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Thursday 9 de October de 2014, 10:15:52
07-09-14: Bastiments (2881m) y Pic de la Dona (2704m)
Tipo de Entrada: RELATO | 2544 visitas

En compañía de mi amigo Droguero, mi novia Alba, su hermana Siria y el novio de esta, Paco, realizo una excursión en plan tranquilo por el circo de Ulldeter, en concreto la típica ascensión al Bastiments pasando por el refugio de Ulldeter y el Coll de la Marrana, seguida de una progresión por el cordal hacia la Portella de Mentet (2430m) pasando por el Puig d´Ombriaga (2639m) y el Pic de la Dona (2704m). En total, unas seis horas y media de ruta, paradas incluidas.

 

 

Son las ocho de la mañana cuando llego en compañía de Alba y de Droguero al aparcamiento del Lidl de Ripoll, punto de encuentro con Siria y Paco. Como nos han avisado de que llegarán algo tarde y mi amigo es bastante cafetero, nos abandona momentáneamente para irse al bar, donde, según nos cuenta, un forastero pregunta a algunos autóctonos dónde se pueden encontrar setas por la zona, recibiendo por respuesta a ti te lo vamos a decir... Nada más llegar la hermana de Alba con su novio, emprendemos de nuevo el viaje hacia la modesta, pública y deficitaria estación de esquí de Vallter2000. Pasado Setcases, la carretera se vuelve sinuosa y su pendiente pronunciada. Menudo tute debe ser realizar la ascensión en bicicleta, creo que incluso en atención al cliente se puede solicitar una especie de diploma al respecto. Al estar el pequeño aparcamiento junto al origen de la senda completo, estacionamos ambos coches en la cuneta un poco más arriba. En un panel informativo sobre la reserva nacional de caza me percato, entre muestras del tipo de flora y fauna presentes en la zona, de la presencia del marcòlic groc –Lilium pyrenaicum–, símbolo del Valle de Núria. La verdad es que aún permanezco a la espera de encontrarme en alguna ocasión con él. Hoy tampoco será el día.

 

A las nueve de la mañana, bajo un sol radiante, iniciamos felizmente la marcha. Suena cursi y manido, sí, pero así sucede y así lo transmito. En lo personal, me alegra llevarme a unas alturas cercanas a los tres mil metros a gente que no es montañera, aspecto que me recuerda a excursiones del pasado en grata compañía. Respecto a la vertiente más deportiva, espero que la salida contribuya a mantener mi forma física de cara a la ascensión al Vignemale el próximo fin de semana tras haber ascendido el mes pasado al Posets. A la que se está unas semanas sin actividad y uno se dirige a un tresmil, la cosa se puede poner en exceso cuesta arriba; más vale prevenir que curar como dice el refranero popular. Nuestro ritmo, por descontado, es de paseo, nada del otro mundo. De hecho, tengo más la sensación, en estos primeros momentos de la ruta, de formar parte de un tour fotográfico que de una ascensión a un dosmil ochocientos. Todos, excepto Alba, nos dedicamos a inmortalizar a alguien o a retratar el paisaje; Droguero, siempre a la moda, incluso se toma alguna selfie. Diríase que desde la distancia llegamos a percibir el temblor de nuestros discos duros e incluso del servidor de correo electrónico. Siria, provista de minifalda cual tenista de alturas, incluso hace poses; es, sin duda, quien más cámara chupa.

