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Monday 10 de December de 2012, 14:01:00
08-12-12 : Puig de la Caritat (1010m) y Puig Rodó (1056m)
Tipo de Entrada: RELATO | 3628 visitas

En compañía de Alba asisto a una visita guiada a la mina de l´Estany, una obra civil de los siglos XVI y XVIII que servió para desecar el único estanque natural que había en el Moainès y que da nombre al pueblo. Cuando acaba, visitamos el monasterio de Santa María de l´Estany, declarado monumento nacional en 1931 y cuyo claustro, de los siglos XII y XIII, es considerado uno de los más bellos de Cataluña. Acto seguido ascendemos al Puig de la Caritat (1010m), una colina con grandes vistas que se eleva junto al pueblo y que la FEEC ha incluido en su listado de los Cent Cims, quizá uno de los menos transitados. Y para terminar, ascendemos al Puig Rodó, que con sus modestos 1056 metros de altitud, pasa por ser el punto culminante del Moianès, una comarca natural situada en la Cataluña Central.

 

 

Hoy es uno de esos interesantes días en los que toca descubrir un lugar nuevo, en este caso los alrededores de un pequeño pueblo de origen medieval situado en el altiplano del Moianès, entre las llanuras de la zona de Vic y la de Manresa. Envuelto en una gran quietud en esta comarca natural de la Cataluña Central, l´Estany, a pie de la carretera C-59, conserva en buen estado su núcleo medieval, incluida una joya del románico, el monasterio de Santa María de l´Estany, cuyo origen se remonta al año 1080. También es de obligada visita la mina, que data de 1554 y cuya función fue de desagüe. Así, la laguna natural que daba nombre al pueblo y única en el Moianès, fue desecada, acabando por tanto con un importante foco de mosquitos y paludismo y ganando tierras de cultivo junto al monasterio.

 

A las once de la mañana comienza la visita guiada a la mina, cuyas explicaciones corren a cargo del arquitecto. Alba y yo formamos parte de un grupo de unas veinte personas que nos hemos reunido en su boca norte para conocer más detalles de la mayor obra civil del pueblo. Comencemos por su historia. Corría el año 1554 cuando Carles de Cardona, el último abad efectivo del monasterio, mandó construirla para desecar el estanque que había junto al pueblo, que quedaba donde actualmente se encuentran unos campos de cultivo a mano derecha conforme se accede al pueblo viniendo de Moià. En total, entre setenta mil y ochenta mil metros cuadrados que solían estar anegados de agua, siempre dependiendo de las cantidades de lluvia. Según la explicación oficial, se pretendía evitar el contagio de enfermedades, como la peste, aunque también interesaba ganar tierras de cultivo cerca del monasterio por un tema de cobro de impuestos.

 

Entre los años 1734 y 1737, fue cuando lo que hasta entonces existía, es decir, un conjunto de acequias al aire libre cubiertas por cañas y troncos, se sustituyó por la mina subterránea de unos dos metros de alto y uno de ancho que ha llegado hasta nuestros días. Los maestros de casas que llevaron a cabo la obra, los locales Josep Pascual y Mariano Terricabres, acometieron la canalización con el método más barato que había por entonces, el de la piedra seca, es decir, sin mortero en las juntas. Por lo visto, lo que hacía cara la cal era la leña, debido a que para obtenerla hacía falta tener un fuego encendido entre siete y diez días en un horno. Este sistema facilitó que, además de por las tres bocaminas de entrada –actualmente dos–, se filtrara el agua a través de todo el recorrido de la mina por entre las rocas, lo que favorecía el drenaje de los terrenos que se querían mantener sin inundar así poder ser cultivados.

 

¿Qué hacía que en este lugar se formara una laguna natural? Parece ser que una conjunción de factores. Por un lado, los terrenos son arcillosos y por tanto impermeables, lo que dificulta el filtrado del agua. Por otro, esta llanura de aluviones está situada entre montañas, lo que hacía que estas drenaran tanto aguas superficiales como subterráneas al lugar. Por útlimo, al no acumularse mucha agua, esta no lograba abrirse de manera natural, es decir, mediante la erosión, un camino por el que discurrir pendiente abajo. Todo ello hacía de este emplazamiento una zona pantanosa, un paraíso de los mosquitos en un lugar propicio para el asentamiento humano ya desde el neolítico, como muestra el Dolmen de Puig Rodó: una llanura soleada rodeada de bosques y abundante en agua. ¿Qué más se podía pedir en épocas carentes de centros comerciales y hospitales?

