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Friday 3 de July de 2015, 19:44:51
31-05-15: Ascensión al Puigmal desde Fontalba y regreso por Nuria
Tipo de Entrada: RELATO | 1 Comentarios | 2452 visitas

Once años después regreso con mi hermana pequeña, Ana, a nuestra primera cumbre pirenaica, el Puigmal, esta vez acompañados también por Droguero y Siria, hermana de Alba. Desde la Collada de Fontalba (2074m) emprendemos la concurrida ruta hasta la cumbre del Puigmal (2913m) pasando por el Cim del Pedró (2097m), el Cim de la Dou (2471m) y el Coll de Fontalba (2450m) y en vez de deshacer lo recorrido, bajamos al santuario de Nuria por la Coma de l´Embut y el Pla de l´Ortigar y finalmente enlazamos con Fontalba para completar una excursión circular de algo más de siete horas a nuestro ritmo tranquilo, comida y visita al santuario incluidas.

 

Dos son las maneras más asequibles de ascender al Puigmal: desde Fontalba o partiendo del santuario de Nuria. ¿Por qué no enlazar ambos itinerarios y cerrar el triángulo con la conocida Nuria–Fontalba? La previsión es mala y puede comenzar a llover en cualquier momento; o bien puede hacerse tarde arriba o quizá flaqueen las fuerzas. No obstante, nada nos impide tenerlo en mente, al menos hasta alcanzar la cumbre, donde sí tendremos que tomar una decisión irrevocable. El reloj marca las nueve y cuarto cuando nos apeamos del rojo flamante SEAT León de Droguero, aún su juguete nuevo, para ir a por ella. No es el típico coche que su storytelling nos hable de llegar a lugares remotos en plena naturaleza, como es el caso de la Collada de Fontalba, por encima de la cota dos mil tras una docena de kilómetros a través de una pista ascendente, pero como suele decirse, toda coincidencia entre ficción y realidad sería pura coincidencia.

 

Los ocupantes de cerca de una veintena de vehículos se nos han adelantado. O bien vienen de más cerca o el suyo, comparado con el nuestro, sí ha sido un buen madrugón, quizá propiciado por el pronóstico de lluvias para esta tarde, cuando según el Meteocat la probabilidad de que haya precipitaciones se sitúa entre el 70 y el 100%. Llevados por una prudencia casi enfermiza, comenzamos la marcha provistos de ropa de abrigo, además del agua suficiente, los bocatas y las patatas fritas de rigor. Seguramente seamos los más cargados de todos; los hay que incluso suben en pantalón corto y sin mochila. Prefiero esto a vernos sorprendidos peor equipados. Al poco de partir, nos detenemos en el prado y nos tomamos una foto grupal con el Puigmal al fondo. Aún viste algunos neveros que con la solana que está pegando últimamente, poco más van a durar. De bajada tendremos la suerte de tener que atravesar uno, cosa en grado sumo fotogénica en esta época del año.

 

Conforme avanzamos junto al cordal en dirección al Cim de la Dou nos volvemos de vez en cuando para admirar el paisaje. A mayor altura, mayores vistas. Es el conocido subir más alto para ver más lejos. El Torreneules y el Cim de la Coma del Clot, con el marcado collado que los une, son especialmente atractivos. Al otro lado del valle del Freser, una montaña cuyo nombre impone respeto, el Balandrau, también parece susurrarme al oído, viento mediante, aquí te espero; ojalá algún día vuelva a sucumbir a sus llamadas y vuelva a hollar sus cumbres. Algo más lejano se levanta, menos altivo, el Taga, escenario de una mítica excursión con gente de MadTeam en donde no faltó el Cacaolat caliente –de termo–, el cava helado traído por un chico de Vilafranca del Penedès y la bolsa de palomitas gigante que compré en el MAKRO y que porté en el interior de mi trineo hasta la cumbre. Grandes momentos sin duda del presente pasado.

