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Monday 2 de April de 2012, 17:14:12
25-03-12 : Mi segunda Maratón de Barcelona
Tipo de Entrada: RELATO | 2149 visitas

Segunda participación en la maratón más multitudinaria de España con el humilde objetivo de llegar a meta en el tiempo límite establecido, que es de seis horas, algo que en la pasada edición pude lograr con una modesta marca: cinco horas, catorce minutos y cuarenta y ocho segundos.

 

 

Si la maratón del año pasado no es que me la preparara precisamente mucho, la de este año se presenta aún peor pues he estado recientemente en cama algo más de una semana con una gripe de cuidado de la que aún no me he podido deshacer y, por otro lado, hace exactamente un mes que no salgo a correr. A todo ello hay que añadir que no estoy para nada mentalizado de que voy a correr una carrera. De todas formas, no es plan de dejar escapar la oportunidad de conseguir por segundo año consecutivo la medalla de “finisher” que te cuelgan cuando pasas el arco de meta, ni tampoco de perder los cincuenta euros de la inscripción que pagué hace medio año –si no lo haces con antelación, acabas abonando 70 euracos–. Por otro lado, cuando me levanto he dormido una hora menos, pues a las dos han pasado a ser las tres para alegría de los trabajadores del turno de noche y desdicha para los que tienen el dormir entre sus aficiones favoritas o los que tienen que correr una maratón habiendo descansado menos, más aún si ya se está falto de fuerzas antes de comenzar. ¿Será casualidad un cambio de hora cinco horas y media antes de la salida? ¿Lo tenían previsto los de la organización? Lo que está claro es que si alguien se olvida de modificar la hora de su reloj, por ejemplo algún extranjero en cuyo país no haya horario de verano, va a llegar una hora tarde a la salida.

 

Pocos minutos pasan de las ocho cuando llego en un metro atestado de corredores a la Plaza España. Los hay que elevan el brazo dentro del vagón cámara en mano, y fotografían la lata de sardinas humana en la que viajamos. Por suerte, aún no hemos corrido y el aire, aunque escaso para tantos pulmones, es respirable. Pensando en el festín que se habrán pegado los virus, me dirijo al pavellón ferial de la Expomarató, que como suele ser habitual es uno de los más alejados de Plaza España y supongo que de los más baratos de alquilar. En otros mejor ubicados se están celebrando el Salón de la Enseñanza, el Salón de los Masters y estudios de Postgrado, y hasta un salón de antigüedades, pecata minuta comparado con el congreso internacional de telefonía móvil celebrado hace relativamente poco, cuyos manifestantes hacían encuentros a través del Facebook de su celular. En el citado palacio, muy cerca del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), se halla el servicio de guardarropía. Me libero, pues, de la mochila, del chándal, del suéter y de la chaqueta para quedarme con unos pantalones cortos, la camiseta de la maratón, que este año es de color lila con franjas amarillas fluorescentes a ambos lados, las bambas que me compré recientemente en Decathlon, el DNI, el ticket de metro –hay que ser previsor– y una especie de monedero que se coloca en el brazo que ayer cogí en la feria, en el que introduzco el Ipod diminuto de Alba con intención de escuchar a las diez el Gran Premio de Malasia de Fórmula 1. También llevo una bolsa de almendras en la mano, que ayer pelé para afrontar los primeros envites de la carrera. Aunque suene a broma, creo que es mi única preparación de cara a la maratón que hoy debo correr: pelar unas almendras en el balcón de casa…

 

