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Friday 1 de May de 2015, 20:41:38
26-04-15: Vías ferratas Cala del Molí y Gorges de Salenys
Tipo de Entrada: RELATO | 2958 visitas

Realización de dos vías ferratas gerundenses en compañía de Droguero, Luis y Patricia: la Cala del Molí, en Sant Feliu de Guíxols, y Gorges de Salenys, de Romanyà de la Selva, ambas de dificultad asequible, K2 y K1, respectivamente.

 

Son las nueve y media cuando Droguero me recoge en Granollers con su flamante Seat León cual recién salido del concesionario por su limpieza y encerado. Le acompañan Luis y Patricia, que han ido hasta Hospitalet para que lo traiga en su coche. En algo menos de una hora nos plantamos en Sant Feliu de Guíxols, al borde de los acantilados de la Costa Brava en los que se emplaza la bella vía ferrata de nombre Cala del Molí, equipada por el incansable Albert Gironès. Junto al coche nos equipamos con el kit de vía ferrata, en mi caso y en el de Droguero de propiedad y, para Luis y Patricia, alquilado en Travessa por trece euros todo el fin de semana: les va a salir a 4,33€ por vía ferrata entre la de ayer –Baumes Corcades, en Centelles– y las dos de hoy. Menuda amortización.

 

Antes de meternos en lo que es propiamente el itinerario equipado, accedemos a lo alto del acantilado y nos tomamos una foto de grupo bajo la desconfiada mirada de una gaviota. Las hay en gran número, con una pequeña mancha roja en el pico. Es época de cría. Bajo nuestros pies, el mar Mediterráneo se extiende hasta donde alcanza la vista; quién diría que se trata de una gran tumba, en especial para muchos de los desafortunados que nacieron en el lugar equivocado y tratan de acceder a la Comunidad Europea. Sobre unas rocas, los ferrateros desaparecen y aparecen conformen las rodean con la ayuda de grapas y pasarelas. Pronto formaremos parte de la hilera humana hacia el edén de la satisfacción y autorrealización.

 

El itinerario equipado comienza con un descenso en picado hasta el nivel del mar por terreno arenoso y rocoso entre pinos, es decir, por el paisaje primigenio de la Costa Brava previo al crecimiento urbanístico descontrolado. El peligro no reside en la progresión, que es básicamente a través de un sendero aunque ligados al cable de vida, sino que yace en lanzamiento de piedras sobre los que abajo esperan a que les llegue el turno de comenzar el recorrido sobre el mar. En este sentido, del quinteto que nos sigue y que, gentilmente, nos ha cedido su posición, se desprende una piedra que por fortuna no lastima a nadie pero que nos pone sobre aviso.

 

El grupo que nos precede incluye a una niña y un niño, pero se van a retirar por la escapatoria hacia la mitad del itinerario. Uno a uno inician el rodeo a unas grandes rocas dispersas por el mar, unidas por varias pasarelas, hasta que llega mi turno. En los primeros pasos, hay ciertos momentos en los que se nota un cierto desplome, a saber: hay que ejercer cierta fuerza de brazos para sujetarse y, sobre todo, realizar el cambio de mosquetones. Con la ayuda de la cinta exprés, Patricia y Droguero solventan la papeleta como pueden, conmigo y con Luis realizándoles puntualmente algún cambio de mosquetones, incluido el de la cinta exprés.

 

Mediante un tronco a modo de puente, accedemos a una pequeña roca de la que parte el primer puente tibetano, de unos pocos metros de longitud pero bastante fotogénico. En conjunto, diríase que se trata de un campo de béisbol y lo que hacemos es dirigirnos de base en base. Las mejores fotos se toman desatándose del cable de vida y trepando un poco: la vista aérea permite retratar ambos puentes y las tres bases rocosas, así como los que aparecen del tramo de ligero desplome. Una vez superadas ambas pasarelas, continuamos con el rodeo de las moles rocosas.

