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Sunday 13 de May de 2012, 18:39:41
13-05-12 : 33ª Cursa del Dimoni
Tipo de Entrada: RELATO | 1 Comentarios | 3525 visitas

A pesar de haber salido a correr una única vez en los dos últimos meses y medio (concretamente fue la Marató de Bcn), hoy he participado en la Cursa popular del Dimoni, y he empleado 44:46 para los 10km. A la espera de la clasificación, espero haber quedado bien. El año pasado, con 46:09, quedé el 200 y pico de mil y pico. En 2007 tardé unos 50 minutos y medio; cada año tardo menos. Eso sí, no he batido mi récord de la Badalona Running de este año (44:15); me he quedado a 31 segundos, pero tampoco he forzado y he llegado bien a meta. El año pasado tardé algo más, 46:09, y llegué hecho polvo, reventado y sufriendo mucho. Hoy he esprintado los últimos 200metros y he adelantado a 15 o 20 en pocos metros. Aquí tenéis el relato al respecto.

 

 

Raro parece que alguien al que no le gusta correr se apunte a una tríada de carreras formadas por la Badalona Running, la Maratón de Barcelona y la Cursa Popular Ciutat de Badalona, conocida popularmente como Cursa del Dimoni. Es quizá un reto para ponerse a prueba y una manera de mantener despierto al cuerpo ante esfuerzos físicos improvisados, como los que se afrontan cuando después de un cierto tiempo sin salir de la rutina, alguien te invita o tú mismo montas una excursión a alguna montaña. En ambos casos, huesos, músculos y moléculas de glucógeno se desperezan y que todo vaya bien o que acabe siendo una pifia de cuidado en grado sumo depende de lo acostumbrado que tengamos al cuerpo a responder ante inesperados esfuerzos que le son ajenos en nuestra rutina. Claro está que lo mejor sería mantenerse en forma de forma periódica, pero forma parte de la vida el no tener todo el tiempo que uno desearía para aquello que contenta al alma indómita que, en mayor o menor grado, mantenemos cautiva y que espera hambrienta salir a la acción.

 

Como soy de carácter inquieto y tiendo al perfeccionismo –en el sentido de querer tenerlo todo ligado–, no me puedo estar cuando me levanto de ir a La Rambla a por el dorsal. Son las ocho, hora a la que han comenzado a darlos, cuando pillo la bicicleta para cruzar media ciudad y plantarme en la fachada marítima en unos pocos minutos. Podría ir a paso ligero, medio corriendo, y así comenzar a calentar, pero como comenté antes, no me agrada la idea de correr así que me da palo y opto por el ritmo veloz del ciclo que se deja llevar por la ciudad, sin automóvil alguno, en una primaveral mañana dominical. Varios voluntarios provistos de una camiseta amarilla –es la manera de reconocerlos– me entregan mi dorsal, el 6658, y el chip, por el que sorprendentemente nada hay que pagar, pues la inscripción es totalmente gratuita. Más llama la atención, aunque ya sucediera en la pasada edición, la actitud del Ayuntamiento frente al agotamiento de las inscripciones disponibles. Lejos de perseguir a los que carecen de dorsal y corren por su cuenta, desde la página de inscripciones se anima a participar sin él en estos términos: Lo lamentamos, no podemos aceptar más invitaciones. Se han agotado los dorsales. Aún así les invitamos a participar, pero su resultado no constará en la clasificación final y no tendrá derecho a ningún tipo de obsequio ni podrá optar a ningún trofeo. A la práctica, esto implica quedarse en la línea de meta sin la botella de agua o la lata de Pepsi Light preceptiva y sin la camiseta conmemorativa.

 

En mi habitación, con los nervios del niño que espera la llegada de Papa Noel y su juguete nuevo, escojo una camiseta, me pongo el pantalón corto de correr –esto ocurre dos o tres veces al año– y con la ayuda de imperdibles me coloco el dorsal, que paradójicamente no se sitúa en la parte trasera, sino en el pecho. Cierto es que mi primera intención ha sido correr con la camiseta de la carrera, pero resulta que no te la entregan hasta una vez cruzada la línea de meta. Así, se me abren varias opciones, como ponerme la del año pasado –no recomendable pues no son transpirables sino de algodón–, optar por la de la Badalona Running, que sería un acto de estilo patriótico pero aplicado al ámbito local, o echar mano de la camiseta de mi primera maratón, la del año pasado, de un naranja chillón de cuidado. Esta última es la escogida, no solo porque es la que combina mejor con mi pantalón rojo, sino porque entrando en el ámbito místico-esotérico podría decirse que me aporta una energía extra, un añadido mental que supone el haber conquistado la prueba de los 42195 metros; es como si me dijera: ¿si has podido con ella, te vas a echar para atrás ahora en esta prueba de diez míseros kilómetros? Anda y echa palante