Aún sin ser consciente de lo que me espera, y con una tos y con abundantes mocos que todavía arrastro de la gripe, me dirijo a las últimas posiciones de los participantes que aguardan entre nerviosos y ansiosos a que tengan lugar las tres salidas de la prueba. Los corredores estamos clasificados en diferentes cajones según la marca que podemos demostrar: sub3, 3h-3:30h, 3:30h-4h y +4h. Por descontando, yo me hallo en el último, donde nos encuentramos los corredores que partiremos en la tercera y última salida de la carrera, algo que tampoco quita el sueño pues al llevar un chip ligado a las bambas, te restan el tiempo que tardas en cruzar el arco de salida de cara al cálculo de tu tiempo real. En ese sentido, el año pasado, Julio y yo tardamos trece minutos en tomar la salida, una edición en la que el número de participantes era bastante inferior a la de este año pues, respecto a 2011, somos un 29% más de corredores y por tanto vuelve a ser la Maratón más multitudinaria jamás celebrada en territorio español, y parece que ya está entre las cinco más importantes de Europa y las veinte más concurridas del mundo. Concretamente, el año pasado fue la sexta en Europa en corredores arribados a meta, pero este año ya ha superado a Roma, que fue la quinta el año pasado, y de momento es la más multitudinaria del año en Europa, aunque previsiblemente será sobrepasada por Londres, Berlín, París y Estocolmo, quedando pues en la citada quinta posición. Respecto a Julio, comentar que a pesar de estar inscrito, no ha podido venir por una lesión, pero al menos ayer le recogí la camiseta y supongo que la pérdida de los cincuenta euros será menos dolorosa…

 

Con una rigurosa puntualidad, a las ocho y media, el alcalde de la ciudad, Xavier Trias, da el pistoletazo de la primera salida, la de los keniatas, etíopes y autóctonos mejor dotados, algunos de ellos con intención de marcar una crono que les permita participar en la maratón olímpica de este año, que tendrá lugar en Londres el domingo cinco de agosto para las féminas, y el siguiente domingo, día doce, para los varones. Si alguien va a estar por allí en alguna de ambas fechas, le recuerdo que la maratón es una de las pocas pruebas olímpicas que pueden verse gratuitamente. Regresando a otra ciudad olímpica, Barcelona, miles de corredores comienzan a correr y poco a poco, los que partimos desde atrás, vamos avanzando hacia la Avenida María Cristina –somos tantos corredores, que la cola gira noventa grados y se extiende unos cincuenta metros hacia el CaixaForum. Una vez tomada la curva y alcanzada la avenida, es cuando vemos el arco de salida, con dos torres parecidas al Big Ben detrás, cual escoltas de la Plaza España y del moderno centro comercial de Las Arenas. El locutor, micrófono en mano, anima a corredores y público mientras la música suena a todo volumen. Comenta que ya han tomado la salida más de doce mil corredores, y eso que aún la veo lejos para nosotros. Los inscritos son cerca de veinte mil, exactamente 19507, pero seguro que muchos, como Julio, habrán fallado por uno u otro motivo.

 

Cuando ya estamos junto al arco de salida, nos paran y nos instan a esperar, pues pronto se decretará la tercera y última salida, supongo que cuando los de la segunda nos hayan tomado una buena ventaja. El tiempo sigue avanzando y el cronómetro del tiempo oficial sobrepasa los catorce minutos. Entonces, cerca ya del cuarto de hora, las liebres de las cuatro horas, globos en mano, salen en primera posición. Detrás de todos, en cambio, se en cuentran las liebres de las cuatro horas y media, que son las últimas, y entre ambas, miles de corredores aficionados de marca modesta o con el único objetivo de llegar a meta, echamos a correr por la calles de Barcelona con cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros por delante. ¡Menudo tute! Multitud de sonidos idénticos, “piiii”, “piiii”, “piiii”, resuenan en mis oídos e intentan despertar a mi cerebro y hacerle ver que los chips no engañan: acabo de comenzar, como quien no quiere la cosa, mi segunda Maratón de Barcelona junto a 16733 personas más.

