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Monday 19 de August de 2013, 18:18:20
31-07-13: Ascensión al Coma Pedrosa, el Baiau y la Roca Entravessada
Tipo de Entrada: RELATO | 3606 visitas

Ascenso en solitario al techo andorrano, el Coma Pedrosa (2942m), desde Arinsal, seguido de dos cumbres más, el Pic de Baiau (2886m) y la Roca Entravessada (2927m). A esta última, la segunda montaña más alta del país, accedo por la cresta sur y la desciendo por la cresta este hasta los Estanys Forcats, desde donde accedo al Pla de l´Estany y regreso al coche completando una variada y completa ruta circular de altura.

 

A una hora indecente, las 10:45, inicio el ascenso al ansiado techo andorrano desde Arinsal, a unos 1600m de altitud. Unos 1340m más arriba se alza el objetivo del día, la cima del Coma Pedrosa (2942m), a la que ya intenté subir hace exactamente cuatro años y un día en una circular de dos días en la que acabé errando de cima y confundiéndola con el Pic de Sanfonts (2894m) tras haber ascendido el Medacorba (2913m) y el Pic de Baiau (2886m). El día se presenta totalmente soleado y caluroso y la hora no acompaña, pero es lo que hay y va a tocar refrescarse con todos los riachuelos que me encuentre por el camino. En poco más de tres horas mi tercer techo estatal puede ser mío.

 

Nada más salir, un cartel de madera colocado en una bifurcación indica que es posible acceder al Parque Natural Valles del Coma Pedrosa mediante la pista o a través de un sendero. Como el GR-11 avanza por la pista y su pendiente es más moderada, me inclino por esta y dejo el sendero para el regreso y así realizar una ruta completamente circular, sin tener que repetir ningún tramo a excepción de los pocos metros que hay entre el aparcamiento y este punto. Cuatro personas montando a caballo me siguen de cerca y para no aburrirme y ganar tiempo, me propongo que no me alcancen en nuestro avance por el valle junto al rumor de las aguas del río de Coma Pedrosa.

 

En veinte minutos, alcanzo una nueva bifurcación, ésta más importante que la anterior. Tomando hacia la derecha, se accede al Pla de l´Estany, desde el que se puede subir a los Estanys Forcats y desde ellos ascender a la Roca Entravessada, el Medacorba o bajar hasta el circo de Baiau, en la parte alta de la Vall Ferrera, en las proximidades de la Pica d´Estats, montaña que queda mucho más cerca a pie que en coche. Por la izquierda, en cambio, lo que voy a hacer es adentrarme en un encajonado valle por el que se abre paso el río Areny. Dos pasarelas lo cruzan y en ambas me tomo una fotografía colocando la cámara sobre el terreno y con la opción de disparo retardado activada.

 

Con la cara fresca y la cabeza empapada de agua helada comienzo a ganar altura de una manera muy importante, tanto que el calor se acentúa sobremanera y los músculos de mis piernas comienzan a dar muestras de cansancio a la vez que aumenta mi ritmo respiratorio. Acostumbrado a realizar menos de una excursión al mes, quizá mi cuerpo esté pagando lo que representa la tercera excursión pirenaica en cinco días. No obstante, no me quejo y lejos de que alguien me adelante, lo que hago es ir alcanzando a otros montañeros que se dirigen hacia el mismo lugar que yo. Un chico que viste una camiseta naranja muy llamativa es quien más se resiste a ser alcanzado, pero ello me mantiene entretenido y me anima a no desfallecer y a darlo todo; no me gustaría que se me hiciera de noche en esta larga excursión.