 

Una novedad en mi indumentaria es el artilugio diminuto que me ha prestado Alba para la ocasión, de nombre iPod nano y que me va a permitir correr en todo momento escuchando una serie de canciones escogidas y que para nada a mi estimado lector le van a sonar –estamos hablando de obras musicales de Xana y de Victor Ark principalmente, y de temas como el Danza Kuduro, el Millionaire o el Never be alone–. En todo caso, su audición, agradable para mis oídos y mi cerebro, va a liberar en mi sangre un neurotransmisor que lleva por nombre serotonina y su inducción al bienestar puede ser un buen medio para contrarrestar el sufrimiento y el desgaste que toda actividad física cercana al propio límite comporta.

 

Para ir acostumbrando al cuerpo que me alberga a ese estado de fatiga, me dirigo a La Rambla a ratos corriendo de forma tímida. Esto es así porque me atemoriza que mi rodilla derecha pueda resentirse de la maldita Maratón de Barcelona, que hace un mes y algo me la dejó por primera vez en mis tres décadas de historia dolorida. Hasta hace una hora tenía bastante claro que ante cualquier molestia lo dejaría estar, ya que acabar la carrera en un tiempo elevado tampoco me aporta nada y el itinerario pasa a escasos diez metros del portal de casa hacia el kilómetro seis, pero todo ha cambiado cuando he escuchado una frase que aún resuena en mis adentros: la camiseta cuando llegues a meta. Tengo el presentimiento de que va a llevar estampado un diablo corriendo y con cara de pillo, que es el que aparece en los folletos, y no me la quiero perder, así que si hace falta alcanzaré de nuevo las Ramblas hecho polvo. El año pasado el panfleto de la carrera mostraba a dos niños de labios prominentes y feliz correteo y, efectivamente, fueron la ilustración principal de la camiseta conmemorativa.

 

A las diez menos cinco alcanzo el Mc Donalds de La Rambla. Mis padres acaban de llegar y Jordi Milian, un corredor local con el que he quedado aquí, no aparece. Abandonamos, pues, tan concurrido lugar y mi padre me fotografía antes de dirigirme bajo la pancarta de salida. Me sitúo, como el año pasado, en las primeras posiciones, concretamente en la tercera línea. Los participantes que me rodean tienen un aspecto fiero, competitivo, diríase que profesional en comparación conmigo. Algo amedrentado por la compañía, y con visiones que me sitúan en el suelo y siendo pisado por la marabunta, espero a que el concejal de deportes, pistola en mano, decrete la salida con un disparo. El iPod está encendido y aún así escucho el rumor de la gente, una algarabía de colores reflectantes que esperan más nerviosos que serenos, o eso supongo. Hay, díos mío, que esto empieza… “Pummm”.

 

La gran masa humana se mueve, se entremezcla y avanza en busca de un fin común: recorrer los 10.000 metros que nos separan de la pancarta de meta, situada a escasos metros a nuestra espalda, y hacerlo en un tiempo límite fijado de antemano o acabando de la manera más digna posible. Sobra decir que dada mi posición inicial, en los primeros centenares de metros no adelanto a nadie, sino que los veo aparecer desde atrás tanto por la izquierda como por la derecha. Mis puntuales salidas de entreno, si bien no me otorgan una ventaja física especial, pues para nada se mantienen en el tiempo, sí me sirven para conocer mi ritmo y ponderar a qué velocidad puedo correr y a cuál no –al menos si no quiero pararme al poco tiempo agotado–. Dado que el ritmo inicial de los corredores que me rodean no es el mío, los dejo pasar tranquilamente sin intentar en ningún momento intentar seguirlos. Sería un fracaso estrepitoso y mi marca, al cabo de los diez kilómetros, podría superar tranquilamente la hora tras una pájara en los primeros compases de la prueba.

 

Nada más abandonar La Rambla, ni siquiera hemos llegado al kilómetro uno, pasamos sobre un punto de control y unos sonidos ya familiares nos indican que nuestros chips nos acompañan juguetones, alegres. Con el fin de mantenerlos en tal dispoisición y que no callen para siempre –léase retirada–, busco mi propio ritmo, que ya en los albores de la carrera parece coincidir con el de los atletas que ahora me circundan. Los otros, los primeros, se han ido para no volver a ser vistos, y mi posición dentro del pelotón ha quedado establecida de manera natural. Diría que no es mala, pues hay centenares y centenares de corredores que me suceden y tampoco hay tantos que me hayan sobrepasado. Me conformo, pues, con mantener el ritmo y no me planteo intentar adelanto alguno, opción que me parece un gran acierto teniendo en cuenta que no he realizado preparación alguna y no opto a un logro importante. Mi objetivo es, a poder ser, terminar por debajo de los tres cuartos de hora, cosa que veo bastante improbable. Me conformo con mejorar la marca del año pasado, 46:09, y la de 2007, 50:27. Sería sumamente exitoso batir mi marca de la Badalona Running, 44:14, pero este trazado es menos propicio y me veo llegando en torno a los 47 minutos.