 

La primera sorpresa llega pronto. Este año, a diferencia del anterior, no nos dirigimos hacia el Camp Nou por la calle de Sants, sino por la de Tarragona, lo que conlleva que los cinco primeros kilómetros sean con un falso llano en ascenso. Entre la maraña de corredores, voy deshaciéndome de bastantes hasta alcanzar a las liebres de las cuatro horas, que son cuatro o cinco corredores con un globo relleno de helio y que por tanto tiende a estar en alto y bien visible, quiza a unos cinco metros del asfalto. Me parece que su ritmo es bastante parejo al mío, pero algo más lento, de manera que con el paso de centenares de metros les voy tomando cada vez más distancia hasta que las pierdo de vista. Tengo bastante claro que haré lo que pueda hasta que pueda y luego, como el año pasado, tocará alternar el caminar con el correr o definitivamente pasear hasta la pancarta de meta. Así fue el año pasado, en el que estaba bastante mejor preparado y en mejores condiciones de salud, y espero que así sea este y pueda cruzar la línea de meta. Así, corro sin pensar en el mañana, ni siquiera en dentro de un rato. Es lo que suele llamarse vivir el momento, algo que no parece una manera muy inteligente de correr una carrera, más aún la reina, la semidiosa, la maratón, pero sigo sin estar mentalizado del reto al que me enfrento.

 

Tarragona, Berlin y Avenida Sarrià me conducen siempre en subida a la Diagonal en su parte alta, zona de entidades bancarias y de varias universidades. En la gran avenida el tráfico no está cortado y el itinerario transcurre por uno de los laterales, así que los coches nos deleitan con humos cancerígenos como el benceno y otros reducidores de la cantidad de oxígeno en la sangre, como el monóxido de carbono, lo que quizá afecte al rendimiento de los atletas de élite. Muy pocas personas animan en esta zona para nada residencial, y en la puerta del hotel Juan Carlos I unos ejecutivos asiáticos nos fotografían con sus celulares de última generación. Atrás quedan la sede de La Caixa, o como quiera que se llame ahora para atiborrarse de euros del heraldo público, y El Corte Inglés, en cuyo interior trabajé una temporada como reponedor nocturno y conocí al genuino David, también conocido como Droguero pues, a diferencia de la mayoría, no reponía ni agua ni leche, sino los productos de la sección de droguería.

 

Un breve descenso nos conduce al Camp Nou, lugar en el que partidos épicos han acontecido y sucederán, con vistas a la facultad de química en la que me licencié. A estas horas, no hay rastro de las señoras que ejercen la considerada más antigua profesión; sí lo hay, en cambio, del primer avituallamiento, que no veas lo que se ha hecho esperar. Como siempre, en primer lugar te ofrecen agua, y si no picas en el anzuelo, en las últimas mesas ya vienen los Powerade, y claro, por el mismo precio me llevo el líquido azul, que además de hidratar te ayuda a recuperar las sales minerales perdidas. Respecto a mi bolsa de almendras, ya anda algo hecha polvo, por lo que intento no perder almendras por el camino, cual Pulgarcito pseudocosmopolita del siglo XXI.

 

En mi brazo izquierdo, junto a mi aún más delgada que de costumbre muñeca, llevo dos tiras a modo de pulsera con los tiempos parciales que tengo que ir cumpliendo si quiero hacer un registro de cinco horas o de cuatro horas y media. A mi paso por el punto kilométrico cinco, poco antes del citado avituallamiento, mi cronómetro marcaba un estupendo 26:56 (33:02 en 2011), muy por debajo de los 35:32 de la pulsera de las cinco horas y de los 31:59 de la pulsera de las cuatro horas y media. Cualquiera de ellas me sirve para mejorar mi modesta marca del año pasado (05:14:48), que si puedo intentaré batir en la presente edición a pesar de tenerlo casi todo en contra. Como suele decirse, “el no ya lo tengo”, así que habrá que probar por si suena la campana, algo que no suele suceder si no va acompañado de constancia, rigor y sacrificio, cosas que este año no han podido ser.