 

Rozando el mediodía se acaban por el momento las fuertes pendientes: he alcanzado el Collet de Coma Pedrosa (2224m). En él me encuentro a una pareja de mediana edad algo desorientada con un mapa impreso en color que me intentar hacer ver que tenemos que subir hasta el refugio porque las marcas del GR-11 llevan hacia él. Les digo que esto no quiere decir nada, pues es fácil cambiar su recorrido retocando la señalización, cosa que ha sucedido, mientras que es mejor tomar como referencia lo inalterable, en este caso una cabaña de piedra y un torrente. Así, si bien en nuestros mapas –el mío es de Editorial Alpina– consta que hemos de seguir el GR-11, a alguien le ha interesado cubrir sus marcas con pintura gris y hacer que ahora este pase por el refugio, lo que supone ganar desnivel innecesariamente para luego perderlo, cosa que por descontado no vamos a hacer.

 

Aunque la señora se empeña en que “te seguiremos desde lejos” porque ya se extraviaron una vez en la zona –intuyo que no hicieron cumbre–, les comento que vayan tirando pues quiero acercarme a ver cómo está la cabaña. Un cartel informa de que se trata de una cabaña de pastor realizada con la técnica de la piedra en seco y el techo está compuesto de barro y materia vegetal. Tras entrar por la pequeña puerta –esto limita la pérdida de calor–, compruebo que hay espacio para que dos personas puedan dormir junto a una chimenea, aunque en caso de mal tiempo más personas serían las que podrían encontrar cobijo en ella. De todas formas, en honor a la verdad, hay que decir que dada la proximidad del refugio guardado, uno ha de albergar una gran dosis de romanticismo para optar por este cobijo y no por el de mayor confort.

 

Una vez de nuevo en el sendero, no tardo en alcanzar a la pareja. Curiosamente, el hombre es de un caminar más lento y cansino que el de la mujer. “Ella sí te podría seguir”, opina. Como tenían previsto, me siguen a lo lejos, cual referencia lejana de camino al Estany Negre. No obstante, como hay multitud de marcas del  GR-11 no le veo sentido a sus intenciones y al poco desaparezco de su campo visual. Esto es así porque lo que toca es acometer una pendiente hasta las Basses d´Estany Negre con diferentes planos de inclinación que causan puntos muertos para el campo visual. De todas formas, al llegar a estas charcas, que más bien me parecen un bello y reducido lago, pueden recortarme distancia: lo que hago es tomarme un baño –se sobreentiende que en estas gélidas aguas quiere decir meterme hasta las rodillas–, refrescarme la cara y la cabeza y cuidarme los pies, que al volver a colocarme los calcetines y las botas los siento como nuevos. Hay que ver lo poco que se quejan para el maltrato al que los someto.

 

Junto al pequeño lago, antesala de lo que será el Estany Negre, el GR-11 atraviesa un gran nevero en el que hago vida social. Primero bajan dos chicos muy jóvenes corriendo, diría que menores de edad, de unos diecisiete años. Me orientan más o menos de lo que aún me queda y me despido de ellos de esta guinda: “Si comenzáis tan pronto llegaréis lejos”. Si a su edad ya calzan unas Salomon para trotar sobre las alturas, en un futuro próximo me los imagino patrocinados por Buff en las Skyrunner World Series. Acto seguido me cruzo con dos hombres, estos caminantes. Les pido una foto en la nieve con el lago detrás y también los inmortalizo a ellos bajo un inmaculado cielo azul. Me indican el desvío a la cresta de acceso al Coma Pedrosa, comentándome también que es posible continuar por el GR-11 para más adelante afrontar una subida por un pedregal. Sin duda opto por la primera opción y les pido que le expliquen a la pareja que me sigue ambas posibilidades.