 

Ajeno a tanto número, alcanzo el inicio de una cuesta que va a parar a una rotonda vecina a una estación de servicio BP. El ritmo de la marea humana, que ya lo es menos y se asemeja más a un conjunto de insectos que avanzan en tropa, cae en picado. Con la cabeza fría reduzco el ritmo sobre manera. Mantenerlo, sería a costa del aumento del pulso, del ritmo respiratorio y de la fatiga, por lo que prefiero que lo que se mantenga sea el nivel de cansancio aún con el handicap de la pérdida de tiempo. Una vez arriba, agradable es para el cuerpo dejarse caer cuesta abajo hacia las proximidades del barrio de Llefià. No lo es, en cambio, para la mente, pues me martiriza la idea de que mi rodilla derecha comience a quejarse y arruine una carrera en la que hasta el momento me estoy desenvolviendo bien. En ese sentido, alcanzo el punto más lejano de La Rambla, provisto de un control que pretende mantener a raya posibles atajos, a los veinte minutos, cuando el año pasado empleé unos dos minutos más. Me mantengo, pues, en torno a los 45 minutos si mantengo el ritmo de aquí a final de carrera.

 

Correr por las calles de tu barrio que han desfilado ante ti desde la infancia –o tú has desfilado por ellas– no tiene parangón en el mundo del atletismo. Cuando antes corrías a la vuelta de la escuela, poco podías imaginarte compitiendo en una carrera, menos aún en busca de mejorar una marca concreta, en rebajar un tiempo estimado en minutos y segundos, unidades que no dejan de ser una invención humana y que por tanto no existen en la naturaleza, al igual que los números o las palabras, las sumas o las restas, las frases y el presente texto. Es una vez pasado bajo la autopista que enfilamos hacia casa. Miro el balcón al pasar como queriendo encontrar a alguien, pero está claro que ahí no hay nadie. Pronto giramos hacia la estación del tranvía y la parada del metro, provistas de un cartel publicitario equipado con termómetro que en este momento marca 22ºC –otra unidad inventada por nosotros que consiste en dividir la diferencia entre la temperatura de fusión y la de ebullición del algua entre cien–. Es un dato importante, pues además de denotar que nos estamos achicharrando, de aquí hasta la línea de meta sólo vamos a encontrar dos pequeños tramos de sombra. El resto, principalmente nuestro devenir por el paseo marítimo, va a resultar caldeado. Así pues, habrá que poner a trabajar –hasta sobreexplotar– a nuestras glándulas sudoríparas en un intento de activar un mecanismo de refrigeración –esta vez natural–: la evaporación del sudor.

 

Donde el año pasado había un avituallamiento en negro, amablemente dispuesto por una asociación de vecinos, ahora no hay nada, cosa que no me extraña pues si después de hacer algo por tu cuenta con buena intención te llueven las críticas, a la próxima no cabe sino optar por lo que le dijo un cura a su monaguillo en referencia a una vela ante un segundo cura tramposo: apaga y vámonos. Yo, de momento, mantengo la combustión del glucógeno y con su aporte energético me acerco más y más a uno de los dos puntos temidos aún por llegar –el tercero es la subida a la BP, ya superada–. Se trata de un puente de factura relativamente reciente y sin duda despampanante para el lugar en el que está ubicado, fruto sin duda de un periodo previo al estallido de la burbuja inmobiliaria. A mi modo de ver, no hacía falta gastarse tantos millones de euros para pasar al otro lado de la vía del tren en pleno polígono industrial. Pasado el punto kilométrico siete me planto ante él y no puedo más que recordar una cita atribuida a Mark Twain que leí ayer en un audiovisual que se pasó en el II Congreso de Bloggers Vuelta al Mundo, al que por cierto asistí como oyente –ya me gustaría haber dado la vuelta al globo, aún a costar de emplear más de ochenta días y perder alguna apuesta por ello–. Dice así: dentro de veinte años te arrepentirás más de lo que no hiciste que de lo que hiciste. Aplicación práctica: más vale no hacer el tonto y sucumbir ante una pájara final como me pasó el año pasado, y además tener que maldecirme por no haber controlado mi instinto de correr al límite, al que de momento he mitigado en todo momento.