 

De la boca norte de la mina, ante la que nos encontramos al inicio de la visita, salía todo el agua que se lograba drenar y constituía el inicio de la Riera de l´Estany. Como por entonces no se solía desperdiciar nada, esta era utilizada para hacer funcionar el Molino de l´Estany o Molino del Grau, al que iban los vecinos para moler el grano y que constituía una fuente de ingresos para el monasterio. Puestos a aprovechar, utilizaron un puente medieval que aún podemos observar, el Pontarró, como inicio de la mina, bajo el cual está enclavada la boca norte. En épocas pasadas por él se venía de Barcelona, como podría atestiguar el caballero Guillem de Rocafort si aún se encontrara entre nosotros. Corría el año 1668 cuando una noche, regresando de la ciudad condal, al atravesarlo se precipitó terraplén abajo. A pesar del susto, no salió mal parado de la caída y por ello mandó construir un monumento recordatorio, conocido como Pedró del Pontarró y que aún podemos contemplar. En él aparece representado en altorelieve un calvario, con las tres Marías y la ciudad de Jerusalén. Lo que más me llama la atención, no obstante, son dos signos sencillos y d significado incierto que se asemejan a una persona sin brazos. Según el arquitecto, en aquella época estaban de moda los jeroglíficos, así que vete a saber qué significan…

 

Con el fresco que aún hace, va bien moverse, por lo que se agradece que el arquitecto nos lleve hasta el primero de los trece pozos de ventilación con que cuenta la mina. Entre las tres bocaminas de entrada y la única de salida, había un total de trece, cuya función era la de ayudar en las labores de mantenimiento. Así, alguien se introducía en la mina, iba recogiendo la basura que en ella se acumulaba, y al llegar a un pozo, mediante un cesto y una cuerda, un segundo desde arriba la sacaba al exterior y la canalización quedaba desatascada. El hecho de que en sus 425 metros de longitud el desnivel sea de tan solo 3,6 metros de desnivel, propiciaba que perdiera efectividad rápidamente si no era objeto de un mantenimiento asiduo, pues la pendiente apenas es del 0,85% y era fácil que se embozara.

 

 

Caminando un poco más, pasamos junto a otros de los trece pozos de ventilación hasta que llegamos al único que es visitable. Como si de una boca de metro se tratase, descendemos por las escaleras hacia su interior, en el que a pie de mina la humedad y el frío te dejan helado hasta los huesos. Estamos a unos seis metros bajo tierra y el arquitecto continúa con las explicaciones. A continuación, nos dirigimos a la boca de entrada de la Noguera, en la que está emplazada el sexto y último panel de información sobre la mina, con vistas a los campos de cultivo que son posibles gracias al secado de la zona. Al término de las explicaciones, como guindilla de la visita, nos acercamos a la Font de les Eres, o Font Vella, una fuente subterránea a la que también se accede por una escalinata cual boca de metro. Llama la atención una losa con un jeroglífico, que como cité antes estaban por entonces de moda. Si uno es hábil o escucha a un arquitecto que lo sepa interpretar, puede descifrar que la fuente fue mandada construir por el doctor Fernando Macià, canónigo de la catedral de Vic, en 1756.

