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Tuesday 29 de May de 2012, 14:49:50
05-05-12 : Parc de les olors y Turó de les Onze Hores
Tipo de Entrada: RELATO | 4775 visitas

Visita al Parc de les olors de Vall de Ros, en Riells del Fai, y ascenso a una de las montañas de los Cingles de Bertí, el Turó de les Onze Hores.

 

 

 

Hoy es uno de esos días en los que me toca acompañar a Alba a una de esas actividades culturales que le gustan. En este caso es el Parc de les olors de la Vall de Ros, el pionero de una red de parques de los olores actualmente formada por entre doce y quince –algunos están en fase de construcción– en los que el visitante puede acercarse al mundo de las plantas aromáticas, culinarias y medicinales. Por lo visto, se trata de un mercado potencial poco explotado en nuestra tierra a pesar de haber una demanda latente. Esta se abastece, principalmente, a partir de productos industriales y foráneos. Otrora, eran los pastores y los cazadores que se dedicaban a la recolección de algunas especies de plantas aromáticas y medicinales, como la genciana en el Pirineo y el romero en el Maresme, los que abastecían a las herboristerías, pero ya hace unos cincuenta años que tal actividad pasó a la historia.

 

Como viene siendo costumbre, somos los primeros en llegar al lugar, en este caso un pequeño valle enclavado en los Cingles de Bertí, concretamente en una pequeña localidad de nombre Riells del Fai. El topónimo viene de los lagrimeos de agua en la roca, los riells, y de una falla, fai. Esto nos lo cuenta Pilar Comes, la doctora en geología que ideó el proyecto y que actualmente coordina la “RED de parcs de les olors de Catalunya”. Esta experta, además de ser profesora titular en la Universidad Autónoma de Barcelona, especializada en Didáctica de las ciencias sociales y en la divulgación del conocimiento científico, dedica parte de su tiempo a sacar adelante este proyecto de marcado carácter ambiental y social, que conlleva la contratación de personas con discapacidad o en riesgo de exclusión social y constituye una manera de poner en valor unas áreas rurales en estado de semiabandono.

 

Tras viajar por diferentes países europeos y comprobar los bonitos jardines botánicos presentes en ciudades como París o Londres, Pilar se preguntó el porqué de que aquí no los hubiera y se propuso crear uno diferente al resto y que no se limitara únicamente a la lectura de unos rótulos informativos. El aprender, el oler, el toca e incluso el probar debían ser algo importante en su concepción de jardín visitable del que surgió esta pequeña finca en la que nos encontramos a la espera de que den las diez. Hoy, cinco de mayo, se cumple exactamente un lustro de la inauguración de este espacio, una fecha importante que además coincide con la actividad que se celebra en esta jornada: la fiesta de la primavera. Olvidémonos, pues, de cursos, talleres pedagógicos o visitas escolares. Lo que nos aguarda es una visita guiada en toda regla, con el honor de que nuestra guía no va a ser otra que el cerebro de este proyecto: Pilar Comes.

 

En un primer lugar nos lleva a los visitantes, unos veinte, a las gradas, unos asientos desde los que podemos observar, mientras la escuchamos, los imponentes Cingles de Bertí, unos riscos de color rojizo en su parte inferior y blancos en la zona superior, también característicos de otros lugares como el Pantano de Sau. Al respecto, nos informa de que se trata de materiales calcáreos. Las rocas rojas se formaron al final del Secundario, en el Triásico; por entonces llovía muchísimo y los sedimentos, situados por encima del nivel del mar, se oxidaron, ya que las argilas contienen hierro. Los materiales blancos, en cambio, se formaron una vez acontecida la falla que dio lugar a los riscos, es decir, cuando las dos comarcas del Vallés se hundieron. Al estar bajo el nivel del mar, estos materiales no pudieron oxidarse y permanecieron de color blanco. Es en ellos, pues, donde hay que ir en búsqueda de fósiles, nos indica Pilar. A mí, personalmente, me llama la atención que la franja inferior se formara sobre el nivel del mar, y la superior, en cambio, bajo este; parece contradecir el sentido común, pero ya se sabe: a veces es el menos común de los sentidos…

