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Tuesday 31 de July de 2012, 17:22:43
29-07-12 : XX Caminata popular de Sant Quirze Safaja
Tipo de Entrada: RELATO | 4147 visitas

Participación en la vigésima edición de la caminata popular de Sant Quirze Safaja, uno de los actos centrales de la fiesta mayor del pueblo, en compañía de Alba. Un itinerario circular de dieciséis kilómetros con inicio en el Parc de l´Aigua nos lleva a parte de los bosques más bonitos y mejor conservados del municipio.

 

 

Son cerca de las ocho menos veinte cuando Alba y yo llegamos al Parc de l´Aigua, un parque junto a un embalse no muy lejano de la iglesia del pueblo. Se agradece que la organización haya programado la salida a una hora acorde con las calores que más tarde, hacia el mediodía, hacen menos soportable el hecho de caminar en esta época del año. Los caminates, conocedores de este aspecto –algunos a base de recibo–, han correspondido, y nada más llegar apreciamos que hay multitud de personas tanto diseminadas por el parque, ya con los trámites burocráticos finiquitados, como aglutinados en torno a la mesa de rellenar la hoja de inscripción y haciendo cola ante las mesas de entrega de dichas fichas y del pago de la inscripción, que son ocho euros por cabeza que, multiplicados por los quinientos sesenta y seis participantes, suman cuatro mil quinientos sesenta y ocho euros que serán empleados, supongo, en la organización del evento, que incluye un obsequio a la llegada y cuatro avituallamientos, entre ellos un desayuno. Esto último, como siempre, es lo que anima a venir a una caminata popular en vez de perderse solo por el monte en busca de paz y sosiego.

 

Tras efectuar el papeleo –señora, sí, le dejo el boli si me lo devuelve– y aportar nuestra parte económica, nos acercamos a ver el embalse de este pequeño pueblo pero extenso municipio. Al estar en el fondo de un valle, aún hace sombra y se nota el fresco de la noche, cosa que de momento, yo tan friolero, me tiene con la piel de gallina y los pelos de punta. Aún así, no me arrepiento de haber venido en pantalón corto, pues sé que luego hará un calor espantoso. Nada más tomarme una foto con el agua detrás, que por cierto es captada para el uso doméstico y de ahí la prohibición del baño, Alba se percata de que la gente ya ha iniciado la marcha. Suena repetidamente un pitido cuando aún son las 07:56. Extrañados por la puntualidad, nos anexionamos rápidamente a la multitud y comenzamos a alejarnos del punto de partida hacia nuevos lugares nunca vistos, pues es la primera vez que merodeamos por la zona. Nuestra curiosidad ancestral, sofocada por la rutina, se reaviva y abre nuestros sorpresivos ojos para captar mayor información. El cerebro, dueño y señor de nuestro cuerpo, la interpreta: un señor que hace sonar su silbato es el culpable de que la marabunta avance; el inicio oficial de la caminata aún no se ha producido. Cuando estalla el petardo que da la salida  ya es tarde: la mayoría la escuchamos a lo lejos.

 

Los primeros compases de la marcha tienen lugar por el fondo del valle, a través de un terreno sombrío y prácticamente llano. El ritmo inicial es bueno y Alba no tarda en mostrarse en desacuerdo: si a esta velocidad no se ve el paisaje… Avanzamos en paralelo al Torrent del Bosc y según la hoja de ruta que hemos de ir sellando en los diversos controles, pasamos junto a la casa de Puigdomènec. Cuando leo tal referencia ya la hemos dejado atrás y ni me he dado cuenta. Alba comenta que sí, que la ha visto hace unos minutos, por lo que ella misma se contradice: la velocidad no es tal como para no percatarse de lo que nos circunda. A mí, el buen ritmo me favorece, pues continúo medio helado y cuanta más caña le metamos al cuerpo, antes estará en su punto térmico óptimo y menos calores tendremos que soportar en la parte final de la caminata, que calculo que será hacia las doce y cuarto teniendo en cuenta el ritmo de Alba.