 

Que si un riachuelo, que si un prado con vacas y terneras, que si un árbol seco que desafía al paso del tiempo… El espacio libre de nuestras tarjetas de memoria cae más en picado que la intención de voto al Partido Popular en las encuestas, que ya es decir. Cuando nos damos cuenta, ya nos hemos plantado en el refugio de Ulldeter, eso sí, sin llegar a echar raíces. Como dice la letra de una canción de El mago de oz: no eches raíces en un sitio y muévete, pues no eres un árbol para eso tienes dos pies. Nuestro camino continúa hacia el Bastiments, al fondo pero bastante cercano, en una fotografía grupal que saco con el modo de disparo automático a los diez segundos. En su pedregal cimero aún no se ve a nadie. De momento, sus primeros batallones invasores del día apenas han pasado del amplio collado que comunica el circo de Ulldeter con el vecino valle del Freser, el Coll de la Marrana, al que nos dirigimos con agudos sonidos de marmota rompiendo el silencio. Si con ellos avisa a sus semejantes de nuestra presencia o a la auspiciadora montaña que las cobija, queda al entendimiento de cada cual. Lo cierto es que, al acercarse un ejército de montañeros recién apeados de un remontador mecánico cercano, sus pitidos se intensifican. Vienen ataviados con banderas a modo de capa, en concreto estelades, cual Superpatriotas. Sus intenciones son escénicas: montar un show en lo alto de la montaña.

 

La subida hasta el collado, en ausencia de nieve, es bastante asequible físicamente, carente de dificultad alguna. No obstante, el periodo de tour fotográfico ha concluido. Una vez alcanzado, como era de esperar, se nos abren las vistas. La cumbre del Balandrau me trae a la mente una ascensión reciente a la misma. Mirando al Torreneules Petit, recuerdo una excursión en compañía de Droguero y de Mallory y sus secuaces, montañero que últimamente se mueve bajo el nick de Noel Odell. El Gra de Fajol se muestra realmente provocativo; es un mírame pero no me toques. No, hoy no es el día. Y detrás, oculto, su compañero el Petit, aún pendiente. El Pic de l´Infern me trae a la mente el mal recuerdo de un intento fallido –en su caso, a la tercera fue la vencida– tras empalmar un turno de noche de doce horas en la industria química con su tentativa en solitario cuando aún lo tenía pendiente, vómitos mediante hasta perder altura. Recuerdos más gratos me trae el cordal al Pic de la Dona, una de mis últimas raquetadas. Y en el fondo del valle, recatado, a la penumbra, el refugio Manelic o Coma de Vaca, de nuevo cuna de recuerdos. Son tantos, que uno vislumbra una verdad incómoda, como diría Al Gore, aunque evidente: que se hace viejo.

 

Entre el collado y la pala final el caminar es agradable. Aún no son pedregales, sino un prado ideal para el paseo, que es lo que nos acomete. La elevación del sol respecto al horizonte va en aumento y echo en falta mi sombrero, que se ha apropiado Alba. Con su gorra y una camiseta de recambio que le añado, me aíslo de la solana, eso sí, con un aspecto de atravesador de desiertos; diríase que participo en la Titan Desert. Mi campo visual, aunque reducido, me permite buscar el lugar idóneo para comer algo y hacer acopio de fuerzas antes de afrontar el pedregal final, provisto de algunas lazadas. Sentados en el prado, damos cuenta de un lazo enorme, tamaño pastel, que Siria ha conseguido en el Mercadona, de esos que se elaboran la misma mañana. Está riquísimo, más aún a estas alturas. A dos mil quinientos metros de altitud incluso una naranja sabe mejor. Enfrente, el Gra de Fajol es conquistado por los primeros montañeros del día y otros están de camino a la cumbre. Junto a nosotros, los últimos integrantes del numeroso grupo provisto de banderas independentistas nos rebasan. Según ha visto Droguero, uno de ellos, más que por la criptonita,  a la vez que la avioneta que les va a filmar su show nos sorbevuela.