 

Una vez finalizada la visita guiada a la mina, me dirijo con Alba al monasterio, en el que hoy, por motivo de la feria del pueblo, es jornada de puertas abiertas y por tanto la entrada es gratuita. Parece ser que el museo, situado en la sala capitular, está cerrado, por lo que hay que conformarse con la visita al claustro, que no es poco. A pesar de sus modestas dimensiones, se trata de una joya del siglo XIII realmente bonito, tanto que pasa por ser uno de los más bellos de toda Cataluña. De planta anormalmente cuadrada, en él destacan multitud de valiosos capiteles de una gran varidad temática y en un excelente estado de conservación. Así, en el ala norte tratan del ciclo de la redención, con el pecado de Adán y Eva, la vida de la Virgen y de Cristo y el juicio del alma. En la sur, predominan los motivos florales, geométricos y heráldicos. En la este, un poco de todo: músicos, enamorados, una mujer peinándose, animales fabulosos y profanos… y en la oeste más de lo mismo: pájaros, leones, escenas de caza y de la matanza del cerdo, etc. Respecto al museo, comentar que alberga tanto objetos que pertenecían al monasterio como otros depositados por los vecinos, por lo que aúna tanto material religioso como etnográfico y popular.

 

En el monasterio de Santa María de l´Estany se encuentran también otras dependencias, como el actual Ayuntamiento, la biblioteca municipal, el archivo histórico, que guarda, entre otros, pergaminos de los siglos XII, XIII y XIV, y la iglesia de Santa María, consagrada en el año 1133 y en cuyo interior acoge una escultura gótica de la Virgen en alabastro policromado que data del siglo XIV. En la fachada de la Casa Consistorial, llama la atención la presencia de un gran reloj de sol, obra del ceramista local Josep Roig i Ginestós, que marca casi las doce, lo que está bastante bien para estar una hora delantados respecto a la hora solar. También visitamos las paradas de artesanía y de entidades de la feria, diseminadas por el núcleo medieval en torno a sus dos plazas principales, la del Monasterio y la Mayor. Desde esta última se accede a la “más antigua y mejor conservada calle del pueblo”, llamada Carrer dels Monjos, de fisonomía estrecha y empinada y conocida por los autóctonos como Carrer Fosc. Por ella iniciamos el ascenso al Puig de la Caritat, el Cent Cims de 1010m de altitud. Son las 13:10.

 

Se trata de una de las montañas que circundan al pueblo y para muchos, su principal atractivo, además de las extensas vistas, es su inclusión por parte de la FEEC en la lista de los Cent Cims. Hay que decir que la subida es realmente corta, pero en un entorno de completa soledad, pues a la que sales del pueblo ya no te encuentras con nadie, y con una sensación de amplitud de espacios sorprendente. Así, a lo lejos, son visibles lugares tan distantes como el Montseny, el Puigsacalm, los Pirineos, Montserrat, Sant Llorenç de Munt… es decir, buena parte de las montañas más conocidas de Cataluña. Como no dispongo de mapa, me guío por mi memoria fotográfica, pues ayer tarde, a última hora, busqué por internet algunas rutas con origen y destino en l´Estany. Me decanté por esta, un Cent Cims, y por el Puig Rodó, el techo “comarcal”, por parecerme dentro de su modestia las más atractivas de los alrededores. La comillas las pongo porque el Moianès, si bien es una comarca natural y cuenta con un Consorcio, administrativamente no es ninguna comarca, sino que forma parte de varias: el Vallès, el Bages y Osona.

 

Para llegar hasta lo alto del Puig de la Caritat, donde una bandera, un buzón, una cruz de piedra, un vértice geodésico y una caseta de vigilancia esperan la cita del montañero con las alturas, debe tomarse el Camí Vell d´Oló. A la práctica, consiste en tomar a la izquierda la calle a la que va a parar el citado Carrer dels Monjos. Se sigue entonces, primero por pista cementada y después de tierra, el recientemente señalizado Camino de Santiago unos doscientos metros, hasta llegar a un gran cruce de pistas en un lugar que lleva por nombre Collet de Sant Pere, sin duda porque aquí, en el pasado, se hallaba emplazada la ermita de Sant Pere del Coll de la Crossa. En su recuerdo, una inscripción en una roca nos habla de lo que un día hubo y ya no hay.