 

Pasados, pues, el punto kilomñetrico cinco y el primer avituallamiento, me dirijo por la Travessera de les Corts y acometo, en falso llano, la calle Numancia, para luego tomar la Avenida Madrid y la calle de Sants. Tanta vuelta acaba llevándote de nuevo cerca de la salida, rozando la Plaza España y el flamante centro comercial situado en la hasta hace poco plaza de toros de Las Arenas. Ahora el público sí que es numeroso y la gente se aglomera y anima al corredor con gritos, con lemas y con pancartas, algunas de ellas con fotos incluidas de familiares cercanos que participan en la carrera. He pasado el kilómetro diez y el tiempo sigue siendo magnífico, 53:32 (01:05:20 en 2011), comparado con el de las pulseras, 01:11:05 (5horas) y 1:03:59 (4h30min). Eso sí, lejos de los 44:15 del pasado mes de febrero en la primera edición de la carrera Badalona Running, aunque por entonces no me aguardaban 32,195 kilómetros más.

 

¡Qué larga se hace la Gran Vía! Aquí si corremos por el centro, y no por un lateral como en la Diagonal, pero tampoco se han atrevido a cerrar el tráfico, pues hay dos carriles saturados de coches que pasan casi rozándote si vas arrimado al lado derecho de la calzada, como es mi caso. Comienzo a notar la fatiga que aún arrastro desde los ocho días que he estado de baja con una gripe terrible que me ha postrado en la cama hasta el pasado lunes. Además, la tos y los mocos, sobre todo lo segundo, me son bastante molestos y casi seguro que merman mi capacidad para rendir al máximo. Aún así, resisto bastante bien hasta que enfilo la cuesta de Paseo de Gracia, a la que ya no llamaría falso llano pues la subida es evidente. Este es el punto en el que el año pasado Julio paró de correr por primera vez para tomar algo de aire y en el que por tanto nuestros caminos divergieron para no volver a convergir. También es el punto en el que camino por primera vez. Mala señal, pues el año pasado completé la media maratón sin parar de correr. Es más, diría que muy mala señal, y lo que queda por venir.

 

Mientras camino cuesta arriba por Gracia, intento sintonizar en el pequeño Ipod de Alba la retransmisión de la Fórmula 1, pues son exactamente las diez, pero no hay manera. Los corredores turistas deben de estar mirando La Pedrera de Gaudí. En la Cadena Ser escucho que están en la primera vuelta, que está lloviendo y que Alonso ya ha ganado varias posiciones. Pero desconectan para dar otro programa. Cientos de corredores me adelantan –o sobrepasan– mientras navego más por el dial que por la maratón en busca de una retransmisión en directo que no hallo. Finalmente desisto. Amargado por haberme traído el molesto monedero del brazo para nada y este bártulo inservible, retomo de nuevo el trote y corriendo de nuevo deja de adelantarme la marabunda del corredor anónimo venido de medio mundo. El tiempo a los 15km, ya en la calle Rosellón, sigue siendo decente, 1:23:09 (1:37:27 en 2011), comparado con el de las pulseras: 1:46:38 (5h) y 1:35:58 (4h30min). He perdido tres minutos en estos últimos cinco kilómetros respecto a los dos anteriores cinco kilómetros, pero sigo por delante de la liebre de las 4 horas.

 

La citada liebre me adelanta en esta misma calle, pues ha comenzado a dolerme la rodilla y he tenido que parar del todo, pero no me preocupa pues para nada puedo competir por una marca sub4. Los que bajan de las cuatro horas han tomado la segunda salida, no la tercera. Aún así, me he mantenido por delante de sus globos durante algo más de 15km, cuando el año pasado Julio y yo en ningún momento los superamos. Ni siquiera a los de las 4h30min. Me encuentro, pues, en una amarga –de amargado, de nuevo– situación, pues mi buen ritmo de carrera se esfuma, mi deseo de enterarme de lo que sucede en el circuito de Sepang se hace añicos, y el dolor comienza a hacer mella en mi cuerpo a la vez que las fuerzas me van abandonando lenta pero inexorablemente. Y lo peor, me quedan unos vienticinco kilómetros tortuosos y torturosos por delante. Ahora es cuando comienzo a ser consciente de en donde me he metido…

 