 

Entre el collado y la pala final el caminar es agradable. Aún no son pedregales, sino un prado ideal para el paseo, que es lo que nos acomete. La elevación del sol respecto al horizonte va en aumento y echo en falta mi sombrero, que se ha apropiado Alba. Con su gorra y una camiseta de recambio que le añado, me aíslo de la solana, eso sí, con un aspecto de atravesador de desiertos; diríase que participo en la Titan Desert. Mi campo visual, aunque reducido, me permite buscar el lugar idóneo para comer algo y hacer acopio de fuerzas antes de afrontar el pedregal final, provisto de algunas lazadas. Sentados en el prado, damos cuenta de un lazo enorme, tamaño pastel, que Siria ha conseguido en el Mercadona, de esos que se elaboran la misma mañana. Está riquísimo, más aún a estas alturas. A dos mil quinientos metros de altitud incluso una naranja sabe mejor. Enfrente, el Gra de Fajol es conquistado por los primeros montañeros del día y otros están de camino a la cumbre. Junto a nosotros, los últimos integrantes del numeroso grupo provisto de banderas independentistas nos rebasan. Según ha visto Droguero, uno de ellos, más que por la criptonita, ha sentido debilidad  por el trasero de Siria, abobamiento incluido. El resultado: una colleja de su compañera, supongo que para hacerle regresar a la –cruda– realidad.

 

Soy de la opinión de no amodorrarse hasta alcanzar la cima, pero ya se sabe: donde hay patrón no manda marinero. Con el buche lleno y poca disposición a la acción, emprendemos de nuevo la marcha. El tour fotográfico sigue fuera de combate e incluso ha habido una debacle en la comunicación propiciada por lo distraídos que nos lleva el paisaje. A medida que ganamos altura, las vistas alcanzan distancias mayores; ahora incluso divisamos el Montseny. Una vez alcanzado el cordal, a escasos metros de la gran cruz que domina la antecima, Alba se entera de que volveremos hasta quí para proseguirlo y se niega a continuar. Su interés por alcanzar la cima es nulo. ¿Para qué voy a subir, si ahora vamos a bajar? –aduce. Me cuesta horrores convencerla para que nos acompañe y tomarnos una foto grupal arriba. Todo esfuerzo por hacerla cambiar de opinión en base a un logro montañero es perder el tiempo, así que tiro de sentimientos. La fotografía nos la toma una señora francesa, a quien recíprocamente retrato junto a su marido con el Canigó, montaña por la que preguntan, al fondo. Menuda gracia le hace a Alba enterarse de que la verdadera cumbre está en el vértice geodésico, un poco más adelante. Si lo llega a saber no la mueve del cordal ni Cristo.

 

Son cerca de las doce cuando lo coronamos; el Bastiments es nuestro. A unos cien metros, en el cordal Pic de la Dona – Bastiments – Freser hay bastante gente, así que voy a curiosear. Se trata de la tercera edición de una carrera de montaña organizada por el C.E. MadTeam: la Marrana. La última vez que estuve aquí no había más que el piolet metálico. Desde 2013, se le ha unido un par de esquís metálicos, es de suponer que en memoria de un fallecido aquí. Son realmente aparatosos, como lo es  De regreso al vértice geodésico, paso junto a la también aparatosa cadena humana que ha formado el gran grupo con las estelades ondeando al viento mientras son inmortalizados desde una avioneta. Para según qué causas, el dispendio se antoja ilimitado, no así para sanidad o educación.  Es el súmmum de la politización de la montaña. Más que invadido por un ejército de montañeros, el pobre Bastiments parece haber sido sometido por las convicciones políticas de algunos. Quizá es el futuro: acudir a las cumbres, en vez de a las urnas, a expresar las decantaciones políticas de cada uno.

 