 

Así pues, encaro la subida tranquilo, sabiendo que en pocos minutos todo este esfuerzo habrá acabado y que lo importante no es ganar tiempo, sino mantenerse y no perderlo a borbotones de repente. En ese sentido, el ritmo es lentísimo, pero por otro lado es el mismo que el que llevan los corredores que me circundan. Una vez arriba se incrementa súbitamente y como el resto, me dejo caer invitado por la gravedad para sosiego de mi menguante glucógeno. Una larga recta salva el puerto deportivo, otro remanente de la fiebre inmobiliaria como lo son los altos pisos que acarician el cielo junto a las playas. La música del iPod que Alba me ha prestado sigue sonando aunque mi cabeza ya no le presta mucha atención. Anda algo aturdida con la solana que está soportando y el esfuerzo que supone no quedarse atrás de los corredores que me preceden. Sé que, como en el ciclismo, es importante mantenerme junto a ellos y no dejar mucho espacio de asfalto entre yo y el de delante. Eso sí, supongo que aquí la ventaja es únicamente psicológica, porque el tema aerodinámico no parece tan importante. Y por qué no decirlo: lo logro en todo momento.

 

Con ellos llego al último escollo y tercer impedimento sobre el papel: el paso subterráneo bajo la línea férrea. De nuevo invita la gravedad en la bajada, pero parece que acaba con los bolsillos vacíos y a uno le toca vérselas con la empinada cuesta, más rácana y por tanto a la espera de que le pagues tú la cuenta, no económicamente, sino en términos temporales. Y lo hago. Me tomo el tiempo necesario para llegar hasta arriba con el mismo nivel de cansancio, pues sé que el precio en segundos que voy a pagar es menor que si llego a arriba cansado y luego los segundos ahorrados los voy derrochando en mi camino a meta cual Hansel desprendiéndose de migas de pan durante su caminar por el bosque. A la salida, un giro de noventa grados te permite ver, al final de la larga calle, las palmeras de La Rambla, ¡pero qué lejanas están a ojos del exhausto corredor! Mi tiempo, unos 42 minutos. En ningún momento me he esforzado en exceso y ahora va a llegar el momento si es que quiero bajar de los tres cuartos de hora. Como los escapados en una etapa ciclista, me voy acercando a la línea de meta y voy sopesando cuando lanzar el ataque final. Un arranque antes de hora me haría perder tiempo y no ganarlo. Pero por el contrario, cuanto más espero menos bueno va a ser mi registro.

 

Con tal dilema en la mente –el numeroso público poco debe imaginarse al verme correr lo meditativo que estoy– alcanzo el Mc Donalds del inicio de La Rambla. Es ahora o nunca, así que salgo disparado. El resto de corredores ya no está para tirar cohetes y soy con diferencia el más rápido. Me abro paso entre ellos animado en parte por las dos hileras de espectadores que pueblan el otro lado de las vallas, el otro punto de vista de la competición. En doscientos metros adelanto al menos a quince o veinte atletas a toda velocidad en un sprint en toda regla que mantengo hasta la mismísima pancarta de meta. Paro el crono en 44:44, pero el tiempo real medido por el chip es de 44:46. Es, por tanto, la segunda vez que bajo de los tres cuartos de hora, y un registro tan solo superior en 32 segundos al de la Badalona Running, 44:15, prueba para la que sí me había preparado un poco y no llevaba, por entonces, casi dos meses sin correr. Satisfecho por mi tiempo, por mi posición –el 204 de 1361 arribados–, a tan solo siete segundos del 200, y sobre todo por no haber sufrido apenas en ningún momento, me acerco feliz al avituallamiento y me proveo de una lata de Pepsi y de una botella de agua no para beberla, sino para echármela sobre la ardiente y sudada cabeza. Un chico me quita el chip de la bamba, una señora me da la camiseta –sí, tiene estampado el demonio con cara de pillo– y mi padre me toma una segunda foto. En la sangre que corre por mis venas, arterias y capilares, la serotonina de origen musical ahora se ve acompañada de las endorfinas liberadas por el ejercicio físico y de la cafeína del refresco de cola en una orgía de bienestar que me acompaña a casa. Parece que la temporada de correr ha terminado bien y el año que viene, con la tríada Badalona Running, Marató de Barcelona y Cursa del Dimoni, ya veremos qué sucede. Ahora no puedo más que pedir que la alegría se mantenga en el tiempo y, a falta de carreras, que las montañas continúen viéndome llegar, sea a pie, caminando, o a ratos andando…

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito


1 Comentarios
Enviado por Paco el Sunday 13 de May de 2012

Me a encantado tu relato y he vivido tu experiencia casi al igual que tu.La diferencia que acostumbro a salir el último,pues me motiva el ir adelantado gente asta colocarme en el lugar que me corresponde por ritmo,la segunda diferencia el tiempo yo estoy por encima de los 50 minutos.Si me permites una critica, los ultimos en llegar no han tenido agua o refresco(1 x persona),ojo no te lo tomes a mal, pues yo en el último avituallamiento he cojido 2 estaba frito de calor.Te animo para contar la expe el año que viene.Un saludo.”


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