Acompañado por mi hermana Ana, la hermana de mi novia –Siria–, mi amigo Droguero, mis compañeros de excursiones Manuel y Javier, una montañera de Santa Coloma –Sonia– y algunos amigos de Pau (Luis, Joan, Nuria, Laura, Brian y Pol) asciendo desde el Monasterio de Montserrat a cuatro cumbres significativas del macizo: la Miranda de Santa Magdalena (1132m), magnÃfico mirador en la región de Tebes; la poco visitada Albarda Castellana (1177m), techo comarcal del Baix Llobregat; la masificada Miranda de Sant Jeroni (1237m), punto culminante del macizo de Montserrat; y el Montgròs, conocida cumbre de la región de los Ecos. En el tintero se quedan tanto la Travessa dels Frares Encantats como la de Agulles, pero en una sola jornada y con un grupo tan variado y numeroso, no hay tiempo para más en este gran dÃa de excursión por la siempre sorprendente montaña de Montserrat.
Tras un mes de planificación y espera, al fin ha llegado el día de reencontrarme con Manuel y Javier, de volver a sacar a mi hermana pequeña de excursión, de llevarme también a la hermana de Alba –Siria–, a Droguero y a un puñado de amigos de Pau, la mayoría sin mucha experiencia en montaña y todos bastante más jóvenes que el resto, con edades aún universitarias típicas, y digo típicas porque ahora hasta los jubilados se reincorporan a la educación formal. También se ha apuntado Sonia, la bloguera de NonStop.es que me contactó a través de MadTeam y que hacía tiempo que no acabábamos de poder coincidir por primera vez. En total trece personas con características de diversa índole, en especial en lo que se refiere a la montaña. Será difícil, pues, satisfacerlos a todos, pero lo intentaré. Excepto Manuel, Javier y Sonia, que me han avisado de que se marcharán al mediodía, el resto tenemos todo el día por delante.
El punto de encuentro es el monasterio de Santa Cecilia, románico del siglo X, situado junto al refugio de montaña Bartomeu Puiggròs, buena base para acometer la escalada de las imponentes paredes de la cara norte del macizo, como las de Sant Jeroni, Aeri o Diables. Según he leído, en acabarse de construir en 1954 el monasterio de Sant Benet, situado más abajo en la falda de la montaña, la comunidad de monjas benedictinas se trasladó, siendo actualmente Teresa Forcades la más conocida de la comunidad. No obstante, mucho más importante es, con dos millones de visitas anuales, la Abadía de Montserrat, punto de inicio de nuestra excursión. Si bien fue incendiada por las tropas napoleónicas en varias ocasiones –1811 y 1812–, cuenta con una biblioteca con más de trescientos mil documentos, un museo con obras de El Greco, Dalí o Picasso y la Escolanía más antigua de Europa, fundada ocho siglos atrás.
De regreso al presente, el principal problema organizativo de la salida es movilizar a tantas personas hasta el citado Monasterio de Montserrat y, a la vez, tener bien distribuidos los coches por la montaña. A este respecto, una vez reunidos, gracias al coche de Droguero y a sus reiterados viajes, logramos situar el mío y el de Laura en el aparcamiento de Can Maçana y los de Javier y Sonia en el de Creu Regató. Por su parte, Manuel, que viene con mi hermana Ana, lo estaciona en el aparcamiento cercano a las barreras de pago del monasterio. Entre una cosa y otra, hasta las nueve de la mañana no nos ponemos en marcha, aunque tampoco parece una hora muy tardía, si bien nuestro grupo es numeroso, cuenta con bastante gente inexperta y en esta época del año no es que anochezca muy tarde. Dado que la excursión planificada es larga, haremos lo que se pueda. ¡A disfrutar se ha dicho!