 

Bastante más cerca en el tiempo, el pasado invierno, en compañía de David y de otros como Pau, Luis o Alejandro, protagonicé un intento fallido de ascenso al Puigmal por esta misma ruta. Aquel día, las ráfagas de viento, además de hacernos desistir, le arrancaron a Luis de las manos la funda con las dos raquetas de nieve que había alquilado, que acabaron montaña abajo y que al final tuvo que pagar. Con la intención de ir en busca de las raquetas perdidas, me despido temporalmente de Ana, David y Siria y abandono el sendero. Pedregal a través, progreso por donde lo hicimos aquel día, al otro lado del cordal, donde tratábamos de protegernos del viento, hasta que llego al barranco donde las perdió. Por mucho que intento localizar la funda de color entre azulado y grisáceo en las que iban, la típica de TSL, no las veo por ningún sitio. El color tampoco ayuda. Deben de haberse ido montaña abajo con las lluvias y el deshielo o, quién sabe, quizá alguien las haya encontrado; me imagino que sobre un manto blanco de nieve no eran difíciles de localizar en un día de calma. Me temo que nunca lo sabremos.

 

Abortada la misión por falta de resultados, continúo mi camino montaña a través hasta empalmar con la senda y plantarme en el Collado de Fontalba, situado justo antes de la ascensión final, la más empinada, a 2450m de altitud. No hay ni rastro de mis compañeros; ni que decir tiene que su ritmo no se parece en nada al mío. Como pega el viento –diría que esta zona es bastante ventosa en general, motivo por el que se limpia fácilmente de nieve– me resguardo tumbado a sotavento en un hito, esto es, junto a un montón de rocas del pedregal, en este caso fragmentos de pizarra. Mi sombrero, sobre la cara, me protege del sol, cual icónico mejicano durmiendo la mona o, en su defecto, la siesta. Cuando David aparece, me informa de que mi hermana anda algo tocada. Siendo la más joven, no es que se haga vieja, sino que está sumamente desentrenada. Resulta paradójico que en la sociedad actual, en la que todo el mundo corre aunque no sepa hacia dónde, estemos en peor forma física que nunca. Más montaña y menos televisión –bien podría ser un eslogan revolucionario.

 

Una vez reagrupados, afrontamos el tramo más duro de la excursión. Si bien a priori aparenta ser la ascensión final, esto no es más que fruto de la perspectiva. Una vez superada la pendiente, aparecemos en terreno prácticamente llano y con un último repecho en el que sí se encuentra emplazada, al fin, la pequeña y en cierto sentido cutre cruz de siempre. Antes no la hubiera calificado así pero con la pedazo cruz, provista de campana y olla, instalada en 2007, la primitiva adquiere un punto de sencillez y humildad, en cierto modo superviviente de otros tiempos en contraste con la “nueva” que, diríase que con malicia, me acusa de que hace al menos ocho años que no te presentas por aquí. Apenas pasan diez minutos del mediodía cuando nos fotografían junto a ambas por separado. En el cielo no paran de aparecer nubes. De dónde surgen no lo sabemos, pero sí tenemos claro que no queremos que la tormenta nos de caza aquí arriba. Debemos escoger: ¿deshacer lo andado, o bajar hacia Nuria sabiendo que luego habrá otra hora y media de camino hasta enlazar con Fontalba? La respuesta, en términos de concurso televisivo, sería un hemos venido a jugar. ¡Para Nuria se ha dicho!

 

La bajada al santuario tiene lugar por la Coma de l´Embut. En pleno siglo XXI, hace unas pocas semanas un señor murió aquí tras resbalar sobre la nieve al no haber cobertura del 112 y no poder pedir ayuda. Resulta difícil concebir que con un mercado plagado de apps cutres e inútiles en muchos casos, no se dediquen más recursos a algo que sí resulta vital en sentido literal, esto es, que puede salvar vidas. Se antoja, quizá, como un síntoma más de lo deshumanizada que parece estar nuestra sociedad y los oscuros y monetarios motivos que en término último la mueven. También llama la atención que haya más gente subiendo y bajando corriendo que caminando. Hasta en la montaña ahora todo va más rápido, sin duda fruto de la moda imperante, Kilian Jornet mediante. Salud, sensación de libertad, reto, diversión –aducen. Debe de ser así, sin duda. Y me alegro por ellos. En mi caso, no obstante, bastante corro ya en la vida cotidiana y laboral como para venirme a desconectar, a buscar paz y tranquilidad, a reflexionar y a encontrarme a mí mismo, y seguir corriendo hacia ninguna parte. Por fortuna la montaña es amplia y, al menos de momento, hay sitio para todos.