 

Tanto el Camino de Santiago como el GR-177, un sendero circular de 109 kilómetros que recorre los diez municipios del Moianès y que lleva por nombre Ronda del Moianès, continúan recto hacia Santa María d´Oló. A mano izquierda, la pista va hacia la Serra de l´Estany, mientras que a mano derecha, se dirige al pueblo pasando por el cementerio –será por donde regresaremos–. Así, no optamos por ninguna pista, sino que tomamos un sendero que se inicia junto a la roca de la inscripción y que en poco tiempo se trasforma en pista. La subida, cómoda y corta, es amena por las vistas cada vez más aéreas sobre pueblo y sobre el llano donde debería estar el estanque. Además, poco a poco van aparciendo las distantes montañas da las que antes me referí. Las que más llaman la atención son, sin duda, las del Pirinero, por el manto blanco que las cubre, siendo el Puigmal la más altiva y voluminosa. Una nube, para variar, nos oculta su cima.

 

Diría que ni media hora hemos empleado para plantarnos en lo alto del Puig de la Caritat (1010m), ligeramente por encima de la barrera de los mil metros de altura. Como decía, tranquilidad y silencio absolutos. Tomo la libreta del buzón metálico y, boli en mano, dejo constancia de que hasta aquí hemos llegado en un apacible y soleado día y de que nuestro próximo objetivo es el Puig Rodó, que tenemos a varios kilómetros de distancia en línea recta y que, como su nombre indica, es de forma bastante redondeada. En la libreta, colocada en noviembre, llaman la atención varias cosas. Por un lado, desde entonces pocas personas han dejado su firma, lo que puede dar una idea de lo poco visitada que es la zona, seguro que a causa de su carente renombre, pues en este largo puente de diciembre, montañas como las que desde aquí se vislumbran –Matagalls, La Mola, Puigsacalm, Montserrat…– deben de estar atestadas de gente. Por otro, no soy el primer Badalonense que llega en estos días. Finalmente, aprecio la recurrencia de anotaciones referidas a la “Independencia” de una manera exagerada. Quizá algún día alguien se dedique a realizar estudios sociológicos a partir de las libretas que pueblan nuestras montañas y de lo que en ellas se cuenta…

 

A las 13:45, no mucho después de haber llegado, inicamos el descenso tras haberme tomado Alba una fotografía en lo alto del vértice geodésico que lleva por número 288102001. Se la quiero enviar a Javier, pues él sí que se dedica a coleccionar “Cent Cims” e intuyo que este le debe faltar –no hay nada como ponerle los dientes largos para que quiera salir de excursión–. Guiado por lo que ayer tarde vi en internet y que retengo en pequeños esbozos en la mente, no regresamos por el mismo lugar, sino que en la curva por la que se accede a la cima tomamos un sendero que parte hacia el norte. Multitud de marcas de jabalíes se abren a ambos márgenes de la senda bajo el robledal y algunos pajarillos que no sé identificar nos deleitan con sus cantos. Tras unos cinco minutos de bajada abandonamos el sendero, que continúa hacia el norte, y tomamos una pista a mano derecha en mal estado, tanto que a menudo habrá que ir apartando las zarzas para abrirse paso. Esta acaba convirtiéndose en un sendero y, tras rodear la montaña, acabamos apareciendo en el cruce de pistas, es decir, en el Collet de Sant Pere. Para no repetir el camino hasta el pueblo, tomamos la pista que nos queda a mano izquierda.

 

Esta discurre junto a unos campos de cultivo, algunos de ellos enormes, como varios campos de fútbol. Sus tierras están marrones y asomar como con temor unas puntitas verdes de algún vegetal que supongo que será un cereal. En una granja, un grupo de vacas pace a la hora de la siesta y nos mete morriña en el cuerpo. No muy lejos anda el cementerio. Se asemeja a una gran maceta de límites cementosos de la que surgen enormes cipreses que se elevan al cielo. A través de él accedemos al pueblo y a las 14:05, es decir, cincuenta y cinco minutos después, damos por concluida esta ruta doblemente circular, con un itinerario en forma de ocho. Entonces el apetito nos lleva a los dos lugares del pueblo en los que sirven comida, pero en ambos nos dicen que están al completo. Así, acabamos en el mercado de artesanía comprando en una parada un pan de payés tradicional, y en otra un chorizo y un fuet con setas de Vic. Cual peregrinos de modesto “modus vivendi”, tomamos asiento en los jardines de la parte trasera del monasterio, con vistas al ábside y expuestos al sol, y damos cuenta de que ambos, pan y embutido, están riquísimos.