Si se toman como referencia las seis regiones clásicas en que se divide la montaña, lo primero que tenemos por delante es abandonar la zona de Tebaida, donde se encuentra la abadía, y dirigirnos a la de Tebes. Para ello tomamos el Camí de les Ermites, una pista cementada que en poco tiempo nos deja en el desvío al mirador de la Creu de Sant Miquel. Tras desprendernos de las mochilas nos acercamos a él. Es sin duda el mejor punto para observar el conjunto arquitectónico de la Abadía en todo su esplendor, escoltado por monolitos como el Elefant y la Mòmia, aunque hay quien escoge el lugar como punto de suicidio. Gracias a mi trípode de bolsillo y el modo de disparo automático, nos tomamos la única foto grupal del día, entendiendo esto en el sentido que en ninguna otra vamos a aparecer los trece –sí doce o menos–. Nuestros rostros, sin signo de agotamiento aún, denotan la alegría del que, iluso e inocente, ignora lo que le espera.
De regreso a la pista cementada, continuamos en dirección a la cercana ermita de Sant Miquel, que pasamos sin apenas percatarnos de su presencia. Hacia finales del siglo II, un templo romano pagano en el que se rendía culto a Venus ocupaba su lugar, aunque del mismo no ha quedado ni rastro. En la cercana Bassa de Sant Miquel, Javier nos recomienda tomar un sendero zigzagueante que, como buen atajo, lo que recorta en distancia y tiempo lo incrementa en pendiente y cansancio. El grupo, cual pelotón ciclista en pleno descenso de un puerto, se estira bastante, tanto que pierdo de vista a los últimos. Una vez arriba, en la Serra Llarga, con vistas a la ermita de Sant Joan, la Miranda de Santa Magdalena y las Gorras, nos detenemos los que vamos más adelantados con la intención de reagruparnos y, por aquello de aprovechar, tomar algunas fotos del paisaje. Mapa en mano, les explico a algunos dónde estamos y a dónde nos dirigimos, preguntas que nos deberíamos formular más a menudo en vistas a alcanzar la satisfacción existencial.
Un segundo atajo nos permite alcanzar rápidamente en el Pla de les Taràntules, donde se emplaza la estación superior del Funicular de Sant Joan, inaugurado hace casi cien años, en 1918. En unos pocos minutos, con una pendiente de un 65%, es posible plantarse aquí desde el monasterio, sin duda una gran ventaja si se visita la montaña en plan turístico y se anda –literalmente–escaso de tiempo. Nosotros, de prisa, tenemos más bien poca, y nos entretenemos en la exposición permanente relacionada con el Parque Natural, creado en 1987. Tras asomarnos a su mirador, con vistas aéreas sobre el monasterio, continuamos por una pista señalizada hasta la ermita de Sant Joan. Si bien la original, resguardada junto a una cueva y residencia de los obispos, fue destruida durante la Guerra del Francés, en el siglo XIX se erigió la actual. La que sí sigue junto a la roca, próxima a las ruinas de un restaurante y de un mirador, es la ermita de Sant Onofre, o lo que queda de ella, como una cisterna en la que me refresco. También solían tener cocina, huerto, dormitorio y sala de estudio y rezo. Su paso, bastante aéreo, está protegido por una barandilla de madera. ¡Ya nos queda menos para la primera cumbre del día!
Esta no es otra que la Miranda de Santa Magdalena (1132m), a la que accedemos a través de unas escaleras encajonadas primero y un sendero que se desvía por el bosque y pasa junto a los restos de la ermita homónima después. Las vistas, por lugar común que suene, son grandiosas: incluyen el mar, los Pirineos nevados, nuestras tres próximas cumbres –Albarda Castellana, Miranda de Sant Jeroni y Montgròs– y a un tiro de piedra, la cima de la mítica Gorra Frígia, coronada por primera en 1920 por Lluís Estasen, quien da nombre al refugio de montaña del Pedraforca. Pol se pone una careta del puercoespín Sonic, lo que le saca una sonrisa a Javier. Insensateces de juventud. Como sopla bastante viento y, además, varias personas se han quedado en el inicio del desvío esperándonos, no nos demoramos mucho e iniciamos el regreso tras tomarnos una fotografía de grupo. Al pasar junto la Magdalena Inferior, no encuentro la placa metálica que Avi Jordi y otros colocaron en recuerdo a su amigo despeñado en la aguja, quizá algún purista la haya retirado cual belén o cruz cimera.