 

Como buena geóloga, a nuestra guía le gusta dar clase al aire libre. Así nos lo expresa y así es como por unas horas nos podemos sentir alumnos de campo. Tras visitar algunas iniciativas por lugares varios, como la Provenza o Inglaterra, lo que encontró fueron lugares agradables a la vista pero de los que difícilmente se podía disfrutar, pues si no te los explican tarea árdua es encontrarles el valor que atesoran. Así, se propuso que su particular jardín, ideado como un plan de jubilación y no de complicación, fuera de payés, productivo y que tan solo necesitara unos cuidados mínimos; pero también un lugar relatado, vivido, no plagado de carteles explicativos de dudosa efectividad –ya se sabe que al final pocos los leen–. La idea resultó ser buena, y según dice, su plan de jubilación se ha convertido en un plan de complicación, con un buen puñado de parques en proyecto, algunos en lugares como Perú y Marruecos. Se trata, en palabras suyas, de una franquicia social, cuyo objetivo es el desarrollo de espacios agrícolas en desuso, bonitos y que tengan un alma que los sepa explicar. Menos romántico son, en cambio, la necesidad de un análisis DAFO y el reto de salir adelante prescindiendo expresamente del sistema financiero y de las subvenciones.

 

El sol, resplandeciente, cae a plomo como si de un día de verano se tratase sobre estos parajes que en los setenta eran tan visitados por los montañeros barceloneses. Por lo visto, la empresa de transporte Sagalés propiciaba que bastante gente, gracias a sus autobuses, pudiera plantarse, como catalogó el Centre Excursionista de Catalunya, en uno de los lugares más frondosos y húmedos a cincuenta kilómetros a la redonda de la ciudad condal. Claro está que por aquel entonces nada se sabía del terrible incendio que en 1994 lo arrasó todo y que tanto ha cambiado la fisonomía de la zona en cuanto a flora se refiere –ahora apenas hay árboles–. En cuanto a la pequeña Vall de Ros, nos cuenta que se trata de un lugar telúrico y mágico, un pozo de leyendas. Al estar agrietado, se muestra más accesible al magnetismo de la Tierra –razona. El risco que tenemos enfrente es altamente refractario, por lo que en invierno hace de estufa para el valle y además le ofrece protección frente al viento del norte; ello hace que casi nunca hiele. Además, la brisa marina le aporta frescura al lugar, pues no encuentra ningún obstáculo en su camino desde el mar. Todo esto, unido a que casi nunca se forma niebla, convierte a la Vall de Ros en un lugar casi idílico para vivir.

 

En ese sentido, Pilar confiesa que no le costó mucho dejar atrás su vida de burguesa en un piso de doscientos cincuenta metros cuadrados de Sabadell para venirse a vivir a una casita de madera de cincuenta metros cuadrados. Esto ocurrió hace veinticinco años y la ayudó, y cito textualmente, a encontrar la plenitud: las personas estamos inquietas hasta que encontramos nuestro lugar. Este es mi pequeño paraíso y es lo que quiero compartir. Quien no esté en disposición de concertar una visita en grupo, puede acudir el primer domingo de mes, y por tan solo cinco euros disfrutar de una visita guiada de dos horas, entre las diez y las doce. Hoy, al ser la fiesta de la primavera, la visita es gratuita y además, a las dos hay un menú degustación a doce euros. Es en esta época cuando se preparan las plantas que se ponen a la venta en primavera y otoño. En la fiesta de verano, las protagonistas son la cosecha y la lavanda. Para la de otoño lo que toca es plantar y, por último, en la de invierno les llega el turno a las olivas y a una calçotada. A todo esto, ahora toca saber, aún sentados en las gradas, por qué tanto el río como el gran valle de la zona llevan por nombre Tenes. Resulta que una tena es una losa, y la relación salta a la vista: cuando el río se encajona, aparecen una cascada y una losa. Le siguen otro salto de agua y otra losa, y así sucesivamente. Estas rocas lisas son también el origen de otros topónimos, como Calldetenes, y del apellido Tenes, apunta Pilar.