 

Un descenso en diagonal hacia el nivel del mar nos sitúa en un paso algo incómodo de superar: una prominencia rocosa dificulta el paso del cuerpo y es preciso echarse hacia atrás, más cuanto más corpulento se sea. A Patricia le cuesta unos pocos minutos superar el tramo. Le realizo el cambio de mosquetones desde abajo, colgado del cable de vida con mi kit de vía ferrata, cosa que la ayuda. Con David, en cambio, no hay manera. Ni con la ayuda de Luis logro que lo supere. Bloqueado y sin fuerzas, acaba cediendo y se queda colgando junto a mí. Dado que le es imposible regresar al tramo equipado, lo desatamos del cable de vida y lo acompaño caminando por las rocas junto al agua hasta el inicio de la vía ferrata. Menuda escapatoria improvisada.

 

Trepando por la roca accedo a la tercera pasarela, incorporándome así a la vía ferrata en pleno quinteto. Las dos chicas que me separan de mis dos compañeros me invitan a dejarme recuperar la posición, cosa que materializo cuando lo veo más propicio: en el momento de acabar el rodeo de las rocas que están sobre el mar. Con Luis y Patricia, reagrupados, inicio el flanqueo por los acantilados. Esta última tiene claro que cuando lleguemos a la escapatoria oficial va a retirarse. Hasta entonces no hay nada complicado, le hago saber para tranquilizarla. Divertido en cambio sí: un puente tibetano bastante largo que nos permite cambiar de pared.

 

David, arriba, nos grita feliz por sentirse a salvo. “Hay dos horas de cola” –nos informa. “Espera a Patricia a la salida de la escapatoria e iros a dar una vuelta por el pueblo; ya te haré una perdida cuando acabemos”– le respondo. Si bien esta es bastante vertical, consiste en un sendero y en todo momento se progresa asegurado a un cable de vida. Arriba me percato de un proyecto de puente, o eso parece, quizá en el futuro sea una escapatoria más segura, pues la actual tiene la peligrosidad del posible lanzamiento de piedras sobre los ferrateros situados más abajo.

 

Con Droguero y Patricia retirados, afronto con Luis el segundo tramo de la vía ferrata, algo más complicado que el primero, K2 frente a K1. Poco a poco vamos ganando altura sobre el acantilado mediante un flanqueo en diagonal. Algún paso es ligeramente desplomado y propenso a una posible caída, como muestra el refuerzo extra del cable de vida. Para nosotros no representa problema ninguno y aprovecho para tomarle algunas fotos en acción en su primer fin de semana ferratero; parece que la actividad le ha gustado bastante.

 

Pronto llegamos junto a una gaviota que incuba un huevo en el nido. Otra nos gesticula de forma agresiva con el pico. Tras de sí tiene a tres polluelos grises que se camuflan con la roca. En este punto comienza la nueva propuesta de Albert Gironès, “escalfer”, una mezcla de escalada y ferrata que inminentemente va a ser inaugurada. De momento por internet ya circula el vídeo promocional de esta nueva disciplina que se ha sacado de la manga. Menudo crack. Abajo se ven las presas artificiales sobre la roca: debe de ser chunguísimo. K6 fijo.

 

Continuando por el acantilado de la línea costera cruzamos varios puentes y accedemos a unas grandes vistas sobre una nueva cala. Por lo visto, desde la última vez que realicé esta vía ferrata hace un año o así, ha habido una ampliación y ahora se debe superar un nuevo resalte rocoso hasta alcanzar la salida de la escapatoria. De camino, desde lo alto de las rocas, atados al cable de vida, apreciamos prácticamente toda la vía ferrata. Está a tope. Incluso algunos grupos la realizan sin casco. Hoy no es uno de esos días en que efectivos de Protección Civil controlan que la gente accede con el material necesario.

 

Es la una. Hemos empleados unas tres horas en realizarla. Recién llegados al “no coche” llamo a Droguero: están en una terraza del paseo marítimo tomándose una cerveza. Tras diez minutos a pie los localizamos. Luis se pide una clara y yo una Coca Cola. Mientras comentamos la jugada comienza a chispear pero pronto para. Es momento de dirigirse a Romanyà de la Selva o nos van a dar las tantas. Una vez tomado asiendo en el León y sintonizado un canal con música decente, iniciamos el corto desplazamiento hasta el aparcamiento de la vía ferrata Gorges de Salenys, a unos doce kilómetros según el GPS. Dado que como atestiguan los foros de internet y los cristales en el suelo los robos en el interior de vehículos son frecuentes, comemos sobre unos troncos junto a un gran campo de cultivo con visión directa al coche.

