráneo. ¿Y cómo es que lo que parece dominar es el pino? La respuesta es sencilla: se trata aún de un bosque joven, con árboles de hasta cuarenta o cincuenta años. Hasta los años sesenta del pasado siglo, por aquí lo único que había eran campos de cultivo pertenecientes a la masía Can Planes. Conforme se fueron abandonando, igual que sucede tras un incendio, lo primero que apareció fueron los pinos, que no necesitan de sombra, además de la “brolla” (brota). Una vez asentados ellos, la zona se provee de sombra y humedad y es cuando aparece el encinar, que acaba por dar sombra a los pinos y haciéndolos desaparecer. Aquí las encinas aún son bastante pequeñas, y los pinos, en cambio, tienen entre cuarenta y cincuenta años. Sus finos troncos así lo atestiguan. También nos dice que hace un siglo los bosques estaban mucho peor que ahora, pues había multitud de carboneras y la deforestación, por ejemplo en el Montseny, era importante. El citado cambio de fuente de combustible fue la clave para su regeneración.

 

No todas las especies vegetales que vemos son propias del bosque. El “canyís” (caña común, Arundo donax) debería estar junto a un río y no aquí, lo mismo que el “esbarzer” (zarzamora, Rubus ulmifolius) y el chopo (Populus nigra). Su presencia nos indica que la humidad es importante, y que si buscáramos agua este sería un buen lugar para cavar. Acto seguido, Carles nos cuenta la simbiosis que se produce entre las raíces de los pinos, bien visibles en el talud de la pista forestal, y una seta de nombre científico sugerente, Lactarius deliciosus: el rovellón. El hongo recibe hidratos de carbono y vitaminas que produce el pino y que le son imprescindibles para vivir y, por su parte, las raíces del pino encargadas de absorver nutrientes permaneces más activas gracias a la presencia de la cotizada seta. Ambos hacen valer el lema de “juntos, podemos” y hacen ver que eso del trabajo cooperativo a través de las redes sociales y las wikipedias no es nada nuevo, lo mismo que el marketing 2.0: ¿acaso ciertas aves cantoras no se dan a conocer y se venden mediante su canto?

 

Una vez conocida otra simbiosis, la del “rossinyol” (rebozuelo, Cantharellus cibarius) con ciertos árboles, como el roble o la encina, le toca el turno a varios arbustos. El primero que nos presenta Carles es el “llentiscle” (lentisco, Pistacia lentiscus). Resulta ser una de las primeras especies que aparece tras un incendio, favorecido porque los pájaros diseminan sus semillas tras comerse su rojo fruto. Además, es propia de lugares soleados. Se ve que hay otra variedad presente en Grecia, la Pistacia vera, que da pistachos, pero en ese sentido no hemos sido afortunados y nos ha tocado esta especie; si no, algunos en vez de salir a por espárragos, setas o moras, irían a la caza del pistacho, fruto seco bastante cotizado, ya sea originario de California, de Irán o de la conchinchina. Umm… pistachos.

 

“Como aquí no hay jirafas”, nos dice Carles, las encinas tienen las hojas punzantes en la parte baja del árbol pero no en la alta, pues ahí arriba no precisan defenderse de animal alguno. Cerca del pequeño ejemplar que observamos vive tranquilamente un ejemplar de “galzeran” (rusco, Ruscus Aculeatus), especie protegida que muchos confunden con la navideña y también protegida “boix grèvol” (acebo o cardón, Ilex aquifolium). Esta última lleva por nombre “holly” en inglés, y de ahí Hollywood, bosque de acebos. Uno de los asistentes comenta que ha apartado el “galzeran” a golpes en muchas ocasiones para abrirse paso, pues sus hojas son punzantes, ignorando su estatus de planta protegida. Nuestro guía nos informa de que se trata de una planta que puede tener dos sexos, y ambos son bien diferentes: la hembra tiene frutos rojos mientras que el macho carece de ellos. Tal característica la cataloga como dióica. También puntualiza, por si acaso, que no son comestibles.