 

Humo le sale al bolígrafo cuando abandonamos las gradas y nos dirigimos al jardín. Ha llegado el momento del trabajo de campo: deberemos observar, oler, probar, manipular. Al primer especimen al que nos dirigimos es el tomillo. Más de cien especies diferentes pueblan el mundo y ante una de ellas nos encontramos: la Thymus mastichina, conocida como tomillo blanco. Se encuentra distribuida tan solo por la mitad sur de la Penísula Ibérica y está francamente en retroceso, como le sucede a sesenta de las ochenta especies que encontramos en la península. Su olor nos recuerda al limón y al eucalipto. Entre su gran poder medicinal, destaca por ser antiséptica y balsámica y es recomendable hacer unos pequeños tragos durante cuarenta y ocho horas al inicio de un resfriado para que este no vaya a más.

 

Como en el clima mediterráneo durante tres meses no suele llover, las plantas aromáticas se deshidratarían si no fuera por la fabricación de los aceites esenciales, su particular protector solar cien por cien natural. Lo del olor, en cambio, es un método de defensa pero no frente al astro rey, sino ante abejas y otros insectos, así como de los herbívoros –un conejo, o una oveja, come hierba, pero no tomillo–. Resulta que su olor es altamente repulsivo para todos ellos, e incluso lo sería para nosotros si no hubiéramos entrado en contacto con él a una edad temprana, inferior a los ocho años. Otra cosa que me llama la atención es que un conejo, si está enfermo, entonces sí que ingiere tomillo. Quizá sea consciente de que es bueno para su salud pero como no le gusta pues no lo tome habitualmente, como me pasa a mí con la verdura. Por último, anoto que los olores y los gustos son culturales y que, por ejemplo, los sudamericanos son aficionados al filantro.

 

Acto seguido nos acercamos al cultivo de la “tarongina” (melisa, Melissa officinalis). Esta especie la encontramos bajo un árbol pues prefiere vivir a la sombra. Es necesario frotarla para que libere su bien guardada fragancia, uno de los ingredientes del perfume terapéutico –aromaterapia de campo, le llama Pilar– que a continuación vamos a generar entre nuestras manos. Se trata de lograr una sinfonía de olores equilibrada, y para ello vamos a necesitar tres partes de una planta de nota alta, que debe ser una planta de hoja fresca, como la “boga” (totora, Thypa angustifolia), que contenga más agua que aceite y que se caracteriza por tener un olor poco perdurable. El segundo ingrediente será la nota baja, el fijador, que se pone en poca cantidad. En nuestro caso utilizaremos una ramita de “espernallac” (abrótano hembra, Santolina chamaecyparyssus). Y por último, le añadimos la nota media, que acostumbra a ser la lavanda. Todo ello lo colocamos entre nuestras dos manos y lo frotamos con garbo hasta conseguir una bola. Ya solo falta retirarlas levemente, acercar la nariz y dejarse embriagar por el perfume, sedante y relajante. Si se quiere volver a disfrutar de él, es necesario comenzar de nuevo, pues por mucho que se continúe frotando no vuelve a aparecer ningún olor, el aceite esencial se consumió a la primera.

 

Con la zona límbica del cerebro contenta –Pilar comenta que allí, junto a las emociones, conservamos el registro de los olores de nuestra vida– nos acercamos al romero rastrero, o romero péndulo (Rosmarinus officinalis), propio de las islas ventosas y también de los taludes y de las rotondas. Cada uno se hace con una ramita y le arrancamos las afiladas hojas, semejantes a las de un pino. Su olor es áspera, como de almendras, pero nuestra guía nos recomienda que nos olvidemos de la naftalina: en el interior de un armario lo mejor que podemos poner es una bolsita de romero. Uno de sus principios activos, la “càmfora” (alcanfor), estimula la circulación sanguínea superficial, a saber: lo define como un potente afrodisíaco masculino y mucho más barato que la célebre Viagra. Por ello también es usado para retrasar o evitar la caída del cabello en forma de champú, que hay que aplicar en el último lavado. Siguiendo con ell romero, anoto que para macerarlo en aceite, este debe de ser de girasol, de almendra o de avellana; no de oliva a causa de su olor. Se trata de dejarlo un tiempo sumergido en un bote de vidrio. Para quien quiera ganar tiempo, un recurso es tenerlo a cincuenta grados: tarda tan solo entre unas horas y varios días. No hay que olvidarse de colarlo una vez macerado, apretando bien para que salga todo, ni de conservarlo en un recipiente oscuro para evitar que se degrade, pues carece de conservantes. Y ya estará listo para darle un toque de sabor a nuestras recetas de carne, entre otras.