 

El cresteo hasta la cumbre se antoja largo y caluroso. Siguiendo unos círculos de pintura amarilla avanzo por el cordal, en ocasiones coronando pequeños montículos que hay que volver a bajar. Como pega tanto el sol, me quito la camiseta de manga corta y me pongo una camisa de manga larga que me protege cuello y brazos de las quemaduras. Esto aumenta mi sensación de calor y la percepción de que la cresta y la subida no acaban nunca; se nota que estoy venciendo más de 1300m de desnivel. De todas formas, es una sensación muy grata dirigirme a la cima por el cordal, con vistas hacia Arinsal, el valle de Madriu o el Cadí hacia un lado, y el Estany Negre, el pico de Sanfonts y la zona de la Pica d´Estats, hacia el otro, con el glaciar del Aneto y el de la Maladeta a lo lejos. Hacia arriba también las hay: tres grandes ejemplares de un ave rapaz de gran envergadura surcan majestuosos el cielo. Lástima que no entienda de aves y no las pueda identificar.

 

En los alrededores de la cima, el personal del parque natural ha prohibido el paso con una valla hacia un atajo por el que se bajaba hasta el Estany Negre de forma vertical a través del pedregal, “por motivos de conservación del patrimonio natural”, dice una placa. Me hallo a apenas cinco minutos de la cumbre, mi tercer techo estatal tras los dos hollados el pasado julio, lo que implica que aunque a día 31, este julio mis ascensiones al Teide y al Sniezka han tenido continuidad. A diferencia de estas, aquí tengo prácticamente todas las montañas del país cercanas y por debajo de mí. Son las dos del mediodía y ajeno a si el próximo julio habrá una cuarta –desconozco cuál podría ser–, lo que toca es saborear el haber alcanzado lo que hace cuatro años y un día se me escapó; está claro que hoy, ni es 30 de julio de 2009, ni yo soy el mismo de entonces. Lo que sí ha permanecido, en cambio, ha sido el deseo de alcanzar esta cumbre. Y aquí estoy para deleitarme.

 

La alegría, no obstante, dura poco. Ante mí tengo un imponente Baiau pero, sobre todo, una espeluznante Roca Entravessada de la que no me fío un pelo. Como voy bien de tiempo –tan solo he empleado tres horas y cuarto en hacer cima–, en vez de regresar deshaciendo lo andado, cosa que me daría mucho palo, prosigo por el cordal con la intención de ascender a estos dos gigantes vecinos del coloso andorrano. Lo primero es descender hasta la Collada del Forat dels Malhiverns (2823m), un estrecho collado entre el Coma Pedrosa y el Baiau de sugerente nombre (“el agujero de los malos inviernos”). Para ello, tiro del sentido montañero, de algunos hitos y de restos de trazadas. Son poco más de cien metros que perder, por lo que no empleo mucho tiempo y con facilidad me planto en el collado. Para mi sorpresa, un sendero que no aparece en el mapa desciende directamente hacia el Pla de l´Estany y le escucho susurrarme al oído “aún estás a tiempo de dejar estar la Roca Entravessada”. Tras sopesarlo, opto por renunciar a la comodidad de un regreso más temprano y menos dificultoso a cambio de regresar con dos cumbres más en el bolsillo.

 

El ascenso al Pic de Baiau (2886m) es sencillo y corto, exactamente 63m de desnivel desde el collado. Una vez arriba, las vistas sobre el circo el Baiau, sus dos lagos y su refugio libre son espléndidas. Mirando hacia la Roca Entravessada, en cambio, el paisaje se me presenta aterrador. Desde aquí puedo observar perfectamente las dos crestas que pretendo abordar: la sur, que es considerada la más difícil, y la este, que la sigue en dificultad. Una tercera ruta de ascenso, la cresta norte, es considerada la más sencilla de todas y es precisamente la que abordé hace cuatro años y un día antes de dejarla estar por considerar que era demasiado arriesgado aventurarme en ella. Consciente de que hoy podría suceder lo mismo, comienzo el descenso por la cresta con la premisa de no jugármela y renunciar si la cosa se pone muy fea. Por si acaso, le he dado a Alba el nombre de esta montaña por si no regreso esta noche, sepan dónde buscarme mañana a mí o a lo que reste de mi cuerpo.