Las calles se suceden, pues 42195 metros dan para mucho, y tras correr por el Passeig de Sant Joan y la calle Indústria, bajo por la calle Sardenya, pasando junto a la archiconocida Sagrada Familia. En el público nos toman fotos desde cerca del suelo, en perspectiva, con el monumento gaudiniano como telón de fondo. Yo soy un objetivo fácil, pues en este punto voy caminando. ¿Y si les doy mi correo y me la mandan por email? Lástima que nunca las veré, seguro que son chulas. En la calle Valencia, en cambio, ya no soy el objetivo de los objetivos de las cámaras, pues ya no las hay. No animan turistas, sino ciudadanos de Barcelona y algunos, quizá, ciudadanos del mundo, como suele escucharse en el Camino de Santiago. Sigo mi camino a ratos corriendo, pues el dolor aún no es muy intenso, pero no acabo de encontrar muchas fuerzas ni tampoco alimentos, pues el primer avituallamiento sólido se halla en el kilómetro 25, y las almendras ya hace rato que han terminado en el suelo. No querría olvidarme de citar una anécdota: antes, encontré a un corredor que realiza la carrera votando una pelota de baloncesto. Al preguntarle si ya le han colocado una canasta en Plaza España, pues supongo que después de 42195metros de carrerilla tendrá que realizar un lanzamiento, me dice: “a ti te conozco, tu eres el Mira”. Resulta ser un antiguo compañero de trabajo. Él aún trabaja en la empresa química, DSM Neoresins, de Parets del Vallès, y he ido a topar con él entre los 16734 participantes que hemos tomado hoy la salida. “Dales recuerdos”, le digo antes de separarnos seguramente para siempre.

 

La Avenida Meridiana, como el año pasado, vuelve a hacerse eterna, en especial cuando te encuentras de frente a los que ya regresan de hacer el cambio de sentido y de la media maratón. En ella transcurren desde el kilómetro 18 hasta el 22. Es una lástima que se me atraviese, pues iba a bajar por primera vez de las dos horas en media maratón, pero así es la vida. Ya habrá otras oportunidades, pues hasta ahora sólo he corrido tantos kilómetros en la pasada maratón. Mi paso por el kilómetro 20, falsamente corriendo para no aparecer en la cámara caminando, a los 01:55:33 (02:07:54 en 2011), sigue siendo un buen tiempo comparado con las pulseras: 02:22:11 (5h) y 02:07:58 (4h30min). Le saco unos trece minutos a las liebres de las cuatro horas y media, mientras que las de cuatro horas las he perdido definitivamente de vista. Poco después, en el paso por la media maratón (21,097km), marco 02:04:22, bastante mejor que el año pasado (02:17:30) y que los tiempos de las pulseras: 02:29:59 (5h) y 02:14:59 (4h30min), la mitad del tiempo final que llevan por nombre. Varias son las conclusiones. Por un lado, les saco aún algo más de diez minutos a las últimas liebres, lo que deben de ser unos dos kilómetros. Por otro, tengo 25 minutos de margen respecto a las 5h, un tiempo que mejoraría mi marca del año pasado en más de catorce minutos. Por último, una simple resta deja entrever que el último kilómetro lo he recorrido en nueve minutos, y a ese ritmo, es decir, caminando, ya puedo plantarme en meta en menos de seis horas. ¿Objetivo cumplido? Rematadamente no. Por su parte, el keniata Julius Chepkowony acaba de ganar la prueba.

 

Una vez dejada atrás la Meridiana, el itinerario es estupendo, pues desciende durante cinco kilómetros hasta el Fórum pasando por el Puente de Calatrava, lo que me llena aún más de impotencia pues ya me duelen ambas rodillas y no puedo correr; de hecho, voy a caminar toda la segunda mitad de la maratón. Cuando echo a correr, me duele bastante y prefiero caminar sin dolor que correr sufriendo; además, ando algo justo de fuerzas; pero si las piernas acompañaran no sería algo determinante. Así, a seis kilómetros por hora los kilómetros se eternizan, pues para avanzar uno solo han de pasar diez minutos, un elevado tiempo para la solana que está haciendo y que va en aumento. En tal tortura psicológica estoy cuando alcanzo el punto kilométrico 25, en el que comencé a quedarme sin fuerzas el año pasado. Mi tiempo es de 02:33:51, aún mejor que el del año pasado (02:42:32) y que el de las pulseras: 2:57:44 para 5h y 02:39:57 para 4h30min. Eso sí, voy perdiendo las tres ventajas a un ritmo aceleradísimo, pues he recorrido los últimos cinco kilómetros en 38:18, es decir, más caminando que corriendo. Y lo que aún me espera…