 

A las ocho y cuarto llegamos al primer control, formado por una señora y una niña. A nosotros nos toca la segunda, y como si de una notaria se tratara, deja constancia de nuestro paso tachando nuestros números –144 y 145– de la hoja que porta con todos los inscritos. Supongo que esto le sirve a los organizadores para comprobar que una vez acabada la prueba, nadie se queda perdido en el bosque y si alguien no consta como llegado, es cuestión de llamarlo al teléfono de contacto que haya dejado reflejado en la hoja de inscripción justo antes de la salida. Tras unos cinco minutos de cola ante el control, viene una segunda aglutinación, la del primer avituallamiento. A primera vista, plátanos y manzanas aguardan, pero lo mejor está dispuesto hacia el otro extremo de la mesa: frutos secos, magdalenas, bollos rellenos de cacao, coca con piñones y zumo de fresa y de naranja. Nos hacemos con cada una de las tres pastas y con un zumo y al otro lado de la muchedumbre, junto a las papeleras, nos lo zampamos. Sorprende ver a algunos participantes que, por no hacer la cola, tiran recto saltándose el avituallamiento y esgrimiendo frases tales como ya pararemos en el próximo o hay demasiada cola. ¡Menudo sacrilegio! ¿Cómo se le puede hacer semejante feo a un Bollycao? ¿Tiene sentido la caminata sin las pastas? ¿Hay vida más allá de la coca con piñones? Me parece que tanto azúcar me ha afectado al cerebelo ;)

                                                          

Atemorizados por la posibilidad de que un vampiro antidopaje pueda surgir de detrás de un seto, nos alejamos con la vista puesta en el segundo avituallamiento, que la hoja de ruta lo sitúa a una distancia similar a la que llevamos, otros dos kilómetros y medio. La pista foresta por la que veníamos se ha transformado en un sendero que avanza por el interior de un bosque, que a estas alturas, ya lejos de la piel de gallina y los pelos de punta, se agradece por lo sombrío del lugar. Lo que hasta ahora ha sido más o menos llano, pasa a ser un poco inclinado, pues nos dirigimos a una especie de pequeño altiplano, que yo definiría mejor como una zona alta que despunta en altura respecto a sus vecindades, de nombre Serra de Barnils. Lo alto de dicha sierra lo alcanzamos afrontando algunas subidas más empinadas a través de un bosque formado por pinos rojos y robles, tal y como indica la susodicha hoja de ruta, pues sigo siendo un consagrado ignorante del mundo vegetal. Alba se encuentra en una tesitura, pues ni podemos adelantar, ni podemos descolgarnos; el sendero es estrecho y no da opción a descansos si no es abandonando la fila india de caminantes, parando en algún rincón. Sin duda, pensar en el segundo avituallamiento la empuja a seguir adelante.

 

Al citado avituallamiento, ubicado junto a la masía de Barnils, del siglo XVI, llegamos a las 09:10. Un niño tacha nuestros números en su hoja del segundo control mientras hacemos cola para el desayuno. Sobre la mesa hay dispuestos diferentes bocadillos, y optamos por el bull blanco yo, por el negro ella. Tal elección se basa en el probar cosas nuevas, pues a Alba le apetece más el de longaniza, y a mí el de jamón serrano. Respeto a refrescos, yo opto por una Coca Cola, y Alba por la Schweppes de limón. También nos hacemos con un plátano y yo hecho un trago de vino del porrón. En cuanto al café y los licores para el carajillo, como no nos gustas ni nos acercamos. Cerca de la masía, que en su exterior posee una provocadora piscina y que tras haber sido restaurada recientemente funciona en parte como casa de turismo rural, se encuentra, a 847 metros de altitud, la ermita de la Mare de Déu del Roser, de estilo barroco. A ella nos acercamos bocadillo en mano y, cosas del destino, en su fachada oeste, a la sombra, hay un banco de piedra que invita a desayunar tranquilo con grandes y extensas vistas, pues se trata de uno de los puntos más elevados de la zona.

 