 

En un primer momento sigo dos hitos y me propongo añadir una nueva piedra a todos los que encuentre pues me parecen demasiado pequeños, pero mis labores acaban aquí: no voy a encontrar ninguno más en esta cresta sur a la Roca Entravessada. Esto representa un problema porque si no tienes pericia para abrirte paso por los lugares más evidentes, te puedes encontrar con paredes de escalada más difíciles de abordar y que no vale la pena afrontar sin formar parte de una cordada. Los dos hitos me han conducido a una brecha desde la que, echándole imaginación, sigo algo semejante a una traza de sendero que desciende pegado a la arista. A continuación, cambio de vertiente, y por la derecha continúo avanzando hasta llegar a una nueva brecha. Ante mí se presenta un terreno abierto con unas placas de roca y una mole enfrente inexpugnable. La escruto en busca de algún punto débil pero no le encuentro ninguno.

 

La única opción que veo es bajar por una canal unos sesenta metros en dirección al circo de Baiau, cosa que hago con sumo cuidado y lamentando el no haberme traído el casco. Sobre mí se alzan las enormes paredes de la mole y me atemoriza que se pueda desprender alguna roca, aunque en ese caso el casco serviría de bien poco, pues cualquiera de esos pedazos debe de pesar varias toneladas. Al llegar al pedregal, me encuentro con multitud de ovejas con una marca identificativa roja en su lomo. No hay rastro ni de perro ni de pastor. En un primer momento no parecen percatarse de mi presencia, a pesar de que desprendo piedras y esto genera un gran ruido, pero en cuanto se dan cuenta, echan a huir unas detrás de otras como en fila india. Por el pedregal rodeo la gran mole y lo remonto hasta una nueva brecha en la arista, entre la mole rodeada y una nueva mucho menos imponente. Esta subida a la brecha se me hace bastante dura por lo inestable del terreno y su pendiente y arriba decido hacer una parada.

 

Comiendo unas galletas, examino la pared que tengo delante para establecer su viabilidad, teniendo en cuenta siempre no si la podré subir sino, sobre todo, si sería capaz de descenderla en caso de no haber una continuación viable arriba. Aunque me parece viable tanto subirla como bajarla, me parece bastante peligroso y, sobre todo, me echa para atrás el hecho de que una vez arriba, seguramente haya que bajar por el lado contrario y no sé qué me puedo encontrar. Así, examino si es posible rodearla por su lado derecho, lo que supondría un flanqueo algo aéreo pero menos peligroso. Al final opto por ello y con cuidado de no dar un paso en falso voy progresando sin saber si acabaré coronando este dificultoso y poco frecuentado pico. Accedo así hasta la parte superior de un nevero y me queda la duda de si subir directamente hasta lo alto de la cresta o avanzar diagonalmente hacia la cumbre. Observo en la cámara la foto que he tomado de la cresta, localizo el nevero sobre el que me encuentro y evalúo las opciones, siendo la de ir subiendo poco a poco y en diagonal por el lado derecho de la cresta la que más me convence. Y eso hago.

 

Diríase que esta montaña no tiene fin, pero por algo es la segunda más alta del país y seguro que una de las menos visitadas teniendo en cuenta la relación altura/visitas. Se trata de ir subiendo a través de gradas con hierba agarrado a las rocas o trepando, según se elija en cada momento. Personalmente, lo que más me ofrece seguridad frente a mi miedo a las alturas, es agarrarme a algo sólido, lo que me conduce a dar preferencia a la trepada. De esta guisa accedo a la antecima sur, desde la que fácilmente, oh sí, accedo para mi satisfacción a lo alto de la Roca Entravessada (2927m), con grandes vistas sobre el Baiau, el Coma Pedrosa, el Medacorba, los Estanys Forcats y las tres crestas que conducen hasta aquí. Cuesta poco percibir que la cresta este es mucho menos agreste que la sur y que lo más difícil ya ha pasado, cosa de la que me alegro.