 

Miel, pasteles y zarzaparrilla. Son los manjares de los Pitufos. Tenemos un ejemplar del último de ellos. Por lo visto, es típico del encinar, no del pinar. Al lado, una esparraguera, planta abundante por estos lares y madre de los espárragos, que por descontado, no precisan de presentación ni nombre “científicus”. Si bien Pitufina, Papá Pitufo y compañía nunca fueron derrotados por Gargamel y Azrael, no son ellos los culpables de la desertización de los Monegros: la contrucción de la Armada Invencible, en un lugar cercano al Ebro, río por el que salía al mar, fue la causa, según nos cuenta. Para no perder el ritmo, pasamos rápidamente al “bruc” (brezo, Erica arborea), planta que indica el inicio de una sucesión vegetal, por lo que es de las primeras en aparecer tras un incendio o cuando en pleno bosque surge un claro por la causa que sea. A continuación le toca el turno a un roble (Quercus ruber), de la misma familia que la “alzina surera” (alcornoque mediterráneo, Quercus suber), fuente del corcho y de la riqueza de algunas familias de la Costa Brava tiempo atrás.

 

Tras la incursión en los citados vegetales, regresamos al ámbito ornitológico. En ese sentido, escuchamos un córvido que, si se tratara de una persona, en base a su nombre científico la Real Academia Española (RAE) lo tacharía de “rústico y zafio” en su diccionario: el “gaig” (arrendajo, Garrulus glandarius). A pesar de que Linneo lo describió en el siglo XVIII y lo clasificó como Corvus glandarius, los científicos le hicieron perder la condición de Corvus para pasar a ser un Garrulus. Carles nos explica que ahora las pruebas de ADN están causando que varias aves sean cambiadas de categoría, lo que al ciudadano de a pie tampoco es que le afecte mucho, pues más que regirnos por reino, filo, clase, orden, familia, género y especie, los conocemos por sus nombres populares, que pueden variar según la zona geográfica, por ejemplo entre las vecinas comarcas del Vallès y el Maresme. En ese sentido, Carles remarca la importancia del nombre en latín, es decir, el científico, pues resulta inequívoco. Así, si te refieres al Vulpes vulpes, no hay más que hablar: se trata de un zorro sí o sí.

 

Algo curioso del citado arrendajo es que, además de ser reconocible por ser el unico que tiene el “carpó” (obispillo) blanco, se dedica a dejar escondidas bellotas en la corteza de los árboles o enterradas bajo tierra. Se trata de una técnica para pasar el invierno, pero como luego no recuerda dónde las ocultó, se ve que comienza a liarla revolviendo la arena por aquí y por allá y al no encontrar muchas de ellas, ayuda a la dispersión de las semillas. Viene a ser un jardinero natural e involuntario a su pesar. Eso sí, que carezca de memoria no es síntoma de poca inteligencia, sino de despistado. Listo sí que es, pues introduce el pico en los hormigueros para que sus sociales habitantes segreguen ácido fórmico, un ácido carboxílico que le sirve para desparasitarse. Si ya lo dicen… la naturaleza es sabia.

 

De nuevo en el ámbito de organismos fotosintéticos, le llega el turno a la “heura” (hiedra, Hedera helix). La que vemos está encaramada a lo largo del tronco de una encina, lo cual es típico. Resulta que precisa de sombra y de una cierta altura para que en ella tenga lugar un cambio hormonal y pueda producir sus frutos, unas bolas negras que a nivel del suelo no pueden aparecer. Más arriba aún, en el cielo, dos grandes aves de aproximadamente 1,30 metros de embergadura vuelan en círculo. Mediante los binoculares y una cámara fotográfica que incorpora un objetivo enorme, Carles los identifica: se trata de dos águilas calzadas (Hieraaetus pennatus). Es la especie de águila más pequeña de la Península Ibérica y está catalogada como especie amenazada de interés especial. Nuestro guía nos cuenta que es muy extraño verlas aquí, y que recientemente vieron siete desde la vecina Cardedeu. No son para nada aves típicas de estos parajes, sino que pasan como parte de su migración a lugares más cálidos en los que pasar el invierno. Carles nos las enseña ampliadas en la pantalla de su cámara fotográfica. Son fácilmente reconocibles por una combinación de blanco y marrón que tienen en la parte baja, justo la visible desde tierra cuando vuelan. Uno de los asistentes menciona su refinado gusto en la mesa, pues parecen preferir la caza de perdices. Tontas no son.