Una vez reagrupados, descendemos una estrecha canal situada entre la citada aguja y la Gorra Marinera gracias a la sorprendente Escala de Jacob, que en sentido contrario, de subida, bien podría denominarse Escalera al Cielo. Nada más salir al Camí Nou de Sant Jeroni –existe también el Vell, que parte del Monasterio–, abandonamos el sector de Tebes para dirigirnos al de Tabor a través de la Carena de l´Alzina de les Paparres. Se trata de un cómodo y prácticamente llano camino por la parte alta de Montserrat, con vistas a las paredes de la Gorra Frígia, que flanqueamos mientras varias cordadas prueban de alcanzar su cumbre, al Trencabarrals, un monolito cercano de forma fálica, y el Cavall Bernat, mítica aguja cuya vía normal, de grado V y que aprovecha una evidente especie de arruga, fue abierta el 27 de octubre de 1935. En el sector de Tebaida, son reconocibles otras agujas, como la Panxa del Bisbe, la Prenyada, el Elefant y la Mòmia. Resguardados del viento bajo un mirador, desayunamos antes de emprender nuestro asalto al techo comarcal del Baix Llobregat, la Albarda Castellana (1177m), también punto culminante del Serrat de les Paparres.
Se trata de una montaña atractiva y poco visitada, casi con toda seguridad debido a su proximidad con la Miranda de Sant Jeroni, el punto culminante del macizo. Tal como nos sucede a los humanos, es difícil destacar junto a alguien que te supera, quizá por ello la clase política en general, y algún jefe en particular, hacen todo lo posible por rodearse de mediocridad, de forma que nadie más competente les robe la poltrona.Al pie de la Albarda, de nuevo varios de nuestros efectivos prefieren ver el toro desde la barrera, por lo que aprovecho para desprenderme de la mochila. Un sencillo y cortísimo flanqueo rocoso y un pequeño resalte equipado con una cuerda situado en lo alto de una pequeña canal son las dos únicas dificultades destacables que superamos para plantarnos en la aérea cima, flanqueada por barrancos. Un buzón, un belén metálico, un cartel y un hito señalizan la cumbre principal, aunque la verdad es que me gusta más la secundaria, provista de un mosaico. Yendo a esta última, observamos unas decenas de metros más abajo cinco ejemplares de Capra pyrenaica, especie reintroducida en el macizo en 1995. Se dice que son más activas y fáciles de ver a primera y última hora del día; tenemos suerte: ¡es lo que tiene hacer el cabra!
Al pie de la montaña, reagrupados de nuevo, Javier se despide de nosotros. Es el primero en regresar a casa a través del Portell del Migdia y la Canal de la Font de la Llum, por donde dentro de un par de horas también emprenderán su retirada Manuel y Sonia. Todos ellos ya me habían avisado que tenían intención de ir a comer a casa. Con la ausencia de Javier, la docena restante nos dirigimos a la Miranda de Sant Jeroni, punto culminante del macizo. Si bien desde el Monasterio hay más de mil doscientos escalones a superar, a nosotros solo nos faltan por acometer los últimos. De nuevo es como una escalera al cielo; parece mentira que se hayan entretenido en construir todo esto, aunque sé que por aquí también había un restaurante, cuyos mejillones de las paellas que servían iban a parar a la Canal del Pou de Glaç, cual paleodelito ecológico. A 1237m de altitud, un pequeño mirador a cuya barandilla Brian no se puede acercar a causa de su gran miedo a las alturas –la caída vertical es de unos pocos cientos de metros–, equipado con una rosa de los vientos y con vistas que van desde el Mar hasta el Pirineo, repleto de gente, indica que toda Montserrat queda bajo nuestros pies. ¡Olé!