 

Una vez escuchado todo lo anterior, nos disponemos a realizar un segundo perfume, esta vez no relajante, sino afrodisíaco o anticaída del cabello –o ambas cosas a la vez–. Para ello, colocamos entre nuestras manos, como nota baja, las hojas de una ramita de romero; como nota media, dos ramitas de lavanda, y como nota alta, una hoja de salvia. Esta última, a diferencia del romero, que contiene el aceite esencial en la parte posterior, lo conserva en bolitas que pueblan la superficie de la hoja. Resulta ser rica en aceite esencial y ayuda, entre otros, a regular las hormonas –va bien para la menopausia– y a prevenir el colesterol. Se ve que los italianos la usan mucho como condimento en sus platos por esto último. A diferencia del anterior, este perfume si resiste a varios frotamientos e inhalaciones, aunque ninguno logra relajarme ni excitarme. Lo que me hace herbir la sangre y dar rienda suelta a mi imaginación es el Turó de les Onze Hores, que nos observa desde la alturas y que, no pudiéndome resistir, en un par de horas habré coronado por primera vez.

 

Tras un primer y segundo intento –este último también adecuado para la limpieza nasal–, me dispongo a generar un tercer perfume, en esta ocasión un activador de los jugos gástricos que también afecta a la zona límbica, cuna de nuestra inteligencia emocional. Esta vez, como nota alta, empleamos tres ramitas de siempreviva, especie que, haciendo honor a su nombre, además de ser un antihistamínico natural, es tremendamente superviviente. La nota media consiste en dos ramitas de “Maria Lluïsa (Hierba Luisa, Aloysia triphylla), y la baja, en una de “fonoll” (henojo, Foeniculum vulgare). Una vez frotado, es cuestión de volver a meter la nariz entre ambas manos; en esta ocasión, el olor resulta ser fuertemente anisado.

 

Tras las diversas experiencias olfactivas, es hora de dar rienda suelta a nuestras papilas gustativas. En ese sentido, caminamos hacia otra zona del jardín, una pequeña huerta. Lo primero que masticamos es el “levístic” (levístico o apio de monte, Levisticum officinale), una planta perenne que brota en primavera. Su sabor es parecido al del apio, pues parece ser su pariente salvaje, con un contenido en principios activos veinte veces superior. Tanto el uno como el otro son indicados para el caldo, pues reaccionan con la grasa y lo desgrasan. Dado su superior poder, del primero debe ponerse menor cantidad que del segundo. Además, tiene las propiedades de un diurético y de un desinfectante. A continuación probamos el “cebollí” (maleza de cebolla, Asphodelus fistulosus), de marcado sabor picante. Pilar nos informa de que este sabor nos indica que la planta contiene antioxidante, y añade que son estas características las que hacen adecuado el uso de plantas culinarias, y no la simple función de añadir un sabor. El “cebollí”, según nos cuenta, es el antioxidante de la tortilla francesa; como el huevo contiene proteína concentrada, no recomienda hacer las tortillas sin añadir ningún antioxidante.

 

Continuamos con una nueva degustación, esta vez la “sajolida” (ajedrea, Satureja hortensis), la gran esperanza natural contra la demencia senil y el Alzheimer. Resulta ser la hierba de las olivas, pues ni se ablandan ni pierden el color. Una vez molida se obtiene su extracto y puede colocarse en el plato, pero es intensamente picante y la boca está que me arde. Nos avisa de que si vamos a comprarla, nos cercioremos de que es de origen natural, pues gracias a la biotecnología y a la experimentación con células madre están vendiendo el extracto obtenido con tales procederes. Tras esta,  le llega el turno a la “anisada”, o “estragó francès” (estragón, Artemisia dracunculus), que parece dejar la lengua adormecida además de contener algo de antioxidante y ser adecuada para condimentar el pescado. Con sus hojas, granos de mostaza, sal, aceite y vinagre, se hace la salsa de mostaza.