Diríase que este es el punto álgido de la caminata. Estamos en un lugar elevado, tranquilo, con amplias panorámicas y con una Coca Cola en la mano y un rico bocadillo alimentando a nuestro estómago. Mente y cuerpo, pues, se colman de bienestar y lo que menos apetece, de momento, es levantar el culo del fresco banco de piedra para ponerse de nuevo a caminar bajo un sol que con el avance de la mañana incide con mayor intensidad. A unos dos kilómetros, observamos un castillo bastante voluminoso con forma de barco, el Castell de la Popa, del siglo X, que pertenece al término de Castellcir y en cuyas proximidades, en la Balma d´en Roma, se alojaba en el siglo XIX el bandolero del mismo nombre. Más alejados, se elevan los Cingles de Gallifa, y detrás de ellos, inobservables por la poca visibilidad del día a distancias largas, se encuentra el Parc Natural de Sant Llorenç de Munt i Serra de l´Obac, con sus dos representativas cumbres: La Mola y el Montcau. Más cerca, a pocas decenas de metros, tenemos una especie de barraca de piedra con una parte bajo la superficie sobre la que un cartel colocado por la organización comenta: Esto es un “cub”, un recipiente de payés que puede tener una forma cuadrada, rectangular o redonda. Está hecho, generalmente, de obra o de cerámica y sirve para guardar productos del campo, como el aceite, el vino o el grano. En este “cup” de Barnils, donde siempre suele haber algo de agua, se ablandaban las bellotas que se daban a los cerdos del corral. Nos hemos asomado a su interior y sí, a pesar de que no llueve desde hace mucho, está todo inundado.

 

Ante nosotros, desfilan los que han optado por el recorrido largo, de dieciséis kilómetros de longitud. Aunque no lo he comentado, hay otra opción más corta, el de diez, que básicamente coincide con el largo, pues bastante cerca de aquí vuelven a juntarse y, a efectos prácticos, el largo viene a tener un anexo de seis kilometros que se aleja y vuelve a regresar al corto. Le propongo a Alba ahorrarse una hora y media de caminata y reencontrarnos en el punto de unión de ambas variantes, pero prefiere hacer el largo conmigo y evitar separarnos. Así pues, una vez desayunado y con el buche lleno, nos asomamos al interior de la ermita, que está oscuro –una foto con flash nos descubre sus misterios– y retomamos la marcha alejándonos de la masía más grande e importante de la zona y de sus campos de cultivo del cereal, provistos de grandes balas amarillas y de un olor que recuerda a los tiempos primigénicos, aunque por entonces no existiera ninguna nariz y no fuese por tanto nunca detectado.

 

De esta variante, la organización avisa: Atención para los que hacéis la caminata larga. Encontraréis un paso de camino estrecho, por encima de una roca. Es un tramo alzado y sin protecciones. Hace falta que los adultos toméis precauciones y que NO dejéis ir solos a los más pequeños. La sorpresa viene cuando llegamos al mencionado lugar: no es otro que los riscos que uno ve a mano izquierda cuando se dirige de Barcelona al Pirineo oriental a través de la autovía C-17 a la altura de Aiguafreda y Centelles. Así pues, desde la comarca del Vallès Oriental nos asomamos a la de Osona, con vistas a la llanura –la Plana de Vic–, al Montseny –Matagalls y Pla de la Calma, básicamente–, a la relativamente cercana población de Centelles, muy conocida por su vía ferrata Baumes Corcades, seguramente la más concurrida de España, y a un castillo cercano, el de Sant Martí de Centelles, cuyo acceso está restringido por las excavaciones que se están llevando a cabo en su interior aunque eso sí, puede ser visitado en modo visita guiada solicitándolo con antelación. Está claro que para el adulto cauto no hay gran riesgo de precipitarse al vacío, pero un niño correteando de aquí para allá y poco atento a los peligros, fácilmente puede verse en la indeseada tesitura de no percibir nada sólido bajo sus pies y experimentar los 9,8m/s2 de la acceleración de la gravedad cual Huracán Cóndor no solicitado y de final incierto.

 

La cosa se complica un poco más en otra parte del risco, menos aérea pero más expuesta, junto a la masía que lleva por nombre El Pou. Un nuevo cartel de la organización indica: Atención. Tramo del Pou peligroso. Niños acompañados de los padres. A estas alturas Alba hace ya rato que está un poco harta de la caminata y de sus continuas pero a mi entender leves subidas y bajadas. Desde el Collet del Fabregar, las marcas de pintura de color rojo y verde indican que nos encontramos en la Matagalls – Montserrat, o en lo que algún día lo fue, pues a menudo esta marcha cambia pequeños tramos de su recorrido. Como en su día inicié el ascenso de estos riscos ya de noche, no puedo identificar si realmente pasé por aquí, pero lo cierto es que no me suena de nada esta zona y quizá por ella pasara la Mm en tiempos pretéritos y no en la actualidad.