Nuestros ojos se explayan con las vistas. A mí me llama poderosamente la atención el Moro o Montcau, monolito situado junto a un helipuerto y a los repetidores de la estación superior del Aeri, que funcionó entre 1929 y 1983, superando un desnivel de más de quinientos metros. Coronado por primera vez el 20 de septiembre de 1851 por Josep Pujol y Francesc López, me fueron precisos varios intentos para alcanzar su cúspide. Su arista oeste, de grado III, me costó más de destrepar que de trepar; a ver a la próxima: no veo el momento de que llegue mi primera repetición:-) De regreso a los pies de la Albarda Castellana, nos detenemos a la altura de un depósito subterráneo tapado por una tapa metálica fácil de retirar. Es entretenido descender hasta su interior a través de una escalera metálica en bastante mal estado pero que aguanta con dignidad el paso de los años. Diríase que aquí dentro es casi imposible que Hacienda te localice, cual paraíso fiscal, aunque si se es simpatizante de Podemos fijo que el ministro Montoro te encuentra y te cae todo el peso del fisco encima.
Si bien ahora lo habitual sería regresar al Monasterio, nosotros tomamos el sendero que parte desde el pie de la Albarda Castellana, concretamente desde el Coll de les Pinasses, llamado Camí dels Francesos, con intención de rodear el Camell de Sant Jeroni –hay otro en los Ecos– y dirigirnos hacia el Montgròs. Es muy importante no pasarse de largo el desvío a mano derecha que permite algo menos de un kilómetro más abajo rodear las agujas con forma de camello y que se dirige, como decía, al Montgròs. Si no, uno sigue perdiendo fatalmente altura en dirección a la masía abandonada Can Jorba. En las proximidades del Portell de Migdia, con la Canal de la Salamandra y el Montgròs, escoltado por la Roca Plana dels Llamps y los Plecs de Llibre, enfrente, nos sentamos a comer. Toda esta zona es extremadamente solitaria. Menuda gozada, la lástima es que anochece temprano y se está haciendo tarde. Manuel y Sonia, por su parte, emprenden el regreso, como estaba previsto, a través del Portell de Migdia, un amplio collado dividido en dos por unas agujas de nombre Talaies que, a su vez, divide el macizo de Montserrat en dos mitades: la occidental, formada por Agulles, Frares Encantats y Ecos, y la oriental, constituida por las tres regiones que hemos dejado atrás: Tebaida, Tebes y Tabor.
Pasan tres cuartos de hora de las dos cuando reiniciamos la marcha. Es tardísimo. La hora de la siesta, el metabolismo o como se le quiera nombrar, hace mella en mis compañeros, ahora nueve, y nuestro ritmo cae en picado. Los tres con mayor experiencia ya se han ido y ahora el único que podría considerarse montañero, aparte de mí, es Joan, quien ha organizado y guiado bastantes excursiones según me cuenta –lo he conocido hoy–. A través del frondoso, fresco y húmedo Torrent del Migdia enlazamos con una canal rocosa sencilla pero estrechísima, más bien es una brecha: se trata de la Canal de la Salamandra. Por un lado es algo claustrofóbica y por otro diríase que en cualquier momento te puede caer una piedra de conglomerado y abrirte la cabeza, lo que sería absurdo en demasía llevando el casco, como es mi caso, en el interior de la mochila. Arriba, al alcanzar la luz que ilumina nuestro camino, me sitúo en una repisa al borde del vacío para tomarles algunas fotos aéreas. Parece que mi hermana pequeña está haciendo un tapón; constituye el eslabón más débil de la cadena desde ahora y hasta el final de la excursión. La Travessa de Frares Encantats y la de Agulles deberán esperar a otro día.