 

Siguiendo con la visita por el huerto culinario, que preferentemente ha de estar constituido en un cincuenta por ciento por condimentos, y otro tanto por hortalizas, llegamos al “orenga” (orégano, Origanum vulgare), ideal para el colon irritable, además de ser desinfectante y antioxidante. También está la “consolda” (consuelda, Symphytum officinale), que como la ortiga, carece de olor. Ambas son adecuadas para un huerto, pues le van bien a las otras plantas, así como a las personas con déficits de minerales. Respecto a la tomatera y la “alfàbrega” (albahaca, Ocimum basilicum), comentar que a pesar de ser unas originarias de América y las otras de la India, hacen una buena pareja, pues las asiáticas protegen a las americanas de enfermedades varias y estas, a su vez, les ofrecen sombra bajo la que cobijarse una vez han crecido lo suficiente. A esto se le llama, según los libros académicos, simbiosis, pues de tal relación ambas especies salen beneficiadas.

 

Al poco, volvemos a encontrarnos con la Salvia esclaria, y Pilar añade algunas observaciones sobre esta planta originaria de Libia. Por los pelitos que tiene en la hoja capta la humedad del ambiente y la transforma en su principio activo, un flavonoide que le aporta elasticidad y capacidad para resistir la sequía. Como tiene la propiedad de estirar la piel, se utiliza en las cremas antiarrugas, por lo que el parque de los olores tiene una plantación de una hectárea en base a un acuerdo con unos laboratorios. Resulta que estos cada vez valoran más el hecho de adquirir sus materias primas de cultivos certificados que garanticen su calidad. Pilar comenta hacer uso de ello, concretamente utilizando además de la planta aceite de oliva y una miniprimer, y colocando la crema obtenida en la cara alrededor de tres cuartos de hora una vez al mes.

 

Respecto a la aloe vera, anoto que no fabrica un aceite, sino un gel. Vuelve a aparecer el tomillo, en este caso como un buen remedio para desinfectar la cara, y por tanto para el acné. Una especie proveniente de Paraguay y que está comenzando a brotar, la “estèvia” (Yerba dulce, Stevia rebaudiana), activa el páncreas, por lo que va bien para combatir los altos niveles de glucosa en la sangre. Y así muchas más. Mi mano y mi bolígrafo necesitan un descanso, y lo logran al abandonar el huerto y dirigirnos al plantero. En él se venden multitud de plantas, como la menta, el romero, el tomillo, la salvia, el anís verde y muchas más, como la “tarongina” de Suiza (melissa officinalis) proveniente de la Fundación Riccola. Son de pequeño tamaño porque así sintetizarán mayor cantidad de aceite esencial; parece que esto les confiere mayor fortaleza gracias a que tienen una gran memoria biológica.

                           

Con ello finalizan las dos horas de visita guiada y mi reloj marca las doce. Hacia las dos va a comenzar una comida degustación con recetas que incluyen plantas de las que hoy hemos aprendido alguna cosa. Como aún falta bastante, algunos toman posiciones bajo la sombra de un olivo; es el caso de Alba. Hay quien charla con Pilar; quien aún sigue entretenido con las macetas; quien toma fotografías de los especímenes y quien simplemente deja pasar el tiempo o escucha la música de fondo de un aparato de radio que anima el ambiente –aquí también pueden celebrarse bodas, conciertos, conferencias, encuentros de empresa, etc–. También hay quien, retando al calor y a la pereza, se plantea ascender hasta lo alto del más imponente pico del risco que nos circunda: el Turó de les Onze Hores (“colina de las once horas”), de unos modestos pero no carentes de dificultad 667m de altitud.