 

La Diagonal, ahora en la parte baja, cercana al mar, se vuelve a hacer eterna como el año pasado. Se trata de ir hasta la Plaça de les Glòries por un lateral y regresar por el otro, en total del kilómetro 26 hasta el 31, incluido el famoso muro del kilómetro 30; menudo infierno psicológico. Llegado al primer avituallamiento sólido, pasado el kilómetro 25, me pillo una naranja y un plátano y me los voy comiendo tranquilamente mientras paseo. Comienzo por el cítrico, y cuando estoy atareado con la fruta de Canarias –o eso dice la que los da– veo a mi madre y a mi padre entre el público, que me animan con una pancarta de las que da la organización a los acompañantes de los corredores. Mi padre dice que me lo tome con calma, y que si me canso que lo deje. Aún no acaban de creerse que haya acabado participando en esta prueba con lo fatal que estaba hace unos pocos días, y pocas esperanzas deben tener de que alcance la meta, al igual que el año pasado. Les comento que voy por delante de las liebres de las cuatro horas y media, pero que a este ritmo pronto me alcanzarán. Luego, me despido de ambos y continúo con mi caminar y comiéndome el plátano tranquilamente cual orangután desorientado en un hábitat que no le pertoca. ¿Qué hago por segunda vez aquí si ni soy corredor ni me gusta correr? ¿O será que me gusta y aún no lo sé? Vete a saber, hay tan pocas certezas en esta vida…

 

El correr se ha acabado definitivamente. Empiezo a entrever lo que me va a costar llegar hasta la meta caminando, tanto en tiempo como en esfuerzo y sufrimiento. Paso olímpicamente de intentar correr, pues ahora, además de ambas rodillas, me duele el gemelo izquierdo y es como si se me fuera a desgarrar si no ceso de correr y camino. Como ya sé que mi tiempo va a ser malo, evito exponerme tontamente a una lesión para nada. Ya llegaré, pienso, pues mi primera buena mitad me permite caminar hasta la meta y bajar de las seis horas establecidas. Eso sí, los kilómetros siguen siendo eternos y ya hace una calor increíble. Es ahora cuando se supone que llega el muro, pero como yo ya estoy frente a él hace rato, de la costumbre de verlo no acabo de encontrarlo. Y sí, en el fatídico kilómetro 30, aún en la Diagonal, mi marca, 03:21:48, ya es peor que una de las pulseras (03:11:57) e incluso peor que la del año pasado (03:21:05), aunque por sólo 43 segundos, pero ya habrá tiempo de empeorarla aún más. Respecto a la de las 5h, 3:33:17, aún le saco doce minutos, pero dado el aburrimiento que me invade a este ritmo, ya he hecho cálculos y es totalmente imposible bajar de las cinco horas sin volver a echar a correr. ¡Qué impotencia, como el año pasado! Mientras, los turistas fotografían la Torre Agbar, de evidente forma fálica.