 

Con la inquietud de si nos romperán un cristal –está a todo riesgo, se tranquiliza Droguero– emprendemos la aproximación, que precisa pasar junto a una fuente y un “lavabo ecológico”. Esto último llama mi curiosidad pero siguiendo las indicaciones acabo llegando a una especie de lata de pintura junto a una madera. Pues vale. No anda lejos el inicio de la vía ferrata, a la que accedemos a través de un pequeño puente. Se trata, en todo momento, de remontar una riera y, para fortuna nuestra, a diferencia de mi visita anterior, sí hay curso de agua.

 

En un primer momento Droguero nos acompaña por el sendero. Nosotros, a poca altura del suelo, flanqueamos unas rocas y nos metemos en un pequeño congosto guapísimo que incluye una pequeña variante que requiere un rápel de tres metros. Desligándome del cable de vida creo que podría descolgarme y acceder, pero no vale la pena jugársela para nada. David nos fotografía desde su posición antes de emprender el regreso al coche. El paso de una patrulla de los Mossos d´Esquadra quizá sea el tercer indicativo de los múltiplos robos que se producen en el lugar.

 

Conforme avanzamos, vamos cambiando de un lado al otro de la riera atravesando diferentes puentes, tanto tibetanos como nepalíes. Menuda diversión, de nuevo gracias a Albert Gironès. Hay uno larguísimo que nos permite acceder a una pared equipada con grapas y cadenas, con el agua e incontables renacuajos moviéndose cual espermatozoides bajo nosotros. Especialmente llamativos son dos pasarelas nepalíes que vienen poco después y que nos permiten avanzar entre las copas de los árboles, una a continuación de la otra y con el tronco de un árbol como punto de enlace. Parece un parque de aventura gratuito.

 

A través de un puente colgante de madera accedemos al último tramo equipado de la riera, con vistas a varias pasarelas y el puente colgante final. Las Escales del Diable son una escapatoria aquí situada que no nos es preciso tomar: en caso contrario, el sendero te conduce directamente hasta el puente final. Como Luis y Patricia avanzan bastante más lento que yo y la progresión es fácil, me meto en la variante que requiere un rápel de unos diez o quince metros. Hay una pequeña escalera metálica verde que me da un poco de yuyu, junto al vacío, a causa de mi miedo a las alturas, pero accedo hasta el rápel y deshago la variante sin mayor problema.

 

Enfrente, a través de una gran pared, realizamos un extraño recorrido por grapas que me recuerda a un Scalextric. Dos hombre que realizan la vía ferrata en contrasentido, es decir, en sentido descendente, aguardan a que pasemos. Mientras Patricia va hacia ellos, yo me la cruzo a una altura superior cual circuito en ocho. Varios puentes y una trepada a través de terreno rocoso nos dejan en la escalerilla final, pequeña y graciosa, de acceso al Pont del Salt del Llop, colgante y de madera como salido de una película de Indiana Jones. Cruzarlo es una excelente manera de dar por terminada esta vía ferrata, sencilla pero guapísima.

 

Como David nos aguarda, no nos demoramos mucho. En poco menos de diez minutos estamos de nuevo en el coche. Quieras que no, ya son las cinco de la tarde y es momento de regresar hacia Granollers y Barcelona. Menudo fin de semana ferratero. Qué variado. A Patricia las que más le han gustado han sido esta y la de Centelles. A Luis la de Centelles por ser la más complicada. Droguero con el tramo que ha realizado de la Cala del Molí ha tenido suficiente. Lo mío son los bares y las curvas– argumenta. En cualquier caso, hemos aprovechado el fin de semana y nos lo hemos pasado bastante bien, que al final es lo que cuenta. Como decía el anuncio: para todo lo demás, Mastercard.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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