 

Con alguna fotografía tomada junto al vacío nos plantamos a las once menos cuarto en el tercer control y avituallamiento, el que diferencia a los que han optado por la ruta corta, que carecerán de él, de los que hemos afrontado la larga. Hay varios botijos con agua y peras fresquitas. Esta vez no nos controla el paso una inocente criatura de edad inferior a los diez años, sino un señor que ronda la cincuentena y que a diferencia de los anteriores, está sentado en una silla plegable convenientemente ubicada a la sombra de un árbol; la edad es un grado. El avituallamiento también está pensado para los canes, con media garrafa llena de agua junto a la cual se recupera un perro, Trastu, que al inicio de la caminata andaba para adelante y para atrás continuamente, y que ahora apenas logra mantener el ritmo en el único sentido de la marcha. Su larga lengua descansa y gotea en el exterior de la boca, cual exhausto, pero Alba me dice que en un documental aprendió que no significa eso, sino que ellos, al no sudar, se refrigeran de esa manera: sacando la lengua.

 

Retomada la marcha, pronto enlazamos con el itinerario corto, y ya todos los caminos llevan al Parc de l´Aigua con un calor cada vez más apremiante. Contra este no hay nada como adentrarse en un intrincado bosque, en este caso un hayedo, uno de lo más meridionales de Europa: la Fageda de Barnils. En la hoja de ruta podemos leer que con las altas temperaturas propias del sur no es común encontrarlos a estas latitudes. También hace referencia a que se muestra bello en cualquier época del año y, lo que más sorprende, que en uno de sus árboles más antiguos vive Quirzet, un gnomo protector de los bosques del municipio al que con un poco de silencio se le puede pillar cantando alguna de las múltiples melodías que forman su amplio repertorio. Nosotros, todo hay que decirlo, no logramos escucharlo, pero quizá haga falta un mayor detenimiento en su búsqueda o una mayor inocencia. Si alguien sabe de él que nos lo haga saber.

 

Tras dejar el tupido bosque atrás, durante un rato caminamos junto a un torrente, el de la Espluga, que parece estar totalmente seco. Junto a él hay un abrigo rocoso que lleva por nombre Balma del Torrent de l´Espluga, cuya belleza pictórica debe de ser mayor cuando su homónimo torrente hace gala de su nombre y porta agua. No tarda en llegar el cuarto avituallamiento, provisto de sandías, marca “Fashion” y con código QR incorporado. La innovadora fruta tiene el sabor tradicional y está riquísima. Es una sana forma para el corazón de refrescarse, con su alto contenido en citrulina y licopeno, con propiedades cardiosaludables y anticancerígenas, la primera de las cuales hace que sea recomendada por la Fundación Española del Corazón en los siguientes términos: su contenido en citrulina y licopeno, en el contexto de una dieta equilibrada y la práctica de ejercicio, contribuyen a mejorar nuestra salud cardiovascular. Parece que nuestro contexto, hoy, es el adecuado respecto a lo segundo, no así en cuanto al bollycaos y la coca con piñones. Nadie es perfecto…

 

Pasados los cuatro avituallamientos, son las doce menos cuarto de un caluroso día de julio y uno ya sólo piensa en finalizar la marcha y resolver qué será el obsequio. Tras dejar atrás el Mirador de La Campana y la iglesia parroquial de Sant Quirze y Santa Julita, ya en el pueblo –el párroco nos dice que la hemos encontrado cerrada por un minuto–, el misterio se revela: caminantes que ya han finalizado la marcha regresan con una maceta en su haber. Menuda sorpresa, nunca nos lo hubiéramos imaginado.  Ya en el Parc de l´Aigua, llegados a las 12:10, vamos en busca de nuestro merecido obsequio. Ante nosotros se abren tres posibilidades, y una vez descartada la Thuya, optamos por hacernos responsables de la supervivencia de un árbol, el tejo, y de un arbusto, la abelia. Como no tenemos ni idea de plantas, le preguntamos a la señora qué cuidados requieren. Y así regresamos al coche, con un tejo y con un arbusto entre las manos. Los caminantes con los que nos vamos topando los escrutan, sabedores de que en breves minutos serán poseedores de uno, si es que se puede ser dueño de un ser vivo. Como a nosotros, a ellos también se les ha quitado la sorpresa antes de tiempo, y recorren los últimos metros carentes de ilusión pero con la gratificación del objetivo cumplido, de la mañana bien empleada y de la descansada y merecida tarde que uno se ha ganado con el matutino caminar. Ya sólo queda disfrutarla. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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