 

Mucho podría seguir escribiendo sobre este pueblo, del que se tiene constancia ya en un documento del año 927. Pero como tampoco es plan de aburrir a nadie, me limitaré a dos comentarios. El primero es que en una de las fuentes de estos jardines hay varios versos, entre ellos algunos que me gustan, como lo que sigue traducido al castellano: el encanto de aquel instante / hoy todavía perdura / en torno a esta fuente / donde canta la agua pura. El segundo es que el campanario que vemos y cuya campana acaba de sonar, sucumbió el 24 de mayo de 1448 ante un terremoto, siendo reconstruido tres años después, aunque el actual data del siglo XVII.

 

Sin más dilaciones, pues anochece temprano y desconocemos la zona, partimos sin demora a las 15:00 del Pontarró con destino al Puig Rodó. Aunque ayer también busqué información en internet al respecto, no me acuerdo de mucho y lo que me va a servir para orientarme es una fotografía que he tomado en el aparcamiento a un panel informativo con un croquis de las rutas que hay alrededor del pueblo. En concreto, partimos a través de una pista por la que discurren tanto el GR-3 como el GR-177 y que gana altura poco a poco. Las marcas blancas y rojas, por tanto, evitan pérdida alguna. Habrá pasado un cuarto de hora o veinte minutos cuando, al otro lado del bosque, en un pequeño claro se nos abren las vistas al pueblo, al Puig de la Caritat y a otra montaña que acompaña a ambos y que me parece más bonita que la Cent Cims. Su cumbre es redondeada y provista de bosque, mientras que la que antes hemos coronado es como si acabara en un descampado.

 

Al cabo de un kilómetro aparece una bifurcación señalizada. A mano derecha, los carteles indican Cal Jan (0,5km), Comes Nou (1,5km), Puig Rodó (5km) y l´Estany (12km), y sería lo que tomaríamos si prentendiéramos realizar la ruta circular de 14km con inicio y final en el Pontarró, de unas tres horas y media de duración, que ni es lo que pretendemos ni disponemos de tiempo para ello antes del anochecer. Así, continuamos por la misma pista, que es tanto GR-3 como GR-177, y por la cual según las indicaciones, en dos kilómetros nos plantaremos en el inicio del corto sendero que lleva a lo alto del Puig Rodó. En este punto debo comentar que al regreso, una vez llegado a Comes Nou, a pie de carretera, se puede regresar al pueblo por esta, sin repetir nada, o viniendo hasta aquí pasando por Cal Jan y una vez aquí dehacer lo que llevamos andado hasta ahora. Diría que la opción carretera son unos ocho kilómetros, y la opción repetición unos nueve.

 

Tras haber ganado prácticamente todo el desnivel de la excursión, la pista avanza prácticamente llana por el lomo de la sierra, es el llamado Camí Carener. A su paso por un bosque reploblado de pinos comienza claramente a descender. Hay que andarse con ojo pues es aquí donde debe tomarse una pista en mal estado a la derecha y subir a lo alto del Puig Rodó sin que ninguna marca ni cartel lo indique. Nosotros seguimos un rato la pista, pero como veo que llegado un momento comienza a descender y que para nada nos va a llevar a la cima, subimos campo a través y hacia las 15:50, ocho minutos antes de lo que marca la ruta del Palau Robert que ayer consulté en internet –y que por cierto, te hace regresar deshaciendo el ascenso–, nos plantamos en el vértice geodésico número 288104001, que a pesar de estar hecho polvo marca el techo del Moianès. Son 1056 modestos metros pero llenos de ilusión.