 

De nuevo mis padres, en el mismo punto pero en la otra acera, me esperan. He empleado 47:57 en recorrer los últimos cinco kilómetros, pues voy a ritmo de caminar (6km/h), y mi padre me pregunta que cómo he tardado tanto. Les comento que no voy a correr más y camino junto a ellos hasta el final de la Diagonal, lo que implica pasar por el avituallamiento. Mi padre pide una botella de agua y se la dan, supongo que les sobra. La marabunta sigue adelantándome y a este paso me voy a quedar el último, pero como reza el anuncio de la maratón que hay en los carteles publicitarios del metro, “no corres contra los demás, corres contra ti mismo”, y en eso estamos, luchando por domar a la mente y que se deje engañar y, en vez de dejarlo estar, haga caminar a mi cuerpo hasta la Plaza España y la Avenida María Cristina, aún distantes a unos doce eternos kilómetros. Me despido de ellos, y les digo que no vayan a la meta a verme llegar, que no hace falta. También es una manera de quitarme presión el saber que allí nadie me espera…

 

Una vez dejada atrás la Diagonal, viene la terrible fachada marítima, lo que peor llevé en la pasada edición. Son unos cuatro kilómetros sin sombra alguna pasado ya el mediodía con un sol radiante espectacular que si no te derrite es porque tienes algo pendiente: llegar a la maldita meta y que te cuelguen del cuello la medalla. La gente, como lee tu nombre en el dorsal –yo, que soy masoca, me he puesto hasta el que va en la espalda, que es opcional– te da ánimos con consignas del tipo “venga David, que tú puedes”, “vamos David”, “es mental, David”, “¿te ha dado una rampa, David?”, “venga David, que ya falta menos”, etc, etc, etc. Y yo, resignado, les hago un delatador gesto conforme mis piernas no responden. El corredor 16418 está KO. Si echo a correr me duelen las dos rodillas y el gemelo izquierdo. Lo primero es muy doloroso pero soportable; lo segundo, en cambio, me da miedo, pues parece que vaya a petar de verdad, y prefiero llegar caminando que no llegar. Al fin y al cabo, el objetivo último es llegar en el tiempo establecido, y si no se puede mejorar la marca del año pasado, pues otra vez será. Tampoco es que me haya preparado mucho y vaya a tirar una buena preparación por la borda…

 

Bordeando el parque de la Ciudadela, donde, como el año pasado, hay unas flores en un árbol junto al que murió un participante en alguna edición anterior, paso por el kilómetro 35, lo que psicológicamente me acerca al 42,195; el sufrimiento es  cada vez mayor pues ya tengo molestias hasta para caminar y el sol me está agobiando mucho la cabeza. Por otro lado, faltan multitud de tapas de cloaca y hay que guarecerse de que el que las ha robado para venderlas a peso te mandé a tres o cuatro metros de profundidad. El tiempo es terrible, 04:13:22, por lo que los últimos cinco kilómetros los he recorrido en 51:35, un ritmo inferior al de tengo caminando, lo que da fe del dolor y del sufrimiento al cual ando cada vez más expuesto. Y lo peor aún no ha llegado. Toca subir hacia Arc de Triomf y tomar la Ronda de Sant Pere hasta la famosa Plaza Cataluña, en la que otrora fuera punto de reunión de indignados varios. Una mujer se me cruza con una bicicleta y me dice que su semáforo está en verde. ¿Quizá espera que me detenga porque el semáforo está en rojo cuando el tráfico está cerrado? Mi tiempo y mi posición son muy modestos, pero la prueba sigue su curso hasta las seis horas estipuladas. Aunque no lo he comentado, mi posición en los puntos kilométricos 5, 10 y 15 era 12898, 12357 y 12567, respectivamente, mientras que ahora, debo de estar rondando la 16000, por lo que en estos kilómetros de dolores me han adelantado unos cuatro mil atletas, que no es moco de pavo. Y porque no hay muchos más por detrás…

 