 

Si bien la intención era ir hasta la Font de la Mansa, el lento ritmo del grupo y la sequía de la fuente propicia que no lleguemos hasta ella. El experto nos comenta que no hay ni salamandras ni sapos, así que no vale la pena ir. Ello no excluye que sigamos caminando y que, al poco, lleguemos a varios carteles que indican que entramos en el “Parc Serralada Litoral” y nos dan la bienvenida junto a un puñado de prohibiciones entre las que no se incluyen las motos de trial, que siguen apareciendo con sus decibelios característicos como tortura para nuestros tímpanos. Ya con el bocadillo en mano –vale, no he podido esperar– encontramos unas “cacas” en lo alto de una piedra. Su nombre menos soez es excrementos, y su tamaño indica que son de un mustélido: la “fagina” (garduña, Martes foina), animal parecido a un gato marrón con el pecho blanco. Desconocemos si fue depositado ahí el segundo día de la semana, pero lo que sí es seguro es que su alimentación de estos días se basa en frutos, pues las semillas son bien visibles en las heces. Carles comenta que seguramente son de “cireres d´arboç” (madroños). Para salir de dudas, habría que plantarlas y ver qué sale, pero eso requiere, por un lado, tiempo, y por otro, manipular el excremento, y claro, ¿qué nos podrían decir al vernos llegar a casa con una caca?

 

En referencia a la familia de los mustélidos, el otro gran presente en la zona es el “gat mesquer” (jineta, Genetta genetta), pero de ese no hay rastro de que haya marcado el territorio “cagando” en un lugar alto como su familiar. Lo introdujeron los árabes, pues para ellos era un animal doméstico, ya que acababa con los ratones, pero ahora resulta que es una especie en peligro de extención, por lo que abunda poco y es difícil de ver. Ambos adaptan su dieta a la época del año, así que si en un mes dado hay presentes madroños, a por ellos van, pues son una fuente importante de azúcares y, por tanto, de energía. Ante un ejemplar de este arbusto, que en castellano tiene el mismo nombre que su fruto, Carles nos cuenta que su denominación científica, Arbutus unedo, procede del hecho que los romanos consideraban que sólo había que comer uno, pues con muchos podías acabar emborrachándote. Ello es debido a que los frutos, cuando están muy maduros, comienzan a experimentar la fermentación alcohólica de sus azúcares, lo que les da esa “fama” de eliminadores de estados sobrios. Su color, el rojo, “los hace ser como un semáforo rojo en Barcelona”. Es decir, se ven desde lejos, y ello es debido a que al arbusto le interesa que los animales se coman sus frutos y se lleven las semillas lejos de él, donde no le puedan hacer competencia los futuros madroños. Otra cosa curiosa es que florece y se fecunda en esta época, mientras que los frutos saldrán el año que viene. Ello implica que al haber ahora pocas flores a causa de las pocas lluvias, si el año venidero es generoso en lluvias, habrá pocos frutos pero bien bonitos y grandes.