Conforme nos alejamos de la cumbre la calma vuelve a reinar, aunque con un remanente: la contaminación acústica causada por la avioneta. Pocas cosas son tan gratificantes como recorrer tranquilamente lo alto de un cordal con buen tiempo. En nuestro caso, con un pie en cada país, sobre la frontera hispano-francesa. Es verdad que se están levantando nubes, pero en cualquier momento podemos iniciar la retirada hacia la estación de esquí. Si bien el plan tan solo era subir al Bastiments, soy reacio a deshacer caminos; prefiero transitar por nuevos lugares. Al comienzo el descenso es bastante incómodo y el terreno descompuesto. Los más inexpertos han de extremar las precauciones para no patinar o al pisar rocas inestables, para no perder el equilibrio. Más abajo, avanzamos por una amplia loma formada por prados. Alba va por delante, con ganas de llegar, y parece que está en la Casa de la Pradera. La retratamos a lo lejos, apenas una mancha negra. Pasamos junto al Puig d´Ombriaga, apenas perceptible, e iniciamos el ascenso, en extremo suave y agradecido, al Pic de la Dona (2704m), nuestra segunda cumbre importante del día. La Siria, aunque aún lo desconocemos, porta en la mochila una piedra con forma de corazón que me he encontrado y les he mostrado. Debe de pesar un par de kilos. ¡Está como loca!

 

A la una y media alcanzamos la cumbre, provista de un cortavientos para tienda de campaña en el que comemos. Además de los bocadillos de rigor, tenemos varias bolsas de patatas fritas, que pasan de mano en mano, y una botella de vino tinto D.O. La Rioja que Droguero ha tenido la gentileza de traer y portar en el interior de una nevera. Cualquiera que viniera podría pensar menuda panda de vividores están hechos y seguramente no se equivocaría en lo que respecta a hoy, aunque a estas horas la gente ha ido bajando y estamos completamente solos y no nos vamos a topar con nadie hasta la llegada a la estación de esquí. Incluso los independentistas han acabado su performance de altura. Multitud de nubes han ido apareciendo; algunas nos pasan cercanas, cual veloz niebla, provenientes del fondo del circo. Es momento, sin duda, de iniciar el regreso, con más zigzags de la cuenta por parte de algunos pues la botella de vino ha quedado vacía. Atrás dejamos un gran hito de metro setenta que me recuerda al de la serie Heidi. A media bajada al collado, Droguero nos toma una foto sobre unas rocas con vistas. En ellas hay, junto a una gorra, una placa dedicada a un hombre fallecido el año pasado con 38 años, deduzco que en el Hidden Peak (Paquistán), que reza:

 

Vive tu vida como si subieras una montaña.

 

De vez en cuando mira hacia tu alrededor y admira las cosas bellas del camino.

 

Sube despacio, firme y disfruta cada momento hasta llegar a la cumbre.

 

Creo que hoy estamos cumpliendo con la filosofía de vida que destila, aunque en el día a día, en el “mundo real”, inmersos en la rutina, se antoja harto complicado.

 

Un amplio collado, la Portella de Mentet, nos espera –visión antropocéntrica mediante–. De nuevo me asaltan los recuerdos, esta vez de la raquetada con Julio y Manuel. Prácticamente éramos los únicos Pato Donald de la zona, el resto se desplazaba en esquís. Una vez alcanzado, emprendemos la última bajada, que no realizamos del tirón. A la altura de un riachuelo, tras horas sin contacto con el agua, nos descalzamos y coqueteamos con ella; está fría, aunque no gélida en esta época. Además de masajearnos el pie con su caída, su baja temperatura nos los insensibiliza y nos produce la sensación de que se nos quedan como nuevos. También ayuda, por supuesto, el cambio de calcetines. ¡Esto es vida! –parecen exclamar. Al poco de reanudar la marcha, tras atravesar un pequeño bosque, alcanzamos el asfalto, momento en que comienza a llover. Parece que la hemos clavado. Los últimos doscientos metros los realizamos al trote; la lluvia arrecia. Al alcanzar el coche nos resguardamos tras una breve despedida. Ha sido un buen día, sí. A ellos les he desempolvado su vertiente montañera, bastante oculta –en el caso de Alba, bajo un manto impenetrable– y a mí me ha servido para mantener la forma entre mis dos ascensiones tresmileras del año: Posets y Vignemale. ¡A ver si los vuelvo a pillar de nuevo! Aunque para superarnos en altitud, casi tendrá que ser un tresmil.

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito




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