 

Sobre una gran roca lisa, cual merendero o isla desierta, nos paramos a comer. Mientras tanto la vida sigue; unos suben ligeros como el viento. ¿No llevas mochila ni agua? –le pregunto a uno con curiosidad. Bebo de los riachuelos –me revela. Le deseo suerte y le pego otro mordisco al bocata. Al poco pasan dos chicos y dos chicas; estos bajan también como con prisa, más caminando rápido que corriendo lentos. Mi perplejidad va en aumento. ¿De dónde ha salido tanto skyrunner? Con lo bien que se está aquí con las Ruffles sabor jamón de mi hermana, sorbiendo agua con deleite, casi al borde de la levitación. Lástima que no queda mucho para que comiencen a caer tímidas gotas del cielo y no hay más remedio que retomar la marcha. Pedregal abajo, pasamos junto a un perro de pequeño tamaño que disfruta como un loco sobre un nevero; diría que es la primera vez que pisa nieve y aún no se lo cree. ¿Agua sólida?  Imposible. No veas como la lame. ¡Si sacia la sed! –debe haber descubierto. Nosotros también atravesamos un nevero, mas nuestra mirada carece de la curiosidad por lo nuevo y nos resulta, si bien fotogénico, menos gratificante.

 

Pasado un salto de agua en el que espero a mi hermana y a Sira, atravesamos un bonito prado, de nombre Pla de l´Ortigar y afrontamos los tres el último descenso hasta el santuario. Droguero, que se ha adelantado –mi hermana va muy lenta–, se ha tomado de mientras un café, según él, servido por George Clooney. Debe de ser la falta de oxígeno, aunque tampoco estamos tan altos. Como un turista más, me dirijo a visitar la iglesia y la imagen de la Virgen, sin olvidarme también de meter la cabeza dentro de la olla mientras hago sonar la campana, aunque difícilmente me quedaré en estado de buena esperanza. Reunidos los cuatro, incluso visitamos la tienda de recuerdos antes de dirigirnos al telecabina que sube al albergue Pic de l´Àliga. Resulta que lo han puesto de pago, por lo que descartamos subir hasta el mirador, con vistas a Fontalba. Optamos por dejar a Ana en el santuario y los otros tres emprendemos el regreso al coche. Se estará un rato por el complejo hotelero y luego tomará el tren cremallera hasta Queralbs, donde la recogeremos. Dice que por hoy ya ha tenido bastante y realmente así es; además de cansancio, le duele uno de los pies, creo que a causa del roce con la bota. A saber desde cuándo no se las calzaba.

 

Si bien el recorrido hasta Fontalba es más o menos plano, pues ambas están alrededor de la cota dos mil, en realidad hay bastantes subidas y bajadas, si bien son suaves. ¿No decías que era llano? –se me queja Siria. Más o menos –preciso. Ante su conducta, en cierto grado tóxica, opto por abrir la comitiva algo adelantado mientras ambos se dedican a conversar. Parece que el cielo al final va a aguantar en contra de la previsión meteorológica; menos mal que no nos hemos quedado en casa. Los últimos compases de la excursión me los tomo como el deleite final, un hasta la vista, una despedida de esta zona tan estimada por mí que, junto al Matagalls, fue el escenario de mis primeras excursiones, hace poco más de una década: buenas vivencias, sensaciones, compañías, ahora recuerdos. Y espero que también, como hoy, escenario de futuros goces, emociones y nostalgias. A las cinco en punto alcanzamos el SEAT León. Cual Cenicienta a medianoche, significa el fin de un sueño. Me descalzo las botas de montaña y, si bien no me he dejado ninguna camino atrás, sé que habrá un príncipe que preguntará por mí, que no me olvidará; que querrá encontrarme y cuando me tenga entre sus brazos ya no me abandonará. Lástima que la vida poco se asemeje a Disneyland y, de hecho, lo que se antojaba un príncipe resulte ser una señora: la muerte. Espero para entonces haber disfrutado lo suficiente de estos parajes y no lamentarme de lo contrario allá donde esté. 

 

P.D. Te invito a visitar mi canal de Youtube Feliz Éxito aquí:  www.youtube.com/felizexito


1 Comentarios
Enviado por Jorge el Tuesday 8 de March de 2016

“¡Magnífica crónica! Muy acertados esos apuntes de crítica social.”


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