 

Otro arbusto que nos encontramos es el “roldor” (emborrachacabras, Coriaria myrtifolia), una planta venenosa, en especial sus púrpura o negros frutos. Luego, en la base de un tronco, le toca perder la vergüenza al liquen, que cambia su condición de pasar desapercibido en un rincón de mundo por la de ser el centro de todas las miradas. Se trata de un nuevo ejemplo de cooperación, en este caso una simbiosis entre una alga y un hongo. El primero aporta la capacidad de realizar la fotosíntesis, mientras que el segundo aporta resistencia frente a la desecación y la radiación solar, lo que convierte al liquen en un ser vivo muy resistente que puede colinizar ecosistemas muy variados. Dos curiosidades menciona Carles sobre este ser vivo: por un lado, contiene uno de los principios activos del perfume “Chanel nº5”, y por otro, sirve para orientarse, pues suele aparecer en las caras norte. Una asistente le pregunta si eso es cierto, y responde que estadísticamente sí; es decir, que no basta con fijarse en un solo tronco, sino que hay que mirar unos cuantos y sacar una conclusión. Por ejemplo, si resulta que al sur de un tronco hay sombra a causa de otro tronco, de una roca o lo que sea, puede aparecer liquen ahí y no indicaría al norte. Además, en lugares húmedos como los Pirineros, es una regla más difícil de aplicar pues el liquen puede aparece en cualquier orientación. En fin, que de algo sirve, pero no es conclusivo.

 

Podría pensarse que los líquenes no crecen, pero no es así. Lo que sí es cierto es que su ritmo es bastante lento, aproximadamente de un centímetro al año. Lo hacen radialmente a partir de un punto inicial llamado propágulo que, en comparación con una planta, podríamos llamar “semilla”. Lo mismo sucede con el musgo, especie protegida y muy valorada en época navideña para la elaboración del belén. Pero no avancemos acontecimientos. Ahora, lo que nos cuenta, hablando en plata, es que vivimos en un país de pandereta –él no es tan tajante pero es mi conclusión–. Por lo visto, aquí puedes entrar prácticamente de todo, por lo que se originan grandes problemas a causa de la introducción de especies intrusivas. En otros lugares, en cambio, no puedes entrar ni siquiera una patata o un fuet por lo que pueda pasar luego. Nos cuenta una anécdota de un conocido suyo que al llegar a los Estados Unidos no le dejaban pasar con el embutido. Ante el personal de seguridad, optó por papeárselo enterito para a continuación entrar en el país. En ese sentido, a él, al entrar en Nueva Escocia desde Terranova, le preguntaron si llevaba alguna patata en el equipaje, aunque a día de hoy aún desconoce el porqué de dicha cuestión.

 

El vuelo de una ave nos llama la atención: una “oreneta cuablanca” (avión común, Delichon urbicum). Se trata de una especie bastante abundante en el lugar y suele vivir en los pueblos. La otra “oreneta”, la Hirundo rustica (golondrina común), es más bien de ambiente natural. Suelen venir en primavera y marcharse tras la cría. Su migración es muy larga ya que llegan a atravesar el Sáhara, y de hecho muchas no logran llegar con vida, es especial las más jóvenes, de manera que al año próximo en vez de regresar al pueblo el mismo número de ejemplares, llegan menos. Este descenso está relacionado con el clima de África, sobre todo con las sequías, como la que ahora acucia en dicho continente. Eso quiere decir que seguramente muchas marcharán para morir y nunca más serán vistas por aquí.

 

En lo alto de un árbol encontramos una caja nido de madera. Resulta que en el instituto del pueblo los alumnos las construyen en clase de tecnología y luego en matemáticas hacen un tratamiento estadístico con los datos que recogen. Entre ellos están qué especie ha anidado en su interior y si ha criado o no, ambas cosas deducibles a partir de su contenido. La importancia de su colocación radica en que se trata de un bosque joven, por lo que los troncos son difíciles de agujerear, así que las citadas cajas son una ayuda para contar en el municipio con “mallarengas blaves” (herrerillos azules, Parus caeruleus) y “mallarengas carboneres” (carbonero común, Parus major). Si el orificio de la caja nido es pequeño, en ella sólo puede penetrar el primero, pero si es mayor, hará el nido cualquiera de los dos. Ambas especies crían dos o tres veces entre la primavera y el verano, y en cada puesta ponen los huevos con un día de diferencia. Una vez puesto, al salir a por alimentos, lo recubren de musgo para protegerlo de depredadores. Al día siguiente ponen otro, y así hasta tener todos los huevos. Entonces los incuban unos veinte días y las crías, llegado el momento, salen con un día de diferencia.