Una última y en comparación cómoda subida nos separa de la alargada, cual sombra de ciprés, cumbre del Montgròs (1133m). Son las cuatro cuando la alcanzamos. Caminar por ella hasta su extremo es como caminar por una pasarela celeste, toda ella flanqueada por barrancos excepto el minúsculo collado homónimo que nos ha permitido el acceso. Al igual que el resto de la zona, es poco frecuentada. Diríase que dentro del macizo, queda donde Cristo perdió el gorro, algo aislada, tanto que hasta el año 1880 en principio no fue coronada. Digo en principio pues nadie nos puede asegurar que ningún ermitaño de las al menos treces ermitas que ha habido en la montaña desde que se erigiera la primera en siglo VI, ningún carbonero o incluso algún miembro de las tropas napoleónicas, por ejemplo, movidos por su inquietud, hayan hollado antes su cumbre. En aquella época debía ser mucho más inaccesible que ahora, carente de senderos. Así, por ejemplo, en la primera ascensión a la Miranda dels Ecos, aún más aislada, que tenemos enfrente, el 14 de mayo de 1922, Lluís Estasen y Pau Giménez incluso tuvieron que llevar tijeras de podar, además de seguir caminos de carboneros, para acometer la cumbre por la Canal dels Micos –las raíces de tejo que facilitan el progreso son el origen del topónimo–.
Desde el Montgròs debemos dirigimos al Coll del Miracle a través del PR C-78. Otra opción sería el Recorregut del Pas de l´Esfinx, mi idea originaria, pero es tarde y uno de nuestros componentes tiene pavor al vacío. Para ello lo primero es rodear la vecina Roca Plana dels Llamps, caracterizada por una cara este repleta de fisuras y pequeñas cuevas y una arista sur accesible, de nombre Aresta Brucs y grado IV. El paso más complicado del flanqueo que acometemos por la cara oeste es una pequeña canal equipada con una cuerda que a mi hermana le cuesta bastante superar; se nota que hace años que no sale de excursión. Una vez vencido el escollo, emprendemos una fuerte bajada en la que perdemos bastante desnivel repentinamente. El sendero de pequeño recorrido se convierte en bastante rompepiernas para un grupo numeroso, inexperto, cansado y con bastantes horas de marcha acumuladas y cuatro cumbres en el bolsillo. Presenta repetidas subidas y bajadas hasta pasado el Coll de les Comes y la bajada que le sucede, donde el sendero se torna cómodo y prácticamente llano hasta el Coll del Miracle, en el que iniciamos la retirada.
Si bien la idea era atravesar todo el macizo hasta Can Maçana, resulta imposible, no hay ni energías ni, sobre todo, tiempo suficiente: son las cinco. Queda para otro día, pues, la continuación hasta Coll de Porc, la Travessa de Frares, Portell Estret la de Agulles y Can Maçana. Como de todas formas tengo que llegar hasta allí para alcanzar el coche y queda bastante lejos, le dejo el mando del grupo a Joan tras explicarle mapa en mano que continúe el descenso hasta Creu Regató, donde les recogeré con el coche. También le dejo el mapa por si acaso. La Canal del Miracle es bastante puñetera, pierde unos trescientos metros de desnivel de forma bastante brusca. Con algún intento de homicidio por lanzamiento de piedras de por medio, los dejo fácilmente atrás y, al llegar al GR-172, lo tomo en dirección Can Maçana. Corriendo a ratos y cuando no tomando aire, me planto en el Opel Kadett de mi madre a las seis, bastante pronto teniendo en cuenta que teóricamente hay más de una hora de sendero de gran recorrido. Una vez conducido hasta la Creu Regató me sorprendo de que aún no hayan llegado: el ritmo debe de ser realmente lento.
Tengo tiempo, pues, de cambiarme el calzado, de hidratarme y de impacientarme. ¡Hay que ver lo que se están demorando! Nada más aparecer Laura, la llevo a Can Maçana a por su coche y regresamos a Creu Regató, donde el resto nos aguarda. Distribuidos los diez en los dos coches –quien pillara un carril VAO– nos dirigimos al aparcamiento de pago del Monasterio, donde nos aguarda el aún encerado y de un rojo flamante Seat León de Droguero. En total han sido diez, entre una cosa y otra, bastante bien aprovechadas por la siempre sorprendente montaña de Montserrat. En abril volveré, no sé si solo o acompañado. Supongo que depende de la buena memoria –o no– de mis compañeros de excursión. Lo que sí es seguro es que esta noche van a pillar bien la cama :-)
P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí: www.youtube.com/felizexito