 

Como en las dos montañas anteriores, me tomo una fotografía, observo un poco el paisaje y, sin entretenerme, emprendo el descenso. A pesar de mi ritmo, como he salido tarde, ya son las 15:30 y me gustaría estar de regreso en el hotel sobre las 19h para tener tiempo de ducharme y enviar algunas fotos de la excursión por correo electrónico antes de bajar a cenar. En esta cresta, la este, sí hay hitos que seguir e incluso, junto a la norte, aparece el “sendero” en el mapa de Editorial Alpina, cosa que no sucede con la que acabo de completar. La bajada hasta la antecima este es muy sencilla a través del pedregal. Lo más complejo, sin duda, es descender esa mole en la arista, la única por otro lado. Los pasos a seguir están marcados por hitos pero alguno es algo delicado y aéreo, por lo que hay que ir con cuidado, en especial en sentido descendente. El patio, como siempre, me impresiona y me hace extremar las precauciones al máximo. Poco a poco lo supero y en su base, ¡sorpresa! De las rocas, una perdiz nival emprende el vuelo asustada hacia arriba, y otra hace lo propio al cabo de pocos segundos. Parecen una gallina de color marrón y alas blancas, es la primera vez que las veo.

 

El resto de la cresta es muy sencilla de destrepar justo por su arista, sin tener que acometer rodeo alguno. Esta ha de darse por concluida junto a un hito de piedras que supera el metro de altura, bien visible desde los dos refugios libres que hay junto a los Estanys Forcats. Es entonces cuando hay que abandonarla para dirigirse hacia ellos. En el más nuevo, que es de madera, me provisiono de agua con su manguera y me vuelvo a mojar los pies, la cara y la cabeza. Hace un calor horrible. Una vez refrescado, me acerco a inspeccionar su interior. Hay seis colchones de muy mal aspecto, una mesa, dos bancos y un paquete de palmeras de chocolate al que me dirijo cual galgo a la liebre. Primero compruebo que no está vacío pero la decepción llega con su fecha de caducidad: enero de 2005. A escasos metros se encuentra un obsoleto y oxidado refugio metálico en el que dormí hace cuatro años y dos días: sí, el día anterior a la confusión del Sanfonts con el Coma Pedrosa que propició que hoy me halle aquí. Al llegar de noche no fui capaz de encontrar la provista de colchones, que queda escondida más abajo tras una pared.

 

A estas alturas de la excursión –6 horas– y sobre el mar –2674m–, aún me restan más de 1000m que perder hasta el coche y me propongo bajarlos en dos horas como máximo. Como suelo decir, ha llegado el punto en el que el disfrute ha dado paso al desear llegar al coche, y mis doloridos pies y piernas aún van a tener que aguantar un poco de suplicio más, por no hablar del psicológico causado por el calor y la solana que pega. Con las pilas puestas, pues, dejo atrás sendos refugios rodeando un gran nevero que cubre el GR-11.1 y pierdo rápidamente desnivel. La siguiente parada es en el Refugio del Pla de l´Estany, donde me vuelvo a refrescar. En él hay un bote de Pringles, pero como su fecha de caducidad es octubre de 2014 está vacío.

 

Sin demorarme continúo con mi acelerada bajada, en ocasiones al trote para sufrimiento de mis piernas y disfrute del niño que, aunque amagado, aún albergo en mi interior. En una bifurcación, me olvido del sendero que conduce a la pista que sube hacia el Coma Pedrosa y tomo directamente hacia las proximidades del aparcamiento. Desde que Avi Jordi me dijo que repetir tramos “denota una falta de recursos del montañero”, hago lo imposible por intentar completar circulares y así, por otra parte, conocer una mayor número de parajes. Son las 18:35 cuando llego, cansado y sofocado, al coche. También me siento, por encima de todo, satisfecho de la excursión realizada, en la que he podido coronar tanto un objetivo que un día erré, como otro al que aquel mismo día renuncié. Ojalá que a lo largo de mi carrera montañera suba a pocos picos de cualquiera de esos dos tipos.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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