 

En la salida naturalista también hay hueco para la geología. Nos detenemos ante un afloramiento de roca granítica formado por grandes rocas que recibe el nombre de “formación en bola”. La forma redondeada, según nos cuenta, es debida a un enfriamiento lento del magma –se trata de una roca plutónica– seguida de una erosión producida por el agua una vez la roca, tambien a causa de la erosión, ha salido a la superficie. En el Pirineo, en cambio, suelen tener cantos y no forma redondeada, ya que allí las bajas temperaturas propician que el hielo fracture las rocas una vez el agua líquida que entra en las facturas se dilata al congelarse. Dicho proceso es un tipo de meteorización mecánica o física, mientras que aquí, lo que sucede es que el agua disuelve el feldespato y la roca se transforma en “sauló” (arenisca), por lo que la meteorización es química. “Pedra de l´Escorpí” (Piedra del Escorpión), se llama la formación; un poste del parque así lo indica.

 

Algunos podrían pensar que los incendios forestales son un impacto ambiental, es decir, que son una acción nuestra que repercute en la naturaleza. Pero no es cierto del todo, pues siempre han existido, en un bosque como el mediterráneo, los incendios forestales de origen natural. Así, tanto el pino como la encina, son especies “piròfiles”, es decir, que resisten o se regeneran tras un incendio. Resulta extraño que el diccionario de la RAE no recoja ni el término pirófilo ni pirófito, ambos váidos según fuentes fiables, y en cambio en el del “Institut d´Estudis Catalans” si conste “piròfil”. Así, en principio no hay validada oficialmente ninguna forma de referirse en castellano a una especie que, como el pino, se busca la vida para asegurarse la supervivencia de su especie, como sucede al explotar las piñas ante un incendio y caer los piñones al suelo, donde logran no chamuscarse y regenerar el bosque con nuevos pinos una vez las llamas han desaparecido. La encina, por su parte, suele tener muchos pies mientras rebrota, lo que la ayuda a sobrevivir.

 

Al llegar a un tronco podrido que hay en el suelo, nos acercamos todos para ver qué hay debajo cuando Carles lo levanta. Ha estado esta semana por aquí pero no ha querido mirar abajo porque de haber habido algo, al hacerlo se habría ido. Nuestras esperanzas de ver serpientes, salamandras, sapos, lombrices y bichos varios, así como “trolls”, hadas, pitufos, diminutos o Fraggle Rocks, se desvanecen rápidamente, pues ahí no hay nada, ni natural ni sobrenatural. Eso sí, justo detrás, según observa una mujer, hay unas setas sobre el tronco de un pino muerto que aún tiene las raíces bajo tierra, aunque su tronco está medio derrumbado. Carles dice que aunque sólo se vean unos pocos “bolets de soca” (yesqueros), es posible que por dentro esté lleno de sus “gérmenes” y hayan sido la causa de su muerte. Estamos, pues, ante un parásito. En el ámbito humano lo llamaríamos un aprovechado, un chupasangre, algo que nos quita algo y no nos aporta nada; vamos, un egoísta. Pero la supervivencia es así. La vida está en juego.

 

En lo alto de un árbol, una caja nido cuelga de una rama. Carles, que va provisto con una especie de barra extensible, hace varios amagos por bajarla pero no logra descolgarla. Tras subirse entre varios troncos y apoyados los pies en un árbol y la espalda en el otro –sí, la técnica de progresión por chimeneas–, logra finalmente ponerla a nuestro alcance y, antes de abrirla, eleva la espectación citando a un animal que recuerda a los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, el lirón careto (“rata cellarda”, Elyomis quercinus). Resulta que suele utilizar en invierno los nidos de la mallarenga (herrerillo azul, carbonera común), lo que incluye las cajas nido. Una vez abierta, para decepción nuestra, no hay ningún ser vivo percibible sin microscopio. Únicamente está el nido, que está hecho de musgo. En él hay una especie de caspa que indica que han criado, pues esas blancas partículas se desprenden de la piel de la cría cuando le aparecen las plumas; estas últimas las arrancan.