 

Desde esta cima, ubicada en el término municipal de Moià y la comarca del Bages, las vistas son amplias –de ahí la presencia de una caseta de vigilancia–, pero la repoblación de pinos impide las vistas hacia el Pirineo. Con la presión de la hora tardía y la incertudumbre del paraje desconocido, tomo alguna nota y consulto el croquis que tengo en la cámara de fotos mientras descansamos sentados en la base del vértice. Sin pérdida de tiempo, pues en una hora y media anochecerá, iniciamos el regreso completando una ruta circular, no regresando deshaciendo lo andado, de manera que aún nos queda más de lo que llevamos, aproximadamente cinco kilómetros y medio frente a los tres recorridos. Lo primero es escrutar si hay algún sendero que parta hacia abajo desde la cima. Como no veo ninguno claro y lo último que quiero es demorarme bajando campo a través por terreno desconocido, regresamos a la pista en mal estado perdiendo altura a través de unos terraplenes. Una vez en ella, en varios minutos llegamos a la pista general, la del GR-3 y GR-177, e iniciamos el descenso en el sentido que llevábamos al llegar a aquí.

 

No tarda en aparecer un desvío a mano derecha del que no me fío por no estar indicado, aunque es el correcto. Al poco, aparece a mano derecha una pista hecho polvo y barrada por una alambrada pero señalizada, así que la seguimos. Indica los diferentes puntos por los que vamos a ir pasando de regreso al pueblo: La Cabanya (1,5km), Comes Vell (3km) y Comes Nou (3,5km). L´estany lo sitúa a 6km pero regresando por Can Jal. Por la carretera será un kilómetro menos. Si bien esta pista está un poco abandonada, no dura ni cien metros. Nada más llegar al Dolmen de Puig Rodó se une a la que anteriormente he descartado pendiente arriba. En el monumento megalítico fotografío a Alba y también nos fotografiamos juntos, aunque una hoja acaba ocultándome en la instantánea. Ella está cada vez más cansada y yo le digo que esto le sirve de entreno para el Camino, en referencia a una posible escapada al Camino de Santiago que muy probablemente no acabaremos materializando.

 

El descenso hasta la carretera transcurre siempre por pista y sería más agradable si no se hubiera hecho tarde y el sol no estuviera tan bajo, cosa que hace que apenas nos de el sol pues la mayoría de los parajes ya han quedado a la sombra hasta mañana. Continuamos sin cruzarnos con nadie en las excursiones de hoy –ni lo vamos a hacer– y el fresco cada vez es más evidente, por lo que a decir verdad ambos suspiramos por llegar al coche. El primer lugar por el que debemos pasar es La Cabanya, pero de hecho no se pasa junto a ella, sino cerca de la pista de acceso, por lo que ni la contaría aunque aparezca en los carteles. La que sí cruzamos es la masía que lleva por nombre Comes Vell. En ella vemos a dos gatos realmente tranquilos, diríase que desconocen el estrés, y media docena de gallinas campando en libertad. No muy lejos está la de Comes Nou, a la que llegamos a las 17:06. En ella vemos una oca y algunas gallinas también en libertad. Si quisieran, podrían irse por la puerta, pues ni puerta tienen que les prive de libertad.

 

Aquí es donde tomamos la carretera, que no es muy transitada, en vez de dirigirnos de nuevo al Camí Carener por Can Jal. Es un kilómetro y medio y básicamente son dos largas rectas escoltadas por sendas hileras de árboles. Caminando por el carril de los coches que vienen de frente, es decir, por el margen izquierdo, llegamos a la cruz del término municipal, también conocida como Cru de Pedra, uno de los monumentos que aparecen en las guías. Su altura es de dos metros y medio y acaba en un capitel con Cristo crucificado en una cara y la Virgen María sentada en la otra. Como está situada en las afueras, a un kilómetro del pueblo, eso es lo que nos queda para concluir la excursión. Antes, pasamos junto a la Font Nova, que dispone incluso de bancos de piedra. Finalmente, a las 17:25, tras unas dos horas y media de excursión, nos plantamos de nuevo en el coche, unas siete horas y media después de haber llegado al pueblo, que por entonces desconocíamos por completo y del que ahora partiremos un poco más ricos en cuanto a conocimiento, cultura y salud se refiere, que al fin y al cabo, una vez cubiertas las necesidades básicas, es lo que cuenta. Para todo lo demás, Mastercard…

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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