                                    

Con la mochila a la espalda, el bocadillo, el agua, un pequeño trozo de papel y un bolígrafo, parto a las 12:23 del parque de los olores dejando atrás a las explicaciones, las plantas y hasta mi cámara fotográfica, que va a utilizar Alba durante la comida. Lo mío es la montaña y hacia ella me dirijo. Sombrero en la cabeza y mapa en mano, me oriento a través de los chalets de las últimas estribaciones del pueblo y accedo, gracias a una pista de tierra, al desvío que me lleva hacia un enclave encajonado de la Vall de Ros. La cumbre está cercana pero alta, estoy en la base de sus verticales paredes. Esto implica que voy a tener que realizar un ascenso de bastante pendiente. Tras una corta aproximación sobre un terreno rojizo, un Colorado provisto de vegetación, paso junto a un depósito de agua y llego a una primera cueva. Al poco atravieso un torrente, llamado de Vallderrós, provisto de un agradable lugar para el baño que incluye dos saltos de agua de agua cristalina. Un cartel anterior hablaba de la vegetación, de la fauna y de la contemplación de aves rapaces, pero lo que a mí me mueve es el deseo de alcanzar la cumbre y tener ante mí un nuevo paisaje; ver en la distancia, a vista de pájaro, el parque de los olores, y pensar que hace un rato estuve ahí y nada fui.

 

Aún en la zona roja, sé que no vale prestar antención en busca de posibles fósiles, pues de haberlos tienen que estar más arriba, en la franja blanca del risco. De camino a una gruta varias mariposas amarillas me deleitan con su vuelo y su flamante colorido. Del techo caen una estalactitas que ciertamente no resultan muy estéticas, pues en ese caso ya no estarían aquí sino en casa de alguien. Tomo un desvío no indicado a una fuente que aparece en el mapa, la Font Fresca, de muy precario acceso a causa de que se encuentra todo inundado –ayer llovió–. Al descender de una roca a la que me he subido para ver que hay más allá, patino e instintivamente intento frenar la caída con los brazos, por lo que me hago una rozadura en el codo izquierdo pero por fortuna no me lastimo ningún pie. Menudo dolor. Cual chino cudeiro en la prueba de las zamburguesas, avanzando de un montoncito de tierra a otro deshago el inundado camino y compruebo como un desalmado ha dejado el envase de plástico de una tortilla sustentado por la rama de un árbol.

 

Una vez retornado al camino continúo con la subida, pero pronto vuelvo a tomar otro desvío. En esta ocasión me planto ante una cueva de unos dos por tres metros y con una entrada de medio metro. Una vez explorado su interior regreso a la senda y, tras mirar hacia atrás, me percato de que se observa, a lo lejos, La Mola; a media distancia, Sant Feliu de Codines, y a un tiro de piedra, Riells del Fai. La subida en ocasiones presenta obstáculos que requieren la utilización de las manos, motivo por el que dicho sendero debe de aparecer en el mapa de Editorial Alpina marcado con puntos y no señalizado mediante una línea continua. Además, le veo muy malas pulgas porque en ocasiones hay patios importantes pero acostumbran a estar disimulados por la vegetación, que en caso de tropiezo para nada va a frenar la caída. Así, los arbustos a menudo no dejan entrever la magnitud real de una hipotética caída y por todo ello no me parece nada adecuado ni para niños ni para excursiones familiares tranquilas y, de hecho, no me voy a encontrar con nadie en toda la excursión.

 

Bastante más arriba, acalorado y ya por encima del terreno colorado, accedo tras tomar un nuevo desvío –a este paso no llegaré nunca– a una alta gruta provista de una fina lluvia, un continuo goteo que va muy bien para refrescarse a estas horas y en esta época del año. A la vez que extremo las precauciones para no patinar sobre el resbaladizo pavimento mojado, observo curioso las formaciones cársticas que difícilmente pueden describirse; aquí sí que una imagen vale más que mil palabras. Al abandonar tan impresionante emplazamiento vuelvo a dirigir mi mirada hacia atrás, hacia el valle, el pueblo, Sant Feliu y la montaña de Sant Llorenç de Munt. Cada vez ando más cansado y me pregunto cómo puede hacerse tan largo un ascenso hasta tan modesta altitud. ¿Estaré perdiendo capacidades? ¿O quizá es la hora? ¿O los continuos desvíos? En todo caso, tras una sencilla trepada llego hasta un paso equipado con una cuerda fija. Es en terreno rocoso y llano pero bastante expuesto. Su longitud es de unos siete metros y no alberga dificultad alguna, simplemente se trata de no resbalar. En otro punto me agarro a un matorral de romero por si patino y en mi memoria intento recordar si Pilar ha citado alguna relación entre dicha planta y los seguros de vida.