 

Para terminar la marcha, como todo lo que se precie –sesión de música, película, libro–, ha de haber algo guardado en la manga que te deje un buen sabor de boca. En el caso de Carles se trata de una cámara con sensor de movimiento y visión infrarroja que ha dejado escondida en el bosque durante la última semana. No se lo ha dicho a nadie hasta ahora porque se trata de un aparato caro, y para algunos “es un pastón”: cuatrocientos euros. Además, no es suya, sino que se la han prestado. Él ya ha visto lo que ha grabado los últimos días, pero no lo de esta noche, así que desvelaremos todos juntos si en las últimas horas ha habido algún visitante. Así, tomamos la cámara, que está cerca de un nido de avispas –le han picado uno de estos días–, y regresamos a la senda, donde extrae de su mochila un ordenador portátil. Una vez encendido, conecta la cámara y en él vemos varios vídeos cortos que se han filmado al activarse el detector de movimiento. Su duración siempre es de diez segundos –dicho tiempo es programable–. Lo primero que vemos es un gato de color blanco con manchas negras que ha venido de día y que seguramente se ha “papeado” gran parte del conejo troceado que hacía de reclamo alimenticio. Luego, por último, vemos a un jabalí. Por lo visto, en lo que va de semana ya ha filmado a muchos, o al mismo ejemplar muchas veces; supongo que más bien lo primero. Tras ver lo de esta noche, nos pone una grabación del martes. Se trata de una “fagina” (garduña), uno de los dos mustélidos que he citado anteriormente, el de los “excrementos elevados”. Nada más se asoma con los ojos brillantes, pero hace gracia verlo e imaginar que, junto al jabalí y al gato, ha estado donde nosotros mismos estamos.

 

Con unos aplausos y tras más de cuatro horas, la salida naturalista guiada termina oficialmente. A los participantes nos ha gustado y algunos demandan más actividades parecidas. Carles dice que de que cara al año que viene igual en vez de hacerse sólo una salida, quizá se programen varias: una al bosque para los que no hayan venido hoy, y otra al río. Un hombre que según mi intuición es el concejal de medio ambiente, dice que desde el Ayuntamiento se intentarán hacer varias cosas y que se potenciarán estas jornadas para que con el tiempo gocen de un renombre y acuda gente de fuera –si supieran que Alba es de Granollers y yo de Badalona…–. Todo son buenos deseos e intenciones que seguramente sí fructifiquen en algo sólido, pues parecen opiniones francas y sinceras y Carles, que suele venir solo o con su mujer, nos da el nombre de su blog, que no actualiza tanto como quisiera pero que pretende potenciar, y su dirección de correo electrónico.

 

De regreso, le formulo a Carles alguna pregunta, como el porqué de los vuelos circulares de las águilas calzadas –en principio, buscan una térmica con la que desplazarse con un gasto energético mínimo–.  Cuando la mayoría ya ha partido a un ritmo más veloz, Alba y yo le damos las gracias por todo y nos despedimos de él. Ya son más de la una y el sol comienza a apretar, algo que no es bueno pues ambos somos de fácil quemar. En total han sido cerca de cinco horas de aprendizajes sobre la naturaleza y de tomar notas que, de no haberlo hecho, mañana apenas nos acordaríamos de algo. Aún no teniendo ni idea de pájaros, plantas y animales, me ha parecido interesante, y sin duda me parece una actividad recomendable para cualquiera. ¡Nos vemos en la salida del año que viene!

 

Blog de Carles Llebària: http://arn-naturalistesdelaroca.blogspot.com/

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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