Intento volver a correr en las céntricas calles del casco antiguo, pero no hay manera, me duele mucho, así que desisto. Me vuelvo a resignar y continúo esperando diez minutos a que pase cada kilómetro, incluso más. Los cincuenta y tres puntos de animación que hay dispersos por el recorrido sirven para entrenener a la mente, pero para nada animan ni a mis rodillas ni a mi gemelo, los cuales solo piensan en validar el ticket de metro que llevo junto al DNI. Al pasar por la catedral, estoy tan cansado de todo, que ya ni bebo; me echo directamente la botella en la cabeza, como llevo haciendo desde hace varias horas, pero se evapora en poco tiempo y vuelvo a achicharrarme. Son más de las 13h y hace un sol espantoso. En ese plan estoy cuando atravieso la Via Laietana y la calle Ferran, que me deja en la Plaça Sant Jaume, lugar de encuentro no de indignados, sino de vividores que viven –valga la redundancia– a costa nuestra. Intento de nuevo correr de bajada a Las Ramblas, pero menudo dolor. Aunque un hombre de aspecto extranjero y de unos cincuenta años que hay tendido en el suelo tiene peor pinta que yo y es atendido por miembros de la Cruz Roja. Junto a Las Ramblas, al menos me entretengo viendo a algunos caricaturistas y retratistas, pero pronto llego a Colón y toca afrontar los algo más de dos últimos kilómetros, que se presentan terribles tanto por el sol como por la subida, ya que la Avenida Paralelo será paralela, pero para nada es llana a ojos del que llega dolorido.  

 

El “piiii” del chip al pasar por el punto kilométrico 40 suena a: “va David, despierta, que ya llegas”. El tiempo es malísimo, 05:13:10; hace rato que ya voy cojeando. Nótese que en condiciones normales, caminando empleo diez minutos por kilómetro, es decir, cincuenta minutos para cinco kilómetros, y en cambio he empleado 59:48 para recorrer de la distancia que separa los puntos kilómetros 35 y 40, casi una hora. Y lo que falta; calculo que cerca de media hora más para subir el Paralelo y vencer los últimos dos kilómetros. Pasan de las dos de la tarde, cada vez hace más calor y tengo el sol metido en la cabeza. De hecho, hoy me voy a quemar el cuello, ¡y acaba de comenzar la primavera! Sigo a mi ritmo, y ahora no sólo me anima el público; algunos corredores que ya han llegado a meta bajan por el Paralelo a pie con la medalla colgada en el cuello y me animan a continuar. Ahora sí es verdad eso de “venga David, que queda poco”. Queda poco, pero a un ritmo de tortuga se hace larguísimo.

 

Cerca de Plaza España, veo un arco que supongo que es la pancarta de los 42km. Lo alcanzo corriendo. El recorrido ya está vallado. Al otro lado, mucha gente anima. Las cámaras de meta te graban; el comentarista te habla. Lo último que haría es llegar caminando, así que corro, sufriendo mucho pero sin detenerme. Las pancartas parecen no acabarse, hay como tres más. La cuarta debe de ser la de meta. A la izquierda, mis padres me pegan un grito. Al final sí han venido. Caminando desde el Fórum, y han tardado menos que yo. Corro dolorido pero en cierto modo me siento levitar. Me gustaría parar pero jamás lo haría, antes reventaría aquí mismo. Maldita pancarta, está ahí y no llega. Más bien no acabo de llegar yo. Una menos; y otra. Esta sí, “piiii”, se acabó, “ce fini”. Cinco horas, treinta y ocho minutos, catorce segundos. Más de viente mil segundos de suplicio. Posición 16108, a tan solo 108 del último clasificado. Es igual, he llegado. Me cuelgan mi segunda medalla consecutiva de “finisher” en la Maratón de Barcelona. Por diós, que no se me olvide, ¡no te vuelvas a inscribir! Qué más da, seguro que acabo volviendo. Ahora toca hacer acopio de fruta, de bebida, recoger la ropa y regresar a casa. La tarde va a ser peor que la carrera. ¡Pero qué dolor!

 

 

Km                       t (5km)                t               posición

 

Km5                    00:26:56          00:26:56         12898

 

Km10                  00:26:37          00:53:32         12357

 

Km15                  00:29:37          01:23:09         12567

 

Km20                  00:32:24         01:55:33         13490

 

½ maratón                 -                02:04:22         13802

 

km25                   00:38:18          02:33:51         14455

 

km30                   00:47:57          03:21:48         15434

 

km35                   00:51:35          04:13:22         15796

 

km40                   00:59:48          05:13:10         16021

 

Final                          -                 05:38:14         16108

 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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