 

Una vez llegado a lo alto de los Cingles de Bertí, la senda que he seguido se une a otra de mayor entidad y marcada en el mapa con una línea continua; un montoncito de piedras señala el cruce. Tomo a la derecha por un terreno más o menos llano repleto de baja vegetación –hace casi veinte años un incendio lo arrasó todo– y mientras camino contemplo El Montcau, Sant Sadurní de Gallifa y el Turó de Solanes. A mano derecha aparece un sendero señalizado con marcas lilas que no tomo, pero viendo que el que sigo se aleja de la montaña que quiero coronar, regreso y opto por él. Lo malo es que desciende bastante para luego volver a subir, pero tampoco me viene de ahí. Ahora lo terrible no es el caminar, sino el calor y el paso del tiempo, pues el cielo va poblándose de nubes amenazantes y para esta tarde hay pronosticada lluvia. De subida, accedo a un nuevo sendero y para entonces ya he descartado el uso del mapa, pues me parece que o bien ignora todas estas sendas, o bien es que la versión de la biblioteca que he tomado prestada ya ha quedado desfasada. Para no perderme al regreso, tomo una piedra alargada y la clavo en posición vertical, cosa que me irá bien a la vuelta.

 

Más por intuición que por raciocinio, a las dos en punto doy los últimos pasos de acceso a la cumbre del Turó de les Onze Hores. Han sido necesarios tan solo noventa y siete minutos para cumplir un pequeño sueño. Ante mí, cual rey león en lo alto de su promontorio rocoso, se abren unas nuevas vistas, un nuevo territorio sobre el que proyectar mis sueños. En la base del precipicio, un sendero avanza hacia el pueblo por lo alto de un casi imperceptible cordal, y constato que tampoco aparece en el mapa. Observo también todo el Vallés Oriental con su capital, Granollers, cuna de la Editorial Alpina. Bastante cerca parece estar una montaña de simpático nombre, el Puiggraciós, a la que quizá algún día podría llegar partiendo más temprano y siguiendo el límite superior de los Cingles de Bertí, al borde de los precipicios. Tan solo se encuentra separado de estos por un collado que, aún así, lo convierte en una montaña independiente a esta especie de solitario altiplano emplazado sobre los riscos.

 

Hace un viento muy fuerte pero no acaba de amedrentarme hasta el punto de que cese de soñar despierto desde la deseada atalaya. Eso sí, para dejar constancia de mi paso por el lugar, tomo la libreta que un buzón metálico alberga junto a una bandera catalana y me siento a la vera de unos arbustos. Estos me ofrecen protección tanto frente al viento como contra las calores procedentes de la fusión nuclear del hidrógeno que acontece en el astro rey. Data de 2010 y aún está por la mitad, inmejorable prueba de lo poco frecuentado que está el lugar. Tras anotar alguna cosa y hacer un dibujo de las vistas con indicación expresa de lo que son –cual mirador turístico–, ya solo me queda afrontar el descenso. Las ventajas: la gravedad está de mi parte y, echando mano de la memoria y de la piedra alargada, no voy a tener que buscar la dirección adecuada. Por si fuera poco, no voy a realizar desvío a cueva alguna. Por todo ello, aún parándome a sumergirme los pies en las frescas aguas del torrente, alcanzo de nuevo el parque de las olores cuando solo pasan cinco minutos de las tres de la tarde. En tan solo cinco horas he quedado colapsado por vivencias que me han saciado por hoy las ansias de conocimiento, de descubrir, de explorar, tan cerca de casa.  ¿Realmente hace falta viajar hasta tan lejos para ser feliz?

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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